Joe Hill - Cuernos

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¿QUÉ PASARÍA SI UNA MAÑANA DESPUÉS DE UNA BORRACHERA HORRIBLE, TE DESPERTARAS CON UNOS INCIPIENTES CUERNOS EN LA CABEZA?
La vida de Ig Perrish es un verdadero infierno desde que su novia Merrin fuera asesinada un año atrás, en un episodio que si bien le fue ajeno tendió sobre él un manto de sospechas que nunca pudo sacudirse.
Una mañana, después de una fuerte borrachera, se encuentra con unos cuernos creciendo en su frente. Con el pasar de las horas descubrirá que tienen un extraño efecto en la gente: les hace contarle sus más oscuros deseos y secretos. Así, Ig se entera de que todo el pueblo, incluso sus padres, creen que él fue quien mató a Merrin. Tras el desconcierto de los primeros momentos, Ig aprenderá a sacar ventaja de ser el mismísimo diablo…
Joe Hill, príncipe del terror y autor prodigio de la exitosa novela El traje del muerto, vuelve a ponernos los pelos de punta con esta extravagante, original e imaginativa historia, en la que todo es, aparentemente, extraño e inexplicable.

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– Pero si estás regalándome cosas todo el tiempo… Si fueras a venderlo, ¿cuánto pedirías? Tengo algo de dinero de las propinas que me saco vendiendo revistas.

También le podrías pedir veinte dólares a tu mamá, pensó Ig con una voz suave y casi maliciosa que le resultó irreconocible.

– No quiero tu dinero -dijo-. Pero te lo cambio.

– ¿Por qué?

– Por eso -dijo Ig señalando con la cabeza hacia la cruz.

Ya estaba dicho. Contuvo el siguiente aliento en los pulmones, una cápsula de oxígeno caliente con sabor a cloro, química y extraña. Lee le había salvado la vida, le había sacado del río cuando estaba inconsciente y le había ayudado a respirar otra vez e Ig estaba dispuesto a devolverle el favor, sentía que le debía a Lee cualquier cosa, todo excepto esto. La chica le había hecho señales a él, no a Lee. Comprendía que hacer un trato de este tipo con Lee no era justo, no tenía defensa moral posible, no era de personas decentes. Nada más pedirle que le devolviera la cruz se le encogió el estómago. Siempre se había visto como el bueno de la película, el héroe indiscutible. Pero los héroes no hacían algo así. En todo caso, tal vez había cosas más importantes que ser el bueno de la película.

Lee le miró mientras en las comisuras de los labios se le dibujaba una media sonrisa. Ig notó una oleada de calor en la cara pero no le dio demasiada vergüenza, le alegraba ruborizarse por ella. Dijo:

– Ya sé que no viene a cuento, pero creo que me gusta. Te lo habría dicho antes pero no quería interponerme en tu camino.

Sin dudarlo un instante, Lee se llevó las manos detrás del cuello y se soltó el broche.

– Sólo tenías que haberlo dicho. Es tuya, siempre lo ha sido. Tú la encontraste, no yo. Yo lo único que hice fue arreglarla. Y si te ayuda a llegar hasta ella me alegro de haber contribuido.

– Pensé que te gustaba. Tú no…

Lee hizo un gesto con la mano.

– ¿Me voy a pelear con un amigo por una chica que no sé ni cómo se llama? Con todas las cosas que me has dado, los CD… A pesar de que la mayoría son una mierda, no soy ningún ingrato, Ig. Si la vuelves a ver, ve a por todas. Yo te apoyo. Aunque no creo que vaya a volver.

– Sí, sí que va a volver -dijo Ig suavemente.

Lee le miró.

Toda la verdad salió a relucir sin que Ig pudiera evitarlo. Necesitaba saber que a Lee no le importaba, porque ahora eran amigos, y lo serían durante el resto de sus vidas.

Cuando vio que Lee no decía nada, sino que se quedaba allí flotando con la media sonrisa en su cara larga y estrecha, Ig siguió hablando:

– Me encontré con alguien que la conoce. El domingo pasado no estaba en la iglesia porque su familia se está mudando aquí desde Rhode Island y tenían que volver a recoger sus cosas.

Lee terminó de quitarse la cruz y se la lanzó con suavidad a Ig, quien la cogió justo cuando tocaba el agua.

– A por ella, tigre -dijo-. Tú eres quien la encontró y por la razón que sea yo no le hice tilín. Además, yo ya estoy bastante ocupado en lo que a tías se refiere. Ayer vino a verme Glenna para contarme lo del coche en casa de Gary y aprovechó para metérsela en la boca. Sólo un minuto, pero lo hizo. -Lee sonrió como un niño al que le acaban de regalar un globo-. Qué pedazo de putón, ¿no?

– Es una pasada -dijo Ig sonriendo débilmente.

Capítulo 19

Vio a Merrin Williams y simuló que no se daba cuenta. Tarea difícil, ya que el corazón le saltaba dentro del pecho, golpeándole las costillas como un borracho furioso que aporreara los barrotes de su celda. Había estado esperando este momento no sólo cada día, sino prácticamente cada hora del día desde que la vio por primera vez, y era casi más de lo que su sistema nervioso era capaz de soportar; tenía los circuitos a punto de explotar. Llevaba pantalones de algodón de color crema y una blusa blanca arremangada. Esta vez llevaba el pelo corto y le miró directamente mientras Ig avanzaba por el pasillo con su familia haciendo como que no la veía.

Lee y su padre entraron pocos minutos antes de que empezara la misa y se sentaron en un banco al lado de Ig, cerca del altar. Lee volvió la cabeza y miró con detenimiento a Merrin, de arriba abajo. Ésta pareció no darse cuenta, tan concentrada como estaba en Ig. Lee movió la cabeza simulando desaprobación antes de girarse de nuevo.

Merrin estuvo observando a Ig durante los cinco primeros minutos de la misa y en todo ese tiempo él no la miró directamente. Tenía las manos juntas y apretadas, las palmas resbaladizas por el sudor, y mantenía los ojos fijos en el padre Mould.

Ella no dejó de mirarle hasta que el padre Mould dijo:

– Oremos.

Se deslizó del banco para ponerse de rodillas y juntó las manos. Entonces fue cuando Ig se sacó la mano del bolsillo. La sostuvo en el cuenco de la mano, localizó un rayo de sol y la apuntó hacia ella. Una cruz de luz dorada y espectral bailó sobre la mejilla de Merrin y se posó en la comisura de uno de los ojos. La primera vez que le envió un destello cerró los ojos, la segunda vez parpadeó y la tercera le miró. Ig sujetaba la joya sin moverse, de modo que en el centro de su mano ardía una cruz dorada de pura luz que se reflejaba en la mejilla de ella. Merrin le miró con inesperada solemnidad, como el radioperador de una película bélica que está recibiendo un mensaje de vida o muerte de un camarada.

Lenta y deliberadamente, Ig empezó a mover la cruz para emitir el mensaje en Morse que había estado memorizando toda la semana. Se le antojaba importante transmitirlo de forma exacta y manejaba la cruz como si fuera una carga de nitroglicerina. Cuando hubo terminado, sostuvo la mirada de la chica por unos segundos y después escondió la cruz en la mano y volvió la vista a otro lado, mientras el corazón le latía con tal fuerza que estaba seguro de que su padre, arrodillado al lado, estaba oyéndolo. Pero su padre rezaba con las manos entrelazadas y los ojos cerrados.

Ambos se cuidaron mucho de volver a mirarse mientras duró la misa. O, para ser más exactos, no se miraron a la cara, pero Ig era consciente de que ella le miraba por el rabillo del ojo mientras él hacía lo mismo, disfrutando de la forma que tenía de ponerse en pie para cantar, echando los hombros hacia atrás. El pelo le brillaba a la luz del sol.

El padre Mould los bendijo a todos y les conminó a amarse los unos a los otros, que era precisamente lo que Ig tenía en mente. Cuando la gente empezó a salir se quedó donde estaba, con la mano de su padre apoyada en el hombro, como siempre. Merrin Williams salió al pasillo seguida también por su padre e Ig supuso que se detendría y le daría las gracias por arreglarle la cruz, pero ni siquiera le miró. Ig abrió la boca para decirle algo y entonces reparó en la mano derecha de ella, con el dedo índice extendido detrás del cuerpo señalando el banco. Fue un gesto tan natural que podía haber estado simplemente balanceando el brazo, pero Ig tenía la seguridad de que le estaba indicando que la esperara.

Cuando el pasillo estuvo despejado, Ig salió y se puso a un lado para que su padre, su madre y su hermano pasaran delante. Pero en lugar de seguirles se volvió y caminó en dirección al altar y el coro. Cuando su madre le miró interrogante, señaló hacia el vestíbulo trasero, donde había unos lavabos. No siempre podía recurrir a la excusa de atarse el cordón del zapato. Su madre siguió andando con una mano apoyada en el brazo de Terry. Éste miró a su hermano con curiosidad, pero se dejó guiar por su madre.

Ig permaneció esperándola en el sombrío vestíbulo que conducía al despacho del padre Mould. No tardó en aparecer, y para entonces la iglesia estaba prácticamente vacía. Le buscó en la nave pero no le vio, e Ig permaneció en la oscuridad, observándola. La chica caminó hasta la capilla lateral y encendió una vela, se santiguó, se arrodilló y se puso a rezar. E1 pelo le caía tapándole la cara, así que Ig pensó que no le veía cuando salió a su encuentro. No se sentía como si estuviera caminando hacia ella. Le sostenían unas piernas que no eran las suyas. Era como si lo transportaran, como si estuviera de nuevo subido al carro de supermercado, esa misma sensación en el estómago, vértigo mezclado con náuseas, la sensación de estar a punto de caer por un precipicio, de dulce peligro.

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