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Fannie Flagg: Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg Me Muero Por Ir Al Cielo

Me Muero Por Ir Al Cielo: краткое содержание, описание и аннотация

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí? Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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Antes de dar clases de historia oral, Cathy siempre había querido ser escritora; soñaba incluso con que un día escribiría la gran novela americana. Pero al cabo de unos semestres abandonó la idea y empezó a dedicarse al periodismo. Su nueva filosofía era: «Por qué escribir ficción? ¿Por qué leer ficción?» Rasca a cualquier persona de más de sesenta, y tienes una novela mucho mejor y sin duda más interesante que la que pueda fabricar cualquier escritor de ficción. O sea, que no valía la pena.

¡Oh, no, esa bata no!

8h 51m de la mañana

Cuando por fin Norma hubo cruzado la ciudad y se paró frente a la casa, la ambulancia ya estaba allí. Había llegado justo en el momento en que se estaba cerrando la puerta del vehículo con la accidentada dentro, pero también a tiempo de ver, consternada, que la tía Elner llevaba una vieja bata marrón a cuadros que desde hacía años ella le suplicaba que tirara a la basura. Norma se bajó del coche con el bolso y todos los papeles y apretó a correr, pero antes de llegar a la altura de su tía las puertas ya estaban cerradas del todo y la ambulancia había arrancado. Entonces, Norma y Macky subieron en el coche de él y empezaron a seguir a la ambulancia. Mientras transcurrían los cuarenta y cinco minutos que se tardaba en llegar al hospital de Kansas City, Macky, muy preocupado, no dijo casi nada, sólo algún esporádico:

– Estoy seguro de que todo irá bien, Norma, es mejor que le echen un buen vistazo y se aseguren de que no tiene nada roto.

Pero Norma no escuchaba y durante todo el trayecto fue casi la única que habló.

– No sé por qué no me han dejado ir con ella, soy su pariente más cercano, debería estar con ella, seguramente está muerta de miedo, y además, ¿cómo es que aún llevaba esa bata marrón raída y vieja? Al menos tendrá veinte años y se le está descosiendo. La semana pasada le compré una nueva en Target. Cuando aparezca en el hospital con eso, van a pensar que somos unos simples blancos pobres del Sur; no sé por qué tiene que comportarse siempre como si no tuviera un céntimo. Le dije «tía Elner, el tío Will te dejó un montón de dinero, no tiene sentido que vayas por el patio con esa bata hecha polvo», pero ¿acaso me escuchó? No…, y ahora esto. -Norma suspiró-. Tenía que haberla cogido y haberla quemado, eso es lo que tenía que haber hecho. Ojalá no se haya roto la cadera o una pierna. Debía haber venido a vivir con nosotros, pero no, tuvo que quedarse en esa vieja casa, y además no cierra las puertas. La otra noche me acerqué a dejarle los supositorios en el porche, y la puerta de la calle estaba abierta de par en par. Y le dije «tía Elner, si un asesino en serie te mata mientras duermes, entonces no vengas corriendo a quejarte».

Macky giró a la izquierda.

– Norma, ¿cuántos asesinos en serie ha habido en Elmwood Springs?

Norma lo miró y dijo:

– Bueno, no hay ninguna garantía de que no vaya a pasar en el futuro… Tú creías que ella estaría bien cuando viviera otra vez sola en su casa. Pues ya ves…, no lo sabes todo, Macky.

– Norma, si te preocupas tanto, te dará un ataque. Espera a saber algo, ¿vale?

– Lo intentaré -dijo, pero no podía evitar enfadarse con Macky, y cuanto más pensaba en ello, más furiosa se ponía. Él era el único culpable de que la tía Elner se hubiera caído de la escalera. Él era quien la consentía y pensaba que todo lo que ella hacía era muy gracioso. Incluso cuando la tía Elner permitió que su amigo Luther Griggs aparcara su enorme y feo camión de dieciocho ruedas junto al patio durante seis meses, Macky se había puesto de su lado, y si él no hubiera dejado que se quedara aquella escalera, si se la hubiera llevado tal como ella le había pedido que hiciera, ahora mismo la tía Elner no estaría en la cama de un hospital.

De repente, Norma se volvió hacia su esposo y dijo:

– Escucha una cosa, Macky Warren, ésta es la última vez que tú y la tía Elner me disuadís de algo. ¡Te dije que era demasiado vieja para vivir sola!

Macky no comentó nada. En ese asunto, ella tenía toda la razón. También pensó que ojalá la tía Elner no se hubiera subido sola a la escalera. Había estado en la casa a primera hora de la mañana, tomando café con ella antes de ir a trabajar. La tía Elner no había dicho nada de coger higos. Todo lo que quería saber era hasta qué punto era buena una pulga y qué lugar ocupaba en la cadena alimentaria. Ahora él tenía problemas con Norma y estaba muerto de preocupación por la tía. Sólo deseaba que no se hubiera roto nada importante; de lo contrario, se lo recordarían toda la vida.

Súbitamente, Norma alzó el brazo y se palpó la coronilla.

– Dios mío -soltó-. ¡Creo que el pelo se me está volviendo totalmente blanco! Estarás contento, Macky. Ahora Tot, en vez de retocarme algunas partes, seguramente tendrá que teñirme toda.

Por si fuera poco, cuando les faltaban apenas diez minutos para llegar al hospital, Macky decidió tomar un atajo, y naturalmente lo primero que les sucedió fue que se encontraron con un paso a nivel y tuvieron que esperar un rato a que pasara un tren de carga. Norma quería gritar con toda su alma «¡te he dicho que siguieras a la ambulancia! ¡Mira ahora!». Pero no lo hizo. Nunca servía de nada. Él siempre contestaba lo mismo, «Norma, no empieces a buscar culpables», y esa frase la ponía aún más furiosa, de modo que se aguantó el enfado en silencio y respiró hondo mientras permanecía sentada y los vagones pasaban uno tras otro traqueteando.

«¿Por qué nadie me escucha?», se preguntó.

Con su hija Linda había acertado. Le había dicho que no se casara con el chico con el que estaba saliendo. Incluso se había mostrado moderna al respecto y le había aconsejado que viviera con él un tiempo, pero no, Linda quería una gran boda con su luna de miel, y luego, ¿que pasó? Pues que todo acabó también con un gran divorcio. «¿Por qué no escuchan? No es que me guste tener siempre razón; desde luego para mí tener razón no es divertido. Tener razón, sobre todo con tu esposo, puede ser doloroso; y a veces darías el brazo izquierdo por estar equivocada.»

Mientras seguía sentada esperando que acabara de pasar el tren, pensó en los acontecimientos de los últimos días. Se había notado más inquieta que de costumbre, y ahora se preguntaba si habría tenido el presentimiento de que estaba a punto de suceder algo fatal.

Mientras seguía a vueltas con lo mismo, recordó que había empezado a sentirse algo ansiosa el miércoles por la mañana, inmediatamente después de su habitual cita de las diez y media en el salón de belleza. «¿Cuál sería el desencadenante?», pensaba. Se remontó mentalmente a aquella mañana… Había estado sentada en la silla como siempre, le estaban arreglando el cabello, cuando Tot Whooten, la que parecía un mono de nieve, alargó la mano para coger un rulo mediano de su bandeja de plástico y se le cayó al suelo.

– ¡Mecagoen…! -soltó Tot-. Es la segunda vez que se me cae algo esta mañana. Te digo una cosa, Norma, tengo los nervios a flor de piel. Parece que desde el 11-S todo anda del revés. Me encontraba bien, e incluso había superado mi crisis, volví a trabajar con buen ánimo, y entonces, zas, te despiertas y descubres que los árabes nos odian a muerte; ¿y por qué? Yo nunca me he portado mal con un árabe en mi vida, ¿y tú?

– No…, de hecho nunca he conocido a ninguno -dijo Norma.

– Y luego te encuentras con que en todo el mundo hay gente que nos detesta.

– Lo sé -suspiró Norma mientras le daba a Tot una horquilla-. Estoy completamente desconcertada; creía que caíamos bien a todos.

– Yo también, no lo entiendo, eso es todo. ¿Cómo puede odiarnos alguien siendo lo buenos que somos? Cada vez que ha habido un problema en alguna parte, ¿no hemos enviado dinero y ayuda?

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