Fannie Flagg - Me Muero Por Ir Al Cielo

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Fannie Flagg, autora y guionista de la inolvidable Tomates verdes fritos, nos vuelve a llevar a los cálidos paisajes de Misuri para deleitarnos con las sorprendentes y prodigiosas experiencias de una octogenaria llena de vida, que hacen que una ciudad entera cavile sobre la vieja cuestión: ¿Por qué estamos aquí?
Elner Shimfissle sabe que no debe hacerlo, pero ha vuelto a subirse a la escalera para coger higos de su árbol. Esta vez es atacada por un enjambre de avispas y cae al suelo, y la siguiente cosa que sabe es que ha emprendido una aventura que jamás habría imaginado, en la que vivirá los encuentros más extraordinarios. Pero las mayores sorpresas las vivirán sus parientes, vecinos y amigos, una panda de personajes tan variopintos como entrañables. A medida que va desplegando esta comedia de enredo, cada una de las personas cercanas a Elner va descubriendo algo maravilloso, y lo mismo le sucede al lector.

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«Dios mío -pensó Elner-, ya está otra vez, muerta desde hace veintidós años y dándose aires todavía.»

Tenía al menos setenta años y había muerto de leucemia, pero Ida siempre tenía que estar por encima de los demás. Toda la vida había sido así. Su padre era un simple granjero, pero según ella había sido barón con lazos de parentesco con los Habsburgo y tierras de los antepasados transferidas a la familia. Después de casarse con Herbert Jenkins, Ida sólo fue a peor. De vez en cuando, Elner se veía obligada a recordarle de dónde venía, pero ahora comprendió que a estas alturas no valía la pena decirle nada. Si no había cambiado, no cambiaría jamás.

Ida buscaba nerviosa en el cajón hasta que por fin encontró la llave que buscaba.

– Aquí está -dijo. Se puso en pie, se acercó a la enorme puerta de dos hojas y empezó a abrirla. Tan pronto terminó, se volvió hacia Elner-. Venga, vamos.

Elner se levantó y se dispuso a seguirla, pero se paró en seco.

– Un momento, éste es el sitio bueno, ¿verdad? No me llevarás al sitio malo, ¿eh?

– Por supuesto que no -dijo Ida.

Elner se sintió aliviada al oír eso. Pero luego, pensándolo bien, entendió que si Ida lo había logrado, todo el mundo tenía grandes posibilidades. No obstante, aún quería hacer otra pregunta.

– ¿Qué pasará cuando esté dentro?

Ida se volvió y miró a Elner como si ésta estuviera chiflada.

– ¿Qué crees que va a pasar, Elner? Vas a conocer a tu Creador. Ahí es adonde te estoy llevando, boba, a encontrarte con tu Creador.

– Oh -exclamó Elner-. Imagínate, y yo llevando esta vieja bata con los bolsillos rotos y ni pizca de lápiz de labios.

– Ahora entenderás cómo me sentía yo -dijo Ida sorbiéndose la nariz.

– Sí…, me hago cargo.

– ¿Estás lista?

– Supongo que sí, de lo contrario no estaría aquí, ¿verdad?

– Exacto, y ahora que estás aquí, ¿te arrepientes de muchas cosas?

– ¿Cómo?

– Cosas que te hubiera gustado hacer antes de que fuera demasiado tarde.

Elner pensó sobre ello unos instantes y luego dijo:

– Bueno, nunca fui a Dollywood…, me habría gustado ir, aunque sí estuve en Disney World, así que no puedo quejarme mucho. ¿Y tú?

Ida suspiró.

– Me habría gustado pasar más tiempo en Londres, visitar los jardines del palacio, quizá tomar el té con la familia real, pero por desgracia no pudo ser.

Y tras decir esto, Ida abrió las puertas de par en par y, haciendo una floritura, dio un paso atrás y dijo:

– ¡Tachan!

Verbena Wheeler difunde la noticia

11h 25m de la mañana

En los Productos de limpieza Cinta Azul, tras la llamada de su esposo Merle, Verbena quedó tan afectada que empezó a llamar a todos los que se le ocurrieron para decirles que Elner había muerto. Primero telefoneó a Cathy Calvert a su oficina de la revista, pero comunicaban. Sabía que Luther Griggs, el amigo de Elner, querría saberlo lo antes posible, pero nadie cogía el aparato. Volvió a llamar a Cathy, pero seguía comunicando. Frustrada, se sentó, pensó en más personas a las que darles la noticia, y cogió el teléfono para llamar al programa de radio preferido de Elner. Sabía que también desearían saberlo.

A lo largo de los años, el parte agrícola de Bud y Jay de primera hora de la mañana de radio WDOT se fue convirtiendo poco a poco en el parte meteorológico, de tráfico y noticias para todos los que por la mañana iban a trabajar a la ciudad desde los barrios periféricos. En un radio de ochenta kilómetros no quedaban ya muchas granjas, pero Elner había sido una oyente fiel del programa, al que llamaba regularmente. Bud y Jay siempre se lo pasaban en grande con ella. Mientras estuvieron haciendo el concurso de la pregunta del día, Elner siempre intentó dar con la respuesta, y a veces sus respuestas eran lo mejor del programa. Si nadie acertaba, a Elner le mandaban igualmente un premio. Uno de los patrocinadores era PETCO, con lo que mediante ese sistema Elner consiguió un montón de comida para Sonny. Bud también hacía el programa «Compra e intercambia», de once a doce, y recibió la llamada de Verbena durante una pausa publicitaria.

Unos minutos después dio la noticia en su programa:

– Bueno, amigos, acabamos de recibir una llamada de Elmwood Springs para darnos una triste noticia; lamentamos comunicar que esta mañana ha fallecido nuestra buena amiga Elner Shimfissle. Era una señora especial y una de nuestras participantes favoritas en WDOT; la echaremos de menos…, no sabemos cuándo será el funeral, pero en cuanto lo sepamos, lo pasaremos. Bien, vamos a ver qué tenemos ahora… En centralita, Rovena Snite dice que tiene un maletín de hombre con las iniciales B. S., que cambiará por cualquier artículo de «Artesanía sencilla» o por un reloj de mujer. Nos llega un mensaje del Grupo Quiropráctico Valerie Girard…

En ese momento, Luther Griggs, con camiseta blanca y gorra de béisbol, conducía hacia Seattle por la interestatal 90 su camión de dieciocho ruedas en un viaje de seis días. Estaba tomando el desayuno, una coca-cola y una bolsa de cacahuetes salados, y cuando oyó la noticia por la radio se acercó inmediatamente al arcén y paró el motor. Estaba aturdido. Luther era un amigo insólito para una mujer de ochenta y tantos años, pero la señora Elner era para él la persona a la que se sentía más unido en el mundo. Precisamente la noche anterior habían hablado de si debía volver o no con su antigua novia, a la que él consideraba demasiado flacucha, y Elner le había aconsejado que volviera de todos modos.

El impacto de la noticia lo afectó de veras, y empezó a dolerle la garganta y a sentir náuseas. Ahora no quería ir a Seattle, sino dar la vuelta, detenerse en el primer bar de carretera, conseguir algo de marihuana, y beberse una caja de cervezas hasta perder el conocimiento, pero le había prometido a Elner que dejaría eso. Además, llevaba una carga de productos agrícolas que se echaría a perder. Y la señora Elner habría querido que fuera. Ella había firmado conjuntamente la solicitud del préstamo para comprar el camión con el fin de que él tuviera una profesión remunerada, y la idea de decepcionarla siquiera ahora le hizo reaccionar y arrancar.

A medida que Luther se alejaba de la ciudad y llegaba a la salida de Kansas City, hizo acopio de fuerzas para no tomarla. ¿Qué haría ahora? Se había muerto la mejor amiga que había tenido jamás.

La amistad entre Luther Griggs, un fornido camionero de casi metro noventa, y Elner Shimfissle empezó de una manera de lo más inusual. Luther tendría unos ocho años -hacía veintiocho-, cuando un día pasaba frente a la casa de Elner, y ésta salió a toda prisa del porche y lo llamó amablemente.

– Yuju…, eh, chico…, ven un momento.

Él se paró, la miró y recordó que era la misma vieja que unos días atrás le había dado una especie de dulce de leche malísimo.

– Ven aquí, cariño -dijo otra vez.

– No, no voy -dijo él-. Tú no eres mi madre, no tengo por qué hacer lo que me digas.

– Ya lo sé, pero quiero darte algo.

– No quiero más dulce de ése, no estaba bueno -dijo, haciendo un mohín.

– No es un dulce, sino un regalo, y si no vienes, no lo tendrás.

– ¿Qué es?

– No te lo diré, pero es algo que te gustará, y si no vienes y lo coges será una lástima.

Luther entrecerró los ojos y se preguntó qué querría la vieja. Sospechaba enseguida de cualquiera que se mostrara amable con él. Había tirado piedras a aquel maldito gato, así que tal vez ella pretendía que se acercara lo suficiente para poder golpearlo. En todo caso, no iba a arriesgarse.

– Mientes -replicó-. No tienes nada para darme.

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