Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - Historia de Dios en una esquina» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Historia de Dios en una esquina
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Historia de Dios en una esquina: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Dios en una esquina»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Historia de Dios en una esquina — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Dios en una esquina», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Méndez dijo abruptamente:
– Hijo de puta.
– Se refiere al asesino, ¿no?
– Lástima que en España no haya pena de muerte. Lástima de verdugo con dotes artísticas y sin demasiada prisa.
– Méndez…, ¿me equivoco si pienso que el muerto que usted dejó en Barcelona era el asesino?
– No. No se equivoca.
Besteiro dio una larga chupada a su cigarro.
Por unos instantes se produjo en el despacho un insoportable silencio.
Al fin Besteiro susurró:
– Deje que le continúe explicando. Esa pobre chiquilla, Mercedes, fue secuestrada, como le decía. Y a cambio de su vida le pidieron a la madre adoptiva una cantidad de las que obligan a meditar: un millón de euros. Ella dijo inmediatamente que pagaría.
– ¿Tenía esa cantidad?
– Por supuesto que sí.
– Cada vez estoy más cerca de necesitar un trago -barbotó Méndez.
– En apariencia -continuó Besteiro, como si no le hubiese oído-, el secuestro se hubiera resuelto como tantos otros a lo largo y ancho del mundo: pagando. Pero la señorita Alonso, desesperada, había hablado con la policía antes de que el secuestrador le enviara el primer mensaje. La policía intervino, sin hacer caso de las súplicas de la madre para que no moviera un dedo. En un delito tan repulsivo, no íbamos a permitir que un bastardo se saliera con la suya. Aconsejamos a la señorita Alonso que pagase, pero tendimos una trampa. Es decir, Méndez, todo lo que le estoy explicando ya lo sabe: es de manual. Lo que ya no resultó de manual fue que la encerrona fallase y el secuestrador pudiera huir, aunque sin el dinero. Y sin embargo la encerrona estaba bien montada, Méndez. Por lo que me han explicado, mis compañeros lo hicieron todo muy bien. En la operación no intervino ningún tonto. Y sin embargo la trampa falló. No entiendo cómo falló, ¿sabe? El secuestrador parecía saber más que nosotros. No sólo pudo escapar, sino que estuvo a punto, a punto de llevarse el dinero encima. Hubiera sido el colmo.
Méndez miró al vacío.
Ahora sus ojos estaban perdidos en un punto inconcreto de la estancia.
Pensaba en algo. En alguien.
Pensaba en el inspector Marquina.
Susurró:
– ¿Pudo prevenirle otro policía?
– ¿Qué dice?
– Pues eso. Un policía que le indicara: «Ten cuidado con eso. Ten cuidado con aquello. Obra así. Obra asá». Unos consejos paternales, Besteiro.
– Pero ¿por qué piensa que un policía puede estar involucrado en eso?
– No, si no lo pienso.
– ¿Sabe usted algo que no me explica, Méndez?
– ¿Yo? ¡Pobre de mí! ¡Qué voy a saber!
– De todos modos -dijo Besteiro pensativamente-, por lo que yo sé del asunto, y hablando en pura teoría, da la sensación de que el secuestrador estuvo bien asesorado técnicamente, porque otro hubiera cometido fallos que él no cometió. En fin, dejemos eso. El caso fue que con nuestra intervención chafamos el asunto, lo hundimos todo, la espichamos, en una palabra. El secuestrador perdió los nervios, que es lo peor que puede ocurrir en esos casos. Convencido de que estábamos tras su pista, se llevó a Mercedes a Barcelona en coche y en Barcelona se deshizo de ella. Por descontado que la pequeña no pudo ser identificada al principio.
– Claro -dijo Méndez, pensando en voz alta-. No llevaba documentos, y además su cuerpo había aparecido en otra ciudad.
– No es sólo eso. La alarma había sido dada para encontrar a una niña autista, es decir deficiente mental. Y eso confundió o desorientó aún más a nuestros ilustres amigos de la bofia. Cuando te dicen que busques a una chiquilla deficiente mental te haces enseguida la idea de que ha de ser una persona a la que se le note en la cara, o sea una persona con una cara especial. Y los autistas no tienen ningún rasgo físico. Al contrario, suelen ser personas muy guapas. Cuando están vivos se nota su deficiencia, claro, pero cuando están muertos no. Eso dio a la policía de toda España una especie de pista falsa, de modo que no le extrañe que aquel cuerpecito de Barcelona no fuera relacionado al principio con la chiquilla de Madrid.
Méndez seguía mirando al vacío.
Su expresión era reconcentrada.
Murmuró:
– Lo comprendo muy bien. Yo mismo me confundí también al principio. Creí que la chiquilla que había aparecido muerta era la hija de un presidiario.
– En fin, Méndez… -Besteiro alzó las manos en un gesto de impotencia-. Todo ha salido muy mal, pero al menos el caso está cerrado porque el asesino ha muerto. Sólo me resta añadir una cosa que usted mismo ha visto: el cuerpo de la pequeña ha sido trasladado a Madrid y se procederá a darle sepultura. La madre adoptiva está deshecha, está hundida, pero es una mujer de gran clase. Ha sabido guardar una impresionante dignidad.
Hizo una pausa y añadió:
– Bueno, creo que necesitaba hablar con usted y ya lo he hecho. Tome este número de teléfono -le pasó una tarjeta por encima de la mesa-. En caso de tener que darme alguna noticia, por insignificante que sea, me llama o pasa a verme, para lo cual ya ha visto que no tiene más que cruzar la calle. Yo siempre estoy aquí, o al menos estoy localizable.
Se puso en pie, dando por terminada la entrevista, pero Méndez siguió sentado como si no tuviera fuerzas para levantarse. Murmuró:
– Una mujer que puede pagar de golpe un millón de euros, ¿por qué tiene el cadáver de su hija adoptiva en un sitio tan modesto como esa vivienda de la calle del Prado? La señorita Alonso tendrá una mansión, digo yo. En Puerta de Hierro o un sitio de ésos donde hasta el pipí de los mayordomos huele a Vega Sicilia.
– La tiene, claro que la tiene. Pero en esa vivienda relativamente modesta que usted ha visto vive la asistenta que cuidaba personalmente de Mercedes. Era la única persona a la que Mercedes hacía caso y entendía. Supongo, Méndez, que para un hombre de la calle Nueva, como usted, eso no significa nada, pero aquí a eso lo llamamos amor. Extraña palabra, ¿no? ¿La ha oído alguna vez? La señorita Alonso sí, y por eso ha querido rendir un homenaje a la persona a la que Mercedes más quiso. Y ahora vuelva al hotel, Méndez, y aproveche. No sabe la suerte que tiene al disponer de barra libre.
Méndez masculló:
– No sé si va a creerlo, pero llevo veinticuatro horas a base de agua mineral. Creo que eso no lo resistiré. Acabaré con el hígado deshecho.
Con pasos menudos, bizqueando porque la luz de la calle le irritaba la vista, Méndez regresó al hotel. Estaba convencido, de todos modos, de que perdía el tiempo y el dinero, porque aquella costosa operación no serviría para nada, excepto para demostrar que los que sirven al gobierno en las alturas son personas de buen gusto y saben gastar. Nadie pretendería matar a Gandaria nada menos que en un sitio como el Hotel Palace.
Casi en la puerta se encontró con el hombre joven, elegante, a quien antes había visto leer en la rotonda la prensa económica, tomando algunas notas. A aquel hombre joven, elegante, etcétera, le estaban abriendo la puerta de un coche Mercedes. Las miradas de los dos se cruzaron.
Y Méndez, bien educado, como siempre, con los que de alguna manera detentaban el poder, le saludó:
– Buenos días.
18 LA SEGUNDA MUERTE DE GANDARIA
Méndez, mientras se adentraba en el hotel con un cierto temor -cosa que le estaba ocurriendo desde que se presentó en él- se cruzó con otro hombre, pero tampoco a éste le prestó demasiada atención. Sólo su instinto de viejo profesional le hizo retratarlo durante unos segundos. Se trataba de un hombre ya mayor: tendría unos cincuenta y cinco años, pero esos años se notaban en su cara, no en el resto de su cuerpo. Su cara reflejaba un cierto cansancio, un cierto desinterés; era como si cada año vivido hubiese dejado en aquella cara una manchita de mosca. En cambio el cuerpo era ágil, entrenado, duro. Era todavía el cuerpo de un joven. Pero hoy día, cuando los ejecutivos juegan más al tenis que al póquer, eso no es extraño. Lo malo para los ejecutivos es que suelen jugar sus músculos, no su cabeza, y la cabeza sigue segregando los venenos de las horas de oficina, dejando en la cara las marcas del éxito.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Historia de Dios en una esquina»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Dios en una esquina» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Dios en una esquina» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.