– En ocasiones. No siempre -dijo Wayne Snider-. Hay expertos capaces de investigarlo. Yo no soy especialista en esta materia -sentenció mientras cruzaba los brazos delante del pecho al mismo tiempo que escudriñaba a Chris de forma inquisidora-. Apenas nos llama tu asistenta, y ya estás aquí. En el caso de que yo no hubiera estado aquí…
Chris soltó una carcajada.
– Me has pillado. Tengo que admitir que tu laboratorio estaba en segundo lugar, pero me decidí a buscarte de manera espontánea. He estado esta mañana temprano en Leipzig; en el departamento de antropología evolutiva del instituto Max Planck.
– Vaya.
– Sí. Tenía el encargo de un transporte para Bitterfeld. Y debido a que en Leipzig se encuentra este instituto, he juntado ambas cosas. Allí trabaja un sueco, un tal Pääbo.
– Qué elitista nos salió nuestro transportista -Snider se incorporó curioso de su silla-. Svante Pääbo, el padre de los análisis de ADN en la arqueología. Este hombre fue el primero en extraer e investigar ADN de huesos con miles de años de antigüedad. Te has impuesto una meta bastante alta al pretender que analice un hueso legado por tu padre. ¿Le has comentado que poseías un hueso de una momia alemana de miles de años de antigüedad? -Snider meneaba la cabeza-. Chris, si no tienes que añadir nada más, no te creeré ni una sola palabra… lo que quiero decir es que se puede tratar de cualquier hueso… ¿Por qué debería Pääbo querer analizarlo? ¿Por qué debería escucharte incluso?
– Pues de eso se trata. No fui capaz de llegar hasta él. He estado allí y preguntado si podían ayudarme. Pensé que estos tipos de análisis se podían realizar con cierta rapidez. Hay universidades que ofrecen análisis para establecer la edad a través de la prueba del carbono 14 por varios cientos de euros.
– Así que querías un análisis rápido en Leipzig…
– Exacto. Pero en primer lugar querían saber dónde había encontrado el hueso, si era mío y demás.
Snider meneaba de nuevo la cabeza.
– ¡Chris! Cuéntamelo todo desde el principio… ¡sino me cuentas algo nuevo, no te creeré ni una palabra! ¡No pretenderás que me crea que has encontrado un hueso entre las pertenencias de tu padre y que te desplazas sin más para que te realicen una prueba de ADN arqueológica!
Chris detuvo su mirada en su amigo de juventud, vaciló, hizo diferentes muecas con la cara y contestó finalmente en voz baja:
– Está bien. La nota de mi padre contenía cierta información más de la que te conté en un principio…
– Vaya, vaya -Snider sonreía satisfecho.
– El hueso proviene por lo visto de Spy, en Bélgica. Allí se habían encontrado en la década de los ochenta del siglo XIX herramientas, huesos animales y esqueletos de Neandertal. En cualquier caso, así fue como lo dejó anotado mi padre. Siendo así, tendrían cierto valor. Mi padre estaba preocupado de que le pudieran preguntar cómo había conseguido los huesos. Por eso los guardó y no los malvendió.
Chris elevó las manos con un gesto que debía confirmar que finalmente había dicho todo lo que había que decir.
– Neandertales. ¿Por eso también Leipzig?
– ¿Tiene sentido, no? Me gustaría saber de qué hueso se trata. ¿Animal? ¿Homínido? ¿Neandertal?
Snider se reía y se mostraba visiblemente contento por haber descubierto las intenciones de su antiguo amigo de juventud.
– ¿Y por qué no has permitido que realizaran las pruebas en Leipzig?
– De repente me invadió el miedo por no recuperar el hueso. Las leyes alemanas con respecto a los hallazgos arqueológicos tienen sus triquiñuelas. Lo sé por un caso que he investigado yo mismo. Los controles y permisos son terribles. No dispongo de ningún documento, ningún certificado de propiedad, simplemente tengo el hueso. Y si lo hubieran incautado… los problemas siguientes. Y entonces me acordé de ti.
»Así que, ¿se puede o no?
La habitación a la que Snider condujo a Chris se mostraba repleta de aparatos técnicos. En una mesa colocada en una de las esquinas, se encontraba sentada una mujer delante de dos pantallas; a su izquierda se alzaba de pie un aparato metálicamente brillante que apenas medía un metro y cuya composición resultaba extremadamente compleja.
Chris reconoció un portaobjetos, la punta de un sensor, y al mismo tiempo pudo ver diferentes cables conectados a las pantallas.
– Permíteme que os presente: Jasmin Persson, nuestro ángel sueco.
Chris pudo ver al principio solo la parte posterior de su cabeza y su cabello rubio, pero a continuación, cuando se giró, también la sonrisa abierta de su cara armónica y bien proporcionada, y sus claros ojos azules.
– Hola -dijo Jasmin Persson, dándole la mano para saludar a Chris. Todo en su ser era grácil, suave, esbelto. Vestía una bata blanca sobre unos vaqueros y una camiseta-. Así que usted es el amigo del hueso de Neandertal y que sabe leer osteones. -Su mirada burlona quedó atascada por un momento en su cara-. ¿Quién le abrazó durante la última noche? ¿Ha dormido en la jaula de los felinos del zoológico de Leipzig?
Chris pasó los dedos sobre los dos arañazos de la mejilla. Por fortuna fueron los únicos resquicios visibles de la noche anterior.
– Me afeito con cuchilla. Mi mano estaba esta mañana especialmente temblorosa. Sabía que iba a tener que contestar aquí a preguntas inquisidoras.
– Está bien -replicó ella poco convencida. Sus ojos centelleaban mientras le sonreía.
Jasmin se colocó los guantes de un solo uso y le quitó el hueso de la mano. A continuación se giró con la silla hacia un lado y colocó el hueso sobre el portaobjetos.
– Parece un enorme taladro -espetó Chris-, ¿Qué es?
– Un microscopio electrónico de rastreo -respondía ella sin interrumpir su trabajo. Él pudo observar en su tonillo que se estaba divirtiendo-. Tiene la ventaja de que así no necesitamos tener que cortarle ninguna lámina fina al hueso, como ocurriría en el caso del microscopio óptico.
Entre tanto le explicaba cómo el microscopio recorría la superficie paso a paso con un fuerte rayo electrónico.
– Los puntos rastreados se juntan en un recolector y son proyectados en una pantalla. Cada punto rastreado se convierte en un pixel de la pantalla. Todo esto funciona igual que en la composición de la imagen en la pantalla de un televisor.
Su voz escondía un ligero acento, lo cual enfatizaba aún más su agradable sonido. Chris se descubrió a sí mismo fijándose en su nuca y empapándose de las delicadas líneas de su cuello.
– Sin embargo, solo rastrearemos una pequeña parte -comentó Wayne Snider mientras ella manipulaba concentrada la gran cantidad de interruptores, reguladores y botones, que recordaban a Chris la imagen de una mesa de mezcla.
– Irá muy rápido -exclamó, girándose hacia Chris mientras sus ojos brillaban burlones. De repente, sintió un fuego que no tenía nada que ver con las pruebas.
Finalmente apareció la primera imagen en las pantallas. Jasmin Persson convirtió la imagen de una de ellas en una detallada captura fuertemente ampliada, mientras que la otra mostraba una estructura global de la zona ósea elegida.
– Ahí. Los pequeños círculos, esos son los osteones -explicó sereno Wayne Snider-. Se asemejan a cilindros huecos ligeramente deformados en cuyo canal central se encuentran los vasos sanguíneos.
Chris pudo observar en la imagen ampliada el fragmento de superficie ósea elegido como una masa densa y compacta.
– Los osteones son los responsables principales de la densidad del interior y de la periferia del hueso, es decir, en la corteza ósea -zanjó Wayne Snider formalmente cuando hubo silencio-. En su interior hay ciertos canales y los osteones no son otra cosa que un sistema tubular en miniatura.
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