Cuando la conoció, Barton Sperry Snow se estaba abriendo camino en la administración de empresas y llevaba a cabo un estudio para la Compañía de la luz y la energía de Misuri. Elner Shimfissle era una mujer de campo, grandota, y, por lo que recordaba, tenía un montón de gallinas correteando por el patio. Fue muy amable con él, y al marcharse se llevó consigo un trozo enorme de tarta y una bolsa de higos. Pero lo que más recordaba de ella era que la electricidad le encantaba y la valoraba más que nadie que él hubiera conocido. Elner le contó que una de las cosas que más lamentaba de su vida era no haber conocido a Thomas Edison en persona. «Me fastidia pensar que estábamos en la tierra al mismo tiempo y nunca pude estrecharle la mano y darle las gracias.» En una pared de la cocina incluso tenía una fotografía de Edison recortada de una revista, y le sabía mal que no hubiera una fiesta nacional en su honor. «Vaya, ¡si iluminó el mundo entero! -decía-. Piense, sin el viejo Tom Edison aún viviríamos a oscuras, no habría luz, ni radio, ni dispositivos para abrir el garaje. Para mí, el Genio de Menlo Park es el número dos, después del Señor, naturalmente, así de buena es mi opinión del viejo Tom.» Le dijo al señor Snow que aunque no hubiera una fiesta nacional, ella celebraba personalmente el aniversario cada año encendiendo todos los aparatos eléctricos y dejándolos así todo el día.
Todo un personaje. Aunque pasó sólo cuarenta y cinco minutos con ella treinta años atrás y no la había visto desde entonces, de alguna manera lamentaba su muerte. Él acababa de cumplir cincuenta, de modo que ella seguramente había vivido una bonita vejez, pues ya era muy mayor cuando la conoció. El señor Snow había sido nombrado vicepresidente de la Compañía de la luz y la energía de Misuri y ahora, al mirar atrás y recordarla tan bien, se preguntó si el entusiasmo de ella por todo lo eléctrico había tenido algo que ver con la decisión de él de trabajar para la empresa a tiempo completo. Pensándolo bien, había sido suya la idea de colgar una foto de Thomas Edison en el vestíbulo. No podía asegurarlo, pero quizás en algún lugar recóndito de su mente ella había influido más de lo que él pensaba. Lo que sí pensaba era que, si había un cielo, ojalá la anciana señora pudiera por fin conocer a Thomas Edison en persona. El viejo Tom lo pasaría en grande con ella, sin duda. El señor Snow sacó el Black-Berry y mandó un fax a su secretaria: «Hoy ha fallecido la señora Elner Shimfissle, de Elmwood Springs. Averigüe cuál es la funeraria. Mándele flores con la firma “Un viejo amigo”.»
Haciendo preparativos con Neva
11h 38m de la mañana
Cuando Tot Whooten regresó a su casa desde la de Elner, cogió el teléfono para llamar a la funeraria Quédese tranquilo. Contestó su amiga Neva.
– ¿Neva? Sólo quería avisarte de que recibirás una llamada de Norma Warren, seguramente más tarde; nos hemos enterado hace un rato de que Elner Shimfissle acaba de morir en el hospital.
– ¡Oh, no! ¿Qué ha pasado?
– Todo un enjambre de avispas le han picado hasta matarla.
– Oh, no…, pobrecita.
– Sí, ha tocado un nido del árbol y ha caído de la escalera. Cuando Ruby y yo hemos llegado, estaba inconsciente. Según la enfermera del hospital, no ha recobrado el conocimiento; seguramente Elner jamás supo qué la golpeó.
– Oh, no -repitió Neva-. Pero supongo que si te has de morir, lo mejor es que sea… rápido.
– Supongo…, si te has de morir.
– Sí, bueno, gracias por el aviso. Ahora sacaré su carpeta, pero me parece que ya está casi todo listo, Norma se ocupó de esto con mucha antelación.
– No me cabe duda, hay que admirarla por eso, siempre lleva la delantera. Me parece que si todos van cayendo como moscas, será mejor que ponga en orden mi propio expediente. Quién sabe qué sería de mí si dejara los pormenores de mi entierro en manos de Darlene y Dwayne Jr.
Después de colgar, Tot pensó en lo mucho que iba a echar de menos a su vecina. Elner siempre parecía contenta, de buen humor, pero no había tenido hijos. A Tot sus hijos no le habían creado más que problemas desde el principio, y más todavía desde que llegaron a la pubertad. Si había algún idiota en cien kilómetros a la redonda, lo habían escogido para casarse o tener montones de hijos. Tot les suplicaba que por favor dejaran de tener niños. «En la rama de los Whooten hay un defecto genético grave, nadie tiene ni pizca de sentido común. El que yo hiciera una mala boda no justifica que vosotros hagáis lo mismo», les había dicho a sus hijos en numerosas ocasiones, pero sus advertencias caían en saco roto. Darlene, con treinta y dos años, tenía cinco hijos, más ex maridos que Elizabeth Taylor y ni un centavo de pensión alimenticia de ninguno de ellos. Y vete a saber cuántos tenía Dwayne Jr. vagando por ahí. Seis, por lo que ella sabía, y con las mujeres que había elegido era imposible saber qué sería de ellos. Siempre que él hablaba de alguna de sus novias y decía «pensamos igual, mamá», Tot sabía que la pobre estaba en un apuro. Sus esperanzas de que uno de sus hijos mejorase al conocer a alguien de otro nivel se habían truncado una y otra vez. Y ahora, su nieta de dieciséis años, Faye Dawn, ya estaba embarazada de un chico de quince años que llevaba una cadena de perro alrededor del cuello, esmalte de uñas negro y un aro en la nariz, y no tenía barbilla. «¿Por qué se cumplirá el dicho de que “Dios los cría y ellos se juntan”?», se preguntaba. En su caso, lo de que «el agua de los vasos comunicantes tiende al equilibrio» no era algo bueno. Tot estaba asistiendo a un grupo de oración para bipolares, así como a reuniones de Al-Anon dos veces a la semana. «¿Y después, qué?», pensaba. ¿Qué nuevo infierno le esperaba?
El año anterior, cuando Dwayne Jr. le preguntó qué regalo quería para Navidad, Tot le pidió una «vasectomía» y le dijo que se la pagaría ella misma, pero él cogió el dinero y se compró un vehículo todo terreno. No tenía remedio. Ahora estaba intentando convencer a Darlene para que se hiciera una ligadura de trompas, pero tampoco iba a servir de nada, pues su hija decía que tenía miedo de la anestesia. Cuando Linda Warren adoptó a aquella niña china, Norma entró un día en el salón de belleza llevando una sudadera con la foto de la niña, bajo la cual ponía «Alguien maravilloso me llama abuela». Tot se imaginó luciendo una que ponía «Un montón de delincuentes e inadaptados me llaman abuela». Y los mantenía a casi todos. Se metió en la cama, se tapó con la colcha y lloró por Elner, y también por ella misma, ya puestos.
11h 59m de la mañana
Después de que Tot se marchara, Ruby se quedó en la casa de Elner por si llamaba alguien por teléfono. Mientras esperaba, para que Norma no tuviera que molestarse, decidió lavar las sábanas, las toallas y todo lo que hubiera en el cesto de la ropa sucia, y cuando abrió la tapa y empezó a sacar prendas descubrió algo sorprendente: Oculta en el fondo de la ropa había una pistola del calibre 38 lo bastante grande para volarle a uno la cabeza. Ruby, con los brazos llenos de ropa, se quedó mirándola fijamente y pensando por qué demonios guardaba Elner Shimfissle un arma en el cesto de la ropa sucia. Supuso que probablemente había una explicación perfectamente válida, pero por otro lado también era consciente de que, por mucho que creas conocer a alguien, nunca puedes estar del todo seguro; con quienes hay que tener cuidado es con los más apacibles. Te pueden sorprender.
Ese imprevisto hallazgo en el cesto de la ropa de Elner planteó a Ruby un dilema importante. ¿Qué debía hacer? Tras darle vueltas durante unos minutos y examinar la situación desde varios ángulos, tomó una decisión. Pensó que una vecina era una vecina, y Ruby habría querido que Elner hiciera lo mismo por ella en la situación inversa. Así que alargó la mano, cogió la pistola y la limpió con uno de los camisones de Elner por si había huellas comprometedoras. A continuación la envolvió con una funda de almohada, fue a la cocina y buscó bajo el fregadero una bolsa de papel, metió el arma dentro y se fue a su casa y la escondió en el arcón de cedro del vestíbulo. Con lo afectada que estaría, a Norma sólo le faltaba encontrar una pistola del 38 cargada en el cesto de la ropa de su difunta tía.
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