– ¿Qué pensará Linda?
– A ella le da igual; es completamente normal que la gente de nuestra edad quiera estar cerca de la familia y los viejos amigos.
– En ese caso, ¿por qué diablos vinimos?
Macky había pensado y ensayado la respuesta.
– Pensé que sería una buena experiencia de aprendizaje -dijo.
– ¿Una buena experiencia de aprendizaje? Ya entiendo. Ahora no tenemos casa, ni ropa de invierno, ni muebles, pero ha sido una buena experiencia de aprendizaje. Macky, si aquí no ibas a ser feliz, ¿por qué decidimos venir?
– No sabía que no me gustaría, y sé sincera, Norma, a ti te gusta tan poco como a mí.
– No -confirmó ella-, no me gusta, pero a diferencia de ti, Macky, yo me he esforzado para adaptarme, y me fastidia pensar que he desperdiciado dos años de mi vida en ello.
Macky exhaló un suspiro.
– Vale, muy bien, no nos vamos. No quiero hacer nada que te disguste.
Entonces Norma suspiró y lo miró.
– Macky, sabes que te quiero…, y haré lo que desees, pero, por Dios, sólo espero que lo hayas pensado bien. Después de que nos organizaron aquella fiesta de despedida y todo, ahora volver a rastras y decir «sorpresa, estamos otra vez aquí»… Me resulta embarazoso.
Macky se inclinó hacia delante y le cogió la mano.
– Cariño, nadie le va a dar importancia. Mucha gente se ha trasladado a algún sitio y luego ha regresado.
– ¡Pues yo no! ¿Y qué opina la tía Elner? Seguro que los dos ya habéis hablado del asunto.
– Dice que le alegra volver a casa, pero que depende de ti. Hará lo que tú quieras.
– Fantástico, como de costumbre los dos contra mí. Y si no digo que sí, yo soy la que queda como un trapo.
– Esto, yo…
Norma se sentó y lo miró fijamente, parpadeó unos instantes y luego dijo:
– De acuerdo, Macky, nos vamos; pero prométeme que dentro de dos años no te entrará otra vez la vena de volver a mudarnos. No paso por otro traslado.
– Lo prometo -dijo Macky.
– Vaya lío. Me has alterado tanto que voy a tomar un poco de helado.
Macky se levantó de golpe, contento de que el asunto se hubiera arreglado.
– No te levantes, cariño -dijo-. Yo lo traigo. ¿Dos bolas o tres?
Norma abrió el bolso y buscó a tientas un Kleenex.
– Oh…, que sean tres, supongo que, si nos marchamos, no vale la pena que vuelva a «Personas que cuidan la línea».
Menos mal que en tres días vendieron la casa con vistas de naranjos con un fideicomiso de un mes. Pero, aun así, fue triste mudarse de nuevo. Gracias a Dios ella no había vendido todas sus chucherías; había guardado su caja de música de cerámica con cigüeñas danzantes y su chistera vaso de leche. La habían consolado mucho en momentos de apuro.
Mientras volvían a Misuri, con el gato Sonny maullando todo el rato, Norma intentó no seguir quejándose, como solía hacer su madre, pero, cuando desde el asiento de atrás la tía Elner soltó en broma:
– Norma, mira el lado positivo, al menos no vendiste tu parcela para la tumba.
Eso la encendió de nuevo.
– Precisamente cuando estaba iniciando una nueva vida, aquí estamos, volviendo a casa a morirnos, como una manada de elefantes viejos encaminándose a su cementerio -soltó.
Y para colmo, durante los dos años que habían estado en Florida, debido a las nuevas empresas de software que se instalaban y a la gente que se trasladaba allí, el precio de la propiedad inmobiliaria de Elmwood Springs casi se había doblado. Lo que en otro tiempo había sido una ciudad pequeña, con sólo dos manzanas en el centro, ahora estaba experimentando una expansión suburbana. Y a causa de otro enorme centro comercial inaugurado en el cuarto cinturón, la mayoría de la ciudad se había trasladado al extrarradio, y su bonita casa de ladrillo de cuatro habitaciones situada en un acre de terreno había sido derribada para construir un edificio de apartamentos.
Elner había sido la más lista. No había vendido su casa, sino que la había alquilado a amigos de Ruby, que ya la habían dejado, por lo que podía volver a su antiguo hogar. Pero cuando estuvieron de regreso, lo máximo que Norma y Macky pudieron permitirse fue comprar una casa de dos plantas y dos habitaciones en una urbanización nueva llamada Arbor Springs, e incluso entonces Macky debió ir a trabajar al Almacén del Hogar para poder pagarla. Norma había pedido a la tía Elner que se fuera a vivir con ellos, o al menos que considerara la posibilidad de mudarse a un centro asistido, pero ella había preferido volver a su casa, y, como de costumbre, Macky se puso de su lado. Y gracias a él ahora Norma iba a ver a su pariente vivo más viejo, que seguramente se había roto la cadera, un brazo, una pierna o algo peor. Por lo que Norma imaginaba, su tía podía haberse roto el cuello y haber quedado totalmente paralítica, con lo que probablemente tendría que ir en silla de ruedas el resto de su vida.
«Oh, no -pensó-. La pobre tía Elner se sentirá fatal si no puede andar de un lado a otro.» Quizá pudieran adquirir una de esas nuevas sillas motorizadas, y, por supuesto, eso tendría que ser ahora, que acababan de instalarse en una casa con escaleras y sin acceso para las sillas de ruedas. Bueno, seguramente Macky construiría una rampa, porque era imposible que los tres vivieran en la pequeña casa de una habitación de la tía Elner, sobre todo estando Linda y el bebé todo el tiempo de visita.
– ¡Estarás contento, Macky! -soltó-. ¡Si me hubieras escuchado, esto no habría ocurrido!
Las tres personas del coche que esperaban a su lado en el semáforo echaron una ojeada a Norma, que ahora hablaba sola en voz alta, y pensaron que quizás estaba loca. Cuando llegó al semáforo siguiente, y a medida que su mente seguía acelerada, Norma barruntó que acaso Macky no era el único culpable. Tal vez se podía haber evitado todo si ella se hubiera mantenido firme y se hubiera negado a trasladarse a vivir a Florida. Entonces le dijo a Macky que tenía un mal presentimiento con respecto a la mudanza, pero claro, tenía malos presentimientos sobre tantas cosas que no estaba segura de si era realmente eso o sólo otro síntoma de su trastorno de ansiedad. No saber si debía imponerse o no era muy frustrante. El resultado era que nunca adoptaba una actitud firme sobre nada. Cuando se hallaba a una manzana de la casa de su tía, Macky ya estaba totalmente perdonado y ella se estaba echando todas las culpas por la caída de la tía Elner. «Todo es culpa mía -decía entre gemidos-. ¡Nunca debí haberla dejado volver a esa vieja casa!»
En aquel preciso instante, Norma miró casualmente y vio a las tres personas del coche que la habían estado observando en el último semáforo. Bajó la ventanilla y dijo:
– Mi tía se ha caído de una higuera.
Justo entonces se puso la luz verde, y los del segundo coche salieron disparados.
Verbena recibe la noticia
8h 41m de la mañana
Verbena Wheeler ya estaba trabajando en Lavandería automática Pelusa y Arruga y Productos de limpieza Cinta Azul cuando su esposo, Merle, llamó y le dijo que Elner se había vuelto a caer de la escalera y esta vez había quedado inconsciente.
– En este mismo instante están esperando la ambulancia -señaló.
– ¡Oooh! A Norma le va a dar un ataque, ya sabes cómo se preocupa por Elner. Tan pronto sepas algo, llámame y cuéntame.
Verbena, callada, con una pequeña y apretada permanente gris, era una persona sensata, sumamente religiosa y orgullosa de ello, pentecostal estricta, de la Iglesia de Dios, que tenía una cita de las Escrituras para cada ocasión. También se preocupaba mucho por su vecina, no sólo porque solía caerse de la escalera sino también por lo rápidamente que podía cambiar de opinión. A su juicio, recientemente Elner Shimfissle se había vuelto bastante radical, y estaba convencida de que el inicio de los cambios se remontaba al día en que su vecina se conectó a la televisión por cable y empezó a ver Discovery Channel. Verbena, que sólo veía la TBS y canales religiosos, se angustiaba profundamente. «Demasiada ciencia, demasiado poca religión», decía siempre. Para demostrar que estaba en lo cierto, refería el episodio en el que, sólo una semana después de engancharse, Elner la llamó alarmada.
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