Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Sí? ¿Y quién va a contestar a esas preguntas? ¿Los dos muertos?
– No, señor Gandaria. Dos muertos no. Dos policías.
– ¿Quiénes?
– El que mató al primer guardaespaldas y yo. Comprendo que valga poco, pero ese día, cuando tenga que declarar, me cepillaré el traje para causarle buena impresión al juez.
Méndez sabía que estaba mintiendo, porque nada de aquello era posible. En primer lugar, no aparecerían los cadáveres de los dos guardaespaldas. Ni siquiera estaba seguro de que fuesen los guardaespaldas de Gandaria, puesto que no les había visto la cara. Tampoco aparecería, claro que no, el cuerpo del subcomisario Ceballos. El inmenso cementerio, más lleno de vivos que de muertos, se lo tragaría todo. Pero él necesitaba mentir, necesitaba demostrarle a Gandaria que disponía de pruebas contundentes. Sólo así hundiría a aquel hombre que contaba con todo y lo había previsto todo.
Se dio cuenta de que tenía razón.
Por primera vez, los párpados de Gandaria temblaron.
Su cuerpo se tensó.
Méndez contaba con eso.
Con la misma voz indiferente que hubiese podido tener en un bar de su distrito, murmuró:
– Puede que vaya armado, Gandaria, pero le aconsejo que lo olvide. Un tiroteo aquí, en el centro de uno de los mayores hoteles de la ciudad, no le servirá de nada. Y puestos a armar ruido, le aseguro que soy mas rápido y tengo más mala leche que usted.
Méndez volvía a mentir. Ahora no disponía de su revólver, sino solo de su navaja, pero Gandaria no lo sabía. Jamás se atrevería a resistir, sabiendo que podían dejarlo seco allí mismo.
Pero entonces ocurrió.
Méndez no esperaba aquello.
Era incapaz de imaginarlo siquiera.
En aquel momento estaba diciendo:
– Voy a detenerle, Gandaria. Apóyese en la pared con las manos en alto. Va a arrepentirse de haber nacido, aunque me cago en el día que en España suprimieron la pena de muerte.
No había terminado de decir esas palabras cuando una puerta se abrió a su espalda.
Era la del cuarto de baño.
Y una voz dijo:
– Me temo que ha perdido la partida. Deje en paz a Gandaria, Méndez.
Méndez tensó el cuello, sintiendo que se le cortaba la respiración.
Sintió frío en la columna vertebral.
Porque había reconocido muy bien aquella voz.
Era la voz de Clara Alonso.
34 «YO TENGO MI LEY»
Hay una lógica del horror. Hay una lógica de la desdicha. Incluso mu cierta lógica del absurdo. Pero Méndez supo en aquel momento que no hay una lógica del asco.
Sus rodillas parecieron doblarse.
Nunca le había ocurrido nada igual.
Su cuerpo vaciló.
Oyó el suave taconeo a su espalda.
Méndez quiso volverse.
Ni eso pudo hacer.
La voz de Clara Alonso dijo entonces suavemente:
– Soy yo la que tiene su revólver, Méndez. Ya sabe que se lo hicimos dejar en el hotel. Y sabe también que un Phyton no perdona.
Méndez sabía eso. Claro que lo sabía. Sus sesos -o lo que quedara de ellos después de tanto alimentarlos con vino barato- quedarían clavados hasta en el techo. Pero no era miedo lo que sentía. Era otra cosa. Logró encontrar un resto de voz para decir:
– Usted es una ciega de verdad, Clara Alonso. Una ciega. No puede apuntar a ninguna parte.
Ella siguió avanzando. En el silencio espantoso de la habitación, su taconeo era como el sonido de un tambor.
– Se equivoca, Méndez -susurró.
– Sé que es una ciega, Clara. Lo he comprobado mas de una ve/. Al principio sospeché que no lo era, que estaba fingiendo miserablemente. Por eso anoté todos los detalles. Y ahora sé que no puede verme Que no puede apuntarme… ni me puede matar.
– Vuelve a equivocarse, Méndez. Usted no puede entenderlo porque no ha nacido ciego. No puede darse cuenta de que capto una respiración por leve que sea. De que huelo como los perros. De que oigo hasta el sonido que produce al moverse la tela de un traje. -Avanzó un paso más-. Ahora mismo sé que está a mi izquierda.
Si no hubiese sentido tanta turbación, tanto asco, tanta náusea, Méndez hubiese lanzado una carcajada de burla.
Porque no estaba a su izquierda, sino a su derecha.
¡Menuda ciega!
Por lo tanto no se movió ni habló.
Mejor que ella estuviera confundida.
Y entonces volvió a ocurrir.
A Méndez le hubiese parecido increíble.
Pero no pudo darse cuenta.
Ella había alzado repentinamente la mano armada con el revólver. Lo había hecho con una rabiosa decisión. El pesado Phyton era como una maza.
Y golpeó… ¡pero no hacia la izquierda!
¡Golpeó hacia la derecha!
Méndez no se había movido.
Recibió el impacto de lleno. Su cabeza pareció abrirse en dos.
Durante una fracción de segundo, como un chispazo, pensó que aquella ciega había sido más lista que él. Mucho más lista. Sabía desde el primer momento dónde estaba, pero con su treta lo había mantenido inmóvil.
Empezó a barbotar:
– ¡Maldi…!
O creyó que lo había dicho.
Luego todo terminó.
Méndez se derrumbó como un saco vacío.
Y entonces Clara Alonso giró un poco. Su derecha seguía sosteniendo el revólver. Su cara era una máscara rígida, glacial, era una cara que hubiese admirado Méndez porque en ella parecía palpitar un retrato de serpiente.
Gandaria se pasó un instante una mano por el pelo. En sus ojos hubo un tic nervioso.
– No sabía… no sabía que estuvieras en el cuarto de baño -susurró.
– Lo estaba desde hacía pocos minutos.
– ¿Y cómo pudiste entrar?
– ¿En tu habitación? Con la llave, naturalmente.
– ¿Con qué llave?
– Con la del camarero de esta planta, por supuesto. No hay en iodo Egipto un camarero que no tenga una «distracción» a cambio de una propina de doscientos dólares.
Gandaria pestañeó.
– Pero podías haberme encontrado aquí…
– Sabía que no estabas.
– ¿Cómo lo sabías?
– Te llamé antes por teléfono.
– ¿Por qué?
– Para eso, para asegurarme de que no estabas y así ocultarme en tu habitación. Realmente llamé a todos los viajeros de nuestro grupo. Y a esta hora todos estaban en sus camas excepto tú. Según me dijeron en conserjería, habías salido unos minutos antes.
– ¿Y eso qué tiene que ver…?
– Mucho, Gandaria. Justo a esa hora tenías que salir… ¿Por qué? Pues porque tenías que entrar en contacto con alguien, pero te era imposible hacerlo en el hotel. No iban a traerte aquí la maleta con el dinero. Eso era imposible. Necesitabas recogerla fuera del hotel y ponerla a buen recaudo. ¿Dónde? Eso es algo que ahora carece de importancia. Pero sólo después de haber hecho eso volverías al hotel.
Hizo una pequeña pausa.
Su respiración era silbante.
El tic nervioso se repitió dos veces en un ojo de Gandaria.
– Eso hizo que sospechara de ti -continuó Clara Alonso con voz opaca-. Y como no tenía ninguna prueba, decidí buscarla. ¿Dónde, sino en tu habitación? Por lo tanto soborné a un camarero para entrar y me oculté. No le extrañó demasiado, ¿sabes? Quizá pensó que yo quería tener una aventura contigo. ¿Sabes qué esperaba? Oírte telefonear, oírte recibir algún recado… Pero en lugar de eso ha entrado Méndez, y Méndez lo ha explicado todo. Tengo bastante.
– Todo esto es absurdo, Clara Alonso… No hay nada que tenga sentido. ¿Qué hubieras hecho si yo llego a entrar antes en el cuarto de baño?
– Una cosa muy sencilla.
– ¿Cuál?
– Matarte.
Gandaria se estremeció.
– Pero ¿qué estás diciendo? -barbotó-. ¿Entonces por qué has atacado a Méndez?
– Porque en España está suprimida la pena de muerte. Y porque dentro de diez años saldrías en libertad. Ésa es la razón de que yo tenga una ley, ¿sabes? Una ley.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.