Gueorgui Martinov - 220 dias en una nave sideral

Здесь есть возможность читать онлайн «Gueorgui Martinov - 220 dias en una nave sideral» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Buenos Aires, Год выпуска: 1958, Издательство: El Barrilete, Жанр: Фантастика и фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

220 dias en una nave sideral: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «220 dias en una nave sideral»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

220 dias en una nave sideral — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «220 dias en una nave sideral», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

— ¿Qué ocurre, Serguei Alexandrovich? — preguntó Paichadze.

— Una fiesta — contestó Kamov —. ¡Propongo hacer un brindis con cognac en honor del aniversario de la Revolución de Octubre!

Me sorprendieron las palabras, así como el tono en que fueron pronunciadas. No era propio de Kamov eso de despertar a un hombre con dos horas de anticipación para un brindis que se podía realizar un poco más tarde… ¿Qué pasaba, en realidad?

Paichadze se sorprendía también, no menos que yo.

— Entonces, ¿no hay nada de terrible? Me asusté cuando Melnikov me despertó.

— Faltan tres minutos — dijo Kamov por toda respuesta —. ¡Pronto! — se dirigió a Belopolski que estaba abriendo la botella de cognac.

Otra vez algo incomprensible. Me acordé de las palabras: «Justo a las siete y dos» e involuntariamente eché una mirada al reloj, que mostraba las siete menos un minuto. ¿Qué es lo que iba a ocurrir? Belopolski le tendió la botella.

— ¡Amigos míos! — exclamó Kamov —. Disculpen que tengamos que tomar todos de la misma botella y por turno. Como saben, casi no hay vinos a bordo, sólo para casos extraordinarios. Beberemos dos o tres tragos cada uno en el insigne momento… ¡de cruzar la órbita de Tierra!

Paichadze y yo lanzamos una involuntaria exclamación admirativa.

— Este momento, de por sí notable, ha coincidido con nuestra fiesta máxima, y es por eso que nos reunimos a una hora insólita. ¡Bebamos, amigos, por el éxito de la primera travesía cósmica de envergadura!

La astronave soviética, silenciosa y veloz, devora el espacio a razón de veintiocho kilómetros y medio por segundo. La intangible e invisible «ruta terrestre» fue cruzada como un relámpago, pero el ojo avezado de nuestro comandante la divisó y el corazón del ciudadano soviético le sugirió la idea de festejar la fecha patria precisamente en ese punto. Fue una sorpresa grande y jubilosa y expresamos efusivamente nuestro agradecimiento a Kamov.

— Agradezcan también a Belopolski, puesto que me ayudó a determinar el momento con precisión, ocultándolo de ustedes para que la sorpresa fuera más grata.

— Ahora entiendo — dijo Paichadze —, por qué se me contestó con tanta vaguedad cuando pregunté en qué momento llegaríamos a la órbita de la Tierra. Lo interpreté, entonces, como una demostración de indiferencia.

Kamov se puso a reír.

— Yo sabía, aún en la Tierra, que cruzaríamos su órbita el 7 de noviembre y quería ocultarlo a ustedes hasta el último momento, pero Belopolski hizo el cálculo por su cuenta y me obsequió el resultado; así que decidimos prepararles juntos una sorpresa con esa coincidencia.

— ¡Qué extraña sensación esta de seguir sintiéndonos en la Tierra, aún encontrándonos tan lejos de ella! — interpuse yo.

— No comparto esa sensación — dijo Kamov.

— Yo tampoco la entiendo — dije —, sin embargo, sigo con ella.

— Para mí — dijo Belopolski— es completamente normal. La gente siempre ha vivido en la Tierra, consciente de su constante presencia y ello está tan hondamente arraigado en cada uno, que es difícil convencerse, en un plazo tan corto, de que no está aquí, a nuestros pies. No es una idea, sino una sensación.

— En todo caso yo no la tengo — dijo Kamov.

— Ni yo tampoco — añadió Paichadze.

— Es porque no es la primera vez que ustedes abandonan la Tierra, pero me parece que han de haberla experimentado en su viaje a la Luna.

Kamov hizo un ademán negativo.

— Yo no me acuerdo haberlo sentido así, aunque durante ese vuelo no tuvimos tiempo para analizar nuestras sensaciones. Fue de muy corta duración.

— A propósito — dije —, ustedes nunca nos hablaron de aquel viaje a la Luna.

— Tanto yo como Paichadze hemos hecho descripciones en la prensa. Yo pensaba que usted había leído todo eso, ¿no?

— Claro que sí — dije —, pero quizá haya algo que ustedes no contaron antes.

— Lo hemos contado todo — dijo Paichadze.

Kamov lo miró con una sonrisa.

— Bueno, francamente, hay un episodio que hemos omitido.

— Cuéntelo, por favor — insistí.

— No vale la pena — cortó Paichadze— no es interesante.

— Pues permítasenos juzgar si lo es o no.

— Se los contaré con gusto. Paichadze es demasiado modesto. Cuando bajamos en la Luna, teníamos que salir de la nave para recoger muestras de rocas lunares. Como era peligroso hacerlo simultáneamente, teníamos que turnarnos.

— ¿Por qué?

— Porque en la Luna no hay atmósfera.

— Aún así, no entiendo. ¿No llevaban ustedes algo así como escafandras?

— No es por eso, el peligro está en otra cosa. Usted sabe que la Tierra encuentra, en su rotación, una multitud de moléculas que muy rara vez llegan a su superficie, porque se abrasan a gran altura, debido a la fricción del aire. A menudo solemos observar el fenómeno y lo llamamos erróneamente «estrellas fugaces». Es la atmósfera terrestre la que nos protege del constante bombardeo. La Luna no posee tal protección, y miles de piedras de los más diversos tamaños caen constantemente sobre su superficie con una enorme velocidad, mayor que el vuelo de una bala, lo que hace los paseos por la Luna bastante peligrosos, pues cada piedra es mortífera.

— Pero ustedes, ¿salían igual?

— Salíamos corriendo. No podíamos regresar a la Tierra con las manos vacías. El hecho es que durante una de esas corridas, un pedazo de meteorito me golpeó en la cabeza, atravesando el casco de acero que llevaba puesto y clavándoseme en el cráneo. Caí, perdiendo el conocimiento. Aunque el orificio del proyectil era pequeño, empezó a. escaparse el aire y estaría muerto si no fuera por Paichadze. Hasta ahora no puedo comprender cómo logró estar a mi lado con semejante prontitud. Me desperté en la nave.

— Usted se cayó a unos cuarenta metros de la nave — dijo Paichadze —. En la Luna la gravedad es seis veces menor que en la Tierra. Estuve a su lado en cinco saltos y pude cerrar el orificio enseguida, pues se veía claramente.

— ¡Pero podía perecer conmigo!

— ¡Qué extraño raciocinio! ¿Cómo habría podido no intentar salvarlo? Habría sido un asesino.

— Además — dijo Kamov— después que me llevó a bordo, no recobré el conocimiento durante largo rato y él salió para seguir completando el muestrario; de manera que arriesgó su vida varias veces.

— Bueno, ¿y acaso usted no hubiera hecho lo mismo?

— Admitamos que sí — dijo Kamov —, pero con todo, su conducta salía de lo común.

Esta vez ni siquiera Belopolski pudo reprimir una sonrisa.

— Jamás he leído que usted recibiera una herida — dije.

— Es que teníamos que proceder con prudencia, pues temíamos que si se llegara a saber, no nos permitieran la tercera travesía interplanetaria.

— No creo — dijo Belopolski —. Pueden ocurrir muchas cosas, pero eso no es motivo para abandonar las investigaciones del universo.

— Paichadze me pidió que no relatara el hecho a la prensa.

— Pero en todo caso es una hazaña heroica — exclamé.

— ¡No faltaba más! no diga tonterías — protestó Paichadze.

Pasamos largo rato charlando, aquella mañana, recordando acontecimientos o exponiendo opiniones sobre el porvenir de la astronáutica y de nuestro vuelo. Las observaciones astronómicas, generalmente tan escrupulosamente llevadas a cabo sin interrupción, parecían relegadas a segundo plano, esa mañana. Transcurrieron unas tres horas y todo volvió a la normalidad. Belopolski y Paichadze retornaron a sus tareas y Kamov asumió la dirección.

La fiesta había terminado. Pero el destino quiso que ese día memorable quedara marcado por un acontecimiento más, pues ocurrió algo que habría podido liquidar toda nuestra empresa, pero que llenó de júbilo a nuestros sabios.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «220 dias en una nave sideral»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «220 dias en una nave sideral» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «220 dias en una nave sideral»

Обсуждение, отзывы о книге «220 dias en una nave sideral» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x