Lisa Jackson - Caricias del corazón

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Pensaba que las fuerzas de seguridad no eran lugar para una mujer, pero no iba a tardar mucho en cambiar de opinión
Matt jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los McCafferty. Sin embargo, la hermosa Kelly Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo. Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Matt… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía Kelly, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…

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– En absoluto -le había respondido ella.

Por lo tanto, allí estaba, ataviada con un vestido azul medianoche de seda, recogiéndose el cabello en la base del cuello y muerta de miedo ante la perspectiva de volver a ver a Matt.

«Lo superarás. Se trata sólo de trabajo».

Sin embargo, mientras se empolvaba la nariz, se aplicaba rímel en las pestañas y se retocaba el lápiz de labios, se sintió una mentirosa. Tenía una sensación de tensión en el estómago. Ella, una experimentada oficial de policía que no temía enfrentarse a ningún delincuente, se sentía intimidada antes la perspectiva de asistir a una boda.

Sólo era una noche. Conseguiría superarla. Tomó su abrigo y miró en el bolso para asegurarse de que tenía las llaves del coche. Antes de que pudiera marcharse, el teléfono comenzó a sonar. Estuvo a punto de no contestar, pero al final cambió de opinión.

– ¿Kelly? -le dijo su hermana. Parecía estar sin aliento, como si hubiera estado corriendo-. ¿Qué sabes sobre un fondo que ha sido creado para mamá? -preguntó sin andarse por las ramas.

– ¿Un fondo?

– Eso es. Mamá ha recibido una carta de una abogada de Missoula, una tal Jamie Parsons, en la que se le comunica que es la beneficiaria de un fondo.

– ¿De qué?

– Eso es lo que te estoy preguntando.

– ¿No se lo dijeron?

– No. Cuando mamá llamó al bufete y habló con la abogada, ésta no se mostró muy cooperadora a la hora de darle información. Le dijo que ella iba a venir a la ciudad dentro de unas semanas. ¿No te parece muy raro?

– Sí.

– Les dije a mamá y a papá que no le hicieran ascos al dinero, pero ya sabes cómo son. Están convencidos de que ha habido un error. ¿Qué te parece a ti?

– ¿Cómo se llama el bufete?

– Jansen, Monteith y Stone -dijo Karla-. Mamá me ha dicho que cuando trabajó para John Randall, era el bufete que él utilizaba. ¿Te parece que es una coincidencia?

– Soy policía, Karla. Yo no creo en las coincidencias.

– Y yo soy esteticista, Kelly. Creo en el pasado, en la reencarnación, en las personalidades divididas, en ganar la lotería y, por si acaso se me había olvidado, en la coincidencia.

– Lo comprobaré.

– Me imaginaba que lo harías. Ahora, que te diviertas en la boda.

– No va a ser divertido.

– Seguramente, si ésa es la actitud con la que vas. Vamos, Kelly. Anímate. No te puede hacer mal.

Kelly no estaba tan segura.

Matt se metió dos dedos por el cuello de la camisa y tiró de él para poder respirar. Los lugares pequeños le hacían sentir claustrofobia y aquella antesala de la capilla en la que Thorne estaba a punto de casarse era tan minúscula que casi no cabían el reverendo y los tres hermanos McCafferty. Podría ser porque Matt no tenía una buena relación con Dios, o tal vez porque el termostato de la sala debía de estar roto y la calefacción estaba funcionando al máximo. También porque estaba afrontando el hecho de que volvería a ver de nuevo a Kelly.

Kelly. La detective Kelly Ann Dillinger.

La mujer que no le había devuelto ni una sola de sus llamadas.

Hacía doce horas que había regresado a Grand Hope y, en ese tiempo, le había dejado tres mensajes. No había obtenido respuesta alguna, pero Nicole estaba segura de que Kelly iba a asistir a la boda.

Bien. Matt quería respuestas.

– Bueno, firmaremos los papeles la semana que viene -dijo Slade mientras se miraba en un pequeño espejo, fruncía el ceño y se apartaba un mechón de cabello negro de la frente-. En cuanto el abogado se ponga en contacto con nosotros.

– ¿Bill Jansen? -dijo Thorne, aunque resultaba evidente que sus pensamientos estaban en otro lugar.

– No. Su socia. Jamie Parsons.

Slade se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién?

– Jamie Parsons. Ha venido aquí para vender la casa de su abuela. ¿Es que la conoces, Slade? -preguntó Matt, al ver la sombra que acababa de cruzar los ojos azules de su hermano pequeño-. Estudió aquí el último curso del instituto. Su abuela se llamaba Anita.

– Nita.

– Sí. Así es. Veo que has oído hablar de ella.

– Hace mucho tiempo -admitió Slade. De repente, el órgano comenzó a sonar en la capilla-. Ya está -le dijo a Thorne, como si estuviera deseando cambiar de tema-. Tus últimos segundos de soltero.

Thorne sonrió lleno de felicidad.

– Aún puedes echarte atrás -sugirió Slade.

– Por supuesto que no -replicó Thorne, riendo. Matt se preguntó si había visto alguna vez antes tan feliz a su hermano. No era un sentimiento que hubiera atribuido a su hermano mayor. Hasta que conoció a Nicole. Había cambiado en aquel mismo instante y el cambio era, decididamente, para mejor.

La puerta de la capilla se abrió y el reverendo entró en la antesala.

– ¿Estamos listos?

– Por supuesto -respondió Thorne.

– En ese caso, vamos.

Thorne se detuvo un instante para decirles a sus hermanos:

– Os ocurrirá a vosotros también. Vuestros días de solteros están contados.

Slade se mofó de él.

Matt no realizó comentario alguno.

– No para mí -replicó el pequeño de los McCafferty.

– Cuanto más alto, más dura será la caída.

– Bueno, tal vez para Matt. De todos modos, él ya está medio enganchado.

Por una vez, Matt no discutió. Sí, él estaba listo, pero la mujer que quería como esposa parecía estar evitándolo.

Los tres hermanos entraron en la capilla. Era pequeña y muy antigua. Los bancos estaban repletos de familiares y amigos.

Matt se fijó inmediatamente en Kelly. El corazón le dio un vuelco al verla. El resto de invitados pareció desaparecer. A pesar de que su atención debería haberse centrado en las dos damas de honor, Randi y una doctora amiga de Nicole, él casi no podía apartar la mirada de Kelly. Dios, estaba tan hermosa… Se obligó a apartar la mirada de ella para centrarse durante un momento en la novia. Nicole, ataviada con un vestido largo de color crema, avanzaba lentamente hacia el altar. Allí, tomó la mano de Thorne.

Matt no podía dejar de mirar a Kelly. «Debería ser yo. Deberíamos ser Kelly y yo los que estuvieran a punto de intercambiar los votos matrimoniales». Recordó el día en el que su padre lo había observado mientras trataba de domar a Diablo Rojo. John Randall le había aconsejado que sentara la cabeza, que empezara una familia y que se asegurara de que el apellido McCafferty perduraba.

Matt sintió un nudo en la garganta.

El viejo tenía razón.

Matt había encontrado a la mujer con la que quería compartir su vida. Sólo tenía que encontrar el modo de conseguir que ella se convirtiera en su esposa.

De algún modo, consiguió superar la ceremonia. Vio que a Nicole se le saltaban las lágrimas cuando Thorne le colocó una alianza en el dedo y sintió una profunda envidia cuando Thorne besó a su esposa delante de todos los invitados. Cuando la ceremonia terminó, Matt siguió a los novios al exterior.

Mientras Slade lo llevaba al Badger Creek Hotel para el banquete de bodas, Matt no articuló ni una sola palabra. Cuando llegaron al elegante hotel, Slade decidió fumarse un cigarrillo en el aparcamiento, pero Matt se dirigió rápidamente al salón donde se iba a celebrar la recepción con la esperanza de poder hablar con Kelly. Se había sorprendido mucho al verla en la boda y esperaba que asistiera al banquete.

Ya habían llegado algunos de los invitados. Una pequeña orquesta tocaba desde un rincón mientras que una fuente de champán burbujeaba cerca de la escultura de hielo de un caballo.

La vio en el instante en el que ella entró. Sin el abrigo, ataviada con un hermoso vestido azul oscuro, estaba bellísima. Un collar de plata le adornaba el largo cuello. Llevaba el cabello recogido, lo que le daba un aire de sofisticación que terminó de enamorar a Matt.

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