– Creo que ya entendí -respondió Leonor con la debida ambigüedad.
– Pues a partir de estos hechos aclarados podemos avanzar dijo Cordelia. ¿Qué más quieres saber?
– Lo que me da curiosidad desde el principio es de qué murió mi tía -dijo Leonor. -Y por qué nadie habla de eso.
– ¿Estás preguntando si se suicidó? -atajó Cordelia para evitar rodeos.
– Sí -dijo Leonor.
– No se suicidó -dijo Cordelia. -Así como tu papá no venía borracho cuando lo embistieron en la carretera. Si lo que quieres es drama, no hay drama.
– Pero se murió -dijo Leonor.
– Sí, se murió.
– Y mis papás se murieron también en la carretera. ¿Quieres más drama?
– No. La que quiere más drama eres tú. Quieres suicidios y a tu papá culpable del choque. Y que todo eso sea parte de lo que le pasa por destino a esta familia.
– Lo que quiero es saber qué pasó -dijo Leonor.
– Lo que pasó, pasó -dijo Cordelia. Mariana se murió de una cosa difícil de precisar, porque no le dio cáncer, ni un paro cardiaco. Le dio una embolia y murió de un derrame cerebral, como dijeron los médicos, pero eso fue a su vez consecuencia de un estado de debilidad y tensión crónicas que la habían mantenido los últimos meses sin comer, sin dormir, retacada de pastillas tranquilizantes y luego de pastillas estimulantes. Un médico dijo que presentaba síntomas de anorexia nerviosa. Es decir, que no quería comer porque se sentía gorda. Aunque su rostro fuera el de una calaca en el espejo, ella se sentía gorda. Eso dijo uno de los médicos.
– ¿Y sí? -preguntó Leonor.
– Es posible -dijo Cordelia. -Pero yo no lo creo. La anorexia nerviosa es una enfermedad de gordos y de gente más joven o más desequilibrada que Mariana. No era una enfermedad para ella.
– Mi pregunta es si parecía una calavera cuando la recogieron aquella noche -aclaró Leonor.
Ah -corrigió Cordelia. -No. No parecía una calavera. Era una mujer exhausta y estaba como ida, pero no era una calavera, ni una calaca. Estaba todavía muy bien y, si me fuerzas, hasta más linda que nunca. Pálida y esbelta, con sus chichis en su lugar y las piernas llenas. La cara afilada, sí, pero nada más, con unas ojeras de mal dormir que no le sentaban mal. Lo que te quiero decir es que cuando la pusieron en la camilla para llevársela esa noche y, luego, en los días siguientes en que la durmieron y la alimentaron con suero y líquidos intravenosos, estaba más linda y apacible que nunca, serena, hasta con una línea de felicidad en los labios. Ahora, cuando llegamos al departamento nos miraba sin reconocemos como si estuviera drogada. Nos miraba y asentía a nuestras preguntas. Pero no estaba ahí. Miraba a través de nosotros. Sin angustia, sin tensión, como si estuviera flotando. Y también así era lindísima, pálida, espiritual. Si ésos son los síntomas de la anorexia nerviosa, es una enfermedad para ser retratada. Pero yo las fotos que he visto de anoréxicas, no son así. Son, efectivamente, como calacas. Aunque, bueno, a lo mejor ésta era una anoréxica hermosa, distinta de las otras.
¿Pero entonces qué tenía? -se desesperó Leonor.
– Según yo, demasiadas pastillas y meses de encierro, que vuelven loco a cualquiera. No había salido de su departamento en los últimos dos meses, según nos dijo Carmen Ramos. Y no quena salir porque no fuera a llegar Lucas y no la encontrara. Ahí es donde te digo que Lucas es la clave de la descomposición de Mariana. Le tenía sorbido el seso. La había chupado como un vampiro. Y eso es lo que yo no le puedo perdonar. Que la pusiera contra la pared de ese modo. ¿Tú conoces ese experimento de laboratorio de una rata a la que le dan todo el tiempo estímulos contradictorios?
– No -dijo Leonor.
– Bueno, pones a una rata a subir una curva y cuando la sube le das un alimento. A la siguiente vez que la sube, le das un toque eléctrico. A la siguiente vez, le das alimento, y a la siguiente le das otro toque eléctrico. ¿Sabes lo que pasa con la rata al final?
– No -dijo Leonor.
– Se queda inmóvil y se muere. La matan la contradicción y la inseguridad. Eso es lo que pasó con Mariana y Lucas. La mató con señales contradictorias.
– Pero Mariana no era una rata, tía -se sublevó Leonor.
– No -dijo Cordelia. -Pero estaba enamorada y acorralada por su amor como una rata. Y el gato que jugaba con ella era
Lucas Carrasco. ¿Ya me entendiste?
– Sí. Pero quiero saber qué pasó en el hospital. Luego de que la durmieron en el hospital, qué pasó.
– No se recuperó nunca.
– Pero algo más tuvo que pasar.
– No que yo sepa -dijo Cordelia. -La debilidad crónica en que llegó era efectivamente crónica. Apenas le quitaron los tubos y la despertaron, volvió a no comer. Tenía cerrada la garganta. No toleraba tragar nada y quería irse del hospital.
Obsesivamente, como si la tuvieran presa. Quería volver a su departamento. La volvieron a dormir otros días, y cuando despertó, volvió a lo mismo. Un día, simplemente, le vino la embolia.
– ¿Así nada más? -se inconformó Leonor.
Así -dijo Cordelia. -Yo estaba en la costa, cantando en un festival. Cuando llegué, ya la habían velado y nos íbamos al cementerio.
¿Quiénes estuvieron con ella esos días, en el hospital?
– Tus abuelos y el médico que se encargó de todo. Y tus papás, claro, que no se despegaron ni un momento.
– ¿Mis papás? -dijo Leonor, sacudida por la posibilidad de que sus padres pudieran haber sido testigos del secreto que la perseguía.
– La muerte de Mariana fue una explosión en la familia -recordó Cordelia. -Las cosas nunca volvieron a ser igual. Podría decirse que la familia reventó entonces y nunca más volvimos a ser los mismos. Como familia, quiero decir. Tu mamá se fue distanciando y luego acabó de pleito, sobre todo con tu abuela, pero en realidad con todos. No pudo remontar la muerte de Mariana. Como si nosotros fuéramos culpables de lo que pasó. Ésa es otra de las cuentas que le tengo pendientes a Lucas. Lo poco o mucho que había de la familia Gonzalbo, terminó por su culpa, porque él es el culpable casi directo de la muerte de Mariana. Es decir, de la confusión y el desamor que la llevaron a la muerte. Y la muerte de Mariana acabó con la vida de la familia. Tu mamá se separó. Tu abuela desarrolló esa cosa loca del destino, del mal fario que persigue a las mujeres de la casa. Y tu abuelo se volvió ese señor impenetrable que es, siendo tan guapo y sabiéndose tantas canciones viejas como se sabe. Yo me separé un poco también. La única que no se afectó fue Natalia, pero Natalia ya estaba afectada desde antes. Bueno, todo eso es lo que hay detrás de mi rabia con Lucas Carrasco y, por derivación, con Carmen Ramos. Ellos fueron los artífices del callejón en el que quedó encerrada Mariana y, luego, por extensión, todos nosotros.
Tomó nota de las palabras de Cordelia ese día, pero se descubrió en los siguientes manejada por la obsesión que empezó a funcionar en su cabeza como criterio único e irrecusable de verdad: la veracidad de la casona y sus orgías que según Lucas eran un símbolo, y según Cordelia el centro de la desgracia de Mariana, la prueba de la perfidia de Lucas. El día que le quitaron el casquete del hombro y volvió a sentir la ligereza irreal de sus huesos restaurados, marcó el teléfono de Ángel Romano. Luego de saludarlo prolijamente y contarle sus desgracias le preguntó:
– Las cosas de la casona y las orgías, ¿las sacaste de la novela de Lucas o fueron de verdad?
– Mitad y mitad -dijo Romano.
¿Mitad verdad y mitad mentira? -preguntó Leonor.
– Bueno, corrían toda clase de rumores sobre eso antes de la novela, pero, como te dije, yo nunca estuve. Lo de la novela para mí confirmó los rumores, nada más.
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