Cuando regresó para lavar la ropa, se fijó en la pila para pájaros y pensó: «Alguien deberá mantener esto lleno de agua.» Y de repente se acordó de otra cosa. «¿Quién va a dar cada noche a ese mapache ciego su plato de helado y barquillos de vainilla?» Y aún recordó algo más. Cada tarde, Elner preparaba a un viejo perro labrador negro llamado Buster un bocadillo de queso. «Dios mío», pensó Ruby, ella prepararía el bocadillo, pero Merle tendría que ocuparse del mapache. Tenía miedo de que ese animalito la mordiera. Elner no le tenía miedo a nada y dejaba que las ardillas entraran en su cocina y saltaran a la encimera donde guardaba comida. Como amiga y profesional de la salud, Ruby ya le había avisado: «Elner, las ardillas no son más que ratas grandes con la cola peluda que transmiten toda clase de enfermedades.» Pero por lo visto a Elner no le preocupaban los microbios. «Ahora que caigo -pensó Ruby-, hasta esta mañana en que la han matado las avispas, Elner no había estado enferma ni un solo día de su vida.»
10h 55m de la mañana
Norma, atendida por varias enfermeras, estaba ahora incorporada y hablando aunque todavía se encontraba mal.
– Sabía que un día iba a pasar, pero aún no me lo creo -repetía una y otra vez.
El capellán de guardia del hospital, un baptista con el pelo mal cortado y un traje marrón de poliéster, llegó para ofrecerle su tarjeta y darle el pésame.
Al cabo de un rato, entró Macky en la habitación tras haber llamado a su hija Linda.
Norma alzó los ojos.
– ¿Has podido hablar con ella?
Él asintió.
– Va a venir. Ha dicho que estará aquí lo antes posible.
– ¿Ha quedado muy afectada?
– Sí, claro, pero estaba preocupada por ti y me ha dicho que te quiere.
En aquel preciso instante apareció el médico con un historial, se sentó junto a Norma y Macky y les dio toda la información que tenía. Por lo visto, a su entender la tía había recibido más de diecisiete picaduras de avispa y seguramente había sufrido inmediatamente una parada cardíaca causada por shock anafiláctico. Además, la caída quizá le había provocado un trauma cerebral, aunque no lo suficientemente fuerte para matarla, por lo que el informe oficial decía lo siguiente: «Causa de la muerte: parada cardíaca debida a shock anafiláctico grave.»
– ¿Ha sufrido? -preguntó una llorosa Norma.
– No, señora Warren, lo más probable es que no se diera cuenta de qué la golpeó.
Norma soltó un gemido.
– Pobre tía Elner, siempre decía que quería morir en casa, pero seguramente no se refería al patio, no de esta manera y con esta bata vieja y horrible… -Macky la rodeó con el brazo mientras ella se sonaba la nariz.
– Bien, señora Warren -prosiguió el médico-, ahora usted sabe que tenemos una causa oficial de la muerte, pero si no está conforme, podemos practicar la autopsia.
Norma miró a Macky.
– ¿Necesitamos la autopsia? No sé, ¿qué te parece? ¿Para estar seguros?
Macky, que sabía de qué iba eso, dijo:
– Norma, depende de ti, pero no creo que haga falta. No cambiaría nada.
– Bueno, quiero hacer las cosas bien. Al menos esperemos a que llegue Linda -dijo, y luego miró al médico-. ¿Podemos hacer esto, doctor? ¿Esperar a nuestra hija?
– ¿Cuándo estará aquí? -preguntó el médico.
– En un par de horas…, quizá menos, ¿verdad, Macky?
El médico miró el reloj.
– De acuerdo, señora Warren, supongo que podemos hacerlo; si usted y el señor Warren quieren verla, les puedo acompañar.
– No -dijo Norma al punto-. Esperaré a que Linda esté aquí.
El médico asintió.
– Muy bien. Llegado el momento, díganle a la enfermera si quieren verla y cuándo.
Macky, que había hablado poco, dijo:
– Doctor, a mí me gustaría verla ahora, ¿es posible?
– Por supuesto, señor Warren. Si quiere, lo acompaño.
Macky miró a Norma.
– ¿Estarás bien?
– Sí, no te preocupes, es que ahora mismo no soy capaz.
– Me quedaré aquí con ella, señor Warren -dijo la enfermera.
La verdad es que Macky no quería ver a la tía Elner muerta. En realidad, quería recordarla tal como era cuando estaba viva, pero la idea de que aquella mujer encantadora yacía sola en alguna habitación le perturbó aún más. Mientras recorrían el pasillo, el médico dijo:
– Su esposa parece muy conmocionada, supongo que las dos estarían muy unidas.
– Sí, así es, muy unidas -confirmó Macky.
Pasó un camillero, y el médico lo llamó:
– Eh, Burnsie, me debes diez pavos, ya te dije que los Cards ganarían la serie -soltó como si fuera cualquier otro día.
Macky quiso agarrarlo y estrangularlo hasta la muerte, a él y a todo el mundo, pero no podía hacer nada para que ella volviera. Así que continuó andando.
11h 48m de la mañana
En la sala del tanatorio, tras la llamada de Tot, Neva se levantó, entró en el archivo y sacó el expediente que ponía «difunta, Elner Shimfissle», y acto seguido dobló la esquina hasta donde su esposo, Arvis, daba los últimos toques al postizo de Ernest Koonitz, una llegada reciente. Asomó la cabeza.
– Cariño, acaba de llamar Tot. Seguramente Elner Shimfissle llegará a última hora de la noche o de buena mañana, muerta por picaduras de avispas.
Él levantó la vista.
– Vaya. Dos difuntos en veinticuatro horas. No está mal para ser abril.
Era verdad, en abril el trabajo siempre decaía, pero a Neva no le gustaba nada que Arvis dijera esas cosas. De acuerdo, llevaban una funeraria, pero ella tenía sentimientos. Últimamente, a él sólo parecían importarle los números. Si la ciudad sufriera una plaga y murieran cien personas, Arvis probablemente bailaría un minueto. Neva era consciente de que cada fallecimiento significaba dinero para su bolsillo; en fin, le fastidiaba ver que se moría el último de los veteranos, pero los Warren eran sus clientes de toda la vida y era un trabajo que había que hacer. Ellos se habían ocupado de todos sus difuntos hasta la fecha, los padres tanto de Norma como de Macky, diversos tíos y tías, y de vez en cuando algún primo. Neva sabía que no debía decantarse por nadie, pero por ellos tenía cierta debilidad. La familia entera les había sido leal a lo largo de los años, y Neva prestaba una atención especial a sus fallecidos, los trataba como si fueran de su propia familia.
Además de que ellos le caían francamente bien, Neva tenía en gran estima su negocio. Los tiempos habían cambiado. Ya no eran los únicos que se dedicaban a eso; en la interestatal, Costco estaba vendiendo ataúdes a precio rebajado, y ellos habían perdido un montón de clientes al mudarse al edificio donde estaba el restaurante de las salchichas. Muchos decían que no se sentían cómodos contemplando el cadáver de sus seres queridos en el lugar donde se comían salchichas y patatas fritas, y se habían pasado a la morgue recién instalada. Neva suponía que los nuevos eran eficientes a la hora de ofrecer servicios rápidos e impersonales. No iba ella a hablar pestes de la competencia, pero el suyo era un negocio familiar de toda la vida que ofrecía algo muy importante: el servicio completo. Ella y Arvis atendían a sus clientes desde la recogida en coche hasta el enterramiento. Preparaban el cadáver, organizaban las visitas, colocaban las flores, disponían gratuitamente libros para firmar, traían a un pastor, una soprano y un organista que estaban disponibles las veinticuatro horas. Ofrecían el paquete «Suyo y Suya» de dos entierros por uno y tenían un gran surtido de ataúdes y urnas funerarias a precios razonables. Aplicaban un diez por ciento de descuento en las habitaciones del Days Inn local para los parientes y amigos de fuera de la ciudad, incluyendo un desayuno continental gratis el día del entierro y un tentempié en el vestíbulo por la tarde. Se encargaban incluso del transporte a y desde el cementerio y ayudaban a ordenar, medir y colocar las lápidas. «¿Qué más querías en un paquete así?», se preguntaba. Lo que no suministraban era el ser querido muerto, naturalmente. Aparte de eso, hacían todo lo que se podía hacer. De hecho, en las páginas amarillas, el anuncio, que ella se había pasado semanas creando, reflejaba con exactitud sus sentimientos:
Читать дальше