Lisa Smith - Despertar

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Stefan Salvatore, el nuevo alumno de Fell’s Church, arrastra con él un misterioso pasado y también a alguien que sólo desea venganza, su hermano Damon: su odio excede las barreras del tiempo… Ahora tratan de reproducir un mortífero triángulo amoroso que tiene en su centro a Elena, la chica más popular del instituto.

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»La voz de Damon en mi mente era muy poderosa. Dijo que ahora era el condottieri de su propia compañía y que regresaba a Florencia. Dijo que si estaba allí cuando llegara, me mataría. Le creí y me marché. Le he visto una o dos veces desde entonces. La amenaza es siempre la misma, y él siempre es más poderoso. Damon ha sacado todo el provecho posible a su naturaleza, y parece regodearse con su lado más oscuro.

»Pero también es mi naturaleza. La misma oscuridad habita en mi interior. Pensé que podría vencerla, pero me equivoqué. Por eso vine aquí, a Fell's Church. Pensé que si me instalaba en una ciudad pequeña, muy lejos de los viejos recuerdos, podría escapar a la oscuridad. Y en lugar de ello, esta noche, maté a un hombre.

– No -dijo Elena con energía-. No creo eso, Stefan.

Su relato la había llenado de horror y piedad… y también miedo. Lo admitía, pero su repugnancia había desaparecido y había una cosa de la que estaba absolutamente segura: Stefan no era un asesino.

– ¿Qué sucedió esta noche, Stefan? ¿Discutiste con el señor Tanner?

– No… no lo recuerdo -respondió él, sombrío-. Usé el Poder para persuadirle de que hiciera lo que queríais. Luego me fui. Pero más tarde sentí que el mareo y la debilidad me embargaban. Como ha sucedido ya antes. -Alzó los ojos para mirarla a la cara-. La última vez que sucedió fue en el cementerio, justo al lado de la iglesia, la noche que atacaron a Vickie Bennett.

– Pero tú no lo hiciste. Tú no podrías haber hecho eso… ¿Stefan?

– No lo sé -repuso él con aspereza-. ¿Qué otra explicación hay? Y sí tomé sangre de aquel viejo bajo el puente, la noche que vosotras salisteis huyendo del cementerio. Y habría jurado que no tomé suficiente para hacerle daño, pero estuvo a punto de morir. Y estaba allí cuando atacaron tanto a Vickie como a Tanner.

– Pero no recuerdas haberles atacado -indicó Elena, aliviada.

La idea que había ido creciendo en su mente era ya casi una certeza.

– ¿Qué importa eso? ¿Qué otra persona podría haberlo hecho, si no fui yo?

– Damon -dijo Elena.

Él se estremeció, y la muchacha vio que sus hombros volvían a tensarse.

– Es una bonita idea. Al principio esperaba que existiera alguna explicación parecida. Que podría tratarse de alguien más, alguien como mi hermano. Pero he buscado con la mente y no he encontrado nada, ninguna otra presencia. La explicación más sencilla es que yo soy el asesino.

– No -replicó Elena-, no lo comprendes. No me refiero simplemente a que alguien como Damon puede haber hecho las cosas que hemos visto. Me refiero a que Damon está aquí, en Fell's Church. Le he visto.

Stefan se limitó a mirarla fijamente.

– Tiene que ser él -siguió Elena, aspirando profundamente-. Le he visto dos veces ya, puede que tres. Stefan, acabas de contarme una larga historia, y ahora yo tengo que contarte otra.

Con toda la rapidez y la sencillez de que fue capaz, le habló de lo sucedido en el gimnasio y en casa de Bonnie. Los labios del joven se tensaron en una línea blanca mientras le contaba cómo Damon había intentado besarla. A Elena le ardieron las mejillas al recordar su propia respuesta, el modo en que había estado a punto de ceder ante él. Pero se lo contó todo a Stefan.

También lo del cuervo y las otras cosas extrañas que habían sucedido desde su vuelta de Francia.

– Y, Stefan, creo que Damon estaba en la Casa Encantada esta noche -finalizó-. Justo después de que te sintieras mareado en la habitación de delante, alguien pasó por mi lado. Iba disfrazado como… como la Muerte, con una túnica negra y capucha, y no pude verle el rostro. Pero algo en el modo en que se movía me resultó familiar. Era él, Stefan. Damon estuvo allí.

– Pero eso seguiría sin explicar las otras veces. Vickie y el anciano. Sí tomé sangre del anciano.

El rostro de Stefan estaba tirante, como si casi le asustara tener una esperanza.

– Pero tú mismo dijiste que no tomaste suficiente para perjudicarle. Stefan, ¿quién sabe qué le sucedió a aquel hombre después de que te fueras? ¿No sería la cosa más fácil del mundo para Damon atacarle entonces? En especial si Damon te ha estado espiando todo el tiempo, tal vez bajo otra forma…

– Como un cuervo -murmuró él.

– Como un cuervo. Y en cuanto a Vickie… Stefan, dijiste que puedes proyectar confusión en mentes más débiles, dominarlas. ¿No podría ser eso lo que Damon te hacía? ¿Dominar tu mente del mismo modo que tú puedes dominar la de un humano?

– Sí, y ocultarme su presencia. -La voz de Stefan mostraba una excitación creciente-. Por eso no ha respondido a mis llamadas. Quería…

– Quería justo que sucediera lo que ha sucedido. Quería que dudaras de ti mismo, que pensaras que eres un asesino. Pero no es cierto, Stefan. Ah, Stefan, ahora lo sabes, y ya no tienes que sentir miedo.

Se puso en pie, sintiendo correr por su interior alegría y alivio. De aquella noche espantosa había salido algo maravilloso.

– Por eso te has estado mostrando tan distante conmigo, ¿verdad? -dijo, extendiendo las manos hacia él-. Porque tienes miedo de lo que puedas hacer. Pero eso ya no es necesario.

– ¿No es necesario?

Volvía a respirar aceleradamente y observaba las manos extendidas de Elena como si fueran dos serpientes.

– ¿Crees que no hay motivo para sentir miedo? Puede que Damon haya atacado a esas personas, pero no controla mis pensamientos. Y no sabes qué he pensado sobre ti.

Elena mantuvo la voz tranquila.

– Tú no quieres hacerme daño -dijo en tono concluyente.

– ¿No? Ha habido momentos, cuando te contemplaba en público, en los que apenas podía soportar no tocarte. En los que me sentía tan tentado por tu blanca garganta, esa pequeña garganta blanca con las venas de un azul tenue bajo la piel…

Sus ojos estaban fijos en su cuello de un modo que le recordó los ojos de Damon, y sintió que los latidos de su corazón se intensificaban.

– Momentos en los que pensé en asirte y tomarte por la fuerza allí mismo en la escuela.

– No hay necesidad de tomarme por la fuerza -dijo Elena, que sentía los latidos del corazón por todo su cuerpo en aquellos momentos; en las muñecas y en la parte interior de los codos… y en la garganta-. He tomado una decisión, Stefan -dijo en voz baja, reteniendo su mirada-. Quiero hacerlo.

Él tragó saliva con dificultad.

– No sabes lo que pides.

– Creo que sí. Me contaste cómo fue con Katherine, Stefan. Quiero que sea así con nosotros. No me refiero a que quiera que me cambies. Pero podemos compartir un poco sin que eso suceda, ¿verdad? Sé -añadió con más dulzura aún- lo mucho que amabas a Katherine. Pero ella se ha ido y yo estoy aquí. Y te quiero, Stefan. Deseo estar contigo.

– ¡No sabes de lo que hablas! -Estaba de pie, rígido, con el rostro enfurecido y la mirada angustiada-. Si me dejo ir una vez, ¿qué va a impedirme cambiarte o matarte? La pasión es más fuerte de lo que puedes imaginar. ¿No comprendes aún lo que soy, lo que puedo hacer?

Ella permaneció allí quieta y le contempló en silencio, con la barbilla ligeramente alzada. Aquello pareció enfurecerle.

– ¿No has visto suficiente aún? ¿O acaso debo mostrarte más? ¿Es que no eres capaz de imaginar lo que podría hacerte?

Fue a grandes zancadas hacia la apagada chimenea y agarró un largo tronco de madera, más grueso que las dos muñecas de Elena juntas. Con un movimiento, lo partió en dos como si fuera una cerilla.

– Tus frágiles huesos -declaró.

En el otro lado de la habitación había una almohada procedente de la cama; la levantó y, asestándole una cuchillada con las uñas, dejó la funda de seda hecha jirones.

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