Gueorgui Martinov - 220 dias en una nave sideral

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220 dias en una nave sideral: краткое содержание, описание и аннотация

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Paichadze hablaba con aparente calma, pero observé que había llamado a Kamov por su nombre, Serguei, lo que solía ocurrir sólo en los momentos de gran emoción.

— ¿A qué distancia del planeta estábamos?

— A no más de seiscientos metros.

Sólo en ese momento pude concebir hasta que grado habíamos estado en peligro, pues a tan corta distancia, podíamos haber sido succionados por el planeta.

— Ese ínfimo miembro del sistema solar no habría podido atraernos, gracias a la vertiginosa velocidad de nuestra nave, que no se desvió ni un milímetro de su trayectoria. Ni siquiera un cuerpo de las dimensiones de la Luna podría influenciar a una astronave que vuela a razón de 28 kilómetros por segundo. Tanto menos ese enanito…

— ¡Qué enanito, de verdad! — dije, pensando en el coloso ese.

Paichadze se puso a reír y dijo que en astronomía la Tierra es uno de los planetas chicos, así que un asteroide de unos treinta kilómetros de diámetro no era más que una partícula de polvo.

— Pero por más ínfimo que sea — agregó —, me sorprende que no se lo conozca todavía, pues su órbita se encuentra cerca de la Tierra.

— No hay nombre escrito encima — dije— pero es posible que lo conozcan en la Tierra.

Me di cuenta del papelón cuando vi la frente ceñuda de Paichadze. Pero ya era demasiado tarde. La frase ya había sido dicha.

— Perdone usted — le dije— no fue muy acertada mi broma.

— El cinturón de asteroides — continuó diciendo Paichadze, como si no me hubiera oído— está ubicado entre las órbitas de Marte y de Júpiter. Hay una presunción de que allá existía un planeta de grandes dimensiones que, por razones desconocidas, estalló en fragmentos; así es que los pequeños no son más que fragmentos del grande. Hoy vimos a uno de esos planetas y pudimos cerciorarnos de que es un fragmento y no un cuerpo que se haya formado independientemente, ya que en tal caso habría adquirido una forma esférica. Se confirma la teoría de la formación de asteroides como fragmentos de un planeta grande. Es un importante resultado del encuentro de hoy. Como dije, el cinturón de asteroides se encuentra entre las órbitas de Marte y Júpiter, pero los hay que salen de estos márgenes. En los momentos actuales se conocen las órbitas de tres mil quinientos veinte asteroides o pequeños planetas. Al prepararse la expedición se tuvo en cuenta la posibilidad de un encuentro. Se hicieron cálculos sobre la ubicación de cada asteroide conocido — recalcó la palabra— cuya órbita podía ser atravesada por nuestra trayectoria. No debíamos encontrarnos con ninguno. Resulta, entonces, que el fragmento que vimos es un pequeño planeta desconocido en la Tierra.

Me miró de soslayo y mostró su habitual sonrisa afectuosa.

— La Astronomía es una ciencia de precisión — dijo —. Buenas noches, Boris.

EN MARTE

27 de diciembre de 19…

¡Marte! ¡En la Tierra parecía tan lejano e inalcanzable!

¡Y aquí estamos, en Marte! ¡Uno quisiera repetir esta palabra un sinnúmero de veces!

Es de noche tras las ventanas de nuestra nave. ¡Para nosotros, es la primera noche en seis meses! El sol no se ve. Ha bajado detrás de la línea del horizonte, exactamente como lo hacía en la Tierra. ¡La Puesta del Sol…!

Este fenómeno tan simple, tan conocido, nos pareció extraordinario y lleno de misterioso sentido. Más pequeño y más frío que mirado desde la Tierra, echó sus últimos fulgores sobre nuestra nave y se ocultó. Un sembrado de diamantes se esparció por un cielo más oscuro que el nuestro, en constelaciones conocidas desde la infancia… Un desierto arenoso, plantas azulado-grises y aguas mansas de un lago donde acuatizó la nave, todo se sumergió en las tinieblas. Mañana, al amanecer, saldremos de la nave.

¡Mañana…! Entre tanto, Kamov nos mandó descansar. Paichadze duerme en su hamaca, suspendida entre la puerta y la ventana. Yo estoy sentado en la, mía, ¡pero el sueño me huye! Los nervios en tensión tienen que apaciguarse. ¡El diario! sí, ése es un remedio seguro. Hablaré de la llegada a Marte.

Nuestra estupenda astronave llegó al tiempo previsto al punto del espacio donde tenía que encontrarse con el planeta.

Al acercarnos, lo vimos casi frente a nosotros, todo iluminado por los rayos solares, y podíamos observar diariamente su paulatino aumento. No tenía el color rojo-anaranjado que veíamos desde Tierra, sino anaranjado-amarillento. Al principio creí que era debido a la velocidad de nuestro vuelo, pero Paichadze me explicó que esta velocidad no era suficiente para producir un acortamiento de las ondas luminosas, aunque viniesen a nuestro encuentro.

— Para que la luz roja pueda parecer amarilla — dijo— la velocidad de la nave debería ser quinientas veces mayor que la nuestra. Entonces la onda de luz roja se acortaría convirtiéndose en amarilla; es decir produciría en el ojo una receptividad correspondiente. Ello podría producirse con una sola línea espectral, pero Marte da un espectro constante.

— ¿Pero por qué cambió tanto su color? — inquirí.

— Esto me lo estoy preguntando yo también — respondió —. Ha de ser porque no hay atmósfera detrás de nuestras ventanas. Cuando encuentre una explicación, se la comunicaré.

Estábamos solos en el observatorio. Kamov y Belopolski descansaban. Yo miraba fijamente el pequeño disco del planeta. La pequeña esfera parecía acercarse. ¿Qué nos esperaba allá, al término de nuestra meta?

— ¿Qué cree usted, habrá seres racionales en Marte?

— A semejante pregunta, se puede contestar sólo una cosa: la ciencia no se dedica a adivinanzas. No se ha observado ningún indicio de seres racionales.

— ¿Y los canales?

Se encogió de hombros.

— Schiaparelli, cuando descubrió en Marte unas líneas delgadas y rectas, los llamó «canales», lo que, en italiano quiere decir «estrechos» que no son necesariamente de origen artificial. De allí el malentendido. Las líneas rectas se ven desde la Tierra. Las fotografiamos. No hay motivo para suponer que sean el resultado de una actividad consciente. Ahora, acercándonos a Marte, no veo ninguno de esos canales.

— ¿Cómo puede ser eso?

— Muy simple. Al principio se los veía en nuestro telescopio más y más nítidamente. Luego, al acercarnos, las líneas se tornaban más borrosas y llegaron a desaparecer por completo.

— Entonces, ¿resulta que no son mas que una ilusión, no óptica, sino de distancia. Pero ha de haber alguna causa de ese espejismo. Los adversarios de Schiaparelli y Lowell consideraban que los canales eran una ilusión óptica causada por la distancia y es posible que tengan razón.

Me pareció que el tema no era de su agrado y pase a otra cosa. Quizás se aclare el asunto cuando estemos ya en Marte. El descenso no fue diferente del de Venus, sólo que no tropezamos con las nubes que nos ocultaban la superficie de aquel planeta: la atmósfera de Marte era límpida y transparente.

Así como se hiciera ciento cuatro días antes, se pusieron en funcionamiento los motores de freno. La tripulación se encontraba en sus puestos: Kamov al mando, Paichadze y Belopolski ante sus aparatos y yo ante mi ventana con los míos.

Marte crecía a ojos vistas y parecía como si se precipitara hacia la nave. La superficie esférica del planeta se convertía paulatinamente en cóncava, como una copa gigantesca. A medida que nos acercábamos bajaban los bordes de la copa ensanchándose siempre más; y cuando estuvimos a una altura de unos mil kilómetros, esos bordes desaparecieron tras la línea del lejano horizonte.

Nos encontrábamos en una llanura infinita. No se divisaba ninguna altura; sólo una superficie amarillenta y lisa con algunas manchas obscuras.

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