Francisco Vera Puig
EL NAZI OLVIDADO
© Francisco Vera Puig
© Ilustración de portada: María Piqueres Martínez
© de esta edición: Loto Azul, 2021
ISBN: 978-84-17307-75-2
Producción del ePub: booqlab
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KALOSINI, S. L.
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A Simona, Candela y Francesco
Para que nunca se olvide lo que ocurrió
y para que no se vuelva a repetir .
Para que prevalezca el amor
en cualquiera de sus facetas frente al odio .
A la memoria de todos los que sufrieron ,
porque sin duda fueron un ejemplo de superación .
No solo perdimos nuestra ropa aquí ,
sino también nuestras almas .
VITTORE BROCHETTA, TRIÁNGULO ROSA, N.º 121631,
CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE FLOSSENBÜRG.
Las historias de nazis me han atrapado desde siempre. Conocer sus atrocidades me provoca una adictiva mezcla de terror, angustia, inquietud y también cierto alivio por haber nacido varias décadas después del inicio del III Reich (1933-1945).
Pero esta no es una historia más de nazis. Esta es la diáspora de Simon, un joven judío que traspasa todos sus límites para sobrevivir e intentar salvar a los pocos familiares que le quedan y que, como él, están condenados a morir en un país que los desprecia profundamente. En su huida hacia adelante, el protagonista despierta a la sexualidad y al amor con un alto cargo de la Alemania nazi, un médico exterminador que le cambia la vida para siempre.
Durante la búsqueda sin tregua de su hermano Gabriel, Simon descubre que en los campos de concentración de Flossenbürg y Buchenwald a los homosexuales —se calcula que fueron detenidos unos cien mil bajo el mando de Hitler— los distinguen del resto de los presos por un triángulo rosa cosido a su traje de rayas. Que en los barracones de los «desviados» como él nunca se apagan las luces, ni de noche. Que les obligan a tener las manos a la vista en sus camas para que estos «depravados» sexuales eviten la tentación de masturbarse, acto que los nazis consideran incontrolable para estos «enfermos». Es realmente estremecedor adentrarse junto a Simon en estos campos de la muerte y pasar su mismo miedo, su angustia ante la posibilidad de ser descubierto, su pánico a acabar como los demás judíos, homosexuales, gitanos y comunistas.
La primera y única vez que estuve en Berlín fue en 2007. Recorrí la ciudad impresionada por su historia, su muro y sus heridas. Recuerdo el escalofrío que sentí cuando, en mi visita al Reichstag, descubrí unas fotos del interior del Parlamento alemán en la época del III Reich con los escaños llenos de uniformes nazis. En ese momento tomé conciencia de que Hitler llegó al poder a través de las urnas. Y me asusté. Mucho.
En cada crisis política, económica y social siempre resucita el discurso del odio al diferente. Solo hay que mirar atrás para recordar hacia dónde encaminan sus pasos los que juegan con el miedo de la gente, los que juegan a negar el pasado más oscuro y terrible. Esta novela es una gran oportunidad para revisar nuestra historia para no repetirla. No bajemos la guardia. Ni un paso atrás.
Carlota Corredera
El profesor Daniel Richter miró su reloj, cerró su libro y dio por concluida la clase. Tras unas cuantas horas de matemáticas, historia, ciencias sociales y naturales, por fin podría volver a casa y disfrutar, como tanto me gustaba, del camino de regreso y, por supuesto, de la sopa. Esta era una exquisitez que mi madre cocinaba sin prisa durante toda la mañana. Meter el pan duro en ese líquido espeso humeante era una de esas cosas que hacían que adorase a mi madre. Hoy todavía pienso en aquel caldo y, pese a que la nostalgia me produce un nudo en la garganta, se me sigue haciendo la boca agua.
La escuela de Wilnsdorf era pequeña y no tenía buen aspecto: las paredes estaban desconchadas, por algunas zonas las baldosas estaban sueltas y el mobiliario era escueto e incómodo; no había presupuesto para más. Pese a todo, me sentía bien allí, me agradaba aprender cosas nuevas, estar con algunos compañeros y saborear cada nueva lección del maestro. Este era un gran hombre y se notaba que disfrutaba mucho con su trabajo, se preocupaba por mostrarnos todo con paciencia y dedicación. Era alto, moreno y lucía un bigote muy divertido y elegante que se empeñaba en peinar y estirar con la punta de los dedos cada cinco minutos. Perdió a su mujer nueve años antes al dar a luz a dos gemelos. Murieron los tres, así que no le quedó más opción que refugiarse en su trabajo. A pesar de que la escuela no era oficial y que no siempre asistían todos los niños de las aldeas, él daba clase. Le gustaba abrir las mentes de los estudiantes rurales que asistíamos, con mayor o menor frecuencia, a la escuela. Se empeñaba en ofrecernos más de lo que nos merecíamos. El médico, el rabino y él eran las personas más cultas en ciento cincuenta kilómetros a la redonda. Recuerdo que yo no falté casi nunca.
Casi todas las mañanas le llevaba al maestro el periódico atrasado de parte de mi padre. Al vivir en una aldea, el cartero no venía a diario; de todas formas, mi padre no se lo enviaba sin haberlo leído primero, así que recibía los periódicos con por lo menos cinco días de retraso. Mi padre y él eran amigos, los sábados se reunían junto con otros vecinos en asamblea en la plaza cerca de la sinagoga. Allí pasaban largas horas sentados en el banco pintado con cal, debatiendo sobre política y acerca de qué cosas se podían mejorar por el bien de la aldea.
Por aquel entonces mi padre era el alcalde. Sí, el alcalde, y yo estaba orgulloso de él. Pertenecía al partido comunista, pero él únicamente pretendía ayudar a los demás habitantes; el partido no era su máxima preocupación y los vecinos estaban muy contentos con su labor. A veces hasta descuidaba la carpintería donde trabajaba para echar una mano a cualquiera que se lo pidiera, y si no podía ir personalmente, nos mandaba a mi hermano o a mí. En aquella época la política no era una cosa de vital importancia para ningún vecino. La paz era una constante.
Aquella mañana no le llevé el periódico.
Mi afición por la naturaleza y el amor hacia los animales también se los debo a mi profesor. Recuerdo con todo lujo de detalles el día que nos llevó a todos de paseo a una fuente natural. Era un paraje maravilloso en todo su esplendor. Lo conocíamos, pero quiso explicarnos cosas acerca de la naturaleza, detalles interesantes y desconocidos que llenaron de información mi curiosidad. Fue un día soleado de primavera. Los árboles, las flores, los arbustos, las aves, las ardillas y hasta las hormigas nos daban los buenos días con toda la alegría posible. También guardo en mi mente la sensación placentera al cerrar los ojos e inspirar el aire puro con perfume fresco. No puedo olvidar el efecto que me produjo la visión en su conjunto al mirar desde lo alto de una colina hacia las humildes y lejanas casas desperdigadas de mis vecinos. Algunas nubes adornaban el maravilloso cielo azul y las águilas peinaban el aire con sus majestuosas alas.
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