Gueorgui Martinov - 220 dias en una nave sideral
Здесь есть возможность читать онлайн «Gueorgui Martinov - 220 dias en una nave sideral» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, Год выпуска: 1958, Издательство: El Barrilete, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:220 dias en una nave sideral
- Автор:
- Издательство:El Barrilete
- Жанр:
- Год:1958
- Город:Buenos Aires
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
220 dias en una nave sideral: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «220 dias en una nave sideral»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
220 dias en una nave sideral — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «220 dias en una nave sideral», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Bayson casi no tenía efectos personales y pronto llenó la valija.
— Bueno, vamos. — Kamov inclinóse hacia Paichadze—: ¿Cómo se siente usted?
— No tan mal. — Paichadze se levantó, pero se tambaleó y habría caído al suelo si Kamov no lo hubiese agarrado a tiempo —. Estoy mareado.
— Tómeme del cuello, apóyese en mí — le dijo Kamov —. Lo más difícil será llegar hasta el coche, pero luego llegaremos pronto «a casa». ¡Vaya adelante! — le ordenó a Bayson.
Este cumplió y saltando a tierra, ayudó a Kamov a bajar al herido.
— Lamento mucho, señor Kamov, haber intentado ese tonto atropello. No sé cómo ha podido suceder… Seguramente no estoy en mis cabales… La muerte de Hapgood me ha perturbado la cabeza.
— No es nada extraño. Usted ha bebido mucho, últimamente. Supongo que el tribunal lo tendrá en cuenta. Ponga los restos de Hapgood dentro de la nave.
Alzó a Paichadze en sus brazos.
— ¿Le peso mucho, Serguei Alexandrovich?
— De ninguna manera. ¿Se olvidó de que estamos en Marte?
Lo llevó al coche, instalándolo cómodamente en el asiento trasero. Bayson se quedó en la puerta de la nave. Las últimas palabras de Kamov lo habían dejado anonadado. Hasta ese momento, le parecía que el comandante no atribuía mucha importancia a lo sucedido, pero súbitamente comprendió cuánto se había equivocado, pues lo que tomaba por tolerancia no era más que una prueba del estupendo dominio que tenía de sí mismo, y de su serenidad. Kamov se volvió hacia Bayson:
— No nos haga demorar. ¿Qué es lo que pasa? — preguntó con fastidio.
Bayson no contestó. En silencio, alzó la pierna de su compañero y la colocó en el suelo de la cámara interna del cohete, cerrando luego la puerta. Siempre callado se sentó en el coche, en el lugar que le habían indicado, al lado de Kamov.
Antes de ponerse en marcha, Kamov conectó el micrófono.
— ¡Por fin! — exclamó Belopolski —. ¿Qué les ha ocurrido?
— Se lo contaremos a la llegada, Ahora escuche con atención. Paichadze está herido. Prepárenle una cama cómoda. Cuando divisen nuestro coche, que salga Melnicov para ayudarme a transportar al herido. Además, traemos a un hombre más. Hay que prepararle la cabina de reserva.
— ¿Qué hombre? ¿De dónde…?
— Es un miembro de la tripulación de una astronave norteamericana. No hay tiempo para explicaciones. Ya vamos a toda velocidad y no quiero hablar en marcha. En una hora y media estaremos en casa. ¿Todo está claro?
— No, nada está claro. Pero sus órdenes serán cumplidas.
— Hasta luego. Desconecto.
Desconectado el micrófono, Kamov preguntó a Paichadze si estaba cómodo.
— Estoy bien, no se preocupe.
— Iré a la velocidad máxima, el camino es conocido y no es peligroso, pero si le molesta, Paichadze, dígalo.
— No me pasará nada, me siento bien.
El viaje de vuelta duró menos de una hora. El coche iba a ciento diez kilómetros, siguiendo su propia huella que se destacaba nítidamente en el suelo. Los potentes resortes y los mullidos asientos creaban favorables condiciones para el herido y Kamov esperaba que no se produjeran complicaciones. Por suerte, la herida no era de gravedad y aunque habría que efectuar una operación para retirar la bala incrustada en la espalda, eso no preocupaba al médico, que tenía todo el instrumental necesario a bordo.
Si la herida hubiese sido grave, hubieran tenido que quedarse un día más en la nave norteamericana, donde había poca comodidad para recostar al enfermo. Además, se hubiese producido otra complicación desagradable, debido a la necesidad de partir dentro de tres días. La aceleración o más bien la super aceleración del despegue debía producir una supergravitación difícilmente soportable por el organismo humano y por ende peligrosa para un herido, y Kamov sabía que, aunque peligrara la vida de Paichadze, estaba obligado a emprender vuelo para que no pereciera toda la tripulación.
Hasta ese día, la expedición había transcurrido con excepcional éxito. El despegue de la Tierra, la ruta interplanetaria hasta Venus, la observación del planeta, el encuentro con el asteroide, todo había salido bien. Luego el dificilísimo descenso a Marte, que en su fuero interno temía ocultando sus aprehensiones a sus compañeros, también fue feliz, pues la nave descendió con la suavidad de un aterrizaje perfecto en pleno cohetódromo… Parecía que el viaje cósmico transcurriría sin complicaciones… ¡Y hete aquí el encuentro con los norteamericanos que casi termina con una catástrofe…!
Kamov lamentaba amargamente haber caído en la trampa de Bayson. Pero ¿quién podía suponer siquiera que este individuo intentaría semejante atropello? Se sentía salir de sus casillas al recordar la ingratitud del sujeto. Pero ¿qué era lo que quería? Aun suponiendo que su plan se realizara, ¿qué ocurriría luego? La nave soviética hubiera regresado igual. Pero la de Hapgood podría moverse sólo en el caso de que el periodista hubiese sabido indicar cómo se manejaba, cómo eran sus motores, su potencia, la velocidad que era capaz de dar y muchos otros detalles sin los cuales era imposible el vuelo cósmico. ¿Acaso sabía algo de todo eso el periodista? Nada. Pero, suponiendo que sí, el sabio soviético habría descendido de todos modos sobre tierra soviética. ¿Era posible que Bayson imaginara que hubiera podido obligarlo a bajar en los EE.UU.? Evidentemente éste era justamente el cálculo de Bayson, que juzgaba a los demás por sí mismo…
La proximidad del hombre que ocupaba a su lado el asiento, donde antes se sentara su amigo Paichadze, lo molestaba, y estaba impaciente por llegar a destino.
«Varias veces se volvió para mirar a Paichadze, que aparentemente sufría mucho. Su mirada era turbia y sus dientes estaban fuertemente apretados; gotas de sudor corrían por su frente y las secaba con su pañuelo, con gesto exhausto. Era evidente que para él la ruta no era tan llana como lo era para un hombre sano. Al encontrarse con la mirada de Kamov, esbozaba una sonrisa y repetía siempre la misma frase, casi sin mover los labios: «¡No es nada, todo va bien!»
¡Con tal que no pierda el conocimiento! Falta poco, ya. Las plantas relampagueaban por las ventanas del coche lanzado a toda velocidad. Kamov puso al máximo la palanca, aprovechando toda la potencia del motor. No temía esa vertiginosa velocidad. Las huellas de las orugas se veían claramente y en la ruta ya recorrida no había peligros en acecho. ¿El pantano? Ya había quedado atrás. Se acercaban a la nave y a cada momento se imaginaba que iba a verla. Sin embargo, apareció inesperadamente. La nave blanca, con sus anchas alas desplegadas, se erguía esbelta por encima de los matorrales marcianos. El coche se acercó a la nave, de la que salió Melnicov que saltó a tierra con un objeto largo en las manos:
— Una camilla — adivinó Kamov.
Miró a Bayson de reojo, cerciorándose de la impresión que le produjera la astronave rusa, y lo vio ceñudo.
— ¡Ajá…! — pensó.
Cuando paró el coche y Kamov miró a Paichadze, vio que éste se había desvanecido y su cara estaba lívida. Le tomó el pulso. No, por suerte era sólo un desmayo. No tenía tiempo que perder, pues ahora todo dependía de la rapidez con que se efectuara la operación…
Con prontitud le puso la máscara de oxígeno y conectó el suministro de aire. Con un gesto le indicó a Bayson que hiciera lo mismo, abrió la portezuela y salió del coche.
— ¿Qué le pasó a Paichadze? ¿Por qué está herido?
Bajo la máscara se podía ver la emoción que embargaba a Melnicov. Miraba al cuerpo inmóvil del amigo sin notar siquiera a Bayson.
Abrieron la camilla y colocaron a Paichadze encima, sin que volviera en sí.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «220 dias en una nave sideral»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «220 dias en una nave sideral» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «220 dias en una nave sideral» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.