«Muchos curiosos lo miraban en silencio. Algunos con la boca torcida, en una rúbrica cruel.
«Julián aguardó con calma que se desahogase.
«Dos horas después cenaban juntos en el piso de Puchades. El plan quedó perfectamente precisado. Durante un tiempo, hasta ver qué derrotero tomaban las cosas, Manolo se iría a vivir con los Ramales al chalet de Carabanchel. Por sus escritos y discursos se había destacado mucho y no podía exponerse a la primera discriminación, que fatalmente sería muy enérgica. No había más que oler el ambiente.
»Al día siguiente, muy de mañana, Puchades, animado por Julián, sacó fuerzas de flaqueza y consiguió que su amigo el médico joven que lo cuidó en su segunda convalecencia le dejase una de las pocas ambulancias que quedaban en el hospital.
«Ayudado por Julián, cargó en ella las provisiones que le quedaban, ropas, papeles, libros y objetos más importantes, y marcharon sin dejar señas.
«Así comenzó su "nueva vida" hacía ahora treinta años. No descargaron la ambulancia hasta bien entrada la noche. Puchades se instaló en el semisótano, exactamente donde ahora estaban. A la mañana siguiente Ramales marchó a Torneiloso en la misma ambulancia y aconsejó a su nuevo huésped la conveniencia de no dar señales de vida ante la vecindad, hasta que ellos regresasen. Era el día 28 de marzo de 1939. El día 6 de abril regresó Ramales en el tren con su suegra y su mujer doña María de los Remedios del Barón. No quiso alargar más su estancia en Tomelloso, por miedo a perder su destino en el Ministerio.
«Siempre recordaba Puchades el susto que se llevó con el regreso de sus amigos. Era bien pasada la media noche y dormía profundamente. Cuando se encendió de pronto la luz del sótano y oyó voces, pensó: "Ya están aquí",
»-No sabes de la que te estas librando -fueron casi las primeras palabras de Ramales-. Están haciendo una "recogida" de miedo. Hasta que yo te avise no se te ocurra ni asomarte a la ventana. Lee, escribe, escucha la radio; lo que quieras, pero olvídate de Madrid y de España entera por mucho tiempo, supongo.
»Y así empezó para él "la liberación".
«Ramales pudo incorporarse a su destino luego de una breve depuración y comenzó la vida normal en Villa Esperanza. La suegra le pasaba el desayuno y el almuerzo, y permanecía solo hasta después de comer, que bajaba Julián. Le traía los periódicos, tomaban café juntos y hablaban de la situación. Algunas noches, después de cenar, lo llamaban a hacer tertulia con toda la familia. En obsequio a él prescindieron de tener sirvienta y sólo iba una asistenta tres veces por semana a limpiar ''lo de arriba ". Esos días, tenía orden de no hacer el menor ruido. No había que fiarse de nadie.
»En contra de sus temores las dos mujeres de la casa no le manifestaron la menor desavenencia. Diríase que aquel misterioso huésped prestaba cierto incentivo a la vida. Y a pesar de su carácter adusto y cara de pocos amigos, la más solícita con él era la suegra. Doña María la Mayor, como la llamaba Ramales. De pocas palabras, eso sí, pero puntual y eficacísima a la hora de servirle y atenderlo. Algunas veces, cuando estaba de humor, se sentaba junto a él y le contaba cosas de Tomelloso, de su marido y familia. Doña María del Barón nunca bajó hasta allí. Sólo la veía cuando lo invitaban a hacer tertulia arriba. La mujer parecía siempre muy pendiente de su marido y distante de cuanto no fuesen sus preocupaciones inmediatas y personalísimas. La obsesión de María -se lo dijo Julián- era tener hijos. Pero los hijos no llegaban. Y este deseo, durante aquellos años, la mantenía como ausente de cuanto no fuesen sus cavilaciones. Puchades tenía la impresión de que cada vez que lo veía, hacía un esfuerzo por recordar quién era. Tan guapa, tan joven, tan buenísima como estaba, y tan alejada del contorno.
«Puchades discutió varias veces con Julián la conveniencia de dar noticia de su paradero a María Peláez, pero a éste siempre le parecía prematuro y expuesto. Había que esperar. Nunca se sabe cómo puede reaccionar la gente, por muy novia que fuese, en semejantes circunstancias. La verdad es que Puchades recordaba siempre a María como "algo de antes de la guerra", como un veraneo que no pudo ser, una ilusión de otra época sin posibilidades de futuro, como su carrera y su vida misma.
»Cada día Puchades tenía más miedo. Las noticias que le llegaban sobre amigos y conocidos no podían ser menos esperanzadoras. El mismo Ramales debía estar preocupado por tenerlo en casa. Nada decía, pero se notaba perfectamente, y Puchades lo sentía, pero naturalmente no se encontraba en condiciones de ofrecer una solución. Hacía lo único que podía, ser discretísimo y no molestar.
»El hombre pasaba los días y las noches leyendo; hacía crucigramas y hasta inventó una baraja para echar "partidas de fútbol".
«Ramales, sin duda temeroso de que Manolo le notase su preocupación, a veces se pasaba días y días sin verlo y sin llamarlo, Y no le quedaba más interlocutor que doña María la Mayor, que también ausente a su manera, como su hija, parecía ignorar aquella tensión.
«Pero todo acabó muy pronto. A finales del año cuarenta, exactamente el día de los Inocentes, su buen amigo Julián Ramales no despertó. Cuando su mujer lo quiso espabilar para ir a la oficina, estaba completamente frío. En seguida, con una rara naturalidad por cierto, bajó a comunicárselo doña María la Mayor. Lo vio por última vez en la cama, tapado hasta el cuello. Sólo asomaba un pico del pijama. Con la cabeza un poco vuelta hacia la ventana, parecía dormir con el entrecejo ligeramente arrugado.
«Mirándolo así, comprendió de pronto que no sabía absolutamente nada de aquel hombre. Siempre lo consideró un buen amigo por su suave natural, pero en absoluto entró, ni lo dejó entrar, en su intimidad. Fue, de verdad, uno de esos amigos comparsas que no molestan, que ocupan un incoloro rincón en la tertulia. Y, sin embargo, fue él quien le echó la mano en el momento más dramático de su vida. Una mano totalmente desinteresada y limpia. ¿Fue verdad que Julián sintió miedo en los últimos días? ¿O es que el mal ya le tenía trocado el ánimo?
»Le besó la frente con muchísimo respeto. Cuando se volvió hacia la puerta vio, encuadrada en ella, a María de los Remedios. Todo fue muy curioso aquel día. Sus reflexiones sobre Julián Ramales, su redescubrimiento y la actitud de su viuda. Tuvo Puchades la sensación de que lo "veía" por primera vez. Muy seria, con los ojos llorosos e inmóvil en la puerta, lo miró con una fijeza impensable. Casi de sorpresa, de descubrimiento. Durante largos segundos, no existió el cadáver de Julián para su viuda. Sólo él, Puchades. En zapatillas, con los pantalones flojos y un suéter negro. Se detuvo junto a María de los Remedios. Pensaba decirle unas palabras de consuelo, pero no supo cuáles. Fijó sus ojos interrogantes en los ojos decididos de ella, y confuso, arrastrando las zapatillas, volvió a su habitación.
»¿Qué iba a pasar ahora? No se hacía ilusiones. Aquellas dos mujeres, ¿qué tenían que ver con él? ¿Por qué iban a mantenerlo allí Dios sabía cuánto tiempo más?
«Durante varios días, desde su ventanuco, aunque daba a la trasera de aquel chalet enorme de ladrillos rojos vio el tráfago de gente, oyó los latines del entierro y el taconear incesante en el piso de arriba.
»La vieja, como siempre, a su hora, le trajo las comidas y le contó la marcha de los acontecimientos funerales con la equidistancia y brevedad de siempre. Oyéndola parecía que el muerto era un vecino o familiar lejano.
»Cuando todo se tranquilizó un poco, exactamente un domingo por la mañana, comunicó a dona María la Mayor su deseo de hablar con ambas mujeres.
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