Manuel Puig - Boquitas pintadas

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El texto nos remite a un pasado argentino, a la oculta sordidez de un mundo de novela rosa transcrito con implacable objetividad a través del calco paródico de los clichés del lenguaje periodístico, de la impasibilidad feroz de las descripciones aparentemente neutras, de la trivialidad exasperante de unas vidas despersonalizadas.
Nené, varias décadas después, aún conserva las cartas de su antiguo enamorado, Juan Carlos, a pesar de su actual matrimonio. Don Juan Carlos ya fallecido en un sanatorio víctima de la tuberculosis, se va reconstruyendo, mediante la intimidad de unos seres rencorosos o inocentes, esa relación amorosa acontecida en la Argentina de los años treinta.

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El ya mencionado día jueves 23 de abril de 1937, Francisco Catalino Páez, conocido también como Pancho, se despertó a las 5:30 de la mañana como era su costumbre, aunque todavía no hubiese aclarado el día. No poseía reloj despertador. Había luna nueva y el cielo estaba negro, al fondo del terreno en que se levantaba el rancho estaba la bomba hidráulica. Se mojó la cara y el pelo, se enjuagó la boca. Dormía sin camiseta porque le molestaba, el aire afuera estaba frío y entró al cuarto a ponerse el mameluco. En una cama grande dormían sus dos hermanas, arrinconado en el catre de lona dormía su hermano. La cama de Pancho tenía un elástico a resorte y colchón de estopa. El piso era de tierra, las paredes de adobe, el techo de chapas. En el otro cuarto que completaba la casa dormían sus padres con el hijo menor, de siete años. Pancho era el mayor de los varones. La cocina estaba en construcción. Pancho la había empezado con materiales para edificación moderna, de segunda mano. Encendió el carbón del brasero y preparó mate cocido con leche. Buscó pan, no lo encontró. Despertó a la madre; al fondo de una bolsa cargada de zapallos había dos galletas escondidas para Pancho. Las galletas eran blancas, de harina y grasa, los dientes de Pancho eran cuadrados y grandes, pero manchados, oscurecidos por el agua salada de la bomba. Pensó que Juan Carlos estaría recién en el primer sueño y podría seguir durmiendo hasta mediodía, pero no estaba sano y él sí. Pensó en la maestra que debía levantarse a las 7:00 sin haber dormido, Juan Carlos decía que era la más linda del pueblo, sobre todo en malla. Pero era morocha. La otra, sin embargo, era rubia, y blanca. La madre le preguntó si las galletas no habían tomado olor a humedad. Pancho dijo que no y le miró la piel oscura de india, el pelo color tierra, lacio, rebelde, veteado de canas. Pancho desde el alambrado del club había visto a Mabel en malla, pero era morocha. Las piernas de la otra eran blancas, iba a la tienda sin medias. Pancho pasó un peine grueso por su maraña de pelo negro rizado, el peine se atascaba. Su madre le dijo que tenía el pelo tupido como ella, como los criollos, y enrulado como su padre valenciano. Pero los ojos negros no podían ser heredados de los antepasados indios sino de los moros que habían ocupado Valencia siglos atrás. La madre le pidió que contrajera los músculos del brazo y se los tocó, su hijo no era muy alto pero sí fuerte, la madre pensó sin saber por qué en los cachorros de oso de un circo que había pasado por Vallejos y le alcanzó otra taza de mate cocido con leche. Pancho pensó que Nené descansaba toda la noche, que su habitación estaba pegada a la de los padres y nadie podía entrar sin ser notado. Pancho pensó en las muchachas del bar-almacén «La Criolla», detrás de la bomba hidráulica la cerca de estacas que separaba su terreno del vecino se veía desvencijada, negra de musgo. Pancho sin saber por qué buscó otra cosa que mirar, por el este salía el sol, había nubes rojas en lo alto, otras rosadas y otras amarillas más cerca del sol, y por detrás el cielo amarillo, más arriba rosado, más arriba rojo y el rancho cubría el horizonte opuesto, que todavía estaba negro, después azul, y cuando Pancho salió rumbo a la construcción de la Comi saría nueva un horizonte estaba celeste como el otro. Algunas vecinas de los rancheríos ya estaban levantadas, barrían los patios, tomaban mate. La otra no tenía el pelo duro brotándole de la media frente: su pelo era suave, rubio y de sorprendentes bucles naturales; no tenía vello en las mejillas, sobre el labio superior, en la barbilla: su piel era blanca y lustrosa; no tenía el entrecejo unido de lechuza y el blanco del ojo amarillento: las cejas eran apenas dos hilos curvos, los ojos claros ¿celestes? y la nariz un poco aguileña pero la boca rosada; no era de baja estatura, retacona, gruesa: era alta como él, la cintura casi cabría entera en sus manos grandes de albañil, la cintura se ensanchaba hacia arriba y brotaba el busto blanco, hacia abajo la cintura se ensanchaba en caderas ¿y el pubis de las mujeres rubias acaso no tenía vello? En «La Criolla» había una rubia teñida pero su pubis era oscuro: Pancho sin saber por qué se imaginó a Nené dormida con las piernas entreabiertas, sin vello en el pubis, como una niñita, y a la tienda en verano iba sin medias; Nené no usaba alpargatas: sus pies estaban calzados en zapatos de taco alto; no transpiraba: no tenía que fregar como las sirvientas; Nené no era una india bruta: hablaba como una artista de la radio y al final de las palabras debidas no olvidaba de pronunciar las eses. A las 6:45 Pancho entró en la construcción. El capataz lo mandó a descargar junto con otros dos albañiles un camión colmado de ladrillos y acarrearlos hasta el patio para levantar las dependencias del personal subalterno. A las 8:07 el capataz le ordenó cavar un pozo en forma de ele junto al tapial del fondo. Pancho debió forzar la pala, los compañeros se rieron y le dijeron que le había tocado un pedazo de terreno de tosca, la tierra más dura de la pampa. Las piernas blancas de Nené, los muslos oscuros de las muchachas de «La Criolla», el pubis negro de Mabel, el trasero oscuro de la Rabadilla, Nené, la Rabadilla, el pubis sin vello y blanco de Nené, el polvo de tosca se le adhería a las fosas nasales, le bajaba hasta la garganta. A las 11:45 el capataz golpeó un palo contra la sartén vieja en señal de descanso. Pancho se lavó la cara bajo la canilla y luchó con el peine contra su pelambre. Antes de ir a la casa dio un rodeo de dos cuadras para pasar por la vereda del doctor Aschero. Rabadilla no se veía por ninguna parte. Pancho caminó once cuadras hasta su casa. Su hermana mayor le sirvió papas, zapallo y trozos de carne en caldo de puchero como todo almuerzo. Pancho le preguntó cómo estaba su reumatismo, que cuando pudiera volver a trabajar debía avisarle, él hablaría al constructor, al dueño del horno de ladrillos y a Juan Carlos ofreciéndola como sirvienta. A las 13:25 Pancho volvió a la construcción. El capataz no miró el reloj y lo mandó antes de hora a seguir con el pozo. Pancho no tenía reloj y obedeció, estaba seguro de que no era la hora de empezar pero tomó la pala y la clavó en la tosca. Pensó que el capataz había hablado bien de él delante del constructor y del comisario de policía. A las 14:35 el capataz lo relevó y lo mandó a la Comisaría vieja a buscar una de las rejas para calabozo recién llegadas de Buenos Aires y guardadas en el despacho del subcomisario. Pancho tomó coraje y le habló a este último de su aspiración a entrar en la policía como suboficial. El funcionario le contestó que necesitaban muchachos forzudos como él, pero que debía contar con unos ahorros para el curso de seis meses en la capital de la provincia. Pancho preguntó si había que pagar por el curso. El funcionario le aclaró que el curso era gratis y recibiría comida y techo durante los seis meses sin sueldo, pero la comisaría de Vallejos podía mandar aspirantes si de la capital se lo permitían, todo dependía de la capital. Pancho cargó la reja fingiendo no hacer esfuerzo. Temiendo que el subcomisario saliera a la vereda y lo mirase cubrió la distancia de dos cuadras sin detenerse a descansar. A las 16:32 recibió con alegría la visita de su amigo Juan Carlos. A las 16:45 el capataz dio otro golpe en la sartén. Pancho miró la cara de Juan Carlos, buscando signos de enfermedad y signos de recuperación. Sentados en la fonda Pancho le dijo que tuviera cuidado con ser descubierto en casa ajena ¿por qué no se conformaba con Nené? Juan Carlos le dijo que ni bien consiguiera lo que ambicionaba, se acabaría Nené, y pidió a Pancho que jurara no contarlo a nadie: Mabel le había prometido convencer al inglés para que lo tomara como administrador de las dos estancias. Juan Carlos añadió que un dueño solo no puede estar en dos estancias a la vez, y el administrador es como si fuera dueño de una de las dos. Pancho le preguntó si seguiría con Nené en caso de conseguir ese trabajo. Juan Carlos contestó que esa pregunta la hacía porque no sabía nada de mujeres. Pancho quería aprender pero fingió burlarse. Juan Carlos dijo que Nené era igual a todas, si la trataban bien se envalentonaba, si la trataban mal marchaba derecha. Lo importante era que Mabel sintiera celos y no se olvidara del favor que debía hacerle. A las 18:23 Pancho se lavó en el rancho debajo del chorro de agua fría de la bomba. A las 19:05 su madre y su hermana mayor entraron a paso lento y dificultoso. Su hermana había sentido la cintura muy dolorida esa tarde y ambas habían ido hasta el hospital a pedir algún remedio. El médico les había repetido que era un reumatismo proveniente de los cinco años trabajando como lavandera, con los brazos sumergidos en el agua fría, que podía volver a trabajar pero no como lavandera, y que se mojara lo menos posible. A las 20:05 ya estaba caliente el puchero del mediodía y comieron todos juntos. Pancho no habló casi y a las 20:30 salió caminando despacio rumbo al centro del pueblo. En el bar de la fonda estarían sus compañeros de la construcción. Pensó en la inconveniencia de que funcionarios de la policía lo vieran en la fonda. Pensó en la conveniencia de que lo vieran paseando con Juan Carlos, empleado de la Intendencia. De la quinta del pollero italiano salía una muchacha cargando dos pollos pelados. Era Rabadilla. Caminó más rápido y la alcanzó disimuladamente. Caminaban casi a la par. Pancho dijo respetuosamente buenas noches. Rabadilla contestó lo mismo. Pancho le preguntó cuánto cobraba los pollos el italiano. Rabadilla contestó en voz baja y agregó que debía caminar más rápido pues la esperaba su patrona. Pancho le pidió si le permitía acompañarla hasta la esquina del Colegio de Hermanas. Rabadilla dijo entrecortada que sí y después que no. Pancho la acompañó y se enteró de que el domingo a la tarde Rabadilla iría a las romerías al aire libre que se realizarían en el Prado Gallego, celebrando el cierre de la temporada. Cumpliendo la orden de su amigo, Pancho le aconsejó cambiar de patrones, ir a casa de Sáenz. Raba contestó que no estaría bien abandonar a su patrona. En la esquina del Colegio de Hermanas, Pancho pensó en la posibilidad de caminar los tres kilómetros de yuyos hasta el bar-almacén «La Criolla». Quería ver a sus amigas de allá, cerrar los ojos y pensar en otra. Pero era mucha la distancia para ir solo, con Juan Carlos sí se hubiese animado. No era el dinero lo que le faltaba, como había mentido a su amigo. Recogió del suelo una rama podada de eucaliptus, era flexible, tomándola por los dos extremos Pancho la arqueó levemente, la fibra cedía, Pancho aumentó la presión, la fibra cedía pero empezaba a crujir. La rama no era áspera como los ladrillos, era suave; además no era pesada como la reja del subcomisario, era liviana; la rama había perdido la corteza marrón y su lisa superficie lucía verde clara. Pancho aumentó la presión de sus brazos, la fibra crujía, Pancho aflojó levemente el arco y después volvió a presionar con decisión, la fibra crujió una vez más y se partió. A las 21:47 Pancho volvió a su casa. En la habitación de su madre todos agrupados escuchaban por radio a un cantor de tangos. Pancho tenía sueño y no se unió a la familia. Se acostó, pensó en que su hermana difícilmente conseguiría empleo como sirvienta si no podía poner las manos en el agua para lavar ropa o platos y en la capital de la provincia seis meses sin sueldo serían largos. Miró el catre de su hermano, sin colchón. Pensó que su cama en cambio tenía elástico a resorte y colchón de estopa; le había costado más de un mes de sueldo, por capricho no había querido comprar una cama de segunda mano. Se arrepintió de haber gastado tanto, pero su hermano dormía en un catre y él no. Pocos minutos después se quedó dormido.

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