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Manuel Puig: Boquitas pintadas

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Manuel Puig Boquitas pintadas

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El texto nos remite a un pasado argentino, a la oculta sordidez de un mundo de novela rosa transcrito con implacable objetividad a través del calco paródico de los clichés del lenguaje periodístico, de la impasibilidad feroz de las descripciones aparentemente neutras, de la trivialidad exasperante de unas vidas despersonalizadas. Nené, varias décadas después, aún conserva las cartas de su antiguo enamorado, Juan Carlos, a pesar de su actual matrimonio. Don Juan Carlos ya fallecido en un sanatorio víctima de la tuberculosis, se va reconstruyendo, mediante la intimidad de unos seres rencorosos o inocentes, esa relación amorosa acontecida en la Argentina de los años treinta.

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Sábado 21, San Mateo, apóstol. Día de la Primavera, Día de los Estudiantes ¡cómo tardás en llegar! Excursión a picnic en estancia «La Carola».

Cita 7:30 frente Confitería «La Moderna». Celina lleva comida… Soy el ser más felis de la tierra y prometo ante dios comportarme como un hombre de verdad, juro no contarlo a nadie y casarme con ella.

Domingo 22, San Mauricio, mártir. Salida tren 10,30 horas. Qué lejos está diciembre… Me tiró un beso con la mano delante de la madre. A estas horas ya estará en el colegio.

CUARTA ENTREGA

…sus ajos azules muy pandes se abrieron…

Alfredo Le Pera

El día jueves 23 de abril de 1937 el sol salió a las 5:50. Soplaban vientos leves de norte a sur, el cielo estaba parcialmente nublado y la temperatura era de 14 grados centígrados. Nélida Enriqueta Fernández durmió hasta las 7:45, hora en que su madre la despertó. Nélida tenía el pelo dividido en mechones atados con tiras de papel, mantenidos en su lugar por una redecilla negra que ceñía el cráneo entero. Una enagua negra hacía las veces de camisón. Calzó un par de alpargatas viejas sin talonera. Tardó 37 minutos en componer el peinado diario y maquillarse, interrumpida por cinco mates que le alcanzó su madre. Mientras se peinaba pensó en los entredichos del día anterior con la cajera de la tienda, en la inconveniencia de desayunarse con café con leche acompañado de pan y manteca, en la languidez de estómago que habría de sentir a las once de la mañana, en la conveniencia de tener en el bolsillo un paquete de pastillas de menta, en el paso siempre animado y rápido de la caminata a mediodía de vuelta a su casa, en los forcejeos consabidos con Juan Carlos la noche anterior junto al portón de su casa, y en la necesidad de quitar las manchas de barro de sus zapatos blancos con el líquido apropiado. Al maquillarse pensó en las posibilidades seductoras de su rostro y en las distintas opiniones escuchadas sobre el efecto positivo o negativo del sombreado natural de las ojeras. A las 8:30 salió de su casa. Vestía uniforme de algodón azul abotonado adelante, con cuello redondo y mangas largas. A las 8:42 entró en la tienda «Al Barato Argentino». A las 8:45 estaba en su puesto detrás de la mesa de empaquetar, junto a la cajera y su caja registradora. Los demás empleados, veintisiete en total, también se dispusieron a ordenar sus puestos de trabajo. A las 9 horas se abrieron las puertas al público. La empaquetadora compuso su primer paquete a las 9:15, una docena y media de botones para traje de hombre. Entre las 11 y las 12 debió apresurarse para evitar que los clientes esperasen. Las puertas se cerraron a las 12 horas, el último cliente salió alas 12:07. A las 12:21 Nélida entró a su casa, se lavó las manos, notó que su padre -en el galpón del fondo afilando tijeras de podar- la había visto llegar y había agachado la cabeza sin saludarla. Se sentó a la mesa, de espaldas a la cocina a leña. Su padre entró a lavarse las manos en la pileta ocupada por una cacerola sucia y le reprochó que la noche anterior se hubiese despedido de Juan Carlos casi a medianoche, pese al viento frío, conversando junto al portón desde las 22:00. Nélida tomó la sopa sin contestar, su madre sirvió papas hervidas e hígado saltado. Cada uno tomó tres cuartos de vaso de vino. Nélida dijo que la cajera no la había saludado al entrar a la tienda, cortó algunos granos de un racimo de uvas y se recostó en su habitación. Pensó en el gerente de la tienda, en el cuello duro desmontable que usaba siempre, en la vendedora señalada como su amante, en la conveniencia de encontrarlos en el sótano en actitud comprometedora para así poder asegurarles su total discreción y hacerse acreedora a un favor, en el doctor Aschero y su atractiva camisa médica de mangas cortas y martingala en la espalda, en cómo le desfavorecía quitarse la camisa, en el batón de seda china importada de la señora Aschero, en el uniforme gris de la sirvienta Rabadilla, en el frente de la casa del doctor Aschero con zócalo de mármol negro de un metro de altura contrastando con el revoque blanco del resto de la pared, en el frente de ladrillos de la casa de Juan Carlos y en el patio con palmeras que se divisaba desde la calle, en el cuello almidonado de la camisa a rayas de Juan Carlos, en su queja de que el almidón le había irritado la piel del cuello, en su pedido de que ella le besara la piel afectada, en los forcejeos que siguieron, en la posibilidad de que Juan Carlos la abandonara en caso de comprobar que había habido otro hombre en su vida, en la posibilidad de dejar que Juan Carlos lo comprobara sólo pocas semanas antes del casamiento, en la posibilidad de que Juan Carlos lo comprobara la noche de bodas, en la posibilidad de que Juan Carlos la estrangulara en un hotel de Buenos Aires la noche de bodas, en el olor a desinfectante del consultorio del doctor Aschero, en el auto verde oliva del doctor Aschero, en la enferma que salvaron en una chacra, en la luz del sol que entraba por la ventana y no la dejaba conciliar el sueño, en el esfuerzo para levantarse de la cama y cerrar las persianas, en el alivio que significa para la vista la habitación en penumbra. A las 13:30 su madre la despertó con un mate dulce, a las 14 horas ya había recompuesto su arreglo personal, a las 14:13 entraba en la tienda, agitada por la caminata a paso cerrado. A las 14:15 se colocó puntualmente detrás de su mesa de empaquetadora. Descubrió con sorpresa la existencia escasa de papel en rollo mediano, buscó con la vista al gerente, no lo vio, inmóvil pensó en la posibilidad de que el gerente pasara y no la viera en su puesto mientras ella iba a buscar el repuesto necesario al sótano. La cajera no estaba sentada todavía en su banquillo, Nélida bajó corriendo al sótano y no encontró el repuesto. Al volver se enfrentó con el gerente quien inmediatamente llevó la mano a la cintura y desenfundó el reloj de bolsillo con gesto severo. Dijo a Nélida que llegaba tarde a su puesto. Nélida respondió que había ido a buscar algo al sótano y no lo había encontrado, ya en su puesto le mostró el rollo con poco papel. El gerente contestó que había suficiente papel para el día y que si se le terminaba podía usar el rollo grande y calcular el ancho del rollo como si fuera el largo del paquete a hacer. Sin mirar a Nélida agregó que era necesario emplear el ingenio y ante todo estar en su puesto a la hora debida. Esto último lo dijo de espaldas mientras se alejaba, para evitar contestación. A las 14:30 se abrieron las puertas de la tienda. Resultaron fáciles de resolver los paquetes de cortes de género y de artículos de la sección «Mercería Fina» y dificultosos los sombreros. Habitualmente el artículo que Nélida empaquetaba con mayor placer era la oferta especial de una docena de botones tintineantes cosidos a recortes cuadrados de cartón; en cambio temía a las macetas con plantas de la nueva sección anexa «Vivero Siempreverde». Cambió palabras amables con la clienta que observaba halagada su cuidado para no quebrar durante el manipuleo del empaquetado la pluma del sombrero. La cajera intervino en la conversación con observaciones lisonjeras, y al desaparecer la clienta miró la cajera a Nélida por primera vez en el día y le dijo que el gerente era una porquería. A las 18:55 comenzaron a cerrar las puertas de la tienda y a las 19:10 salió la última clienta con un paquete conteniendo un cierre relámpago y la boleta correspondiente. Antes de retirarse Nélida dijo al gerente con expresión impersonal que en el sótano no quedaban repuestos para rollo mediano y salió sin esperar respuesta. El aire afuera estaba agradable y pensó que no haría frío más tarde junto al portón de su casa. Al pasar por el bar «La Unión» miró con displicencia aparente hacia el interior. Vio la cabeza desmelenada de Juan Carlos de espaldas, en una mesa de cuatro donde se jugaba a los dados. Se detuvo un instante esperando que Juan Carlos diera vuelta la cabeza. No resistió el impulso de mirar hacia las otras mesas. El doctor Aschero tomaba un aperitivo con un amigo y la estaba mirando. Nélida enrojeció y siguió caminando. Su madre secaba el piso del baño y le dijo que quedaba poca agua caliente porque su padre se acababa de bañar. Nélida preguntó malhumorada si había limpiado bien la bañadera. Su madre le preguntó a su vez si la creía una vieja sucia de rancho y le recordó que siempre al volver de la tienda le tenía preparada la bañadera limpia. Nélida tocó con asco el pedazo de jabón para lavar ropa del cual habría de servirse para su aseo. Se sumergió en la bañadera semillena. Con sólo la cabeza fuera del agua pensó en un nuevo producto de la sección «Regalos Distinguidos»: una caja ovalada de celofán incoloro llena de tabletas traslúcidas verde esmeralda para perfumar las aguas de baño. Se alarmó ante la posibilidad de que el jabón barato le dejara su olor a desinfectante en la piel; el agua de la canilla ya salía fría cuando terminó de enjuagarse cuidadosamente. Después de secarse olió sus manos y se tranquilizó, pensó en que Juan Carlos no había querido ir más a bailar al Club Social los domingos a la tarde prefiriendo llevarla al cine, pensó en que no tenía ninguna otra amiga en el Club, pensó en Celina, en sus ojos verdes, pensó en los gatos de ojos verdes, pensó en la posibilidad de hacerse amiga de un gato, amiga de una gata, sobarle el lomo, pensó en una gata vieja con sarna, cómo curarle la sarna, llevarle de comer, elegir el plato más bonito de la alacena y llenarlo de leche fresca para una gata vieja sarnosa, pensó en que la madre de Juan Carlos volviendo de la novena los saludó sin entusiasmo el domingo a la salida del cine, pensó en la muerte natural o por accidente de la esposa de Aschero, en la posibilidad de que Aschero la pidiese por esposa en segundas nupcias, en la posibilidad de casarse con Aschero y abandonarlo después de la luna de miel, en la cita que se daría con Juan Carlos en un refugio entre la nieve de Nahuel Huapi, Aschero en el tren: en bata de seda sale del retrete y se dirige por el pasillo hacia el camarote, golpea suavemente con los nudillos en la puerta, espera en vano una respuesta, abre la puerta y encuentra una carta diciendo que ella ha bajado en la estación anterior, que no la busque, mientras tanto Juan Carlos acude a la cita y llega al refugio, la encuentra con pantalones negros y pulóver negro de cuello alto, cabellera suelta rubia platinada, se abrazan, Nélida finalmente se entrega a su verdadero amor. Nélida pensó en la posibilidad de no secar el piso del baño. Después de vestirse lo secó. Su madre comió las sobras del hígado saltado y Nélida una milanesa con ensalada de lechuga y huevos duros. Su padre no se sentó a la mesa como era su costumbre por la noche. A las 20:30 sintonizaron una estación de radio que transmitía un programa de canciones españolas. Sin dejar de escuchar la madre levantó la mesa, Nélida le pasó un trapo húmedo al hule e instaló su costurero y un vestido al que faltaba confeccionar los ojales. A las 21:00 terminó el programa español y comenzó una audición de recitados camperos. A las 21:20 Nélida comenzó a retocar su peinado y maquillaje. A las 21:48 se instaló en la entrada de la casa junto al portón. A las 22:05 divisó a Juan Carlos a una cuadra de distancia. A las 22:20 Nélida y Juan Carlos vieron que la luz del dormitorio de los padres estaba ya apagada. Dejaron la vereda y dieron unos pasos hacia adentro. Nélida como de costumbre apoyó la espalda contra la columna metálica, sostén del alero de chapas. Cerró los ojos como de costumbre y recibió en la boca el primer beso de la noche. Sin darse cuenta decidió que si la viejita mendiga del portal de la iglesia le ponía un puñal en la mano con gusto mataría a Celina. Juan Carlos volvió a besarla, esta vez estrechándola muy fuerte con los brazos. Nélida recibió caricias, más besos, un piropo y abrazos de variada intensidad. Con los ojos cerrados le preguntó a Juan Carlos si estaba aprovechando sus días de licencia para descansar y también le preguntó qué había hecho esa tarde antes de ir al bar. Él no le contestó. Nélida abrió los ojos al notar que él la soltaba y daba un paso hacia el cerco de ligustro, prolijamente podado por su padre. Nélida abrió los ojos más aun al ver que Juan Carlos estiraba una mano y arrancaba una rama, a continuación dijo que ella le contaba todo lo que hacía y no veía la razón por la cual él no podía hacer lo mismo. Juan Carlos repuso que los hombres necesitaban callar ciertas cosas. Nélida le observó el cabello abundante con algunos mechones sueltos metalizados por la luz blanca de una lamparita del alumbrado municipal colocada en el medio de la calle, y sin saber por qué pensó en terrenos baldíos cubiertos por matorrales y pastos curvados, iluminados a la noche por las lamparitas del alumbrado municipal; Nélida le miró los ojos claros, no verdes como los de Celina sino castaño claro, y sin saber por qué pensó en lujosos jarros de miel; Juan Carlos cerró los ojos cuando ella le acarició la cabeza despeinada y Nélida al verle las pestañas espesas y arqueadas pensó sin saber por qué en alas de cóndor desplegadas; Nélida le miró la nariz recta, el bigote fino, los labios gruesos, le pidió que le mostrara los dientes y sin saber por qué pensó en casas de la antigüedad vistas en libros de texto con balaustradas blancas y columnatas sombreadas altas y elegantes; Nélida le miró la nuez colocada entre los dos fuertes músculos del cuello, y los hombros anchos, y sin saber por qué pensó en los nudosos e imbatibles árboles de la pampa bárbara: el ombú y el quebracho eran sus árboles favoritos. A las 23:20 Nélida le permitió pasarle la mano por debajo de la blusa. A las 23:30 Juan Carlos se despidió reprochándole su egoísmo. A las 23:47 Nélida terminó de dividir su pelo en múltiples agrupaciones sujetas con papel. Antes de dormirse pensó en que el rostro de Juan Carlos no tenía defectos.

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