Héctor Camín - El Error De La Luna

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El error de la luna es la historia de una familia los Gonzalbo -, donde el personaje central es la vida de la tía Mariana, y la búsqueda de su sobrina Leonor por encontrar la verdad de lo sucedido. De desenmarañar el secreto guardado en los pliegues de ese linaje de los Gonzalbo la vida de Mariana y un gran amor el de Lucas Carrasco.
El error de la luna es también una novela de mujeres enamoradas. Las Gonzalbo giran alrededor de la vida fracturada de Mariana, de sus distintas versiones, y de la obsesión que hereda Leonor, la joven sobrina a la búsqueda de un pasado que decide suyo, sintiéndose la heredera o reencarnación de la tía, al grado de hacerse obsesión. Ciertamente la novela te atrapa, en las historias de amor de Mariana, Lucas, la propia Leonor, Rafael Liévano, Carmen Ramos, la tía Cordelia, Angel Romano, Alina Fontaine y los abuelos Filisola y Ramón Gonzalbo, en el diseño trágico de sus vidas, en sus complicidades ante la fatalidad.
Veamos algunos avances de esta entretenida novela que te atrapa entre su lectura…

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– No -dijo Leonor.

– ¿Y de las fiestas en la casona, Lucas no te contó nada? ¿De sus orgías? ¿De cómo sedujo a tu tía, y luego la indujo a meterse con otros, y luego se lo reprochó, y rompió con ella por "puta"? ¿No te contó eso? -dijo Cordelia ya hinchada, con las mejillas temblando de rabia.

– Lucas me contó de la casona -dijo Leonor, en un susurro culpable.

– Menos mal -respiró Cordelia. -¿Y qué te dijo?

– Que nunca hubo esas fiestas -dijo Leonor.

¿Ah, no? -volvió a encenderse Cordelia. -¿Y entonces por qué las puso en su novela? No hay mejor prueba de que miente que su novela. Ahí aparecen la casa y las fiestas con todo detalle. ¿Cómo explica eso?

– Dice que lo puso como un símbolo -dijo Leonor. -Para dar a entender que andaban todos con todos. No porque hubiera sucedido.

– ¿Y le creíste? -dijo Cordelia. -Sí -dijo Leonor.

– Ay, mi hijita. En eso sí nos vas a resultar Gonzalbo hasta la ignominia: también te dejaste engatusar por Lucas Carrasco. Mira, te voy a mostrar lo que fue Lucas Carrasco para Mariana en boca de la propia Mariana. Tengo dos cartas de tu tía a Lucas que nunca le envió. Las encontré con sus papeles aquella noche que la fuimos a recoger a su departamento. No se las he mostrado a nadie, pero te las voy a traer, para que tú las leas y entiendas de una vez. ¿Por qué me miras con esos ojotes incrédulos de lechuza lampareada?

– Es que no te entiendo -dijo Leonor. -Primero me regañas por andar curioseando y ahora me vas a traer unas cartas de mi tía.

– Es un bandazo, de acuerdo. Pero es que me puse a pensar y entendí lo necia que eres. Como de la familia, auténticamente. Entonces decidí no ocultarte nada, porque sale peor. Tu curiosidad emperrada es peor que la verdad, mi hijita. De veras, te imaginas las cosas mucho peores que como fueron. Te voy a mandar unos chocolates y adentro las cartas, bien escondidas abajo, para que sólo tú las veas. Si las pepena tu abuela, nos corta el clítoris a las dos, ¿ya me entendiste?

– Sí -sonrió Leonor.

– Y luego hablamos y me dices si el miserable de Carrasco merece que le creas o no. ¿De acuerdo?

La llenó de besos antes de irse y de preguntas insinuantes sobre los dones amorosos de Rafael Liévano. Siguieron días de cama, tedio y almohadones, días de una astenia circular interrumpida sólo por las llamadas del propio Rafael Liévano, quien luchaba así contra su respectiva temporada en el infierno de la monotonía.

Finalmente, llegaron los chocolates prometidos por Cordelia, en una caja que simulaba un corazón. Abajo de los papeles de estaño, aparecieron las cartas de Mariana, sin sobre, impregnadas del olor tierno, nuevo y empalagoso de los dulces. Eran muy distintas entre sí; una sobria, legible, serena en su caligrafía; la otra ebria, torcida, cruzada de rabos y quebraduras, como nacida de una mano eléctrica.

La primera decía:

Querido Lu:

Me puse a recordarte como quien se pone a leer un libro, pero me acordé sólo de las mujeres que has tenido. Por qué vienen esas brujas a molestarme, si me senté a acordarme de ti no de ellas. No lo sé. Pero encontré algo en medio de tanta retacería. Me acababa de cambiar a este departamento. Estaban las cajas regadas por todos lados, no había luz, porque no la habían conectado aún, y había que alumbrarse con velas. Había trabajado todo el día en meter un poco de orden en ese lío de polvo y cosas que no acababan de encontrar su lugar. No quería que vinieras, porque era como mostrarte mi cesto de ropa sucia, pero salimos a cenar y, al regreso, quisiste pasar la noche aquí. Fue como una noche de fantasmas, alumbrados por velas entre un montón de escombros. Nos dormimos muy tarde. Cuando desperté, entraba la luz muy fuerte por la ventana sin cortinas todavía, y tú no estabas en la cama. Me paré asustada a buscarte, todavía entre brumas, y cuando salí del cuarto estaba todo en orden en la sala, los bultos y las cajas habían encontrado un lugar donde no parecían estorbar, los papeles parecían ordenados sobre la mesa y los muebles puestos en su sitio, como si ninguno otro les conviniera. Tú estabas con una toalla en la cintura exprimiendo naranjas y listo para echar los huevos revueltos, tostar el pan y servir el café del desayuno. Esa vez fuiste mi marido y yo tú mujer. Juntos en la casa de muñecas, ya lo sé. Soy una idiota, ya lo sé. Y una cursi y una mujercita de su casa recordando y añorando al maridito que no tuvo, ya lo sé. La escena se completa debidamente porque, siguiendo tu ejemplo, la mujercita fue esa mañana a arreglar la recámara para poner en ella una mínima parte del orden que tú habías puesto en lo demás y al levantar tus pantalones, te acuerdas, se cayó la nota que te había enviado la tarde anterior Giovana, ¿te acuerdas? tu pasante de la escuela de letras que estudiaba a Nezahualcóyotl. No me acuerdo cómo decía, pero era claro en su mensaje que habías estado con ella el día anterior, y que ibas a verla esa noche. No te dije nada, ¿te acuerdas? Guardé la nota y cuando volviste la siguiente vez, estaba pegada en la puerta para que la vieras, a ver si te atrevías a tocar después de verla. Te atreviste, y no te dije nada, ni tú tampoco. Y supongo que ése fue el matrimonio que tuvimos.

La segunda carta decía:

Lucatero:

Vino la luna a decir que te aullara, y estoy en eso, desde anoche no he dormido, no he salido de tu lecho que dejaste. Todavía está. ¿No fue eso lo que pediste? pues ahí está, carajo por qué no vienes? no era eso lo que querías y me dijiste aquella vez? ¿se acabó y hay que empezar? de acuerdo Pero tengo que preguntarte ¿Cómo me dejaste andar, y no me jalaste? Con un grito y ya eso hubiera bastado esperarte a sabiendas de que no vendrás, sabiendo que vendrás algún día. Trabajo encerrada, con miedo de que toques y me encuentres en fachas. Me canso, voy al espejo me miro, me cambio la ropa o me repaso las cejas o los aretes que me faltan. Regreso y ando por la casa arreglada cada tres horas para que no me encuentres en lo que soy: una fregona con sus fichas, encerrada en sus fichas, despeinada por dentro, sudando maloliente, esperándote, ¿dónde empezó? ¿te fuiste y no has vuelto? Si voy a encontrarte voy y me siento en tu cubículo de la Facultad hasta que aparezcas. Y solo para preguntarte por qué te fuiste. En tu casa también, para evitar el escándalo en la facultad. Puedo telefonearte y decirte que estoy aquí encerrada con mi trabajo, arreglándome cada tiempo por si llegas. Pero tampoco podría. imagínate que me mandas al carajo tu frialdad, etc hartarte -o acabar de hartarte. porque te hartaste de mí. Lo que no obsta para. al mismo tiempo sé que no fue mentira, -y que tampoco fue suficiente. Falta. Eso es todo. Todo lo que quería decirte en esta carta, que no voy a enviar, pero me alivia escribirla, porque es como tenerte cerca al alcance de mi voz. Falta ¿Me escuchas? Yo recuerdo cosas, pleitos y sé que no me equivoco si me escuchas cuando te hablo. Mejor dicho Sé que sigo hablando dentro de ti y no te digo? ¿Por qué te fuiste? no te has ido y vendrás pero no vendrás. pero me arreglo para recibirte. Y así.

¿Vendrás, Lucatero? ¿Vendrás?

Leyó y volvió a leer esas cartas, pero no encontró en ellas a la víctima de que hablaba Cordelia, sino algo más próximo y respetable, un dolor y un amor asumidos sin aspavientos. Sobre todo, las cartas trajeron hacia ella una revelación que fue la voz de Mariana. No leyó las cartas en realidad, oyó esa voz, la oyó a través del tiempo, no como si estuviera grabada sino como si se construyera dentro de ella y le hablara a través del papel y de los años.

Cordelia se apareció en cuanto pudo, preguntando si se había comido los chocolates.

– Espero que te hayas puesto en el lugar de Mariana y no en el de Carmen Ramos -agregó.

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