Lisa Jackson - Caricias del corazón

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Pensaba que las fuerzas de seguridad no eran lugar para una mujer, pero no iba a tardar mucho en cambiar de opinión
Matt jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los McCafferty. Sin embargo, la hermosa Kelly Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo. Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Matt… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía Kelly, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…

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– No me sorprendería. ¿Y a ti, calabacita? -le preguntó al bebé, mientras Juanita lo observaba también con una sonrisa en los labios.

– Oh, no. No le llames esas cosas al niño… «campeón», «chaval» o algo parecido sí está bien, pero nada de «calabacita» ni «precioso» ni ninguna de esas cosas de niñas, ¿de acuerdo? -insistió Matt.

– Cállate -le espetó Juanita-. Es un ángel. Es perfecto.

– Le vais a engordar el ego desde pequeñito -gruñó Matt-. Mira lo que le ocurrió a Slade.

– Te he oído -dijo éste, que justamente en aquel momento se detenía al lado de la puerta.

Kelly comprendió que no iba a sacarle más información a Randi hasta que estuviera sola.

– Volveré cuando el niño se haya dormido.

– Gracias -respondió ella muy agradecida.

– Y yo… es mejor que yo me vaya a echarles un vistazo a los pasteles que tengo en el horno para mañana -observó Juanita, y se marchó en dirección a la cocina.

Kelly salió de la habitación.

– ¿Ves lo que yo decía? Se niega a hablar de nada en serio -gruñó Matt tras salir al pasillo con ella.

– Sólo quiere ocuparse de su hijo.

– Y enterrar la cabeza en la arena. Si no descubrimos quién trató de matarla y él vuelve a golpear otra vez, ella no tendrá que preocuparse por nada más. Ni siquiera por su bebé.

– ¿No te parece que está más segura aquí?

– Sí. Está mejor que en el hospital. Aquí no hay tanta gente entrando y saliendo. No hay desconocidos ni periodistas.

– Hasta ahora -comentó Kelly-, pero eso podría no durar.

– Maldita sea… El problema es que Randi no se da cuenta de que ahora lo más importante, lo único que importa, es descubrir quién la tiene tomada con ella. Ninguna otra cosa puede ser una prioridad.

– ¿Ni siquiera un hijo?

– Todo esto es precisamente por ese niño -replicó Matt, muy serio-. Por su seguridad. ¿Qué crees que pasaría si Randi lo perdiera?

– Ni siquiera consideremos esa opción -susurró Kelly. El corazón se le había parado con sólo pensarlo.

– Por mucho que nos cueste, tenemos que encontrar quién está detrás de esto…

De repente, unos fuertes pasos resonaron en la escalera. Al mismo tiempo, el teléfono comenzó a sonar. Las gemelas no tardaron mucho en aparecer, seguidas de Nicole, que llevaba dos pares de pantaloncitos vaqueros en las manos. Estaba tratando de terminar de vestir a sus hijas, pero éstas, cuando llegaron al pie de la escalera, salieron corriendo con una enorme sonrisa en el rostro y los ojos brillantes de alegría. Las dos iban vestidas tan sólo con una sudadera y unas braguitas.

– Aquí no hay nunca ni un minuto de aburrimiento -dijo Nicole-. Lo único que quiero es que se prueben los vestidos de la boda, pero cualquiera pensaría que les he pedido que se pongan unas esposas.

Matt sonrió.

– Tal vez deberías dejar que su padrastro se ocupara de eso.

– ¡Qué idea más estupenda! -exclamó Nicole.

Justo en aquel momento, Thorne salió del despacho.

– Matt, Kavanaugh te llama por teléfono.

– Perdón -dijo éste entrando inmediatamente en el despacho.

– Volveré enseguida cuando acorrale a las niñas -le dijo Nicole a Kelly-. ¿Por qué no te reúnes conmigo en la cocina para que podamos conocernos un poco?

– Dentro de un minuto -prometió Kelly, pensando que podría tratar de hablar con Randi una vez más. Matt tenía razón. La prioridad era averiguar quién había tratado de matar a Randi. Además, se trataba de su trabajo, algo que parecía estar perdiendo un poco de vista por lo que sentía por Matt.

Durante toda su vida, había querido ser policía, seguir los pasos de su padre. No la había distraído nada en su camino. Hasta aquel momento. El amor que sentía por Matthew McCafferty lo había cambiado todo.

Se quedó parada en la puerta de la habitación de Randi, esperando que Slade se despidiera de ella y saliera. Oyó que las gemelas, ya en la cocina, hablaban y reían mientras el aroma de la canela y de la nuez moscada se mezclaba con las fragancias de las manzanas asadas y de la calabaza. No podía oír qué era lo que decía Matt, pero escuchaba el murmullo de su voz de vez en cuando. Le había resultado tan fácil enamorarse de él…

Miró las fotografías que componían la galería de fotos de los McCafferty y, una vez más, se detuvo en la de Matt montado a lomos de un caballo de rodeo. Era mucho más joven, por supuesto, pero resultaba tan salvaje como el animal que estaba tratando de dominar. Un alborotador. Un rompecorazones. Anita Espinoza había sido sólo una de las muchas mujeres que habían esperado poder ser la elegida para capturar su indomable corazón.

«Igual que tú».

De repente, el ruido que provenía de la cocina remitió y Kelly no pudo evitar escuchar la conversación que Randi estaba teniendo con Slade a través de la puerta abierta del dormitorio.

– Quiero decir, ¿qué es lo que está pasando? -preguntaba Randi-. He estado fuera de combate durante poco más de un mes y cuando me despierto, no sólo me encuentro con este precioso bebé en el mundo, sino también con que Thorne, Thorne nada menos, está perdidamente enamorado y se va a casar. ¿Quién lo habría pensado? Era el soltero más recalcitrante que he visto nunca. En cuanto a Matt… ¿Qué demonios le pasa? Siempre había pensado que el rancho que tanto le costó comprar era lo más importante de su vida y que nada ni nadie podría superarlo nunca en su estima. Prácticamente le vendió el alma a Satán para comprar esas malditas tierras. Ahora, todo ha cambiado.

– Sólo está preocupado por ti -dijo Slade.

Randi se echó a reír.

– ¡Sí, claro! Por eso no le pierde la pista a esa detective, la que ha estado aquí antes.

– Se llama Kelly.

Al oír su nombre, Kelly se tensó.

– Sí, Kelly. Matt es un hombre completamente diferente con ella. De hecho, se diría que es la única mujer sobre este planeta por el modo en el que la mira.

Kelly sonrió. Sabía que estaba mal escuchar las conversaciones ajenas, pero no podía evitarlo.

– Podría no ser tan serio como tú crees.

– ¿Cómo? ¿Por esa mujer, Nell, la de la ciudad donde él vive?

– No. Eso terminó hace meses.

Kelly se quedó inmóvil. Matt nunca le había hablado de otra mujer. Nadie lo había hecho. «Tú sabías que siempre había tenido muchas aventuras, ¿no? Es un hombre muy viril. ¿Por qué no iba a tener una mujer en la ciudad en la que él vivía?».

– Tengo ojos, Slade. Matt está enamorado, tanto si él lo sabe como si no.

– O está fingiendo. Ya sabes cómo es con las mujeres. Llega una y se enamora perdidamente durante unas semanas y luego…

Se produjo una larga pausa. Kelly sintió que el corazón se le encogía en el pecho.

– Hasta que ella se convierte en otra muesca en su cinturón.

– Yo no iba a decirlo de ese modo.

– Muy bien. Digamos que puede ser otra conquista más, otro revolcón en el heno. Como tú quieras decirlo. Es lo mismo.

Al escuchar aquellas palabras, Kelly quiso morirse.

– No me gusta nada eso -comentó Randi-. Resulta degradante para las mujeres. En mi trabajo, lo veo todos los días. Las mujeres escriben para hablarme sobre hombres que las utilizan, fingen estar interesados, hacen que piensen que se están enamorando y entonces salen corriendo en la dirección opuesta en el momento en el que ellas empiezan a ir en serio. Es algo tan viejo como el mundo, Slade. Muy normal.

– Yo simplemente te estoy contando los detalles. Además, pensaba que no te acordabas mucho de tu trabajo, de tu vida. ¿Sabes una cosa? Estoy empezando a creer que eso de tu amnesia es una estratagema, hermanita. No me lo digas. Deja que lo adivine. Alguien te hizo algo. ¿No? ¿Tal vez el padre de tu hijo?

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