Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– ¡Exacto! -Thornten se reía satisfecho-. Zarrenthin, lea los antiguos evangelios apócrifos que no se han recogido en la Biblia. ¿El motivo? En ellos no se dice ni una palabra de milagros o resurrecciones de muertos llevadas a cabo por Jesús. Nada. ¿Y por qué? Porque es falso…

– Zarrenthin, ¿no creerá usted que el texto de la tablilla se corresponde a la realidad? -el papa habló en voz baja, pero temblorosa.

– ¿No son los experimentos con los ratones prueba suficiente? -preguntó Jasmin-. Por el mensaje del texto, se deduce que los huesos, la sangre o las células de Etana poseen esta capacidad… en el cromosoma 47. ¿Sinceramente podemos desechar sin más esta idea? ¿No le corresponde este conocimiento a la humanidad?

– En eso consiste el pecado de la ciencia por el que castigará Dios.

– Usted es un hombre de fe, y sus convicciones proceden de la religión -Chris miraba indeciso a su alrededor-. Este texto de la decimotercera tablilla… esta sorprendente cercanía a Cristo le hace dudar a uno del Nuevo Testamento y de Jesús. Al menos, de aquello que la Iglesia cuenta de él. Por otra parte el decálogo en las tablillas. Y si a todo esto le sumamos que de un hueso, de alguien a quien se le considera un pagano y que veneraba a otro dios, se obtiene una sustancia que permite vivir al hombre bastante más que los ciento veinte años estipulados por la Biblia: ¡pues ya son motivos para la reflexión! Toda su concepción divina se viene abajo: su omnipresencia, sus palabras, su unicidad; todo es mentira, todo es desmentido y destruido. ¡Todos los fundamentos en los que se basa la Cristiandad!

– ¿Se le puede negar por lo tanto este descubrimiento a la Humanidad y la Ciencia? -Thornten interrumpió enojado el discurso-. ¡Eso equivaldría a la Edad Media de la Inquisición y las hogueras!

– No, eso no es así -el papa había permanecido durante todo el rato observando las tablillas y elevó ahora con decisión la cabeza-. Olvidémonos por un momento del aspecto religioso. ¡Centrémonos en la cuestión de nuestros actos! Las ciencias deberían comprobar al menos si aquello que le hacen al mundo constituye en ocasiones un acto objetivamente criminal. Zarrenthin, ¿ha visto en alguna ocasión imágenes de perros a los que se les ha cosido la cabeza de un mono? ¡Si ya está ocurriendo de todo!

– ¡Vaya! Ya comienza a claudicar. Ya que no puede avanzar con su monserga religiosa, recurre ahora a la moral -Thornten se reía excitado-. Zarrenthin, no permita que se destruya la única oportunidad de la que dispone la humanidad.

– ¡Usted es científico, y a pesar de ello no lo quiere entender! -el papa echaba pestes en dirección a Thornten-. Ya hemos hablado suficiente -el papa giró hacia Chris y abrió la mano.

Chris dio media vuelta sin saber qué hacer, buscando perdido la mirada de Jasmin.

– ¡Yo ya no sé lo que es lo correcto! -gritó. Estaba agotado. En su cuerpo le retumbaban los dolores, y las piernas le temblaban. ¿Cuándo iba a colapsar? Ya no podía faltar mucho para ello. Pudo sentir un vacío cada vez mayor. La indiferencia se estaba adueñando de sus pensamientos y su voluntad. Que así fuera. Él tan solo quería desaparecer de allí. Con Jasmin, pero desaparecer.

– ¡Pero yo sí! -respondió una voz.

Chris se estremeció. Él conocía muy bien esa voz con su triunfante determinación.

Marvin apareció de repente a través de las sombras de las ruinas del muro situado al este. A su lado caminaba Barry con Mattias en brazos. El chico permanecía recostado contra Barry como si estuviera durmiendo.

– ¡Mirad a quién tengo aquí! -gritó Marvin mientras apuntaba su pistola a la cabeza del niño-. Zarrenthin, haremos un trato muy sencillo. ¡El niño a cambio de la prueba, los huesos y las tablillas!

Marvin y Barry se iban acercando. Thornten cambiaba el peso de su cuerpo de un pie a otro sin sosiego.

Anna se despertó de su espanto y gritó de forma histérica el nombre de su hijo, e instantes después empujó a Jasmin hacia un lado y salió corriendo.

De súbito, Chris recobró de nuevo su ímpetu y se arrojó en su camino, y ambos cayeron de bruces.

– ¡No le va a pasar nada! ¡No le va a pasar nada! ¡Lo prometo! -gritaba Chris una y otra vez mientras presionaba a Anna contra el suelo hasta que ella, presa de un abatimiento desesperado, lloraba desconsoladamente.

Chris dio un salto y alzó el maletín del suelo, colocándolo en la improvisada mesa de piedra. Sacó circunspecto la inyección con la prueba genética preparada para su uso.

– ¡Aquí está! -a paso lento se acercó hacia Marvin al mismo tiempo que mantenía el brazo en alto con la inyección en la mano.

– ¡Quédese donde está! -gritó Marvin-. Entréguele la inyección al papa.

Chris dio media vuelta y le ofreció la inyección al papa.

– ¡Este no es nuestro camino, Marvin! -gritó el papa con voz decidida-. ¡Sin violencia!

– El suyo quizás no, pero yo no tengo tantos escrúpulos. ¡Los Pretorianos protegen la palabra de Dios! ¡Con todos los medios! ¡Usted fracasa en su cometido! -Marvin contempló enfadado el papa-. ¡Hágalo de una vez!

– ¡No! -el grito de Thornten estaba lleno de desesperación-. ¡Miradlo vosotros! -Thornten se agachó y abrió la puerta de la jaula portátil. Metió la mano y poco después la sacó de nuevo. Tan solo la cabeza del ratón sobresalía entre su puño-. Estaba casi muerto, con una herida abierta en el estómago, pero vive. ¡Su herida se ha curado! ¡Mirad! No cometáis un pecado contra la humanidad.

– ¿Quién demuestra que la herida de la barriga no sea una mentira? -gritó Jerónimo.

– ¡Obsérvenlo por ustedes mismos! -Thornten agarró el ratón por el pellejo de la nuca. El animal pataleaba como en un patíbulo.

– Yo sí he visto la herida -murmuró Chris.

– Como en un truco de juego de manos. Antes eran cuatro ratones. ¡Y ahora él nos está enseñando uno sano! -gritó Jerónimo.

– No. ¡Los demás ratones han desaparecido! -dijo Chris mientras echaba una mirada impotente a su alrededor.

– ¡Zarrenthin, no voy a esperar más! -Marvin dominó con su voz los gritos de Thornten y levantó el cañón de su pistola mientras tensaba visiblemente el gatillo.

– ¡Piensa en Mattias! -gritó Jasmin a Chris, cuando ella comprobó que él continuaba vacilando-. ¡Dale lo que quiere!

– He visto al ratón hace un rato. Estaba casi muerto. Pero si eso fuera cierto… -Chris suspiró aliviado cuando encontró la salida-. Pero eso ya carece de importancia. Tres ratones han desaparecido; y tres son los ratones que portan consigo ahora el cromosoma.

– ¡Es usted un idiota ignorante! -gritó Thornten-. Estos animales quizás dispongan de una vida muy larga si no caen en las garras de algún depredador. Sin embargo, nunca podrán transmitir su capacidad a su descendencia: ¡sus células madre no se han modificado!

Marvin reía.

– ¿Lo ve, Zarrenthin? Nada ha cambiado.

– ¡Dásela ya de una vez! -los ojos de Jasmin centelleaban con perfidia-. ¡Dásela!

– Coja usted la prueba. Al niño no ha de sucederle nada -murmuró Chris al mismo tiempo que le ofrecía la inyección al pontífice. El papa alargó la mano con decisión.

– ¡Idiotas! -Hank Thornten obligó a la vicaria a que se arrodillara y colocó el cañón del arma en la parte posterior de su cabeza.

– Eso no cambiará nada. Ha perdido -Marvin se reía de él con burla-. ¡Quédese donde está!

Anna, después de la caída, había permanecido sentada y callada en el suelo. Sin embargo, de pronto se levantó y se acercó ahora a paso lento en dirección a Marvin y Barry.

– ¡Quédese donde está! -gritó Marvin una vez más.

Anna ignoraba sus voces. La piedra, similar a un puño, que sostenía en su mano le daba fuerzas. Su brazo temblaba por la tensión mientras caminaba con paso firme hacia Barry, quien miraba indeciso a Marvin.

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