Lisa Jackson - Caricias del corazón

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Caricias del corazón: краткое содержание, описание и аннотация

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Pensaba que las fuerzas de seguridad no eran lugar para una mujer, pero no iba a tardar mucho en cambiar de opinión
Matt jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los McCafferty. Sin embargo, la hermosa Kelly Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo. Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Matt… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía Kelly, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…

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De algún modo, tendría que decidir qué iba a hacer con el resto de su vida. Peor aún. Tendría que decidir si Matt McCafferty iba a formar parte de ella. ¿Cómo iba a ser eso posible? Su hogar, su amor, era su rancho. Ella no podía pedirle que lo dejara sólo porque la vida de ella estuviera en Grand Hope. La situación era imposible.

Salió del coche y subió las escaleras que llevaban a la planta principal de la casa. Allí, se quitó su chaquetón y lo dejó sobre el sofá. Entonces, vio que había una luz roja parpadeando en su contestador. Se quitó las botas y apretó el botón. Entonces, escuchó la voz de Matt. El corazón le dio un vuelco.

– Hola, soy Matt. Había pensado que tal vez te gustaría unirte a mí y a mi familia para la cena del día de Acción de Gracias -decía. Kelly sintió que el alma se le caía a los pies. Consultó el reloj. Eran más de las nueve. Demasiado tarde-. La vamos a celebrar dentro de unos días, no se cuándo, pero será cuando le den el alta a Randi. Simplemente no tenía sentido hacerlo todo dos veces. Bueno, ya te lo diré cuando elijamos un día y… bueno… ya hablaremos.

La cinta se paró y rebobinó automáticamente.

Kelly volvió a escuchar el mensaje. Matt la estaba invitando a una celebración familiar.

– Qué fuerte… -murmuró.

Se miró en el espejo y vio que tenía un brillo de esperanza en los ojos. Además, el rubor que le cubría las mejillas no se podía atribuir exclusivamente al frío que hacía en la calle.

– Oh, Dillinger… te ha dado fuerte… muy fuerte…

Tendría que blindar su corazón. Pasara lo que pasara, Matt terminaría marchándose. Estaba atado a un rancho que estaba a cientos de kilómetros al oeste de Grand Hope, el lugar donde ella vivía. No había futuro para ellos. Ninguno.

Lo que habían compartido había sido muy agradable, pero no significaba nada en términos de compromiso. Él era un vaquero que llevaba una vida solitaria en su rancho. Ella era policía, una dedicada detective al servicio de la ley cuyos vínculos estaban en Grand Hope. Pensó en sus padres, en Karla y en los niños. Allí estaba su familia.

Se miró la mano izquierda, en la que no llevaba anillo de ninguna clase. ¿De verdad albergaba la esperanza de poder casarse algún día con Matt McCafferty sólo porque se habían acostado juntos?

Sabía muy bien la respuesta.

Cuadró los hombros y se apartó el cabello del rostro. Se dijo que no importaba. Durante el momento, disfrutaría de la sensación de sentirse enamorada, aunque sabía que no sería para el resto de su vida.

Y que esa sensación podría ser sólo por su parte.

Después de todo, ¿qué era lo peor que le podía ocurrir?

Once

Matt puso heno en el establo de Diablo Rojo . El potro lo miró con cautela.

– Sigues sin confiar en mí, ¿verdad?

El potrillo bufó y comenzó a patear la paja.

– Pues ya somos dos. Yo tampoco confío en ti.

Diablo levantó la cabeza y la sacudió con gran estrépito, poniendo nervioso al bayo que había en el establo de al lado.

– Mira lo que has hecho -gruñó Matt, pero Diablo , tan testarudo como siempre, no pareció sentirse intimidado. Como siempre. Tal vez por eso Matt sentía un fuerte vínculo con la bestia.

Terminó de dar de comer a los animales y salió del establo. Era muy temprano. Aún no había amanecido y la luz proporcionaba una luz fantasmagórica que creaba sombras sobre la nieve.

Matt recorrió el mismo sendero hasta llegar al porche trasero. Allí, se quitó la nieve de las botas y entró en la casa. No había nadie despierto. Él se había levantado después de una noche inquieta y sin descanso. Cuando se quedaba dormido, soñaba con Kelly, y cuando estaba despierto, no hacía más que recordar los momentos en los que los dos estaban haciendo el amor una y otra vez. Veía la blanca piel, los rosados y erguidos pezones, el hermoso cabello rojizo… por eso, se había levantado. Tras entretenerse lo suficiente para vestirse y poner la cafetera, se había marchado a los establos para tratar de olvidarse de la imagen de Kelly trabajando.

No lo había conseguido. Cada vez que echaba comida o heno en los establos, pensaba en ella y en el hecho de que, tanto si lo quería como si no, se estaba enamorando de ella.

Apretó los dientes al darse cuenta. Se sirvió una taza de café, que se tomó sentado junto a la ventana mientras se preguntaba qué iba a hacer al respecto. Siempre había pensado que algún día se casaría. Algún día. Cuando llegara el momento. Se imaginó que encontraría una buena chica, guapa, inteligente y no tan testaruda como ella. Ni tampoco policía. Nunca.

Sobre todo, no una mujer que estuviera tan unida a Grand Hope como lo estaba Kelly. Toda su familia vivía allí. Kelly jamás abandonaría aquel lugar para marcharse a un remoto rancho en las colinas. Además, había mala sangre entre las dos familias.

Demasiado equipaje.

Demasiada agua bajo el puente.

Demasiado… demasiado de todo.

No podía implicarse con ella más de lo que ya estaba. No quería una relación amorosa en la distancia y suponía que ella tampoco. No. Kelly era la mujer equivocada para él. No había nada más que considerar.

Sin embargo, en aquellos momentos, aun cuando estaba tratando de convencerse de que no debía enamorarse de ella, el pulso se le aceleraba y se le tensaba la entrepierna. Demonios. Parecía un adolescente. No se había sentido así desde hacía años. Tal vez nunca se había sentido así.

Nunca antes, en sus treinta y siete años, había invitado a una mujer a compartir con él una celebración familiar. Siempre había decidido que la mujer lo consideraría una señal de compromiso. Tampoco había aceptado ninguna invitación similar. Sin embargo, a pesar de los problemas que existían entre los McCafferty y los Dillinger, él estaba dispuesto a dar ese paso. Sí. Efectivamente, aquella vez era diferente.

Dio un trago de café y se obligó a pensar en otros asuntos. Randi iba a regresar a casa aquella misma mañana e iba a conocer a su hijo por primera vez. Tendría que concentrarse en esa reunión. Algunos de los médicos del hospital no se sentían muy contentos por el hecho de que se le fuera a dar el alta, pero Randi se había mostrado inflexible. Dado que Nicole vivía en el rancho, le costó mucho menos obtener el alta. La habitación de invitados que había en la planta principal se había transformado en un dormitorio para Randi. Aquella misma mañana, iban a llevar una cama de hospital a la casa antes de que ella llegara.

Sólo cabía esperar que Randi estuviera a salvo y que mejorara. Al menos, estar cerca de su hijo le daría paz mental e incluso podría ser que la ayudara a recuperar la memoria… si Randi estaba diciendo la verdad sobre su amnesia. Matt no estaba tan seguro. Randi había sido la hija favorita de John Randall, la única que había concebido con su segunda esposa y, además, la única chica. Aunque de niña había sido muy masculina, probablemente por el hecho de que vivía con tres hermanos, también había sido tratada como si fuera una princesa. De hecho, su padre se refería a ella con frecuencia con este apelativo. Había crecido pensando que podía hacer todo lo que quisiera y que todo el mundo la trataría con la misma consideración y la misma adoración que su padre.

Se había equivocado. Fuera lo que fuera lo que había ocurrido entre ella y el padre de su hijo, no podía haber sido bueno. Ese era el problema con las relaciones. Incluso con las mejores intenciones, normalmente terminaban mal. Su padre se había casado en dos ocasiones y se había divorciado otras tantas.

La luz de unos faros se reflejó en la pared del establo, anunciando la llegada de Juanita. A los pocos minutos, el ama de llaves entró a toda prisa en la casa temblando de frío.

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