Lisa Jackson - Caricias del corazón

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Pensaba que las fuerzas de seguridad no eran lugar para una mujer, pero no iba a tardar mucho en cambiar de opinión
Matt jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los McCafferty. Sin embargo, la hermosa Kelly Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo. Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Matt… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía Kelly, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…

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– Yo escribía una columna en la que aconsejaba a la gente. Supongo que alguien se podría haber ofendido, pero no me acuerdo.

– ¿Y qué me dices de Joe Paterno? ¿El fotógrafo y periodista que trabajaba contigo? ¿Te acuerdas de él?

Randi tragó saliva.

– También saliste con él.

– ¿Sí?

– Cuando estaba en la ciudad. Ahora se ha marchado para hacer un artículo. Tiene alquilado un estudio sobre un garaje de una de esas viejas casas del distrito de la Reina Anne en Seattle.

– Como ya te he dicho, no me acuerdo de nada. De ningún detalle. Los nombres me resultan familiares, pero…

Kelly estaba preparada. Abrió su maletín y colocó tres fotografías sobre la mesa. Una era de Joe Paterno; la otra, de un periódico de Calgary, pertenecía a Sam Donahue; la tercera era de Brodie Clanton. Llevaba puesto traje y corbata y esbozaba la radiante sonrisa de un abogado con ambiciones políticas.

– Vaya -dijo Randi. Se inclinó sobre las tres fotografías y las miró una a una-. Ciertamente has estado muy ocupada.

Trece

– Quiero encontrar al canalla que trató de matarte, Randi, pero no puedo hacerlo sin tu ayuda -dijo Kelly-. Por lo tanto, necesito que me digas quién crees que es.

Randi observó las fotografías que había sobre la mesa. Se mordió el labio inferior. En aquel momento, Kelly sintió que alguien la estaba observando. Justo entonces, Randi centró su atención en el arco que separaba el vestíbulo del salón. Se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién es usted?

Kelly miró por encima del hombro y vio que el investigador privado estaba de pie junto a las escaleras.

– Kurt Striker.

– El detective privado… -dijo Randi mirándolo muy atentamente-. Mis hermanos lo contrataron para que tratara de averiguar quién está intentando matarme, ¿no?

– Así es -afirmó Kurt. Entró en el salón y extendió la mano. Kelly apretó los dientes para poder contener la lengua.

Randi no se molestó en darle la mano. Con gesto serio, dijo:

– No sé en qué estaban pensando mis hermanos, pero no necesitamos a nadie que investigue el accidente.

– No fue un accidente -observó Kurt.

Randi volvió a mirar a Kelly.

– ¿Estáis seguros?

– Bastante -admitió Kelly.

Randi lanzó una mirada al detective privado.

– Creo que la policía se puede ocupar del asunto.

Kurt sonrió y tuvo la audacia de sentarse en una esquina de la mesa de café, colocándose justo delante de Randi.

– ¿Tiene usted algún problema conmigo, guapa?

– Probablemente -replicó ella, y extendió la mano para ajustarle la mantita a su bebé-. Sólo quiero que las cosas estén tranquilas. Pacíficas. Para mí y para él. Y, para que conste, no quiero que vuelva a llamarme guapa. Lo considero un gesto machista.

– Yo lo había dicho como un cumplido.

– Tengo nombre.

– Está bien -dijo Striker sin prestar atención a la puya que Randi le había dado-. Si quiere que las cosas vuelvan a la normalidad, terminemos con esto. La detective le estaba haciendo una buena pregunta cuando yo entré. ¿Quién cree que trató de matarla?

– Yo… sinceramente no lo sé -admitió Randi.

– Pero debería recordar al padre de su hijo.

– Debería.

Kelly sonrió. Randi no iba a ceder ni un ápice ante Striker. Se inclinó hacia ella.

– Esto es muy importante -le dijo-. Creemos que el vehículo que te echó de la carretera era un Ford de color rojo oscuro, tal vez una furgoneta o un todoterreno. ¿Recuerdas algo sobre el día del accidente?

– Sólo que tenía prisa. Tenía una sensación de urgencia -dijo Randi. Se reclinó sobre el sofá y miró el fuego-. Sí, recuerdo que tenía prisa. Sólo me faltaban unas pocas semanas para salir de cuentas y tenía muchas cosas que hacer -añadió. Frunció el ceño y arrugó la frente con el esfuerzo de pensar-. Quería regresar a Grand Hope sin ponerme de parto.

– Pero tu tocólogo estaba en Seattle.

– Lo sé. Eso era un problema. Es decir, creo que me preocupaba, pero pensaba que si podía… pasar algún tiempo aquí y terminar la sinopsis, ya sabes, el hilo argumental de mi libro, cuando el bebé hubiera llegado podría pulir los primeros capítulos mientras estaba de baja por maternidad para poder enviárselos a mi agente. Él creía que podría encontrar una editorial interesada… No me acuerdo de más.

– ¿No te siguió ningún coche o furgoneta ni trataron de echarte al arcén?

– No -respondió Randi negando muy lentamente con la cabeza.

– ¿No conoces a nadie que tenga un coche rojo oscuro?

– No que recuerde -afirmo Randi. Entonces, miró las tres fotografías que Kelly había colocado sobre la mesa-. ¿Sabes algo más? -preguntó-. ¿Fue alguno de estos hombres…? No, no pudo ser alguien con quien estuviera saliendo. ¿Alguno de ellos tiene el tipo de coche que me echó de la carretera? -quiso saber. Había palidecido visiblemente al considerar aquella posibilidad.

– Ninguno de estos hombres ha tenido nunca un vehículo que se parezca al que estamos buscando -admitió Kelly-, pero eso no significa que el culpable no pudiera haber tomado prestado el coche de algún amigo o uno robado. El departamento ha realizado una búsqueda muy exhaustiva en todos los talleres de chapa en los alrededores de Glacier Park, Grand Hope y Seattle. Por supuesto, había algún que otro vehículo que podría haber sido el implicado en tu accidente, pero, hasta ahora, no hemos podido establecer relación alguna -añadió. Volvió a tomar su maletín otra vez y le entregó a Randi un listado de nombres-. ¿Conoces a alguna de estas personas? ¿Te suena de alguno de estos nombres?

Randi examinó el listado.

– No lo creo -dijo ella-. Es decir, no recuerdo ningún nombre.

Kurt trató de agarrar el listado.

– ¿Te importa si echo un vistazo?

Kelly quería decirle que se fuera a freír espárragos, pero no lo hizo. Existía la posibilidad de que pudiera ayudar.

– Claro que no.

Striker examinó el informe con una mirada de apreciación. Cuando terminó, observó a Kelly por encima de las hojas.

– Buen trabajo.

– Gracias -dijo, a pesar de que no lo sentía así. No confiaba para nada en aquel tipo. Parecía carecer por completo de escrúpulos.

– Estoy buscando un socio.

– Yo ya tengo trabajo.

– Probablemente podría hacer que te mereciera la pena.

– No me interesa -replicó, y centró su atención en Randi-. Házmelo saber si recuerdas algo más. Todo esto te lo puedes quedar -añadió, señalando las fotografías y el informe-. Tengo copias.

– Gracias. Te lo haré saber.

– Te acompañaré hasta la salida -dijo el detective.

– No es necesario.

Él la acompañó de todos modos y, cuando la puerta principal se cerró tras ellos, le dijo a Kelly:

– No sé por qué no te fías de mí, pero esto no ayuda al caso. Podemos trabajar juntos o por separado, pero sería más fácil, más rápido y más eficaz que uniéramos nuestros recursos.

– Lo que quieres decir es que yo debería darte toda la información que tengo, todo lo que sabe el departamento del sheriff y facilitarte de ese modo el trabajo y ayudarte a resolver el caso, y así llevarte todo el mérito y el dinero sin poner las horas y el esfuerzo.

– Yo sólo quiero llegar al final de todo esto -replicó Striker, con la expresión tan fría como la noche.

– Está bien -murmuró ella-. Lo tendré en cuenta.

Kelly bajó dos escalones del porche. Justo entonces, Striker volvió a tomar la palabra.

– ¿Sabes una cosa, detective? A menos que me equivoque, creo que estás enojada y no tiene que ver tanto conmigo como con Matt McCafferty.

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