Fannie Flagg - Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí?
Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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– Por lo que sé, sí.

– ¿No hemos de ser la gente más generosa del mundo? -dijo prendiendo una horquilla en un rulo.

– Es lo que siempre he oído -dijo Norma.

– Y ahora leo que incluso Canadá nos odia… ¡Canadá! Y en cambio nosotros queremos a los canadienses, siempre estamos deseando ir a visitarlos. Jamás imaginé que Canadá nos aborreciera, ¿y tú?

– No -contestó Norma-. Siempre he pensado que Canadá era nuestro vecino amable del norte.

Tot dio una calada al cigarrillo y lo dejó en el cenicero negro de plástico.

– Que alguien conocido me odie es una cosa, pero si me odian unos perfectos desconocidos lo primero que se me ocurre es ponerme una soga alrededor del cuello y saltar por la ventana, ¿no te pasa lo mismo?

Norma pensó en ello y dijo:

– Creo que no me suicidaría por eso, pero sin duda es muy preocupante.

Tot cogió una redecilla.

– Yo digo que nos olvidemos de ayudar al maldito mundo, porque seguro que nadie nos lo va a agradecer.

– Por lo visto no -certificó Norma.

– Demonios…, mira Francia, fuimos y los salvamos de los nazis, y ahora dicen todas esas cosas horribles. Jolín, te digo una cosa, Norma, todo esto ha herido de veras mis sentimientos.

Norma estuvo de acuerdo.

– Por culpa de esto llegas a no querer ayudar a la gente, ¿verdad?

– ¡Eso es! -exclamó Tot mientras metía algodón tras las orejas de Norma-. Los impuestos del dinero ganado con el sudor de mi frente van a parar a todas partes, pero, ¿llegan a agradecértelo? Antes tenía fe en el mundo, pero se ha vuelto tan malo como mis propios hijos; sólo dame, dame, dame todo el rato…, y nunca es suficiente.

La hija de Tot, Darlene, tan ancha ella como delgada su madre, trabajaba en la cabina contigua y oyó la última frase.

– ¡Bien, muchas gracias, madre! -soltó por encima de la mampara-. ¡No te pienso pedir nunca más nada!

Tot puso los ojos en blanco en dirección a Darlene y le dijo a Norma:

– Ojalá.

Aunque a Norma no le gustaba pensar en ello, Tot desde luego tenía razón. Todo había cambiado tras los atentados terroristas del 11-S. Incluso en una ciudad pequeña como Elmwood Springs, la gente había quedado tan conmocionada que había enloquecido un poco. Justo después del suceso, Verbena estaba convencida de que la familia Hing Doag, que tenía la tienda de la esquina, formaba parte de una célula durmiente terrorista. Norma le había dicho: «No son árabes, Verbena, sino vietnamitas.» Pero Verbena no lo tenía claro. «Bueno, sea como sea -decía-, no confío en ellos.»

Sin embargo, la mayoría estaban tristes simplemente por la clase de mundo en que vivirían sus hijos y sus nietos. Y para las personas como Norma y Macky, nacidos y criados en los años cuarenta y los cincuenta, aquello era un cambio radical con respecto a la época en que todos se sentían seguros y la única referencia de Oriente Próximo eran las tarjetas de Navidad en que una estrella brillaba sobre un pesebre tranquilo, no el lugar lleno de odio y cólera que veían cada día en la televisión o en los periódicos. Norma sólo sabía que ya no aguantaba más. Tres años atrás había dejado de leer los periódicos y de ver las noticias. Ahora sólo veía la cadena Casa y Jardín y el programa de antigüedades de la PBS, y más o menos escondía la cabeza en la arena y esperaba que las cosas se arreglaran de algún modo.

Al cabo de unos cuarenta minutos, y después de que sacaran a Norma de debajo del secador, Tot retomó la conversación.

– Norma, tú me conoces, siempre intento poner cara de felicidad, pero cada vez es más difícil mantener una actitud positiva. Dicen que la civilización, tal como la conocemos, está perdida, condenada.

– ¿Quién dice eso? -preguntó una alarmada Norma.

– ¡Todo el mundo! -dijo Tot mientras le quitaba la redecilla-. Nostradamus, la CNN, todos los periódicos, según ellos estamos al borde de la aniquilación total.

– Oh, Dios mío, Tot, ¿cómo es que haces caso de todo ese rollo? Sólo pretenden asustarte.

– Bueno, según dice Verbena, en la Biblia está escrito que éste es el fin de los tiempos, y tal como van las cosas, creo que está al doblar la esquina.

– Venga, Tot, he oído cosas así toda mi vida, y siempre han sido falsas.

– Hasta ahora -replicó Tot, sacando un rulo del pelo de Norma-. Pero un día serán ciertas. Verbena dice que las señales apuntan al Apocalipsis. Todos esos terremotos, huracanes, inundaciones e incendios que hemos sufrido recientemente, y ahora esa gripe de los pollos…, su pestilencia está ahí mismo.

Norma notó que comenzaba a hiperventilar, y tratando de usar el ejercicio «Sustituye un pensamiento negativo por uno positivo», dijo:

– La gente puede equivocarse, ya sabes, recuerda cuando llegó el rock and roll. Todos decían que no podía haber nada peor, y sí lo hubo, ahí tienes.

– No veo cómo las cosas podrían ir peor. Pero si el fin del mundo llega antes de que pueda cobrar la pensión, entonces me pondré realmente furiosa, tras esperar años a poder jubilarte, jolín…, la vida es injusta, ¿eh? ¿A ti no te preocupa el fin del mundo? -inquirió mientras cogía un cepillo.

– Pues claro -respondió Norma-. No quiero que suceda justo cuando por fin está volviendo un poco de estilo. Ve a la ferretería de Restauración, o al Granero de Cerámica, ahora tienen cosas monísimas, y a buen precio. Simplemente procuro no pensar en ello.

– Sí -dijo Tot-. No sirve de nada. Verbena decía el otro día que no le preocupaba ni pizca. Por supuesto, ella cree que va a desaparecer justo antes del fin del mundo mientras el resto de nosotros nos achicharramos. Decía que si alguna vez falta a su cita aquí es porque ha sido conducida al cielo en estado de éxtasis. Y yo le dije «pues muchas gracias, Verbena, si fueras de veras una buena cristiana me llevarías contigo y no me dejarías aquí friéndome».

– ¿Y qué contestó?

– Nada.

– Bueno, Tot, si pensar así la hace feliz, déjala. Yo ya no intento entender por qué las personas creen lo que creen. Fíjate en estos terroristas suicidas que estallan pensando que despertarán y tendrán setenta vírgenes o algo así.

– Sí, quizá se lleven una buena sorpresa cuando despierten y vean que simplemente están muertos y que saltaron por los aires en balde. ¿Cómo es esa canción de Peggy Lee: Esto es todo lo que hay ?

– Sí, bueno, por desgracia nadie sabe si es así la cosa, o si hay vida después de la muerte -dijo Norma.

De repente, Tot dejó de cepillar el pelo de Norma.

– Dios, espero que no, ésta me ha dejado agotada. Sólo quiero dormir.

– Oh, Tot, no hablarás en serio. ¿Y si tuvieras la oportunidad de volver a ver a tu familia?

– Pero qué dices, si ni siquiera quería ver a la mayoría cuando vivían.

Luego Tot cogió un spray Clairol de laca.

– Qué es la vida, en todo caso, esto es lo que me gustaría saber, y no quiero esperar a estar muerta para averiguarlo -soltó mientras rociaba con ganas el cabello de Norma-. ¿Es mucho pedir, maldita sea?

Cuando hubo terminado, Tot miró el pelo de Norma en el espejo grande, le retocó algunos rizos, y acto seguido le dio un espejo de mano e hizo girar la silla para que pudiera verse la parte de atrás.

– Ahí tienes, cariño: ¡preciosa!

Tras marcharse del salón de belleza, Norma se sentía un tanto inquieta, por lo que cuando llegó a la casa de la tía Elner, se alegró de verla sentada en el porche con una gran sonrisa dibujada en la cara. Mientras subía los escalones le dijo:

– Hoy pareces muy animada.

– Oh, lo estoy, cariño. ¡Acabo de salvar a una mariposa! Estaba andando por aquí y he visto una mariposa lindísima atrapada en una tela de araña, y la he podido liberar. Lamento que la araña se haya quedado sin almuerzo, pero las mariposas sólo viven un día, así que al menos ésta disfrutará de lo que queda del día de hoy.

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