Augusto Bastos - Yo el Supremo

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Yo el Supremo Dictador de la República: Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo. Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres. Esa inscripción garabateada sorprende una mañana a los secuaces del dictador, que corren prestos a eliminarla de la vida de los aterrados súbditos del patriarca. Así arranca una de las grandes novela de la literatura en castellano de este siglo: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989. La obra no es sólo un extraordinario ejercicio de gran profundidad narrativa sino también un testimonio escalofriante sobre uno de los peores males contemporáneos: la dictadura. El déspota solitario que reina sobre Paraguay es, en la obra de Roa, el argumento para describir una figura despiadada que es asimismo metáfora de la biografía de América Latina.

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1«El mismo Córreia ha pedido, ha clamado por esta misión, ansioso de pactar una alianza brasilero-paraguaya para aplastar al Plata en la inevitable guerra que ha de sostener con el Imperio en la Banda Oriental.» (Ibid.)

2«Alto, claros cabellos rubios, ojos penetrantes y castaños, cabeza elevada e inteligente, nariz levemente aguileña con trazos fuertes de energía y voluntad; en suma, un bello tipo de hombre. Grave, circunspecto. Actitudes medidas, protocolares.Viste a la moda con la elegancia diplomática que ha adquirido durante su convivencia en las viejas cortes europeas.» (Porto Aurelio, Os Correia da Cámara, Anais,t II. Introd.)

1Estos fragmentos sobre la primera invasión de Buenos Aires en 1806, por las tropas británicas al mando de Beresford y bajo la dirección de Popham y Baird, están entresacados de los apuntes que bosquejó E1 Supremo en los primeros años de su gobierno. Aunque no cita ni menciona a los hermanos Robertson -ni éstos tampoco lo hacen en sus escritos-, es evidente que el joven Juan Parish Robertson, «testigo presencial» de los hechos, tanto de la llegada de los caudales porteños a Londres como del comienzo de la dominación británica de Buenos Aires, fue el informante oficioso de El Supremo, durante su estada en Asunción. Hay en estos apuntes referencias muy precisas -verdaderas o no- sobre hechos significativos o nimios, hasta de las sumas que tocó a Baird, a Popham y a Beresford en la repartija del botín pirata capturado en Lujan, tras la huida del virrey español. El Supremo anota, por ejemplo: «La conquista de la colonia holandesa del Cabo parece haberles abierto el apetito a los ingleses». Luego, «a Baird le tocaron 24 mil libras (exactamente 23 mil libras, cinco chelines, nueve peniques), a Beresford más de once mil, a Popham siete mil, y cada uno pudo comprarse una finca con su parte». Pero no deja de anotar tampoco que, por la misma época, al otro extremo del continente, Miranda intentaba con dinero británico [que le permitió contratar mercenarios y comprar armas] la «independencia» de Venezuela. «¿Qué es esta mierda?», exclama indignado E l Supremo. «En agosto de 1806 Miranda desembarca en La Vela. No encuentra a nadie. Los patriotas escapan de los libertadores, creyéndolos piratas. ¡En setiembre, los ingleses desembarcan en Buenos Aires, y aquí los piratas la saquean con aire de libertadores!» (N. del C.)

1No es Fedra sino Tancredo lo que se pone en escena esa noche, la única obra conocida por entonces en el Paraguay. (N. del C.)

1Para que el choque sea más impetuoso soltad las bridas de vuestros corceles. Es una maniobra cuyo éxito honró muchas veces a la caballería romana… Apenas la orden es oída desenfrenan sus caballos, hienden las tropas enemigas, rompen todas las lanzas, vuelven sobre sus pasos y llevan a cabo una terrible carnicería.

Este fragmento de Tito Livio se encuentra copiado asimismo en el Manual de Combate de las Fuerzas de Caballería, entre las numerosas obras de táctica y estrategia debidas también al puño y letra de El Supremo. (N. del C.)

1«Me entretienen con procedimientos dilatorios. Se me tiene prácticamente secuestrado en el almacén de la Aduana. Se me dice que sólo después del congreso y el cambio de gobierno seré recibido, pero nadie sabe cuándo ha de reunirse ese famoso congreso. Lo único cierto es que aquí los porteños son más odiados que los sa mácenos. Si el congreso se niega a enviar diputados y se les declara la guerra, media provincia se levanta… La eminencia gris de este Govno, cada vez más tirano, con el Pue blo cada vez más esclavo, no tiene más objeto que ganar tiempo y gozar sin pesa dumbre las ventajas de la independencia. Este hombre imbuido de las máximas de la República de Roma intenta ridiculamente organizar su Govno por aquel modelo. Me ha dado pruevas de su ignorancia, de su odio a Buenos Ayres, y de la inconsecuencia de sus principios. Él ha persuadido a los paraguayos que la provincia sola es un Impe rio sin igual, que Buenos Aires la adula y lisonjea porque la necesita: que con el pre texto de la unión trata de esclavizar al continente. Que los pueblos han sido violenta dos para el embío de sus representantes: Que todas nuestras ventajas son supuestas: Y hasta en su contestación transpira su rivalidad pues jamás se me ha reconocido como embiado del Supremo Poder Executivo de las Provincias del Río de la Plata, sino como a un Diputado de Buenos Aires; ni a V E. se le atribuye otra autoridad.» (Memorial de Nicolás de Herrera al Poder Executivo, noviembre de 1813.)

«Los diputados vinieron tan irritados que han creído injuriosa la proposición. El Govnno aprovechándose de esta disposición les hizo resolver y que lo negasen en firme. Habiendo recibido el congreso mi oficio hubo un tumulto y los DD. juraron matarme si yo me acercase, y si un sacerdote no sube al pulpito a aplacar a la multitud, hubiera muerto sin remedio, ignominiosamente.» (Ibid)

11 Se refiere aquí a Juan García de Cossio enviado en diciembre de 1823 por Benardino Rivadavia, jefe del gobierno porteño. No tendrá más éxito que los comisionados anteriores. Cossio se queja de que El Supremo se porta con él de la manera más irreductible e incivil. Este por su parte, comenta Julio Cesan nunca explicó el por qué de su actitud; en su copiosa correspondencia con sus delegados en la que trataba todas las cuestiones internas y externas, jamás se refirió a García Cossio, ni a su misión ni a sus notas. Según Juan Francisco Seguí-secretario de Vicente Fidel López- el objetivo fundamental de la misión de Cossio era el de concertar una alianza con el Paraguay ante la inminencia de la lucha con el Imperio en la Banda Oriental. (Anais, t. IV, p. 125.)

Las comunicaciones de Cossio a El Supremo, como la de los otros enviados porteños y brasileros sometidos al purgatorio de los largos plantones, fueron numerosas. En este «suplicio por la esperanza», los «cargosos y pedigüeños maulas» se desahogaban en implorantes, resentidas o melancólicas misivas.

Por cada nota de las 37 enviadas desde Corrientes a Asunción, Cossio debió oblar a los chasques 6 onzas de oro, un traje completo y un equipo de montar que incluía desde las bridas del caballo hasta las espuelas del jinete, más un chifle con 10 litros de caña. En febrero de 1824 Cossio informa a su gobierno desde Corrientes que El Supremo Dictador no contesta aún y que los mensajeros no han regresado. Nada. Ni un indicio siquiera. La tierra parece habérselos tragado. Cossio emite esta triste reflexión: «Y este silencio, tan ajeno al Derecho de Gentes como a la Civilización, manifiesta desde luego que no se trata de variar en parte la menor, aquella misma conducta en que ha fijado toda su atención dentro del singular aislamiento en que se halla. Todo esto, pese a recordarle los esfuerzos realizados por los dos países en la Guerra de la Independencia y la amenaza que actualmente representan para América las miras ambiciosas de la Santa Alianza y la posibilidad de una expedición reconquistadora». El 19 de marzo de 1824 Cossio escribe nuevamente a El Supremo. Su oficio concluye: «El Paraguay se está perjudicando pues ha dejado de vender su yerba, su ta baco y sus maderas; su comercio se debilita por el cierre de los ríos y por la falta de mercados exteriores. Por otra parte, al gobierno de Buenos Aires le alarma la apertura de un puerto al Brasil y pide se le otorgue idéntica facilidad, aunque sea circuns cripto a un Punto, como se ha otorgado al Portugués». Al pie de esta comunicación hay una nota de El Supremo, escrita al sesgo en tinta roja: «¡Por fin vamos a oír buena música!». (N. del C.)

1«A comienzos de 1795, Lázaro de Ribera fue nombrado Gobernador militar y po lítico e Intendente de la real Hacienda del Paraguay. Antes de viajar a la sede de su gobierno contrajo enlace con la linajuda dama Mana Francisca de Savatea, ligándose así a la aristocracia porteña. Una de sus cuñadas era esposa de Santiago de Liniers [futuro virrey]. Ribera no le cede la derecha a sus grandes antecesores [en la sede de la gobernación]: Pinedo, Melo, Alós, y quizás en muchos aspectos los supere. Caló muy hondo en la tierra guaraní, supo de sus dolores y sus miserias, y tendió la mano al desvalido y al pobre. Proféticamente señaló que el gran puerto para el Paraguay era Montevideo, y anticipó la grandeza del Plata, escribiendo: "Las Provincias del Virreinato de Buenos Aires llegarán a un grado tal de opulencia en tanto se facilite la extracción de las primeras materias que deben pasar el Océano para avivar y dar energía a las Manufacturas de la Península ". Creyó en el porvenir del Paraguay por su tierra fértil, su producción abundante, sus ríos que la riegan y ponen en contacto con el mundo.» (N. de julio César.)

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