Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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– ¿Cuánto tiempo llevará?

– Dos horas, quizás tres.

– Es demasiado… ¡Pero no tenemos otra salida! Hágalo. Y después salgamos pitando de aquí.

– ¿Todos? Si ni siquiera podremos llevar a todos nuestros hombres.

Thornten hizo un gesto despectivo con la mano.

– Cuantos más rehenes tengamos, mejor. Siempre estamos a tiempo de dejarlos atrás. Llame de una vez.

Minutos más tarde, Sullivan le dedicó a Thornten un gesto afirmativo con la cabeza.

Thornten se acercó a la camilla, delante de la cual Anna y Jasmin permanecían acurrucadas.

– Vamos a irnos de aquí, y ustedes se vienen con nosotros.

Thornten escudriñaba a Anna. Una madre desesperada, que luchaba como una leona por su pequeño, era lo último que necesitaba. Sin embargo, como rehén…

* * *

Chris se ceñía a la pared de piedra natural mientras miraba hacia el gran patio de entrada del monasterio, que discurría de oeste a este a través de los casi cien metros de las instalaciones del monasterio, y que ocupaba una anchura de unos treinta metros. Enfrente se encontraba la parte frontal del edificio que formaba el muro exterior del monasterio situado al sur.

Chris se dirigió a toda prisa en dirección al muro exterior occidental. Allí estaba todo muy intrincado y los pasajes abundaban por doquier. «Delante hay un camino», había dicho la priora.

El muro del edificio quedaba dividido por el acceso a un portón, tan ancho que una carreta tirada por caballos podía transitar perfectamente a través de él. El adyacente camino pedregoso conducía hacia abajo y desembocaba por el otro lado en forma de rampa en la primera terraza.

Prosiguió a hurtadillas a través del acceso, y una vez en el otro lado, se apretujó contra la pared. Ahora se encontraba lateral a la parte superior del lugar en el que había encontrado la entrada a la capilla.

La luz emergente del alba rompía la negrura de la noche hasta convertirla en un gris plomizo en el que se podían distinguir los contornos.

Chris se puso de cuclillas. No pudo ver ningún movimiento por ningún lado. «¡Pero si habían apostado centinelas! ¿Dónde estaban?».

De repente escuchó voces al son de un tintineo. Provenía de abajo, a su izquierda, donde se ubicaba la entrada de la diminuta capilla.

La pequeña y ceñida puerta se encontraba en un ángulo muerto del que no conseguía ninguna panorámica. Chris se incorporó y descendió agachado la rampa unos diez metros. La ligera brisa, que le soplaba en la cara procedente de occidente, era lo bastante fresca para enfriar su caluroso rostro.

Ahora era capaz de captar una mejor visión desde un plano oblicuo en dirección al ángulo muerto situado más abajo. La puerta de la capilla se encontraba todavía al amparo de la oscuridad de la noche, y las figuras delante de ella parecían esbirros. Estos comenzaron a descender a hurtadillas hacia el camino, desviándose desde allí en dirección sur, al mismo tiempo que se alejaban de él hacia la entrada principal.

Chris comenzó a contar… «Cuatro en claras sotanas con capucha. Las monjas.

Anna… los esbirros de Sullivan. Jasmin… allí, ¡allí caminaba Jasmin!».

Si ella hubiera mirado ahora hacia atrás, hacia él allí arriba, él hubiese saltado. Por un momento, por un segundo, para que ella viera que él todavía estaba presente.

En ese instante se soltó una de las monjas para correr en dirección norte, alejándose del grupo.

Voces entrecortadas retumbaron hasta su posición.

Debajo de él, la monja había llegado casi a su altura.

Uno de los hombres levantó su brazo derecho.

– ¡No! -Chris dio un salto y levantó su arma asimismo para el disparo.

Del cañón de la pistola salió despedido un rayo. El estruendo de su disparo se entremezcló con el latigazo del otro disparo.

Capítulo 46

Cartuja de la Verne, macizo de los Moros, sur de Francia,

mañana del miércoles

Thornten permanecía a la sombra de la muralla y observaba fijamente el camino que conducía, a la izquierda, hacia el portón principal y la calle. El barranco situado detrás descendía abruptamente y estaba repleto de matorrales, lo que hizo posible que su mirada fuera capaz de pasearse libremente en sentido oeste hacia el amplio y oscuro mar de colinas y valles.

Despuntaba el alba, y los haces de luz en las coronas de las montañas parecían alargarse poco a poco, pero irremediablemente, hacia los valles.

– Todo en silencio -murmuró Sullivan.

Thornten alargó la cabeza y miró hacia la derecha, donde a una distancia de veinte metros, la escalera de madera conducía a la primera terraza.

– Démonos prisa. En diez minutos estaremos donde los vehículos -dijo mientras cargaba con el maletín y el resto de las pruebas, y Folsom sostenía en brazos la jaula de los ratones.

Con un gesto de la mano, Sullivan ordenó a dos de sus hombres que se colocaran en cabeza. Folsom y Purcell se deslizaron adelante, y a continuación les siguieron Jasmin, Anna, Dufour y las monjas, las cuales eran vigiladas por los cinco hombres restantes de Sullivan.

Thornten sopesaba el siguiente paso. Una vez que llegaran a los vehículos debía decidir a quién dejar en tierra. Acto seguido meneó la cabeza como si de este modo pudiera espantar el extraño ruido que oía dentro de ella. Algo no iba bien.

De repente escuchó voces de sorpresa.

Le distrajeron de los sonidos sordos.

Más voces. Sullivan registraba nervioso el cielo.

– ¿Sullivan, acaso estoy rodeado solo por idiotas? -los labios de Thornten temblaban de ira.

Una de las monjas se había liberado y corría por el camino que transcurría hacia el norte. Su captor vaciló, pero a continuación estiró el brazo.

El sonido sordo se hacía cada vez mayor en la cabeza de Thornten. ¡Era una señal de peligro!

Un estrepitoso ruido señalizó el disparo.

La espalda de la fugitiva monja se arqueó a causa del impacto de la bala hasta formar una amplia curva. Sus brazos volaron en el aire, y su corto y estridente chillido retumbó a través del silencio. La monja cayó al suelo con los brazos totalmente estirados.

El estruendo del disparo pareció extrañamente prolongado, y el tirador se tambaleó con las piernas encorvadas hacia el barranco hasta desplomarse mudo por el matorral.

Thornten comenzó a entender lentamente que se habían producido dos disparos casi en el mismo instante. Su mirada saltó hacia las terrazas cuando avistó la figura situada sobre el muro de piedra.

El ruido sordo en su cabeza se hizo cada vez más fuerte.

– ¡Allí arriba! -gritó.

– ¡Jasmin!

Ella estiró la cabeza para mirar hacia las alturas. Chris se encontraba de pie sobre el muro de piedra mientras hacía señales con la mano.

– ¡Es Zarrenthin! ¡Metedle una bala! -Thornten señalaba hacia Chris.

– ¡Chris!

Dos de los hombres de Sullivan levantaron los brazos y apuntaron.

– ¡No! -gritó Jasmin desesperada.

Las pistolas de ambos tiradores ladraban durante el fuego realizado a discreción. El ruido de los disparos deshizo el zumbido en la cabeza de Thornten.

– ¡Adelante! -gritó, cuando vio caer a Zarrenthin para comenzar a arengar-: ¡Haced que se muevan! ¡Venga! ¡Daos prisa! -pero el ruido palpitante había vuelto y se encontraba ahora muy cerca.

Un avispón sobredimensionado volaba por el sur por encima de la cresta de las montañas. El zumbido regular aumentó hasta convertirse en un silbido chillón. El helicóptero se precipitó desde las montañas en dirección a las instalaciones del monasterio, sobrevolando el muro exterior sur y hundiéndose en el valle situado al oeste. Allí viró describiendo un cerrado nudo para dirigirse acto seguido hacia el muro occidental del monasterio. Segundos después, se iluminaron unos focos, cuya luz era tan aguda como una supernova en explosión.

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