—¿Que tal, cariño, el cole hoy? —dijo al cabo del rato.
—Bien, mamá, ha venido una niña nueva al cole.
—¿Y cómo se llama?
—Nir.
—¡Hala! Qué nombre más curioso.
—Sí, dice que se lo puso su mamá.
—Ahh, muy bien, pues es un nombre muy original, poco común, porque no se escucha demasiado por aquí.
—Sí... —Mathew se quedó mirando por la ventana, los árboles grandes y verdes, se escuchaba una música de fondo en el coche—. Mamá, ¿a dónde vamos?
—Te llevo a un parque nuevo, que te va a encantar.
Era primavera y los días se alargaban, el parque donde llevó Juliana a su hijo era maravilloso, se apreciaba el frescor del aire de la naturaleza, había un lago con patos nadando y un atardecer hermoso por el cual el sol cada día se escondía tras la montaña. Juliana se acostumbró a pasar las tardes con su hijo en ese parque jugando con él. Un día, tras recogerlo del colegio, Mathew le pidió si Nir podía acompañarlos al parque.
—Claro que Nir puede venirse un día, las veces que quiera, no hay problema.
Un día, tras pasar la tarde en el parque, Juliana volvía conduciendo hacia casa junto a Nir y su hijo.
—¿Vives aquí, Nir?
—Sí, gracias por traerme, señora.
—No hay de qué. Oye, Nir, antes de que bajes del coche.
—¿Qué?
—Me gustaría conocer a tus padres... No es por nada, pero me quedaría más tranquila si quieres venir más tardes con nosotros.
—Dirás mi papa.
—Bueno... A ambos.
—Yo no sé dónde está mi mamá, se fue hace tiempo.
Juliana prefirió no preguntar.
—Vale, pues a tu papa.
—Vale, Juliana, si quiere le digo a papa que venga.
—Vale, si no es molestia.
—¡No, qué va! ¡Para nada! —Salió con una sonrisa en su rostro.
Juliana se quedó dentro del coche esperando con su hijo.
—Mathew, no me dijiste que no tenía madre, vaya metedura de pata.
—Sí la tiene.
—¿Y dónde esta?
—No lo sabe.
—¿Cómo que no? ¿Ha desaparecido, se fue de casa o algo?
—No, ella... —Mathew sabía una verdad demasiado temprano para que ella lo supiera—. Ella está...
—¿Dónde?
—Haciendo un viaje por trabajo, oye, mama, eres demasiado fisgona.
—Vale, perdona, solo quería saber...
Mathew la miraba con paciencia, salieron ambos del coche, se acercaba un hombre muy similar a alguien que conocía hace tiempo.
—Hola, soy Sam, el padre de Nir. —Mientras le estrujaba la mano con firmeza.
—¡Hala! —dijo ella. A Juliana le era familiar ese rostro como si lo hubiese visto anteriormente en algún sitio.
—Es una nueva forma de saludar —dijo Sam con una amplia sonrisa.
—No, qué va, es que el parecido es asombroso, lo siento, te he confundido con alguien que creí conocer.
—Vaya, qué casualidad, ¿y cómo se llama usted?
—Lo siento, me llamo Juliana. —Mientras le estrechó la mano de nuevo.
—Encantado de conocerte, ya veo que nuestros hijos se han hecho buenos amigos.
—Sí, sí, y supongo que su hija le habrá comentado a dónde la llevo.
—Claro, tiene un pequeño teléfono cuando se va ella con otros.
«¿Qué teléfono?», se preguntó Juliana, la mayoría de veces ni le vio el bolsillo de su chaqueta abultado, no solía llevar cartera, siempre iba con dos coletitas y una gran sonrisa sin preocupación. Juliana se fijo en cómo vestía Sam, sabía que era primavera, pero tampoco verano, y más esa tarde que hacía fresquito y estaba algo nublado, no podía parar de mirar cómo sonreía, había algo en él o le recordaba a alguien que le era familiar.
—Hola.
—Hola, lo siento, qué vergüenza.
—¿Le pasa a menudo?
—¿El qué?
—Quedarse en plan mirando fijo, es como si por un momento no estuviese aquí.
—¡¡No!! ¡¡Qué va!! —dijo entre risas nerviosas.
El niño lo interrumpió.
—Sí, le pasa constantemente.
—Shh, tú calla y sube al coche.
—Está bien, mamá.
Sam empezó a reírse.
—Vale, gracias —dijo Juliana sonrojándose.
—Solo me ha hecho gracia su hijo, te conoce muy bien.
—Bueno, no nos vayamos por las ramas, me da su teléfono por si pasara algo o por si te pudiera avisar, es que, no sé, para urgencias cuando me llevase a su hija.
—No te preocupes mi hija lleva móvil.
—¿Dónde?
—Tranquila que lo lleva.
—Ya pero si se pierde...
Sam le sacó una tarjeta de su billetera.
—Bueno, si insiste.
—Gracias.
Juliana se subió al coche y se despidió de ellos con la mano.
—¿A qué juegas, mamá?
—¿Qué quieres decir, Mathew? —Mientras conducía algo nerviosa.
—Ah, nada.
—Tú, mejor calladito —Mientras Mathew se reía.
Llegaron a casa y tía Megan ya había preparado la cena, se reunieron en la mesa, era una sopa de fideos, y Mathew ya había acabado de cenar, subió al cuarto esperando a que le leyeran un cuento.
—Mamá —le dijo Mathew cuando su madre se sentó en una silla.
—¿Qué, Mathew?
—¿Estás enfadada conmigo?
—No, cariño. ¿Por qué lo dices?
—Por lo que sucedió antes.
—Cariño, estaba molesta por lo de Sam.
—Entiendo. ¿Mamá?
—Sí, dime.
—¿Puedo contarte un cuento que me ha contado Nir hoy?
—Claro, pero luego a dormir.
—Sí, sí.
Mathew se le veía muy entusiasmado contando el cuento a su madre, más bien era demasiado corto para que lo fuese.
—¿Y ya está?
—¡Sí!
—Cariño, eso no es un cuento.
—¿Cómo que no?
—Es... como decírtelo, un acertijo.
—Pero yo, cuando me lo contó, entendí mucho más. ¿No ves que hay una historia?
—Bueno, no exactamente, pero si le pones imaginación seguro que sí, buenas noches. —Le dio un beso en la frente.
Juliana bajó a la cocina para acabar de recoger lo que faltaba, junto a su hermana.
—De verdad, a veces pienso que mi hijo cada vez me sorprende más o intenta tomarme el pelo.
—Juliana ya tiene siete años, está a una edad normal para gastar bromas, no sé...
—Pero te puedes creer que me cuenta un acertijo y me dice que es un cuento, que en teoría le ha contado Nir.
—Bueno, a lo mejor ellos lo han descifrado y por eso lo llaman así. No le des tantas vueltas que tan solo es un juego de niños.
—Sí, será eso. Mejor me voy a dormir, que mañana ya es viernes y descansamos.
—Sí, buenas noches, que descanses. —Mientras Megan acababa de secar el último vaso.
—Buenas noches, igualmente.
Aparentemente, cada día que amanece es un día por el que vivir, pero nunca sabemos qué va a suceder. Esa mañana llamaron a Juliana desde el colegio de Mathew informando de un problema con el habla, lo llevó al médico y principalmente se trataba de una afonía temporal. El doctor le recetó un medicamento y reposo para la garganta. Juliana llevaba unos días con bastante estrés, su hijo continuaba sin decir palabra, entonces llegó el momento de hacerle diversas pruebas, los médicos no hallaban el problema.
—Señora Mathew, cómo decirle, su hijo está perfecto de garganta, neuronalmente también, es un caso algo raro, porque cuando le estábamos haciendo las pruebas, hemos descubierto otra cosa. Creíamos que era fallo de la máquina, pero ya no sabemos qué pensar...
—¿Qué? Díganme, ¿qué pasa?
—Su hijo es ciego, lo que no acabamos de entender es cómo puede ver, y seguimos sin saber cómo su hijo ha perdido la voz, es muy raro porque no entendemos cómo algo nos da mal y está bien y como que algo que está bien parece ser que está dañado. ¿Lo entiende?
—No, doctor. ¡¿Sabéis?! ¡Yo pienso que vuestra máquina está realmente dañada, los resultados no han salido bien!
Читать дальше