Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina

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Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация

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El descubrimiento del cadáver de una niña, hija adoptiva de una rica familia, llevará al inspector Méndez a husmear por las viejas calles de Barcelona, una ciudad en continua reconstrucción, y por las ruinas eternas de Egipto.

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– El suyo, señor Gandaria. Los suyos, mejor dicho -afirmó dulcemente Méndez, mientras movía las manos como si fuese a darle la bendición.

– Mis negocios van bien, Méndez. No tiene derecho ni a mencionarlos.

– No, amigo, no van bien. Hasta el momento ha logrado mantener usted una apariencia de solidez, porque es cierto que entran grandes cantidades de dinero. Pero las cantidades que salen son mayores toda vía. ¿Sabe que leí y releí muchos periódicos antes de venir a Egipto? Y no precisamente el Financial Times , sino las páginas de noticias cortas en La Vanguardia , o el suplemento de Economía de El País . Y me tragué todas esas aburridísimas revistas que hablan del dinero de los otros. Y desde El Cairo he hecho algunas llamadas telefónicas. He hablado con Joaquín Estefanía. Y con Hernández Puértolas. Y con Feliciano Baratech. Y con Enric Tintoré. Y con Jesús Cacho. Y con Enric González. Y con Carlos Bey. Todos alimentaban la misma sospecha, aunque no se atrevían a publicarla porque hay que confirmar muy bien las noticias dañinas y porque usted es una especie de símbolo al que no se debe perjudicar. Pero todos pensaban lo mismo, maldita sea, lo mismo: usted no tiene más que fachada, usted ya no tiene de sus negocios más que la cáscara.

Los labios de Gandaria temblaron un momento. Estaba tenso no a causa del miedo, sino de la indignación. Poco faltó para que tratase se abofetear a Méndez.

Pero éste dijo, con la voz helada que hubiese podido tener un reptil:

– Deje los cojones donde los tiene. No se mueva, Gandaria.

– Pero ¿usted se ha creído que…?

– No sé de qué se queja. Le estoy hablando educadamente, con voz plañidera, suave y hasta ligeramente amariconada. No sé qué más quiere.

Gandaria barbotó:

– Quiero que me diga de qué está hablando.

– Pues de dinero, amigo. De dinero… ¿No le gusta a usted el tema? Estoy hablando de sus negocios que se han descapitalizado, ¿se dice así?, hasta el extremo de que ya no pueden competir. Pero ¿por qué se han descapitalizado? Pues porque usted se ha llevado enormes cantidades de dinero. Porque usted ha pagado enormes cantidades de dinero a ETA.

Gandaria se mordió el labio inferior.

Sus dedos temblaron y estuvo a punto de levantarse otra vez, pero al fin reconoció de mala gana:

– Sí. He tenido que pagar enormes cantidades de dinero a ETA. ¿Y qué? ¿Me lo va a devolver usted?

– Qué más quisiera… De todos modos celebro que lo confiese, señor Gandaria, porque eso ya lo sospechaban, más bien lo sabían, algunos policías de altura, como por ejemplo el comisario Besteiro, que otea las finanzas del país desde un puesto falso en el Banco de Crédito Industrial.

– Siento que… que lo sepan. Pero en el fondo ya imaginaba que una cosa así no podría mantenerse en secreto siempre. De todos modos, ¿qué iba a hacer?

– Aun así, yo me pregunto una cosa, señor Gandaria.

– ¿Qué?

– Me pregunto por qué se quiso convertir en un símbolo de la resistencia y jurar que nunca pagaría nada a ETA.

– ¿Y por qué no?

– ¿Y por qué sí, señor Gandaria?

– Tiene su lógica. Si aceptaba el robo, no tenía por qué aceptar la humillación. Y al mismo tiempo era mi pequeña venganza. Elevaba la moral de los demás. Muchos empresarios esquilmados habrán recobrado la hombría gracias a mis palabras.

– Admirable apostolado, señor Gandaria.

– Maldita sea la leche que ha mamado, Méndez. ¿Se está burlando de mí?

– Acepto su maldición, señor Gandaria. Algunas de las cosas que he mamado merecen eso y más. Pero yo quería hablarle más bien de dos circunstancias.

– ¿Cuáles?

– Circunstancia primera: ese fortunón que usted se fue llevando a Francia, ante la pasividad más o menos tolerante y ante el despiste, ¿por qué no?, de la policía, no se lo pagó usted ni a ETA ni a la madre que la parió. No se lo pagó a nadie. Se lo quedó usted.

– ¿Qué…?

– Circunstancia número dos: su papel de Gran Resistente estaba perfectamente calculado. Le era muy útil. Y hasta pienso que, de hecho, era el único papel que podía interpretar. Porque si ETA no cobraba, le parecía muy lógico que usted dijera que no iba a cobrar nunca. Todo era coherente. Si, por el contrario, hubiese estado cobrando, las carcajadas se hubiesen oído desde las mesas del restaurante La Merced hasta las mesas del restaurante Las Pocholas, desde las cocinas del Hispania hasta los asadores del Hotel Boix. Y hablo de restaurantes, señor Gandaria, porque sé que así me entiende, porque sé que usted domina la geografía del guiso como domina la geografía del coño. Pero perdone la vulgaridad. Uno ha comido como máximo en Casa Leopoldo, v eso se nota. En fin, que ETA no le dejaba a usted en ridículo poique no tenía motivo para hacerlo. Ante sus jefes, la madre que los parió, USted estaba diciendo la verdad. ¿Y la policía qué? La policía no sabía nada con certeza, no tenía ninguna prueba, y sólo en sus alturas, las de los que comen a costa del contribuyente en Zalacaín y El Cenador del Prado, se sospechaba algo. Pero tampoco iban a ponerle en evidencia a usted, ¿sabe, señor Gandaria? Tampoco. Primero porque no tenían ninguna prueba, insisto. Segundo, porque la actitud de usted les parecía encomiable y útil. Un tío que mantiene alta la bandera de la dignidad. ¡Estupendo! ¿Por qué iban a ser ellos mismos quienes la derribaran…?

Hubo entonces un brusco silencio.

Méndez alzó un dedo delgado y sinuoso.

Apuntó con él a Gandaria.

Se oía la respiración silbante de éste.

Méndez susurró:

– Quedamos en que ese dinero se lo ha ido quedando usted. ¿Qué tiene que decir?

– Sólo tres palabras.

– ¿Cuáles?

– Hijo de puta.

Méndez ni se inmutó.

Su dedo largo y sinuoso seguía apuntando a Gandaria.

– Pero el resultado era que los negocios se descapitalizaban, ¿sigue diciéndose así?, e iban quedando en una situación cada vez más difícil – murmuró-. Eso a usted no le importaba, claro. Usted estaba haciendo un negocio fabuloso llevándose la pasta. Y con su aureola de dignidad podía permitirse el lujo de no dar demasiadas explicaciones a los otros amos del dinero, o sea los socios y los bancos. Claro que alguna explicación hay que acabar dando. En esta vida hay que acabar dando explicaciones a todos, incluso a la mujer cuando estrena un body con medias negras y tú nada. Ni con grúa. Esas explicaciones, por ejemplo, digo yo, acostumbran ser peligrosísimas.

Los dientes de Gandaria rechinaron.

Ahora sí que se puso en pie.

Con los brazos tensos masculló:

– Le voy a echar, Méndez. Llamaré al detective del hotel. O lo en viaré fuera a patadas yo mismo. Sus palabras me darían asco si no mi dieran antes una cosa más importante: risa.

– Pues ríase.

Con una mueca de desprecio, Gandaria fue hacia la puerta.

Pero la voz de Méndez sonó como un trallazo.

– Le conviene quedarse, Gandaria. Le conviene seguir tronchándose.

Con la mano en el pomo, Gandaria se detuvo. La mueca de desprecio se hizo más amplia cuando hasta él llegó nuevamente la voz de Méndez.

– No me extraña que usted necesitara pasta gansa, amigo mío. Ni siquiera hace falta ir preguntando por ahí para saber que le gustan los manteles de Arzak cuando está en España, los de Maxim's cuando está en Francia y los de Laurent cuando está en Nueva York. Que le gustan los Vega-Sicilia, los Marqués de Riscal y los Chateau d'Iquem. Pero eso no significaría gran cosa para una fortuna como la suya si no le gustaran también los Montecristo del uno. Aunque eso ¿en qué puede dañarle? Tampoco significaría nada si no le gustaran, como complemento, los culos de las pocas vedettes que aún están en buen uso, o sea las pocas que aún tienen culo. Precisamente por eso, porque hay pocas, resultan carísimas, al margen de que buena parte de ellas se dedican a la vida hogareña, la castidad y las obras pías. ¿Qué se ha hecho, señor Gandaria, de aquellas grandes vedettes que yo había conocido, que tenían un querido para cada día de la semana, y el domingo lo dedicaban a los gobernadores civiles y los prelados domésticos? El caso es que sus gastos en hímenes y otros desperfectos desequilibrarían el Manhattan Chase Bank, ¿se dice también así?, y han desequilibrado las empresas. Como además usted no se ocupa de trabajar, y como encima quiere tener un porvenir asegurado con más hímenes y más desperfectos, no me extraña que todo el dinero que se ha guardado aún le parezca poco.

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