Manuel Puig - Boquitas pintadas

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El texto nos remite a un pasado argentino, a la oculta sordidez de un mundo de novela rosa transcrito con implacable objetividad a través del calco paródico de los clichés del lenguaje periodístico, de la impasibilidad feroz de las descripciones aparentemente neutras, de la trivialidad exasperante de unas vidas despersonalizadas.
Nené, varias décadas después, aún conserva las cartas de su antiguo enamorado, Juan Carlos, a pesar de su actual matrimonio. Don Juan Carlos ya fallecido en un sanatorio víctima de la tuberculosis, se va reconstruyendo, mediante la intimidad de unos seres rencorosos o inocentes, esa relación amorosa acontecida en la Argentina de los años treinta.

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– Y usted también querrá escuchar, no diga que no… negro barato, le brillan el cuello y las orejas, se lava para blanquearse

– Para qué voy a decir que no… ¿Le saco los más maduros, nomás, o medio verdes también? mi uniforme de gabardina y botas que brillan

– No, maduritos nomás, otro día yo vengo con un palo y volteo los que se hayan puesto más morados, me los como, uno por uno, y me tiro en el jardín, no me importa que me piquen los bicharracos del pasto

– Llámeme a mí, pongo la escalera del otro lado y ya estoy subido al tapial, me trepo, salto, subo, bajo, la toco

– ¿Y si tiene que hacer algo? ¿o lo único que hace es escuchar la radio? una sirvienta tuvo un hijo natural

– Eso no tengo yo la culpa, que no haya ningún robo por ahí. un balazo, para hacerme saltar la tapa de los sesos

– Entonces voy a ir yo a denunciar que me roban los pollos, plumas largas blancas, plumas negras y amarillas y marrones arqueadas brillan las plumas de la cola, otras llenan el colchón, blandito, se hunde

– No le van a creer.

– ¿Por qué?

– Porque está pared por medio con la Comisaría, bien vigiladito el gallinero, una gallina blanca para el gallo, no hay un gallo en el corral, a la noche al gallinero se le va a meter un zorro

– Menos mal, verdad… Lástima que no me pueda meter presas a las hormigas, mire cómo me arruinan los rosales… Suavidad de terciopelo, pétalos frescos rosados, se abren, un hombre los acaricia, huele el perfume, corta la rosa

– ¿Qué le anda echando?

– Veneno para las hormigas, negras, chiquitas, malas, negro grandote, con los brazos de albañil ¿la habrá forzado a la Raba? ¿De Juan Carlos no sabe nada, usted que era amigo de él?

– Sí, me escribió una carta… Juan Carlos pregunta por una guacha

– Pero también nunca se quiso cuidar, y usted que le hacía buena compañía, si no me equivoco… ¿cuál de los dos más hombre? ¿cuál de los dos más forzudo?

– Juan Carlos era mi mejor amigo, y siempre va a ser igual para mí. El albañil tiene casa de material ¿y hembra maestra de escuela?

– ¿Dónde está? ¿en aquel sanatorio tan lujoso de antes? los ojos castaño claros los entornaba al besarme

– No, creo que en una pensión, y va al médico aparte.

– Ese otro sanatorio era carísimo.

– Sí, parece que sí… ¿Arranco éstos que están acá?

– Esos… sí, ya están bien maduros para comer, y sírvase usted también, los dientes marrón y amarillo

– Son difíciles de pelar, te pelo, cáscara verde, pulpa dulce colorada

– Me da miedo que se caiga.

– No me voy a caer, se los alcanzo de a uno, abaraje… Ahí va… muy bien… ¿se reventó? las gallinas se espantan, cacarean, aletean contra el tejido de alambre y se machucan las alas, los zorros se escapan por cualquier agujero del tapial

– Espere que me coma uno…Cuénteme de dónde se hizo amigo de Juan Carlos, un criollo negro, él era blanco, los brazos no tan morrudos, la espalda no tan ancha

– Un día cuando éramos pibes lo desafié a pelear, las zorras tienen la cueva que nunca se sabe dónde, la cueva de la zorra

– ¿Y hace mucho que está en la policía, usted?

– Entre que fui a la escuela en La Plata y que llegué acá como un año y medio.

– Y a las chicas les debe gustar el uniforme ¿no? la Raba vuelve de Buenos Aires ¿el negro salta el tapial para forzarla otra vez?

– No, es macana eso. ¿A usted quién se lo dijo? las blancas sí, que las criollas son negras y peludas

– Yo sé que algunas chicas tienen debilidad por los uniformes. Cuando yo estaba pupila en Buenos Aires mis compañeras se enamoraban siempre de los cadetes, un cadete, no un negro suboficial cualquiera

– ¿Y usted no? sí, si, sí, sí

sí, yo también. No, yo me portaba bien, yo era una santa. Y no se preocupe porque yo tengo novio, y en serio, buen muchacho, un pigmeo comparado con un negro grandote

– ¿Cuál? ¿aquél que vino en el verano de la capital? a un petiso lo dejo sentado de una piña

– Sí, qué otro quiere que sea…

– Uno medio petiso el hombre… zorra ¿dónde tenés el escondite?

– Me tiene que gustar a mí y no a usted.

– ¿Quiere que le corte más higos?

– Bueno, esos que están más arriba, no te vayas todavía…

¿y la madre?¿dónde está? Pero no alcanzo. Tendría que bajar a su patio y subirme por el árbol ¿quiere?

– No, porque si lo ve mi mamá me va a retar, pero si quiere alguna otra vez que esté en la Comisaría, que no tenga nada que hacer, puede bajarse y trepar por el árbol, cuando lo vea mi mamá mejor que no. mi mamá no dice nada, nada, nada, y la Raba llega dentro de pocos días

– Pero su mamá está siempre ¿o no? a la zorra la agarro de la cola

– Sí, mi mamá está siempre, no sale casi.

– Entonces… ¿cuándo voy a poder bajar? de noche, de noche…

de noche, de noche… No sé, mi mamá está siempre.

– ¿Ella no duerme la siesta?

– No, no duerme la siesta.

– Pero a la noche debe dormir… cuando salto el tapial no hago ruido, las gallinas no se van a despertar

– Sí, pero de noche no se ve bien para trepar al árbol, un tipo forzudo se trepa como quiere a una higuera

– Sí que puedo ver…

– Pero no puede ver qué higo está maduro, y qué higo está verde. vení, vení

– Sí, porque los toco y están más blandos los maduritos y largan una gotita de miel, me parece que me los voy a comer todos yo solo, si me vengo esta noche. ¿A qué hora se duerme su mamá? la agarré y no la suelto

– A eso de las doce ya seguro que está dormida… ¿la habrá forzado a la Raba? ¿tendrá tanta fuerza para eso? la Raba llega y me encuentra con un negro orillero

– Entonces a esa hora esta noche vengo sin falta, la novia del petiso

– ¿Y la antena ya la colocó? me muero por darle un beso a un hombre de verdad, como tu amigo

– Para eso hay tiempo, primero me voy a comer un higo, voy caminando por la calle delante de la gente, con una maestra de escuela

UNDÉCIMA ENTREGA

Se fue en silencio, sin un reproche,

había en su alma tanta ansiedad…

Alfredo Le Pera

Junio de 1939

Los pañuelos blancos, todos los calzoncillos y las camisetas, las camisas blancas, de este lado. Esta camisa blanca no, porque es de seda, pero todas las otras de este lado, una enjabonada y a la palangana, un solo chorro de lavandina. Las sábanas blancas, no tengo ninguna, la enagua blanca, cuidado que es de seda: se hace pedazos si la meto en lavandina. Una camisa celeste, los pañuelos de color, las servilletas a cuadritos, en este fuentón, y primero de todo los calzoncillos y las camisetas porque no son de color, los pañuelos blancos y este corpiño ¿cómo me voy a aguantar hoy sin verlo a mi nene? que es por el bien de él, guacha fría que está el agua. Una enjabonada en la batea, mi tía lavando afuera en el rancho con el agua de la bomba y se muere de frío pero en este lavadero de la niña Mabel cerrando la puerta no entra el ventarrón ¡si mañana lo encuentro dormido yo me lo despierto al Panchito de mamá!… mañana a la tarde hago los mandados ¿y después el tren toda la noche de Buenos Aires hasta Vallejos? ¡qué lejos estaba Buenos Aires del hijito mío! mañana hago los mandados y las quince cuadras llego caminando, lo hago jugar con la pelota y al volver le lavo los platos de la cena a la señora, al señor y a la niña Mabel: el Panchito es igualito al padre, detrás del tapial está en uniforme el Francisco Catalino Páez ¿qué hace? le da un rebencazo a un preso y todos se agachan del miedo, hasta que termina de trabajar, se pone el capote y al doblar la esquina la sorpresa que le espera. Con este broche una punta de la enagua la tiendo con la otra punta, otro broche con la camisa blanca de seda que no me toque las servilletas a cuadritos y mañana ya están secas hará frío en la esquina con el vestido nuevo? pero la ropa tendida adentro del lavadero no se va a poner negra de tierra. ¿Cuál es tu nombre? le van a preguntar al Panchito, « yo me llamo Francisco Ramírez, y voy a estudiar de suboficial» cuando el padre sea viejo le va a dejar el trabajo de suboficial al hijo. Pero un día por la calle yo voy con el Panchito que ya camina solo ¿para siempre esas patas chuecas? yo lo llevo de la mano pero todos los piojitos son chuecos y después crecen y tienen las patas derechas, al padre lo encuentro de casualidad y si va por la vereda de enfrente yo me cruzo y se lo muestro ¡claro que le va a gustar! que es igualito a él y así nos casamos un día cualquiera, sin fiesta ¿para qué gastar tanto? así el Pancho ve que ya volví de Buenos Aires y a la mañana después de la misa de seis no va nadie a la iglesia, por la puerta chiquita del fondo entra el Pancho, yo, la madrina y el padrino, al señor y a la señora les pido que sean padrinos, la niña Mabel a la mañana trabaja en la escuela, «…y el gaucho extrañado le dijo no llores mi pingo, que la patroncita ya no volverá…» es un tango triste, porque cuando se muere la china el gaucho se queda solo con el caballo y no se puede acostumbrar «…tal vez por buena y por pura Dios del mundo la llevó…» y no dice que le haya quedado un hijo, al Pancho le quedaría el Panchito si yo me muero ¿en qué rancho? ¿en el de él o el de mi tía? estamos en la pieza solos y con este broche cuelgo la camisa celeste de una manga y los pañuelos de color ya están colgados así me falta nada más que la otra camisa blanca de seda que si me muero al quedarse solo con el Panchito tan triste no se va a quedar, por lo menos le dejé un hijo bien sano y bien lindo «…entró al rancho en silencio y dos velas encendió, al pie de la virgencita que sus ruegos escuchó, decíle que no me olvide, virgencita del perdón, decíle que su gaucho se quedó sin corazón, tal vez por buena y por pura Dios del mundo la llevó…» y lo veo que llora y reza por mí ¡yo le perdono todo! ¿no es cierto virgencita que lo tengo que perdonar? y la ropa en lavandina cuando vuelvo de la calle la saco y con la última enjuagada ya está: aunque si me muero él se puede casar con otra, pero por lo menos él ya habrá cumplido conmigo de casarse, y si me muero no es la culpa de él, es la voluntad de Dios, qué triste el paisano no le queda más que el pingo, «…y dos velas encendió, al pie de la virgencita que sus ruegos escuchó…» por la Nené yo un día voy a rezar que sea feliz y tenga muchos hijos que me fue a despedir al tren con el corte de género, de sedita linda para el verano, en la esquina con el escote cuadrado como la niña Mabel ¿llorará el Panchito que hoy no voy a verlo? es por tu bien, negrito de mamá, mírala a mamá en este espejo ¿te gusta cómo le queda el vestido nuevo? que «…en un taller feliz yo trabajaba, nunca sentí deseos de bailar…» las de Buenos Aires en un taller ganan más y lo mismo se van a embromar, que se rían

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