Lisa Smith - Despertar
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– Tu suave piel.
Luego fue hacia Elena con una rapidez sobrenatural; estaba allí y le sujetaba los hombros antes de que ella supiera lo que pasaba. La miró fijamente a la cara por un momento, luego, con un siseo salvaje que le puso de punta los pelos del cogote, echó los labios hacia atrás.
Era el mismo gruñido que la muchacha había visto en el tejado, aquellos dientes blancos al descubierto, los colmillos afilados y de una longitud increíble. Eran los colmillos de un depredador, de un cazador.
– Tu blanco cuello -dijo con una voz distorsionada.
Elena permaneció paralizada otro instante, contemplando como obligada aquel semblante escalofriante, y entonces algo en las profundidades de su inconsciente tomó el control. Alzó los brazos por el interior del restrictivo círculo de los suyos y le cogió el rostro entre las manos. Sintió sus mejillas frías contra las palmas de sus manos. Le sujetó así, con suavidad, con mucha suavidad, como si le reconviniera por la fuerza con que la agarraba por los hombros desnudos. Y vio cómo la confusión aparecía lentamente en la cara del muchacho, a medida que éste comprendía que ella no hacía aquello para oponerse o apartarle.
Elena aguardó hasta que la confusión alcanzó los ojos de Stefan, haciendo añicos su mirada, convirtiéndose casi en una expresión suplicante. Ella sabía que su propio rostro no mostraba temor, que era afectuoso y a la vez intenso, con los labios ligeramente separados. Ambos respiraban rápidamente ya, juntos, al mismo ritmo. Elena lo percibió cuando él empezó a estremecerse, temblando como lo había hecho cuando los recuerdos de Katherine habían ido más allá de lo que podía soportar. Entonces, con mucha ternura y parsimonia, atrajo aquella boca contorsionada en un gruñido hacia la suya.
Él intentó oponerse. Pero la delicadeza de la muchacha era más fuerte que toda su energía inhumana. Elena cerró los ojos y pensó sólo en Stefan, no en las cosas espantosas que había averiguado esa noche, sino en Stefan, que había acariciado sus cabellos con la misma suavidad que si temiera que ella fuera a quebrarse en sus brazos. Pensó en eso y besó la boca de depredador que la había amenazado hacía unos pocos minutos.
Notó el cambio, la transformación en su boca mientras él cedía, respondiendo impotente a ella, devolviendo sus dulces besos con idéntica suavidad. Sintió cómo el escalofrío recorría el cuerpo de Stefan a medida que la fuerte presión de las manos del joven sobre sus hombros se relajaba también, convirtiéndose en un abrazo. Y supo que había vencido.
– Nunca me harás daño -murmuró Elena.
Fue como si alejaran a besos todo el miedo, la desolación y la soledad de su interior. Elena sintió que la pasión corría por su interior como un trallazo, y percibió el mismo sentimiento en Stefan. Pero infundiendo todo lo demás había una ternura casi aterradora en su intensidad. No había necesidad de precipitación ni brusquedad, se dijo Elena mientras Stefan la guiaba con delicadeza para que se sentara.
Gradualmente, los besos se tornaron más apremiantes, y Elena sintió cómo el trallazo recorría todo su cuerpo, cargándolo, haciendo que su corazón latiera desbocado y su respiración se entrecortara. Hizo que se sintiera extrañamente dúctil y mareada, que cerrara los ojos y dejara que su cabeza cayera hacia atrás sin fuerzas.
«Es hora, Stefan», pensó. Y, con suma delicadeza, atrajo de nuevo la boca del muchacho hacia abajo, en esta ocasión hacia su garganta. Sintió cómo sus labios rozaban su piel, sintió su aliento cálido y frío a la vez. Y luego, un pinchazo agudo.
Pero el dolor desapareció casi al instante, reemplazado por una sensación de placer que la hizo estremecer. Un gran torrente de dulzura la inundó, fluyendo a través de ella hacia Stefan.
Finalmente se encontró mirándole a la cara, a una cara que por fin ya no tenía barreras contra ella, ni muros. Y la mirada que vio allí la hizo sentir débil.
– ¿Confías en mí? -murmuró él.
Y cuando ella se limitó a asentir, él le sostuvo la mirada y alargó la mano en busca de algo junto a la cama. Era la daga. Elena la contempló sin temor y luego volvió a fijar los ojos en el rostro de Stefan.
Él no desvió la mirada ni un momento de ella mientras desenvainaba el arma y efectuaba un pequeño corte en la base de su garganta. Elena lo contempló boquiabierta, contempló la sangre brillante como bayas de acebo, pero cuando él la instó a acercarse no intentó resistirse.
Después, Stefan se limitó a abrazarla durante un buen rato, mientras los grillos del exterior interpretaban su música. Finalmente, se movió.
– Ojalá te pudieras quedar aquí -susurró-. Ojalá pudieras quedarte para siempre. Pero no puedes.
– Lo sé -respondió ella, con voz igualmente queda.
Los ojos de ambos volvieron a encontrarse en silenciosa comunión. Había tanto que decir, tantas razones para estar juntos…
– Mañana -dijo ella; luego, recostándose en su hombro, susurró-, pase lo que pase, Stefan, estaré a tu lado. Dime que lo crees.
Su voz sonó baja, amortiguada por los cabellos de la muchacha.
– Ah, Elena, lo creo. Pase lo que pase, estaremos juntos.
Capítulo 15
En cuanto dejó a Elena en su casa, Stefan fue al bosque.
Tomó la carretera de Oíd Creek y condujo bajo las sombrías nubes, a través de las cuales no se distinguía ni un retazo de cielo, hasta el lugar donde había aparcado el primer día del curso.
Dejó el coche e intentó volver sobre sus pasos exactamente hasta el claro donde había visto el cuervo. Su instinto de cazador le ayudó, recordando la forma de ese matorral y aquella raíz nudosa, hasta que se encontró en el espacio despejado rodeado por antiguos robles.
Allí. Bajo aquel manto de hojas de un marrón deslucido, incluso aún podrían quedar algunos huesos del conejo.
Aspirando con fuerza para tranquilizarse, para reunir sus Poderes, lanzó un pensamiento inquisitivo para sondear la zona.
Y, por primera vez desde su llegada a Fell's Church, percibió el parpadeo de una respuesta. Pero parecía débil y titubeante, y no consiguió localizarla en el espacio.
Suspiró y giró… y se detuvo en seco.
Damon estaba de pie ante él, con los brazos cruzados sobre el pecho, recostado en el roble de mayor tamaño. Daba la impresión de que podría llevar horas allí.
– Así pues -dijo Stefan con un jadeo-, es cierto. Ha transcurrido mucho tiempo, hermano.
– No tanto como tú crees, hermano.
Stefan recordó aquella voz, aquella voz aterciopelada e irónica.
– Te he estado siguiendo el rastro a lo largo de los años -comentó Damon con calma.
Se sacudió un trozo de corteza de la manga de su chaqueta de cuero con la misma tranquilidad con la que se había arreglado los puños de brocado en el pasado.
– Pero claro, tú no podías saberlo, ¿verdad? Ah, no, tus Poderes son tan débiles como siempre.
– Ten cuidado, Damon -replicó Stefan en un tono quedo que sonó lleno de amenaza-. Ten mucho cuidado esta noche. No estoy de muy buen humor.
– ¿San Stefan resentido? Figúrate. Te sientes consternado, supongo, debido a mis pequeñas excursiones a tu territorio. Sólo lo hice porque quería estar cerca de ti. Los hermanos deberían estar unidos.
– Mataste esta noche. E intentaste hacerme creer que lo había hecho yo.
– ¿Estás seguro de que no lo hiciste realmente? A lo mejor lo hicimos juntos. ¡Ten cuidado! -dijo cuando Stefan dio un paso hacia él-. Mi estado de ánimo tampoco es el mejor del mundo esta noche. Yo sólo tuve a un marchito profesor de historia; tú tuviste a una linda chica.
La furia en el interior de Stefan se fusionó, pareciendo concentrarse en un brillante punto ardiente, como un sol en su interior.
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