1Juan Parish Robertson llegó al Río de la Plata en 1809, en el grupo de comerciantes británicos arribados a Buenos Aires poco después de las Invasiones que abrieron su puerto al libre comercio. Tenía por entonces diecisiete años. Se alojó en casa de una conocida familia Mádame O'Gorman fue una de sus principales protectoras. El em prendedor joven escocés frecuentó en seguida los círculos más prestigiosos, llegando a hacerse amigo del virrey Liniers. Asistió a la Revolución de Mayo «como a una pintoresca representación de las ansias de libertad de los patriotas porteños», manifiesta en una de sus Cortas. Tres años más tarde se le unió su hermano Roberto. Juntos aco-metieron la, para ellos, «gran aventura del Paraguay». Los Robertson reeditaron sus éxitos en Asunción, en todos los terrenos, con mayor fortuna aún que en Buenos Aires. Contaron aquí con la protección de El Supremo que los encumbró y acabó expulsándolos en 1815. Los Robertson se jactan en sus libros de haber sido los primeros subditos británicos que conocieron el Paraguay, luego de atravesar la «muralla china» de su aislamiento, acerca del cual elaboraron una original interpretación. (N. del C.)
1Allí una Divinidad que modela nuestro destino / lo debasta como nosotros queremos.
1Jorge Luis Borges, en su Historia de la eternidad, citando a Leopoldo Lugones (El Imperio Jesuítico, 1904) anota que la cosmogonía de las tribus guaraníes consideraba macho a la luna y hembra al sol. En la misma nota dice: «Los idiomas germánicos que tienen género gramatical dicen la sol y el luna».
En otra de sus obras Borges nos informa: «Para Nietzsche, la luna es un gato (Kater) que anda sobre alfombra de estrellas y, también, un monje». Una mente limitada y simétrica se preguntaría de inmediato: ¿Y el sol? ¿Cómo debió considerar Nietzsche al sol? ¿Una sol-gata? ¿Una sol-monja? ¿Sobre qué clase de alfombra la debió hacer caminar? Los Apuntes de El Supremo dejan entrever que resolvió el acertijo propuesto por Nietzsche. Cortó por lo sano con otro acertijo en su invectiva sobre los historiadores los escritores y la polilla: «Un insecto comió palabras. Creyó devorar el famoso canto del hombre y su fuerte fundamento. Nada aprendió el huésped ladrón con haber devorado palabras». (N. del C.)
1La situación de la casa de doña juana Esquivel era absolutamente bella; no menos era el paisaje que la rodeaba. Se veían bosques magníficos de rico y variado verdor aquí el llano despejado y allá el denso matorral; fuentes murmurantes y arroyos refrescando el suelo; naranjales, cañaverales y maizales rodeaban la blanca mansión.
»Doña Juana Esquivel era una de las mujeres más extraordinarias que haya conocido. En el Paraguay generalmente las mujeres envejecen a los cuarenta años. Sin embargo, doña Juana tenía ochenta y cuatro, y, aunque necesariamente arrugada y cano sa, todavía conservaba vivacidad en la mirada, disposición a reír y actividad de cuerpo y espíritu para atestiguar la verdad del dicho de que no hay regla sin excepción.
»Me albergaba como príncipe. Hay en el carácter español, especialmente como entonces estaba amplificado por la abundancia sudamericana, tan magnífica concep ción de la palabra "hospitalidad", que me permití, con demostraciones particulares de cortesía y favores recíprocos de mi parte, proceder en mucho a la manera de doña Juana. En primer lugar, todo lo de su casa, sirvientes, caballos, provisiones, los productos de su propiedad, estaban a mi disposición. Luego, si yo admiraba cual quier cosa que ella tuviera -el poney favorito, la rica filigrana, los ejemplares selec tos de ñandutí, los dulces secos, o una yunta de hermosas mulas-, me los transfe ría de manera que hacía su aceptación inevitable. Una tabaquera de oro, porque dije que era muy bonita, me fue llevada una mañana a mi habitación por un esclavo, y un anillo de brillantes porque un día sucedió que lo miré, fue colocado sobre mi mesa con un billete que hacía su aceptación imperativa. Nada se cocinaba en la casa sino lo que se sabía que me gustaba, y aunque yo intentase, por todos los medios posibles, a la vez compensarla por su onerosa obsequiosidad y demostrarle lo que en mi sentir era más bien abrumador; no obstante encontraba que todos mis esfuerzos eran vanos.
»Estaba, por consiguiente, dispuesto a abandonar mi superhospitalaria morada, cuando ocurrió un incidente. Aunque increíble, es ciertísimo. Cambió y puso en mejor pie mi subsecuente trato con esta mujer singular
»Me agradaban los aires plañideros cantados por los paraguayos acompañados con guitarra. Doña Juana lo sabía, y con gran sorpresa mía, al regresar de la ciudad una tarde, la encontré bajo la dirección de un guitarrero, intentando, con su voz cascada, modular un triste y con sus descarnados, morenos y arrugados dedos acompañarlo en la guitarra. ¿Cómo podría ser otra cosa? ¿Qué podía hacer ante tal espectáculo de chochera, desafiando aún más el natural sensible de la dama, que insinuar una sonrisa burlona? "Por amor de Dios -dije-, ¿cómo puede usted, catorce años después que, conforme a las leyes naturales, debiera estar en el sepulcro, convertirse en blanco para el ridículo de sus enemigos o en objeto de compasión para sus amigos?"
»La exclamación, lo confieso, aun dirigida a una dama de ochenta y cuatro años, no era galante, pues en lo concerniente a edad, ¿qué mujer puede soportar un reproche de esta naturaleza?
«Apareció bien pronto que doña juana tenía a este respecto toda la debilidad de su sexo. Tiró al suelo la guitarra. Ordenó bruscamente al maestro de canto que saliera de la casa; a los sirvientes los echó de la habitación, y, en seguida, con un aspecto de fiereza de que no la creía capaz, me aturdió con las siguientes palabras: "Señor don Juan no esperaba insulto semejante del hombre a quien amo", y en la última palabra puso énfasis extraordinario. "Sí -continuó-, yo estaba pronta, y todavía lo estoy, a ofrecerle mi mano y mi fortuna. Si aprendía a cantar y tocar la guitarra, ¿por qué causa era si no por darle gusto? ¿Para qué he estudiado, en qué he pensado, para quién he vivido en los tres últimos meses, sino para usted? ¿Y es esta la recompensa que encuentro?
»Aquí la anciana señora mostró una combinación curiosa de apasionado patetismo y ridiculez cuando, deshaciéndose en lágrimas dio escape a sus sentimientos sollozando de indignación. El espectáculo era de sorprendente novedad y no exento de alarma para mí, a causa de la pobre vieja. En consecuencia, abandoné la habitación; le envié sus sirvientes diciéndoles que su ama estaba seriamente enferma; y después de oir que todo había pasado, me metí en cama, no sabiendo si compadecer o sonreír de la tierna pasión que un joven de veinte años había despertado en una dama de ochenta y cuatro. Espero que no se atribuya a vanidad el relato de esta aventura amorosa. Lo hago sencillamente como ejemplo de las bien conocidas aberraciones del mas ardiente y caprichoso de todos los dioses, Cupido. No hay edad que limite el alcance de sus dardos. El octogenario lo mismo que el zagal son sus víctimas; y sus escarceos son generalmente más extravagantes cuando las circunstancias externas -la edad, los hábitos, la decrepitud- se han combinado para hacer increíble y absurda la idea de su acceso al corazón.» (Ibid.)
1 Avá. en guaraní, indio.
2 Avatisoká: palo o mano de mortero.
1«Sigue la pantomima ya con disgusto del pueblo que murmura», escribe el coronel Zavala y Delgadillo en su Diario de Sucesos Memorables. (Gt por J ulio César.)
1Se retiró dos veces de la Junta, confirma Julio César La primera desde agosto de 1811 hasta los primeros días de octubre del mismo año. La segunda desde diciembre a noviembre. (N. del C.)
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