Mijail Shólojov - Lucharon Por La Patria

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A Lopajin se le iluminó la mirada y algo nuevo brilló en sus ojos cuando se volvió para mirar de reojo a su ayudante.

– Eso es justo – dijo con tono de aprobación-. Es camaradería. Mi querido Sashenka, quédate junto a Streltsof mientras yo voy a ver al cabo primero. Hay que comunicar a los jefes que nos quedamos, esto no puede hacerse a escondidas.

Nekrasov echó a correr para alcanzarle.

– ¡Ya está bien! ¿Qué más quieres ahora, yerno de cualquier mujerzuela? -dijo groseramente Lopajin sin volverse.

Después de alcanzarlo, Nekrasov, con voz apenas audible, dijo:

– He decidido… que también yo… ¡He decidido quedarme con vosotros, eso es! Con tanta fatiga y tanta maldad, uno ya no sabe lo que piensa y la locura le hace decir cosas estúpidas. Y tú, Lopajin, no tengas en cuenta las tonterías… ¿Cuánto hemos caminado juntos? No somos extraños el uno al otro… No tienes por qué enfadarte tanto, ¿entiendes, Pietia? ¿Fumamos el cigarrillo de la paz?

El corazón de Lopajin aún guardaba rencor hacia su compañero. Lopajin aceleró el paso al mismo tiempo que le alargaba su petaca y, con voz más suave, murmuró:

– ¡Habría que invitarte a un culatazo, no a un cigarrillo! El demonio sabe lo que haces, y además dices tantas tonterías que haces que pierda los estribos. ¡ Ah, y no olvides que cuando líes un cigarrillo con la petaca de otro, debes hacerlo más delgado!

– ¡Te juro que no sé hacerlos delgados! -exclamó alegremente Nekrasov.

Lopajin se detuvo, lio un cigarrillo muy delgado y se lo pasó a Nekrasov. Éste lo tomó cuidadosamente con sus negros dedos, lo examinó por todas partes, le prendió fuego en silencio y, soltando un suspiro, se puso a fumar.

19

En el momento justo se presentaron en la tienda del cabo primero. El servidor de ametralladoras Vasili Jmys estaba en la entrada, firmes y con las manos pegadas a las costuras de los pantalones. Popristshenko, el cabo primero, le estaba echando una bronca; sus párpados estaban enrojecidos e inflamados y movía los ojos con celeridad:

– ¡Menudos héroes tenemos! No respetan las reglas de la disciplina militar, no saben lo que es el servicio y se comportan como muchachos en día de feria. ¡Parece que habría que darles todos los caprichos! ¿Acaso no sabes que el soldado tiene la obligación de comer el rancho y de morirse cuando lo ordene el comandante, no cuando a él le dé la gana?

Miró fijamente al ametrallador en silencio; repentinamente alzó el tono de la voz:

– ¡Vaya hatajo de granujas! ¡Sois capaces de todo! Pero vamos a ver, ¿cómo se te ha ocurrido presentarte a mí? ¿Qué es esto, una unidad de guerra o el taller de un carpintero? ¿Crees que te has alistado en una faena a destajo? ¿Acaso tengo yo derecho a darte permiso para cambiar de compañía? ¿Qué derecho puedo yo tener? Si hoy te vas tú, mañana se irá otro, y ¿qué pasará después? Pues que me quedaré solo. Y entonces ¿tendré que presentarme a solas al coronel de la división? Claro, hombre, y le diré: «Camarada coronel, ¿en alguna ocasión ha visto usted a un viejo idiota? Tengo el honor de presentarme a usted: el cabo primero Popristshenko. En el regimiento había supervivientes, pero he dejado que se vayan adonde les apetezca, como la gallina que vuelve al corral sin sus pollos. Quíteme los galones de cabo primero y dé orden de que me cuelguen de una rama, me he ganado a pulso que me columpien…» ¿Es eso, Vasili Jmys? ¿Ese es el tipo de honor que me reservas para mi vejez de soldado? ¿No lo habías pensado, hijo de los demonios?

El cabo primero juntó las yemas de los dedos, teñidos de nicotina, y durante un buen rato las tuvo apoyadas en su nariz encorvada mientras seguía diciendo al soldado de ametralladoras:

– Si por una imbecilidad se te ocurre marcharte por las buenas, te consideraré un desertor. ¡Entérate! ¡Y tendrás que presentarte ante un tribunal para responder de tu deserción! ¡Vete al infierno y no vuelvas más por aquí con semejantes tonterías!

– De acuerdo, camarada cabo primero, no volveré más ante tu presencia con semejantes tonterías -subrayó Jmys; y frunciendo sus finas cejas juveniles giró a la izquierda y entrechocó blandamente sus talones desgastados.

El cabo primero acompañó con la mirada su figura erguida y un tanto orgullosa y abrió ampliamente los brazos.

– Menudos elementos han venido -exclamó con ojos llorosos y sin dejar de parpadear y de soplar a través del bigote rojizo que empezaba a encanecer-. Es el cuarto que se me presenta esta mañana, y todos con la misma copla. ¡El cuarto! No quieren ir a retaguardia, se quieren quedar aquí… A lo mejor tampoco yo tengo muchas ganas de ir a la retaguardia, pero ¡debo cumplir órdenes! -gritó de pronto con voz de falsete; luego, un poco más apaciguado, prosiguió en tono más sereno-: Acabo de ver al comandante del treinta y cuatro regimiento. Ha ordenado dirigirse inmediatamente a la aldea de Talovsky, donde está el estado mayor de nuestra división. Me atreví a preguntarle qué sería de nosotros y me dijo: «No te preocupes, viejo: si habéis conservado lo más sagrado en la lucha, la bandera, no disolverán vuestro regimiento, sino que alistarán rápidamente hombres nuevos, completarán los mandos y os enviarán de nuevo al frente, al lugar más importante.» -El cabo primero levantó el dedo índice y repitió -: «¡Al más importante! ¿Comprendéis? «Porque nuestra división -dijo el comandante- es de cuadros, ha sufrido todas las pruebas y ha demostrado que sabe resistir. Y una división así, aunque esté maltrecha, no puede permanecer inactiva.» Eso dijo el comandante, para que ahora vengan unos cuantos listos a calentarme la cabeza con su heroísmo infantil. Lo que quieren es dejar su unidad para vagabundear por el frente como intrigantes entre bastidores. ¿Dónde se ha visto que uno, por su propia cuenta, vaya de unidad en unidad? Y digo yo: ¿de qué va a saber esa criatura, Vasili Jmys, dónde está el lugar más importante? A lo mejor otra división se encarga de esta defensa y ocupa nuestro puesto hasta el invierno, con lo cual no sería raro que estuviera aquí sin dar golpe, sin intervenir en ningún combate, como el que cumple una condena. Porque, ¿quién sabe más, el comandante o ese bocazas de Vaska?

¡Todo se iba a los demonios! Los anteriores cálculos y planes de Lopajin se desmoronaron ante las palabras irrefutables del cabo primero.

Lopajin se quitó maquinalmente el casco y lo acarició con la palma de la mano por la parte recalentada por el sol. «El viejo maldito tiene toda la razón. ¿Cómo no he removido yo antes esas ideas en mi puchero? -pensó sorprendido mientras lanzaba una mirada al cabo primero -. Además es lógico que nos envíen a un lugar de responsabilidad, pues es muy posible que los fascistas alemanes olviden esta zona. Eso es lo que pasará, seguro! Avanzan hacia el este y nos dejan de lado… Vaya, me he confundido y ahora no me queda más remedio que dar marcha atrás.»

– Y vosotros, hijos, ¿a qué habéis venido? -preguntó maliciosamente, con modales insinuantes, el cabo primero; y temiendo algo desagradable, esperó su contestación estirando el cuello arrugado con gesto de gallo de pelea.

La. pregunta inesperada hizo que Nekrasov se quedara con la boca abierta. Lopajin, limpiándose con la manga el sudor que le corría por la frente, respondió con aire de indiferencia:

– Venimos a saber cuándo entraremos en acción.

El cabo primero lanzó un suspiro de alivio.

Lopajin prescindió del anterior aplomo y suspiró también. Pero Nekrasov, inspirando aire con un silbido, susurró:

– ¿Por qué andar con rodeos? ¡Díselo ya! ¡Habla, a nosotros no va a asustarnos!

– ¡Ya está dicho todo! -cortó Lopajin. Y volviéndose al cabo primero, agregó-: Mándales formar, no sea que se te desmande la tropa.

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