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ISBN: 978-84-18344-70-1
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AGRADECIMIENTOS
Agradezco a todos los que habéis creído en mí, me habéis dado el apoyo y amor en mi vida. A toda esa familia, y amigos que estáis en lo bueno y en lo malo. Y a todos esos seres que habéis aparecido a lo largo de mi vida y me habéis aportado ese empujón que necesitaba. Gracias a todos aquellos que formáis parte de mi vida y me seguís aportando esa luz tan bonita. Y a todas esas personas que me habéis ayudado y acompañado durante este proyecto, para ver publicado este libro. Os quiero.
CAPÍTULO 1
NADA ES LO QUE PARECE
Corría por las calles sin control, era una noche fría y perturbadora, las sirenas sonaban en busca de una fugitiva. Las pisadas fuertes y rápidas chocaban contra los charcos del asfalto, todo había cambiado, nada era lo que fue. «¿Quién pudo cambiar el transcurso del tiempo tan rápido?», se preguntaba ella en cada momento, que avanzaba por esas silenciosas calles, desorientada sin saber a dónde iba. Sin recordar, llegó a una pequeña cabina transparente, donde se sentó en un banquito que había en el establecimiento, como una pequeña cápsula, ¿Pero invisible a la sociedad? La verdad es que se hallaban pocos de estos artilugios. Nir creía que se habían destruidos casi todos. Con sus manos temblorosas se quitó los guantes que tenía en sus manos, un espejo reflejaba su nota musical en el rostro al lado del ojo izquierdo, iluminando con una tonalidad turquesa, vio su mirada de color incontrolable. Introdujo su código de tres dígitos que tenía en la pulsera identificadora, la máquina empezó a procesar los datos... Informó acto seguido de las siguientes palabras: «Recopilando datos, vamos a acceder a la información perdida». Una luz iluminó en sus ojos leyendo todo lo sucedido para recuperar la memoria. «Comenzando el audio biográfico, en tres, dos, uno...», comentó la máquina.
Bienvenidos a una civilización donde no es común los coches, los móviles, nada que os podáis imaginar, en estos momentos solo os diré que, en su esencia, ese lugar es único y hermoso. Pero creo que me he precipitado, os la presento: es una chica con sus estudios y, bueno, digamos que ahora su objetivo era encontrar trabajo, hasta que empezó en una oficina de correos de la ciudad. Tiene un hijo de tres años y se sitúa en un lugar que por ahora conocéis… Se llama el Planeta Tierra. Ella vive en una ciudad muy grande, en un piso algo pequeño pero con bastante luz a pesar de sus condiciones. Se llama Juliana, su familia le llama Julie, pero nunca se conforma, su madre Margaret la viene a visitar de vez en cuando, para ayudar en casa con su hijo.
—Mamá, te dije que no hacía falta que vinieras hoy.
—Ya lo sé, Julie, pero tus hermanas y yo estábamos algo preocupadas desde el accidente.
—Prefiero no recordarlo. —Mientras ordenaba la ropa del pequeño Mathew.
Margaret le estaba dando el desayuno a su nieto, mientras Julie no paraba de ordenar, cogió sus llaves, preparada para salir de casa, y le dice a su madre:
—Recuerda que para Mathew es muy importante que le dé el sol unas tres horas diarias, y no le pongas el sombrero de costumbre.
—¡¿Qué quieres que le dé, una insolación?!
—No, mamá, pero que digan los médicos que va mal, para él no, ya sabes lo especial que es… Un beso, cariño, mamá se va a trabajar. —Dirigiéndose al pequeño Mathew—: Y no olvides ponerle…
—La aloe vera en la roncha de la mano —dijeron ambas a la vez.
—Ya lo sé, cariño, no te preocupes y vete a trabajar antes de que llegues tarde.
—Está bien, mamá, un beso… Adiós, Mathew.
—Di adiós a mamá.
—Adiós —dijo el pequeño Mathew con la mano.
Juliana, hacía tres tramos de escalones diario, recorría cinco calles dirección al metro, y se bajaba a la cuarta parada, allí había un violinista de costumbre, tocando una canción de Vivaldi, llegaba hasta un pequeño callejón donde se hallaba su lugar de trabajo, una oficina algo pequeña. Ella se ponía en recepción, su oficio por ahora era atender a los clientes de posibles cartas o paquetes no recibidos, tanto como enviar, entre otras cosas, que se hace en una oficina de correos.
Todas las mañanas llegaba un chico esbelto con una cazadora negra, tenía que enviar unas cartas, siempre se aseguraba de que fuese a la misma hora. Le repetía dos veces la dirección a Julie para que no se equivocase, sabiendo ella que era el mismo lugar de siempre, entraba dentro a hacer su entrega al cartero, su compañero Thomas.
—¿Nunca te entra la curiosidad de qué puede haber en estos sobres? —Mientras cogía las cartas y los metía en la bolsa.
—No, Thomas, y no es de mi incumbencia. Además, ¿¡qué nos importa a nosotros!?
—¡Es que siempre son cinco sobres!, con la misma dirección a la misma hora.
—Venga, Thomas, no te centres en qué puede ser y vete ya, antes de que des la entrega tarde.
—Vale, está bien, pero lleva tres años haciendo lo mismo. ¡Cada día!
—Bueno, Thomas, puede ser un trabajo que tenga que entregar, deja de pensar y vete.
—Vale, vale, pero no me digas que no te entra nada de curiosidad.
—Si te digo que sí, ¿te irás?
—Sí. —Mientras esperaba una mísera respuesta por parte de Julie.
—Vale, Thomas, reconozco que me da algo de curiosidad. ¿Satisfecho?
—Sí, me voy —le dijo sonriente, cogió su bicicleta y se fue pedaleando.
Julie regresó al mostrador, tuvo una mañana tranquila después de todo, al volver Thomas, llegó algo silencioso.
—¿Qué tal fue la entrega?
—Como siempre.
—¿Estás bien? Te veo algo callado, más de lo habitual para ser tú, Thomas.
—Sí, estupendamente.
—No habrás abierto ningún sobre, ¿no?
—No... Solo que… cuando di la entrega… —Se sentó en el banquillo que tenían en el interior de la oficina.
—¿Qué le pasa a Thomas hoy? —dijo Viviana, la jefa del lugar.
—No sé, ha ido a hacer esa entrega de siempre pero no dice qué ha pasado —aclaró Julie.
—Te voy a traer un té, Thomas, ¿te parece?
—Sí, gracias, Viviana. —Mientras continuaba con la mirada perdida.
Julie se sentó al lado suyo, le cogió la mano:
—Thomas, mírame, ¿qué ha pasado?
—Juliana, no pienso volver allí, paso… No veas… Uff.
—Thomas, me encantaría entenderte pero, si no dices nada, ¿cómo quieres que te ayude?
—Está bien, llegue allí en la casita blanca que hace esquina y le entregó los sobres a una mujer que hay de costumbre, no solo que no estaba esa mujer hoy, que hoy había un hombre, y me dice el tercer sobre no es el correcto, y yo le digo: «¿Y cómo lo sabe si ni siquiera lo ha abierto?», y me responde: «Lo sé, y tú solo eres el cartero». Me lo ha devuelto y quiere que le digamos al chaval que te entrega esto… —Confuso, temblando de manos.
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