Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

Здесь есть возможность читать онлайн «Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «En tiempo de prodigios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

En tiempo de prodigios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «En tiempo de prodigios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Escogí un restaurante caro y conseguí que pusiesen la mesa en un salón reservado para que Ignacio pudiese hablar a sus anchas. Pedí vino, gambas y solomillo. Font me dijo que todavía no era capaz de evitar que le temblasen las manos cuando veía mucha comida junta.

– Estuve pasando hambre durante cuatro años. Cuando entraron los americanos y nos dieron comida, me salvé por los pelos de morir de un atracón. Fue gracias a otro español que era médico y me dijo que comiese despacio, que no tenía el estómago acostumbrado y me podía dar un mal. Otros no hicieron caso y se pusieron tibios de chocolate y galletas y de trozos de carne en conserva. Más de uno se murió allí mismo, que ya es mala suerte: tanto tiempo a pan y agua para acabar así, reventado.

Aquella noche, Ignacio Font me hizo un retrato deslavazado y espantosamente real de la vida en Mauthausen. Me habló de la selección de prisioneros, hecha nada más llegar, cuando los más débiles eran enviados directamente a las cámaras de gas, y de allí a los hornos crematorios. Me habló de las raciones miserables de comida, del frío y las caminatas bajo la nieve, de las palizas, de las torturas. Me habló del mal llamado dispensario, que era en realidad un gabinete del horror donde un grupo de supuestos médicos sometía a los internos a los más descabellados experimentos con pretensiones científicas.

– Allí había de todo. A uno le inyectaron gasolina en el corazón. A otro lo operaron anestesiándole antes con un golpe en la cabeza. Contado así, hasta parece de risa.

Los internos de Mauthausen trabajaban en la cantera de granito, donde cumplían jornadas de catorce o dieciséis horas, «en invierno algo menos, pero porque había poca luz y no se veía un pijo». También me explicó que él, gracias a su experiencia como barbero, había conseguido eludir los trabajos más duros del campo.

– Sólo estuve un mes y medio en la cantera. Luego me pusieron a rapar a los que llegaban. Los pelaba completamente, ¿sabe? Quedaban como recién nacidos. Recuerdo a un chico holandés, muy educado, con pinta de estudiante, que se echó a llorar cuando le acerqué la navaja a los huevos. Pobre chaval. Murió en quince días. Comparándome con los demás, lo mío era gloria bendita. Tenía más comida y hacía lo que mejor se me daba, porque además de dejar pelados a los presos, también me encargaron afeitar y cortar el pelo a los alemanes. Por un lado estaba bien, ¿sabe? En los barracones de los oficiales siempre hacía calor, y daba gusto entrar. Pero también iba acojonado. Porque con ésos podía pasar cualquier cosa. A otro barbero lo mataron de un tiro porque había hecho un corte en la mejilla a un capitán. Menos mal que tengo buen pulso y nunca me ocurrió nada. Conmigo estaban contentos, y a veces me daban cigarros, mermelada o embutidos. Una tarde me ofrecieron chocolate. Se morían de risa, los cabrones, al verme chupándolo con los ojos cerrados, para que durara más. Qué vergüenza me da cada vez que me acuerdo de cómo agradecía sus regalos de mierda, bajando la cabeza igual que un perro. Lo peor es que sé que estoy vivo gracias a aquellos trozos de salchicha y los pedazos de pan que me daban los nazis. Aunque también me llevé lo mío, no se crea. Hubo un oficial que me molió a palos porque había utilizado con un guardia una navaja que sólo debía usar para afeitarle a él. Lo malo es que si me hubiese negado a coger aquella navaja tan bien afilada, los golpes me los hubiera dado el otro. Allí te podía caer el mundo encima cuando menos te lo pensabas. Querías hacer las cosas bien, pero las reglas cambiaban de un día para otro, y por mucho que lo intentases, siempre acababas metiendo la pata.

Ignacio me habló también del código de colores de los prisioneros -un triángulo amarillo para los judíos, verde para los delincuentes, rojo para los presos políticos…-. Él lucía el triángulo azul destinado a los apátridas.

– Pero usted es español.

– Como si no. Además, me daba lo mismo. Pues sí que hicieron mucho mis paisanos para sacarnos de allí… bueno, esto dicho en confianza… Le estoy hablando como a un amigo, usted ya me entiende.

A pesar de lo terrible de su narración, Ignacio parecía contento durante la cena, y pidió permiso para repetir el postre. Luego, mientras tomábamos café y nos fumábamos un puro, hablamos de su nuevo trabajo en la fábrica de confección. Su cuñado le había propuesto montar una peluquería en un pequeño local contiguo al taller textil, pero Font se había negado.

– Lo que es yo, no vuelvo a afeitar más barbas que las mías. Bastante tuve con estos cuatro años trasquilando alemanes y pelando a desgraciados antes de que los matasen.

Quería encontrar una novia -«antes tendré que engordar un poco, quién me va a querer ahora que parezco un tuberculoso»-, casarse, tener hijos y, con el tiempo, comprarse una casa en su pueblo para acabar viviendo allí. Comparé a aquel hombre conmigo. Éramos de la misma edad, y el infierno pasado por él en el campo de exterminio dejaba pequeño a mi purgatorio en el frente del Ebro. En realidad, mis días en la guerra empezaban a parecerme unas vacaciones pagadas al lado de lo vivido por Ignacio Font y otros internos de Mauthausen. Sin embargo, a pesar de su pésimo aspecto, de sus ojos vidriosos y su piel de tísico, él tenía una fuerza que a mí me faltaba y que venía, estoy seguro, de la tranquilidad de su conciencia. Estábamos a punto de despedirnos cuando le pregunté cómo había conseguido sobrevivir cuatro años en aquellas condiciones, y frunció un poco el ceño, como si tuviese que pensarse la respuesta.

– Ya le dije que tuve suerte. Y además había otra cosa… un día, uno de los guardias nos dijo que nadie se iba a enterar de lo que pasaba en Mauthausen porque ninguno de nosotros iba a salir vivo para contarlo. Así que cuando me pegaban, cuando tenía hambre, cuando pasaba las noches muerto de frío, me decía a mí mismo, esto se lo voy a contar yo a todo el mundo, se va a enterar la gente de lo que han hecho estos hijos de puta. Y fui aguantando. Pensé que no iba a ser capaz, pero ya ve. Uno nunca sabe. Nunca sabe.

Al día siguiente acompañé a Ignacio a la estación. Le di una tarjeta con mi nombre y mi cargo en el ministerio, y le pedí que no dudara en llamarme si él o su familia tenían algún problema. Dijo que me tomaba la palabra: «los amigos, hasta en las puertas del infierno».

Nos dimos un abrazo de despedida. Luego esperé hasta ver partir el tren que se llevaba al hombre que había hecho más de mil kilómetros para cumplir la palabra dada a un desconocido. Al hombre cuya visita iba a cambiar otra vez el curso de mi vida. Aquella mañana llegué tarde al ministerio. Estuve paseando por Madrid acompañado del recuerdo de Ithzak Sezsmann, espantado todavía por la noticia de su muerte y más aún por las circunstancias atroces que la habían rodeado. Nuestro Ithzak, que estaba destinado a convertirse en director de orquesta, a recibir aplausos, a fundar una familia de la mano de Hannah Bilak, a recorrer el mundo con su esposa y su música. Nuestro Ithzak, del que siempre pensé que era un elegido de la suerte. Ithzak Sezsmann, mi amigo, mi hermano, al que había jugado a ignorar durante tanto tiempo, luchaba por seguir vivo mientras yo empleaba las horas en destilar una amargura inútil que se había vuelto contra mí mismo, convirtiendo los últimos seis años de mi vida en un bochornoso erial. Cuando llegué a mi oficina, pasadas ya las doce del mediodía, lo primero que hice fue redactar un telegrama para Zachary West: «Ya estoy avergonzado. Si no es demasiado tarde, necesito verte.»

Esta mañana me miré al espejo por primera vez en mucho tiempo. Quiero decir que hoy, después de meses sin hacerlo, dediqué unos minutos a contemplarme, a estudiar mi reflejo, a buscar sin prisa lo que hay del otro lado. Esta mañana me enfrenté a la imagen de mí misma que he labrado durante todo este tiempo. Allí estaba yo, una mujer de treinta y cinco años que ve alargarse hacia ella, como una amenaza, la sombra traidora de la cuarentena. Mi piel va dejando de ser joven. Tengo algunas arrugas alrededor de los ojos, y las últimas penas han dejado en mi frente unos surcos que puedo percibir incluso con los ojos cerrados, con sólo pasar el dedo sobre ellos. Me pregunto si soy del todo consciente de la madurez que se avecina o si, de forma bastante insensata, sigo aferrándome a una edad que ya no tengo. El encuentro con el espejo me recuerda la verdad. Ésa soy yo. Ésa, la que me mira desde el otro lado del azogue, es la persona que he ido construyendo durante una vida que no es tan corta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «En tiempo de prodigios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «En tiempo de prodigios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «En tiempo de prodigios»

Обсуждение, отзывы о книге «En tiempo de prodigios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x