– ¿Qué quieres decir con eso de que no vas a ir a la boda? -le preguntó Karla, tras consultar su reloj y ofrecerle a Kelly el resto de la pizza que acababa de compartir con ella.
Habían quedado para comer juntas en el Montana Joe's. El restaurante estaba a rebosar. En los altavoces sonaba una vieja canción de Madonna, que iba aderezada de vez en cuando por una voz que anunciaba que un pedido ya estaba terminado. El murmullo de voces era incesante y constante.
– Creía que estabas dispuesta a seguir a todas partes al clan McCafferty.
– Lo dices como si yo fuera una traidora.
– ¿Y lo eres? -preguntó Karla mirando fijamente a su hermana. Entonces, extendió la mano y tomó un trozo de jamón de la pizza que había sobrado.
– No lo creo, pero sí me pareció que mezclar negocios con el placer no era muy buena idea.
Karla suspiró y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.
– ¡Qué deprimente! -exclamó, y arrojó la servilleta sobre la mesa.
– No me pareció que contara con tu aprobación.
– Y así era. Y es, pero… estaba empezando a creer que el amor verdadero volvía a existir, ¿sabes? Es decir… era algo así como una de esas historias de amor de familias enfrentadas en la que triunfan los sentimientos. Algo así como un Romeo y Julieta de la actualidad.
– En tus sueños.
– Pensaba que yo simplemente había tenido mala suerte y que aún había una oportunidad. Que si tú encontrabas el amor, tal vez yo también tendría esa suerte. Y que a la tercera iría la vencida.
– Siento haber aplastado tus esperanzas -dijo Kelly. Suspiró y miró el reloj-. ¿Sabes una cosa, Karla? Eres una romántica empedernida.
– Lo sé. Es uno de los fallos que tengo en mi personalidad.
– ¿Acaso tienes más?
– Claro que sí.
– Más malas noticias. Es la una menos diez.
– Maldita sea, tengo que marcharme. Tengo un lavado y marcado con una de mis clientas habituales -observó Karla. Se levantó de la mesa y se puso un poncho de lana y un gorro de ante.
– Pareces el malo de una de esas antiguas películas de Clint Eastwood.
– Explícate.
– No. Más antiguas. De uno de esos espagueti westerns.
– Supongo que siempre me pierdo las películas de medianoche -replicó Karla-. En serio, Kelly, tal vez desees volver a retomar tu relación con Matt. Mamá y papá se acostumbrarán a la idea. No le ha dado a nadie un ataque al corazón al enterarse. Bueno, al menos todavía no.
– ¿A qué viene este cambio de parecer? -preguntó Kelly mientras se empezaba a poner también el abrigo.
– Es sencillo. Sólo quiero que seas feliz y durante estas últimas semanas lo has parecido mucho más. Resulta agradable verte sonreír.
– Yo sonrío.
– No todo el tiempo. El trabajo te afecta, tanto si quieres admitirlo como si no. Y estás sola. Eso no es bueno. Tu trabajo es tu vida, lo sé. Prácticamente trabajas veinticuatro horas los siete días de la semana y esto tampoco es bueno. Te está deprimiendo, Kelly. Pareces medio muerta.
– Muchas gracias.
– No estoy bromeando. No se puede ser policía durante todos los minutos del día.
Kelly quiso protestar, pero no lo hizo. Por una vez, Karla tenía razón. Había estado trabajando mucho. Desde que dejó a Matt la otra noche, se había entregado en cuerpo y alma al caso. Alguien quería que Randi estuviera muerta y Kelly estaba decidida a averiguar de quién se trataba. Pronto. En dos noches, había dormido menos de cinco horas, pero se estaba acercando a la verdad. Lo sentía.
– Es un trabajo muy duro y a ti se te da muy bien, pero te está chupando la sangre por completo -añadió Karla-. Lo he visto. Necesitas divertirte un poco. Todos lo necesitamos. No creo que sea una coincidencia que recuperaras la alegría en el mismo momento en el que Matt McCafferty entró en tu vida.
– Ahora sabes lo que es mejor para mí.
– Siempre lo he sabido -replicó Karla con una sonrisa-. Ojalá pudiera saber del mismo modo lo que es bueno para mí.
Karla se despidió de Kelly con un gesto de la mano. Esta última aún no se había recuperado de la sorpresa producida por el cambio de opinión en su hermana. Se montó en su coche y se marchó fuera de la ciudad. Había evitado acudir al Flying M el día en el que los McCafferty iban a celebrar Acción de Gracias, pero tenía que hablar con Randi. Tenía que hacer su trabajo y sería más fácil sin la presencia de Matt.
Al evocar su imagen, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y un fuerte dolor en el corazón.
– Lo superarás -se dijo-. No te queda elección.
Con sus propias palabras sonándole en los oídos, llegó al rancho. Jenny Riley, una esbelta joven con un pendiente en la nariz y una larga túnica sobre la falda, le abrió la puerta de la casa.
– Randi está en el salón y Kurt Striker está hablando con Thorne en el despacho -explicó la muchacha cuando Kelly le dijo lo que la había llevado hasta allí-. ¿Quiere que les diga que está usted aquí?
– No. Preferiría hablar con Randi a solas.
– En ese caso, ¿le apetece algo? ¿Café, té, chocolate caliente? Ahora me marcho a llevar a las niñas a su clase de ballet, pero tengo tiempo de traerle lo que le apetezca. Juanita me despellejará viva si se entera de que no le he ofrecido nada.
– No, gracias, estoy bien. De verdad. Acabo de comer.
Jenny asintió y se fue a buscar a las niñas mientras Kelly se dirigía hacia el salón. Randi estaba medio tumbada en el sofá, con un moisés a su lado en el que el bebé dormía plácidamente. Kelly no pudo evitar sonreír al ver el suave pelito rojo que coronaba la cabeza del pequeño.
– Es adorable -dijo. Deseó por primera vez tener un hijo propio.
– Así es -respondió Randi. Le señaló una silla cerca de la chimenea, en la que Kelly se sentó-. Siéntate. ¿Quieres algo?
– Sólo respuestas, Randi. Sé que quieres mantener a salvo a tu hijo y creo que sabes mucho más de lo que estás diciendo. O estás cubriendo algo, o tienes miedo de decir la verdad, o no eres consciente del peligro en el que os encontráis tu hijo y tú. Tengo que decirte que, sin tu ayuda, la investigación no puede progresar más. Te voy a hacer una vez más la misma pregunta. ¿Conoces a alguien que pudiera querer matarte?
– ¿Quieres decir aparte de mis hermanos? -bromeó Randi.
– Hablo en serio.
– Lo sé -dijo Randi. La sonrisa desapareció de sus labios-. Probablemente tengo algunos enemigos, pero no los recuerdo.
– ¿Recuerdas quién es el padre de tu hijo?
Randi se tensó y pasó el dedo muy suavemente por un arañazo que había sobre el brazo del sofá de cuero.
– Yo… aún estoy trabajando en eso.
– Las mentiras no me ayudan.
– He dicho que estoy trabajando en eso.
– Bien. ¿Qué me dices sobre el libro que estabas escribiendo?
¿Fueron imaginaciones de Kelly o Randi palideció un poco?
– Es ficción.
– Trata sobre la corrupción en el circuito de rodeo.
– Así es.
– ¿Tiene algo que ver con tu padre o con tus hermanos?
– No, pero fue mi padre quien me dio la idea, creo. Mira, todo está muy liado en mi cabeza…
– ¿Qué me dices de Sam Donahue? Es vaquero y estuvo en el mundo del rodeo. Aún proporciona ganado para las competiciones nacionales, ¿no?
– He dicho que todo está muy liado en mi cabeza…
– Estuvisteis saliendo juntos.
– Yo… creo que sí. Me acuerdo de Sam.
– ¿Podría ser él el padre de tu hijo?
Randi no respondió. Un gesto de testarudez se le dibujó en el rostro.
– Muy bien -siguió Kelly-. ¿Qué me dices de tu trabajo? ¿Te acuerdas de algo al respecto? ¿De algo sobre lo que podrías haber estado trabajando y que podría haber molestado a alguien hasta el punto de querer matarte?
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