Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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Sobre la imponente tabla descansaban diferentes tiestos; hojas y flores se encontraban repartidas por toda la mesa. Hank Thornten observaba la estructura de la hoja en sus dedos a través de una lente de aumento.

– Coloca tu ordenador portátil en algún lugar, donde no puedas dañar ninguno de estos milagros botánicos.

Hank Thornten tenía solo treinta y cinco años, y desde hacía tres era presidente de Tysabi. Como accionista mayoritario de la antigua empresa familiar y tras el retiro de su padre, el cargo acabo evidentemente en sus manos. Las fusiones que lo acercaban cada vez, más al círculo de los grandes consorcios farmacéuticos eran tramadas por él y sus consejeros con tal destreza que el poder nunca abandonaba sus manos.

– ¿Qué dice Wall Street?

– Hemos superado la crisis por los pelos -respondió Zoe Purcell-. La caída del valor de las acciones se pudo detener en los dieciocho dólares. Avinex casi nos arrastra al abismo. Por lo que parece, no podremos sacarlo ya al mercado. Al menos esa es la opinión actual de la Administración de Alimentos y Fármacos [22].

– Lo sé. Mis consultas online funcionan incluso aquí. El portal de la presidencia no fue una mala idea por tu parte. Bien hecho, Zoe. ¿Pero cómo se llegó a esta crisis?

– El detonante fue un dictamen realizado por terceros sobre Avinex, el cual echó por tierra nuestros propios informes y pruebas clínicas. Avinex debía haberse convertido en nuestro nuevo producto estrella. Sin embargo, este dictamen ajeno a nosotros certifica una amplia ineficacia, así como peligrosos efectos secundarios. ¡Andrew me tenía que haber avisado con antelación! Él tendría que haber retirado Avinex mucho antes del mercado.

– ¿Y haber renunciado con ello a un beneficio de doscientos millones de dólares?

– El valor de las acciones no hubiera bajado tanto. ¿Eres consciente de la fortuna que has perdido?

– Eso ya lo he calculado. Con tu propuesta, las acciones hubieran caído mucho antes. Y no hubiéramos hecho ningún beneficio. De esta forma, al menos hemos ganado algo cada día con el analgésico -Thornten tomó con deleite un trago de su botella de cerveza-. Las acciones subirán de nuevo, ¿no es así? ¿Para eso te tenemos a ti, no?

Él le lanzó una de sus miradas de soslayo que, al principio, ella no era capaz de clasificar. Sin embargo, a esas alturassí sabíaquo constituía una especie de introducción a lo que vendría después. No había vuelta atrás.

– Andrew no calcula bien las consecuencias y habla demasiado poco con la Administración de Alimentos y Fármacos. Y nosotros compramos las patentes equivocadas.

El presidente giró y miró a través de la ventana.

– Nosotros gastamos cada año cien millones de dólares en patentes genéticas de los que no sacamos ningún provecho.

– … De los que no sacamos ningún provecho aún -murmuró Folsom con desdén mientras le arrojaba una mirada llena de desprecio a Zoe.

– Cualquier científico descubre una secuencia genética, la registra como patente, y nosotros compramos los correspondientes derechos, porque quizás los podamos utilizar en alguna ocasión.

Zoe sabía que no era justa con Folsom. Por supuesto existían en el caso de algunas patentes conexiones concretas con las propias investigaciones. Pero muchas de estas compras constituían vagas especulaciones, pues se había convertido en una mala costumbre por parte de las oficinas de patentes concederle con demasiada rapidez la patente a las secuencias genéticas, vedando de esta forma su libre uso.

– Zoe, ven aquí -Hank Thornten se aproximó a la ventana, la abrió y esperó hasta que ella estuviera de pie a su lado-. ¿Ves la montaña y el valle?

– Sí -ella se sorprendía sobre la extraña suavidad del aire. Aire primaveral. Y eso que se encontraban al sur del Ecuador, a mil seiscientos metros de altura, e incluso en las capas más altas de la montaña estaba todo verde. Ella acababa de darse cuenta de que los barracones no disponían de calefacción.

– El valle se llama también «Valle Sagrado». Y la montaña, también es una montaña sagrada. «Mandango». -Hank casi susurraba.

– Lo sé. El último refugio de los incas.

– Sabemos tan poco sobre esta montaña como sabemos tan poco sobre la montaña de patentes que estamos amontonando. Investigamos con la esperanza de realizar un día el gran descubrimiento. ¿Me entiendes?

Zoe quiso haber contestado, pero el presidente elevó imperioso la mano.

– La auténtica catástrofe fue que en el dictamen que comentas se citara nuestro propio estudio. Este apareció como encabezamiento a su introducción, donde aparecía plasmado lo que ese dictamen constató.

– Cierto. Andrew y su equipo se durmieron. Eso nunca tendría que haber sido documentado.

– Eso es verdad… por una parte -el presidente se había sentado de nuevo y observaba la estructura de la hoja en su mano-. Andrew ya recibió por ello su propio sermón. Sin embargo, la responsable del departamento de seguridad eres tú. ¡Aun así, no sabemos quién fue el cerdo que se cagó en su propio cubil! Mal hecho, Zoe.

Zoe Purcell tragaba. Andrew Folsom le había cedido a ella hacía un año el puesto de responsabilidad del departamento de seguridad. «Este barco no siempre está ausente de fugas, nunca está sellado del todo -le había dicho Folsom en una ocasión que estaban solos-, y cuando las cosas se pongan feas, el departamento de seguridad se convertirá en una buena soga para ti».

Tenía que aguantar el chaparrón. Ya le llegaría a ella también su momento.

Pero Folsom, entre tanto, se dispuso a iniciar el siguiente ataque.

– Parece que aún existe otra fuga más en nuestro sistema de seguridad -decía al acecho-. ¡Alguien quiere venderle los resultados de nuestras investigaciones a la competencia! Zoe, ¿qué estás haciendo para proteger nuestro nuevo bálsamo para las quemaduras?

Totalmente perpleja, Zoe Purcell luchaba por tomar bocanadas de aire.

Folsom sonreía de oreja a oreja. Estaba disfrutando de su ataque sorpresa.

– Un pequeño contratiempo…

– Yo no opino lo mismo -Hank Thornten levantó la mirada. Su mano con la lente de aumento colgaba como un insecto en el aire-. Zoe, se trata de miles de millones en beneficios que nos quieren robar.

Los científicos de Tysabi trabajaban desde hacía años en antibióticos basados en la piel humana y estaban a punto de lanzar al mercado un nuevo bálsamo para las quemaduras.

La piel es el mayor órgano del ser humano, protege y separa al hombre de su medio. Debido a que el sistema inmunológico del ser humano constituye una de las estructuras de defensa más antiguas y con mayor éxito que existen, no es de extrañar que se estudie en profundidad este sistema. A finales de los años noventa se descubrió que la piel humana produce antibióticos basados en las proteínas, las cuales erradican de forma inmediata los virus, las bacterias y los hongos -de forma infinitamente más rápida que cualquier antibiótico tradicional-. A los patógenos no les resta el tiempo necesario para producir resistencias. Entre tanto, se han descubierto más de mil materias diferentes procedentes de la piel, el líquido lacrimoso, el intestino, el pulmón o los glóbulos blancos de la sangre…

– Estamos vendidos -interrumpió Zoe, quien se enteró por parte de Peter Sullivan, el jefe de seguridad de Tysabi, solo hacía unos pocos días de la mencionada fuga. Sullivan había recibido un soplo de uno de sus contactos. Ella no contaba con que Folsom ya estuviera enterado de ello-. Aún no ha pasado nada. Sullivan se está encargando de hacerse con el nombre y el lugar de entrega. Lo impediremos.

Hank Thornten asentía con la cabeza.

– Ocúpate personalmente de ello. ¡Acaba con el cerdo!

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