Augusto Bastos - Yo el Supremo

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Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripción garabateada sorprende una mañana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados súbditos del patriarca. Así arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es sólo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino también un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contemporáneos: la dictadura. El déspota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo metáfora de la biografía de América Latina.

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«Aunque de carácter ardiente e impetuoso, impaciente ante toda traba, vanidoso de sí mismo y de aristocrático abolengo, fue Lázaro de Ribera uno de los mandatarios hispanos más iluminados que hubo en esta parte de América, en las postrimerías del siglo xvii.» (Coment. de/ P. Furlong, cit. por J. C.)

1«A poco de la llegada de Lázaro de Ribera a la Provincia, sucedió un hecho terrible. En el distrito de la Villa Real, ciento cincuenta hombres se armaron con el pretexto de reconvenir a los indios por la infracción de la paz, sorprendieron una toldería y mataron 75 indios rendidos y sin defensa. Fueron atados por las cinturas y unidos a caballos que llaman "cincheras", siendo todos muertos a golpes de macanas, sables y lanzas. Todo consta en los cinco autos que se elevan. El principal responsable fue el comandante José del Casal. El bárbaro acto tuvo lugar el 15 de mayo de 1786. Ribera se había recibido del gobierno el 8 de abril. Ha nombrado como juez de la causa al comandante José Antonio Zabala y Delgadillo.

»La carnicería con resabios de la muerte de Tupac Amaru en el Cuzco, con la nota sobresaliente del descuartizamiento por caballos conmovió a toda la Provincia. Casal, mediante influencias y sus riquezas, escapó al castigo.» (Julio César, op. cit.)

Sin embargo, algún tiempo después, el etnocida Casal cayó en desgracia. Por todos los medios, según consta en las instancias del juicio, José del Casal y Sanabria trató de obtener la defensa de El Supremo quien, por entonces, ejercía su profesión de abogado sin detentar aún ningún cargo público ni influencia oficial alguna. «Entre todos los papelistas que defienden pleitos -escribe el matador de indígenas al juez- es el único que puede sacarme a flote. Le he ofrecido la mitad de mi fortuna, y más también, por tan señalado servicio. Mas todo ha sido en vano. No sólo el orgulloso abogado se ha negado tenazmente a patrocinar mi causa y por lo mismo me hallo inerme e indefenso; también se ha atrevido a calificar injuriosamente mi proceder contra esos salvajes de los montes afirmando, como es público y notorio, que ni por todo el oro del mundo movería un dedo a mi favor, cuando por el contrario, como Dios y nuestro Exmo. Sr Gobdor saben, mi susodicho proceder sólo ha sido en bien de toda la sociedad.» (N. del C.)

1«¡Día de terror, día de luto, día de llanto! ¡Tú serás siempre el aniversario de nuestras desgracias! ¡Oh día aciago! ¡Si pudiera borrarte del lugar que ocupas en el armonioso círculo de los meses!» (Nota del publicista argentino Carranza a Clamor de un Paraguayo, dirigido a Dorrego y atribuido a Mariano Antonio Molas en su Descripción Histórica de la Antigua Provincia del Paraguay.)

2«Como en una pesadilla yo veía pasar esas infinitas mesnadas de oscuros espectros, relumbrar sus armas, a los enceguecedores rayos. Se me iban apagando los ruidos, el fragor de los cascos. Cañones, extrañas catapultas, complicados aparatos de guerra pasaban sin hacer ruido. Parecían volar; deslizarse a un pie del suelo.

»Bajo un baldaquino amarillo, que fuera palio del Santísimo Sacramento en las procesiones de antaño, el Cónsul-César sentado en la curul de alto respaldo que hace aún más enclenque y ridicula su magra figura, sonreía enigmáticamente, complacido al extremo por los efectos de su triunfal representación. A ratos miraba a los costados. de reojo, y entonces sus facciones cobraban la expresión de una vesánica autosufi ciencia.

»Una altísima catapulta de por lo menos cien metros de altura avanzó sin hacer ruido, propulsada por su propia fuerza automotriz, probablemente una máquina a va por Potentes chorros proyectaban bajo esa inmensa mole de madera un verdadero colchón de exhalación gaseosa tornándola más liviana que una pluma. Fue lo último que vi. A mediodía me desmayé y me llevaron a mi hospedaje en la Aduana.» (Nota ignota de N. de Herrera.)

1Los enterramientos se hacían bajo el piso y alrededor de los templos; el calor del perpetuo verano paraguayo, aumentado por el de la compacta concurrencia de fieles, arrancaba de las grietas del suelo ese tufo que formó el refrán, vigente aún hoy en el habla populan aunque olvidado ya de su origen: «Más hediondo que misa-de-domingo». (N. del C.)

1Este trozo está compuesto con fragmentos entresacados de Azara (Descripción, p 31), de Ruy Díaz de Guzmán (Argentina, LIII, c. XVI), y sobre todo de la Provisión del marqués de Montes Claros, gobernador y capitán general del Perú, Tierra Firme y Chile, «para que se enbíen a la Caja Real de Potosí con buen aviamiento las Piedras del Guayrá», a I ° de abril de 1613. Cif.Viriato Díaz-Pérez. (N. del C.)

1«Al Señor Dictador Supremo del Paraguay

Excmo. Señor:

Desde los primeros años de mi juventud tuve la honra de cultivar la amistad del señor Bonpland y del Señor Barón de Humboldt, cuyo saber ha hecho más bien en la América que todos sus conquistadores.

Yo me encuentro ahora en el sentimiento de que mi adorado amigo el señor Bonpland está retenido en el Paraguay por causas que ignoro. Sospecho que algunos falsos informes hayan podido calumniar a este virtuoso sabio, y que el gobierno que V. E. preside se haya dejado sorprender con respecto a este caballero.

Dos circunstancias me impelen a rogar a V. E. encarecidamente por la libertad del señor Bonpland. La primera es que yo soy la causa de su venida a América, porque yo fui quien lo invitó a que se trasladase a Colombia, y ya decidido a efectuar su viaje, las circunstancias de la guerra lo dirigieron imperiosamente a Buenos Aires; la segunda es que este sabio puede ilustrar a mi patria con sus luces, luego que V. E. tenga la bondad de dejarle venir a Colombia, cuyo gobierno presido por la voluntad del pueblo.

Sin dudaV. E. no conocerá mi nombre ni mis servicios a la causa americana; pero si me fuese permitido interponer todo lo que valgo, por la libertad del señor Bonpland, me atreven'a a dirigir aV. E. este ruego.

Dígnese V. E. oír el clamor de cuatro millones de americanos libertados por el ejército de mi mando, que todos conmigo imploran la clemencia de V E. en obsequio le la humanidad, la sabiduría y la justicia, en obsequio del señor Bonpland. El señor Bonpland puede jurar a V. E, antes de salir del territorio de su mando, que abandonará las provincias del Río de la Plata para que de ningún modo le sea posible causar perjuicios a la Provincia del Paraguay, que yo, mientras tanto, le espero con las ansias de un amigo y el respeto de un discípulo, pues sería capaz de marchar hasta el Paraguay y sólo por libertar al mejor de los hombres y al más célebre de los viajeros.

Excmo. Señor:Yo espero que V. E. no dejará sin efecto mi ardiente ruego y tam bién espero me cuente en el número de sus más fieles y agradecidos amigos, siempre que el ¡nocente que amo no sea víctima de la injusticia.

Tengo el honor de ser de V. E. atento, obediente servidor:

Simón Bolívar

Lima, 23 de octubre de 1823.»

N. del C: El Supremo Dictador, efectivamente, no contestó esta carta de Bolívar. La respuesta que algunos historiadores-novelistas recogen es apócrifa; en todo caso, invención de una cortesía que El Supremo no estilaba destilar en ningún caso.

Carta de José Antonio Sucre, presidente del flamante estado de Bolivia, al general Francisco de Paula Santander, vicepresidente de Colombia, lugartenientes ambos de Bolívar.

«El Libertador parece que está en el proyecto de mandar una expedición de Cuerpos del Alto y Bajo Perú a tomar el Paraguay que sabe usted gime bajo el tirano que tiene aquella provincia no sólo oprimida del modo más cruel sino que la ha separado de todo trato humano, pues allí nadie entra sino el que gusta su Perpetuo Dictador.» (Octubre I I de 1825.)

De Santander a Sucre:

«La Europa culta celebraría mucho que el Paraguay saliese de la tutela cruel del tirano que la oprime, y que la ha separado del resto del mundo.» (Setiembre, 1825.)

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