Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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El cuadrado se encontraba a la sombra de la capilla. El sol había superado en todo este tiempo la altura de las crestas de las montañas, inundando los bosques de los valles con la reconfortante luz de la mañana. Sería al final del mediodía cuando el sol cobró suficiente altura para que sus ardientes rayos alcanzaran aquel lugar.

El papa hizo un gesto con la cabeza y acto seguido Jerónimo abrió el maletín. Poco a poco rescató los restos de los cultivos de células y las pruebas de tejido del ratón muerto y se los entregó al pontífice, quien los arrojó con decisión al fuego.

Por último, el papa sostuvo la inyección con la prueba lista para su uso en la mano. Este dio dos pasos al frente. Por un segundo pareció que se iba a caer. Sin embargo, antes de que Calvi pudiera reaccionar, el pontífice ya se tenía de nuevo bajo control.

El brazo del papa describió un amplio arco durante el lanzamiento. Chris vio caer el émbolo en uno de los tizones ardientes, donde permaneció tendido fácilmente visible.

El fuego parecía arder de pronto con mayor vehemencia. Ráfagas de aire arribaban, las llamas flameaban con mayor claridad y el crepitar del fuego le penetraba a Chris con mayor estruendo en los oídos.

Su mirada quedó atraída por el ardiente tizón sobre el que se encontraba el émbolo. Las zonas ennegrecidas por el fuego de la madera mutaron en millones de puntos incandescentes y las llamas flameaban en un intenso azul, tornándose más arriba rojas y amarillentas.

Tardó un rato hasta que estallara el émbolo. El líquido se evaporó y se mezcló sin más con el humo de la madera.

Sin mediar palabra, Benedicto se dio media vuelta y abandonó con pesadumbre el pequeño claustro. Elgidio Calvi le seguía con el maletín que contenía ahora tan solo las tablillas y los huesos.

– Así de fácil es -murmuró Chris a la vez que contempló a Jasmin.

Acto seguido se les acercó Jerónimo.

– Así de difícil fue -contradijo el monje, quien había escuchado las palabras de Chris.

– ¿El es consciente de lo que acaba de hacer? -quiso saber Chris-. Yo no hubiera podido hacerlo.

El monje lo examinó con insistencia.

– Yo estoy seguro de que sí sabía lo que hacía. Y es bueno que así sea.

– Bueno, usted es un hombre de la Iglesia. No se puede esperar de usted otro tipo de respuesta.

– «No puede ser que coma también del árbol de la vida. ¡Pues vivirá para siempre!» -exclamó Jerónimo.

– Sí, sí. Las palabras de la Biblia. Al menos ha procurado que no se pongan en duda los cimientos de su fe.

– Ha hecho mucho más que eso para la humanidad.

– Eso sí que me interesa.

– Él actuó en el sentido de la Evolución, y por lo tanto también en el sentido de la humanidad.

– Los científicos opinarán seguramente de forma muy diferente.

– No lo creo. Piense en la Evolución, la Biblia de los científicos: si no existiera la muerte, no existiría la vida. Solo a través de la muerte y la vida renovada se desarrollan las especies. La vida y la muerte dependen la una de la otra. Son hermanas inseparables. No hay ningún camino capaz de deshacer este axioma de la evolución. Este descubrimiento no corresponde a la Iglesia, sino a la ciencia.

– Pero esto no le va a servir de ayuda a la reconciliación ente la fe y la ciencia.

– No hagamos caso de los fanáticos. Los entendidos y tolerantes de ambas partes han conseguido llegar mucho más lejos, pues saben que las ciencias naturales son un oficio divino. ¿Y hacia qué va dirigido el oficio divino de los creyentes? Hacia la creación. ¿Ya qué nos referimos con la Creación? Eche un vistazo a su alrededor. Ambos se refieren a lo mismo, solo que lo definen con otras palabras.

* * *

Roma, miércoles

Normalmente, la audiencia general del pontífice delante de la catedral de San Pedro solía dar comienzo los miércoles a las diez y media. Sin embargo, eran ya las once.

– Ya no siento mis posaderas -gruñó Philipp a la vez que se secaba con el antebrazo el sudor de la frente. El sol llevaba martirizándole la cabeza desde hacía horas.

Habían pasado su última noche en Roma delante de la Fontana di Trevi y se habían apresurado en sortear antes de las ocho las barreras de la plaza para asegurarse un lugar cerca de las escalinatas.

– Ya vendrá -Anja se pasó la mano por su corto y oscuro cabello a la vez que se dejó contagiar por el alegre ambiente que emanaba la muchedumbre.

Las filas gris oscuras repletas de sillas de plástico situadas en la parte anterior de la plaza ya habían sido ocupadas al amanecer. Mientras, en la superficie restante de la plaza, las personas se encontraban de pie apretujándose unas con otras.

– No dejo de pensar en el tipo que durante nuestro viaje de ida nos llevó durante un trecho.

Philipp miró hacia uno de los enormes monitores que se ubicaban a ambos lados de la plaza y que transmitían alternativamente imágenes de las diferentes aglomeraciones de personas o las caras de los clérigos situados más arriba, debajo del baldaquín.

– Te refieres a ese antiguo policía que iba de camino para ver a ese marchante de arte -Anja sabía perfectamente a quién se refería Philipp.

– Sí, a ese me refiero. -Philipp miró hacia las escalinatas situadas delante de la catedral de San Pedro. El gigantesco baldaquín le ofrecía una agradable sombra a los dignatarios de la Iglesia, quienes poco a poco tomaban su asiento detrás del sillón vacío del papa-. ¿Habrá realizado su transporte con éxito?

Observaba con detenimiento las filas de asientos que se alargaban a izquierda y derecha del baldaquín, donde a una distancia respetuosa detrás de las barreras, semana tras semana, se sentaban los privilegiados, los elegidos, los invitados.

Una voz procedente de los altavoces comenzó a retumbar de pronto.

– ¿Qué dice? -preguntó Philipp.

– El papa viene de camino desde Castelgandolfo, su residencia de verano. Su helicóptero sufrió un problema en el motor. Por eso se retrasa, pero dentro de poco estará aquí.

Entre la maraña de voces procedentes de todas las partes del mundo, que parecía resurgir de nuevo, se entremezclaba el canto de diferentes grupos juveniles y parroquias, que realizaban una vez más una de sus pruebas, antes de que se les permitiera entonar sus canciones en honor a Dios, el papa y la fe cristiana.

Poco después, dos helicópteros sobrevolaron el Vaticano. Philipp pulsó repetidas veces el disparador de su cámara fotográfica. Pocos momentos más tarde, el obispo de Roma avanzaba, colocado de pie en la parte trasera y abierta de un pequeño coche blanco, a través de las vocingleras y jubilosas masas. El papa mantenía la mano izquierda aferrada en una barra lateral al mismo tiempo que saludaba sonriente con la mano derecha.

El vehículo se deslizaba por las calles que se mantenían libres por toda la plaza. A continuación, el vehículo ascendía botando ligeramente por la rampa. El Vicario de Cristo se apeó y se sentó en su silla debajo del baldaquín.

Antes de que el papa diera comienzo a su audiencia, Philipp echó un apresurado vistazo a la toma de las últimas fotos.

Si hubiera observado con mayor detenimiento las imágenes con los dos helicópteros en vuelo, quizás se hubiera dado cuenta de que los helicópteros portaban emblemas nacionales franceses.

EPÍLOGO

Suecia, a mediados de agosto de 2005

Jasmin se acercó con pasos silenciosos junto a Chris. Él no la escuchó llegar. Se encontraban de pie al lado de un estanque en mitad de los profundos bosques suecos, cerca de la frontera con Noruega. El caluroso sol de la tarde transformó la superficie del agua en un infinito mar de centelleantes diamantes.

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