Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– Una preocupación menos -murmuró el papa-. Gracias. Muéstrenos el camino -de repente el papa giró-. Usted se queda aquí -dijo mientras miraba en dirección a Tizzani, Marvin y Barry.

– ¡Eso va en contra de nuestro trato! -protestó Marvin.

– ¡Obedece! -espetó el papa con voz furiosa-. ¡No confío en vosotros! ¡Calvi!

El guardaespaldas del papa gritó varias palabras a Trotignon, cuyos hombres sujetaron a Marvin. Nadie pareció prestarle atención a sus juramentos.

Momentos más tarde, Tizzani persiguió con la mirada al grupo que se apresuraba en dirección a las ruinas de la iglesia. Él no se dio cuenta de que Henry Marvin y Barry iban corriendo de repente por el patio en dirección este.

Capítulo 48

Cartuja de la Verne, macizo de los Moros, sur de Francia,

mañana del miércoles

El helicóptero en llamas obstaculizaba el camino hacia la carretera, y por el otro camino accedían al otro extremo de la fortificación. Solo les quedaba una salida.

– ¡Fuera de aquí! ¡Allí arriba! -Chris hacía referencia a la escalera de madera que desembocaba en las terrazas. A continuación dio un golpecito a Jasmin, que continuaba rodeando con sus brazos temblorosos a su hermana.

Escalaron dando tumbos por la escalera y poco después atravesaron tambaleándose la terraza. Una y otra vez llamaba Anna a gritos por su hijo.

– ¡Mattias está a buen recaudo! -gritó Chris a la vez que empujaba a las dos mujeres por la siguiente escalera que conducía a la segunda terraza.

– ¿Dónde está mi hijo? -Anna se liberó del abrazo de su hermana y se precipitó sobre Chris.

– Las monjas lo están cuidando -respondió él mientras contrarrestaba el golpe de Anna, agarrándola por las muñecas y doblando sus brazos hacia abajo-. ¡Vamos a recogerlo! ¡Vamos a verlo! ¡Las monjas nos ayudarán a todos! -le susurraba él a ella de forma apaciguante una y otra vez al oído hasta que sintió que los brazos iban perdiendo tensión-. Solo debemos acceder al otro lado. ¡Venid!

La terraza desembocaba en un patio cuadrado aledaño a los edificios del monasterio construidos en piedra natural. Los edificios se ubicaban en la parte central del monasterio y formaban una especie de cerrojo que se extendía tanto hacia el norte como el este.

En el patio había, por todos los lados, montones de piedras numeradas y madera para la construcción. En el lado opuesto del patio, por el contrario, se alzaban delante de la pared del edificio las ruinas de un pequeño claustro. Los arcos que todavía se mantenían en pie habían sido construidos en piedra serpentina azulada, y bajo la tenue luz de la mañana se parecían a fragmentos caídos del cielo nocturno.

Se apresuraron en cruzar el patio, y bajo los arcos del claustro giraron hacia la izquierda para correr a continuación debajo de unos andamios de obra y deslizarse a través de una abertura de una pared recién construida. De repente, se encontraron de pie delante de las ruinas de otra pared cuyos restos -en ocasiones diminutos, pero en otras cubrían varios metros de altura-, se asemejaban a una dentadura quebrada a la que le faltaban varios dientes.

Las ruinas del muro limitaban con un rectángulo de más de veinte metros de longitud y más de diez metros de anchura en el que permanecían tirados restos de piedra por doquier, y que estaba siendo reconquistado por los matorrales y las hierbas.

– Las ruinas de una iglesia -murmuró Jasmin y miró hacia los restos del ábside situado en su extremo oriental-. Con el altar en dirección a Tierra Santa y la tumba de Cristo -Jasmin escudriñó el muro recién construido detrás de ellos-. La están reconstruyendo.

– ¡Otra más! -exclamó Chris, quien se encontraba de pie varios metros a la derecha delante del siguiente edificio, que se alargaba desde la ruina en dirección sur. A través de una rejilla cerrada pudo observar la antesala de una capilla recién restaurada.

El grito de sorpresa de Jasmin provocó que girara de forma abrupta.

* * *

Una comitiva formada por varias personas se desplazaba procedente del extremo oriental de la ruina en dirección al ábside destruido.

Chris vio el níveo solideo y la blanca sotana con el pectoral. El papa destacaba, por su clara indumentaria, entre todos los demás como hace el sol con respecto a los planetas que lo rodean.

A ambos lados del papa corrían guardaespaldas con sus armas desenfundadas; detrás de él Chris descubrió a la priora, a quien había confiado a Mattias. El claro hábito de esta última resultaba incluso desdibujado en comparación con la radiante blancura de la sotana papal.

Jasmin y Anna se mantuvieron de pie al amparo de las ruinas, mientras Chris se apresuraba en trasladarse a la parte central de la nave derruida de la iglesia.

Mientras el cielo brillaba sobre él en un azul celeste, la luz del sol emergente había alcanzado en ese momento los restos más altos de las ruinas. Ya no iba a restar mucho tiempo para que los rayos del sol alcanzaran también el suelo de las ruinas de la iglesia.

El séquito se detuvo delante de él.

– ¡Zarrenthin! ¡Qué alegría poder conocerle! -dijo el papa después de que Jerónimo se hubo colocado al lado del pontífice para susurrarle algo al oído.

– ¡Quédense donde están! -gritó Chris, quien echó una breve mirada a su alrededor y retrocedió unos pasos hasta una roca plana de piedra serpentina. Allí, sobre la ligeramente inclinada y lisa superficie, posó el maletín con las antigüedades y las pruebas.

– ¿Dónde están los demás? -gritó Jerónimo preocupado-. ¿Dónde está Jacques?

– El helicóptero estalló -explicó Chris mientras señalaba detrás de sí.

Jerónimo asentía con la cabeza.

– Hemos escuchado la explosión. A los supervivientes ya les están ayudando. ¿Dónde está Dufour?

– ¡Dufour está muerto! Dos monjas…

– Que el Señor se apiade de sus almas -el papa hizo la señal de la cruz y vaciló, pero a continuación pareció hacer acopio de sus intenciones-. ¡Tenemos que hablar usted y yo!

– ¿Es usted amigo o enemigo? -Chris señalaba hacia Calvi y Trotignon, quienes le apuntaban con sus pistolas.

El papa imitó el movimiento y murmuró varias palabras. Instantes después, Trotignon y Calvi bajaron las armas. Chris resolló con desdén. Dos guardaespaldas más, situados en segunda fila, le mantenían a tiro con sus rifles.

– Nosotros no le deseamos nada malo… -el papa miró hacia Jerónimo de forma exhortatoria; a continuación, los dos dieron un paso al frente-. Usted ya conoce al hermano Jerónimo… Tenemos que hablar: usted tiene aquello que reclama la Iglesia.

Chris soltó una carcajada.

– ¿Puedo decir algo por una vez? Primero quiero respuestas por su parte, y después ya veremos.

– ¡Pregunte! -insistió el papa mientras se aferraba con mayor fuerza a su bastón.

– ¿El niño está a salvo?

– Sí.

– Bien. En primer lugar quiero que sepa que he estado hablando con un tal Antonio Ponti.

El papa miró a Chris de forma interrogativa, girando hacia Calvi, quien a continuación le susurró en voz baja al oído.

– Ahora le entiendo; usted se refiere al ladrón. Bueno, este hombre quiso venderle los hallazgos al Vaticano. Con todo aquello que hay escrito en las doce tablillas, entenderá usted que nosotros debamos tenerlas.

– ¿No tiene más que ofrecer?

– ¿Qué es lo que desea? ¿Dinero? ¿Como el tal Ponti?

– Dinero. Un transporte por dinero: así comenzó todo. Pero eso ya no me interesa en lo más mínimo. ¡Quiero saber!

Chris clavó su mirada en el papa, quien aguardaba sin moverse. Después de un minuto aparentemente infinito, Chris hizo una señal con la mano en dirección a Jasmin y Anna para que se acercaran.

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