Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Eso no es verdad, Méndez. Pero en todo caso sería asunto mío, de mis banqueros y de mis socios.
– ¡Justo! -Méndez volvió a señalarle con el dedo y a adoptar una voz meliflua-. Justo, señor Gandaria, usted me acaba de reconducir a la verdadera situación. Los banqueros y los socios ya empezaban a no explicarse muchos fallos. Pedían cuentas. Y usted comprendió que necesitaba dinero, un último golpe de dinero para dos cosas.
– ¿Qué dos cosas?
– Me he explicado mal: una de dos. O bien dinero para tapar sus agujeros y restablecer la confianza y la situación inicial o bien dinero para darse el piro con todo atado y bien atado, como se decía en los buenos tiempos. En todo caso le hacía falta una última entrada de pasta.
– ¿Qué está tratando de decir, Méndez?
– Pues mire, ya que me lo pregunta, estoy tratando de decir dos cosas -murmuró Méndez, encogiéndose de hombros con desenvoltura.
Y añadió, mirando de soslayo a Gandaria:
– La primera era casi obligada. Usted, para asumir bien su papel, para aparecer siempre como una víctima, para alejar de sí las sospechas, necesitaba demostrar que corría un gran peligro, de muerte. Que ETA iba a acabar con usted. Que necesitaba incluso protección.
– ¿Y qué? Mucha gente la tiene. Hoy día la tienen hasta las criadas de los ministros, no sea que alguien les contagie el sida.
– Eso es verdad, señor Gandaria. ¡Qué gran verdad! Mucha gente contrata a su guardaespaldas, pero nadie contrata a su propio asesino.
La derecha de Gandaria tembló un momento en el aire.
Barbotó:
– ¿Qué dice…?
– Lo que está oyendo, pedazo de cabrón, y perdone que no emplee otras palabras más circunspectas ni me meta, por ejemplo, con la dilatación de su esfínter. Usted contrató a Fernando Torres para que le matara. Le pagó algún dinero, pero prometió pagarle mucho más si hacía bien su trabajo. Por supuesto no lo contrató usted, ya que eso hubiera sido estúpido. El trato lo hizo por teléfono uno de sus propios guardaespaldas.
Gandaria lanzó una risita.
– Está loco, Méndez -susurró-. ¿Iba yo a pagar dinero para correr peligro de muerte?
– No lo corría.
– ¿Cómo que no?
– Nunca se corre peligro cuando uno sabe quién es el que le viene detrás, y cuando dos guardaespaldas que conocen perfectamente sus costumbres lo controlan minuto a minuto. El único resultado lógico fue justamente el resultado que se produjo: todos ustedes dieron una oportunidad a Fernando Torres. Y como la oportunidad estaba perfectamente controlada, uno de los guardaespaldas lo acabó matando. Y además en público y de una manera espectacular, que era lo que le convenía.
– Sigue estando loco. ¿Qué ganaba yo con eso?
– Demostrar que, efectivamente, corría un enorme peligro. Una vez muerto Fernando Torres, se estudiarían todos sus antecedentes y se sabría que había sido un asesino profesional de primera clase. Usted, Gandaria, podría seguir, entre toda clase de aplausos, su carrera de gran hombre. Ninguno de sus socios se atrevería a atacarle, aunque sólo fuera por temor a la opinión pública. Y ninguno de los bancos. No se ataca a un símbolo.
Méndez añadió:
– Pero le estaba hablando del dinero, amigo Gandaria. Del gran dinero. Era el que necesitaba para una de esas dos cosas que le he dicho antes. Y pensó obtenerlo de la forma más sencilla: haciendo secuestrar a una pobre niña.
Hubo un brusco silencio. Se pudo oír en la habitación el jadear de los dos. Sobre todo el de Méndez, cuya garganta arrastraba licores de baja crianza, vinos de economato militar y todo un museo de nicotinas.
– Parecía sencillo -añadió-, pero le salió mal. El encargado de llevar adelante el asunto, Ángel Martín, lo estropeó por completo. Claro que usted reaccionó inmediatamente y cortó todos los hilos y todos los contactos que podían unirle a él, incluso el del policía Marquina. Me maravilla la limpieza de su ejecución, ¿sabe?, por medio de aquella chica a la que me gustaría conocer por simple curiosidad de colega, pero a la que me he resignado a no encontrar nunca. Y no crea que me importa. No puedo sentir odio hacia el que mata a un bicho como Marquina.
– Está divagando, Méndez. Usted mismo sabe que no tiene idea de lo que dice.
Como si no le hubiera oído, Méndez continuó:
– Bueno, el caso es que el asunto salió mal, aunque usted seguía libre de toda sospecha. Y yo me pregunto ahora si, caso de salir el negocio bien, hubiera necesitado usted toda la comedia del Hotel Palace. No, yo pienso que no. Usted, con el dinero, o hubiese restablecido la situación de sus empresas o, cosa más probable, se hubiera largado con el botín sin prisa alguna y en el momento más favorable. Pero la cosa había salido mal y usted necesitaba repetir el golpe. La víctima, eso lo había comprobado, era extraordinariamente vulnerable. Y estaba en el Hotel Palace. Y usted podía perfectamente alojarse allí. Y ganarse su entera confianza. Y ser el hombre menos sospechoso del mundo. Y aparecer más que nunca como un símbolo. Usted le apretó hasta el tope las tuercas a una pobre ciega porque supo que ella cedería.
– ¿Sí? ¿Y cómo le apreté las tuercas, Méndez?
Méndez escupió antes de pronunciar un solo nombre:
– Rosendo Valle.
– ¿Quién es Rosendo Valle?
Con una mala educación absoluta, Méndez volvió a escupir ostensiblemente antes de decir:
– «Era.» Usted sabe que está muerto. Lo debió leer en los periódicos. En el Hotel Palace los sirven con el café.
Gandaria se encogió de hombros.
– Si apareció en la sección de sucesos, yo no la leo nunca. Eso lo dejo para la gentuza como usted, que es la que busca allí su nombre.
– Me parece una sana costumbre, amigo Gandaria, pero de todos modos usted sabía quién era ese tipejo antes de que su apellido chorreante no ya de sangre, sino de mierda, apareciese en las páginas de sucesos. Usted -por medio de uno de sus guardaespaldas, naturalmente- lo contrató para violar a Clara Alonso, una pobre mujer ciega.
Ahora Méndez se puso en pie. Su mandíbula tembló un momento, sus dientes, donde estaba toda la historia de Tabacalera S.A., rechinaron con suavidad.
– Rosendo Valle era la rata de alcantarilla más asquerosa y sifilítica que ha corrido jamás por las calles de Madrid -dijo-. Bien muerto está. Que le den. Su trabajo consistía en hundir para siempre a Clara Alonso. En demostrar que estaba absolutamente indefensa. Que no podía hacer nada. Sólo con aquella terrible prueba, ella ya pagana lo que le pidiesen. Pero también le salió mal, Gandaria. Hay que ver. A Rosendo Valle se lo cepillaron con chilaba y todo. Y usted no tuvo más remedio que seguir con su plan. Qué lástima.
Apuntó de nuevo a Gandaria.
– Naturalmente que tenía que seguir con su plan -mascullo-. Por eso vino al Nilo en el mismo barco que la niña. Sus dos guardaespaldas o sus dos compinches, como prefiera llamarlos, viajaban en otro buque que tenía que encontrarse con el Nile Dream en unos cuantos lugares básicos. Y por supuesto, lo primero que tuvieron que hacer fue liquidar a Quílez, que había sido contratado para proteger a la pequeña Olga. De ese modo quedaba completamente indefensa. Ah… Celebro que no diese la orden de que se me cargaran también a mí.
– Uno no tiene que entretenerse demasiado aplastando gusanos -dijo ambiguamente Gandaria-. No molestan.
Méndez lanzó una risita seca.
– Usted no cree ni una palabra de lo que he estado diciendo hasta ahora, ¿verdad, señor Gandaria? -preguntó, cambiando de pronto el tono de su voz y haciéndola tan respetuosa como si hablara con una persona inasequible, o sea una señora de al menos quinientos euros.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.