Claudia Piñeiro - Las Viudas De Los Jueves

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Detrás de las paredes perimetrales, más allá de los portones reforzados por barreras y flanqueados por garitas de vigilancia, se encuentra Altos de la Cascada.
Afuera, la ruta, la barriada popular de Santa María de los Tigrecitos, la autopista, la ciudad, el resto del mundo.
En Altos de la Cascada viven familias que llevan un mismo estilo de vida y que quieren mantenerlo cueste lo que cueste.
Allí, en el country, un grupo de amigos se reúne semanalmente lejos de las miradas de sus hijos, sus empleadas domésticas y sus esposas, quienes, excluidas del encuentro varonil, se autodenominan, bromeando, "las viudas de los jueves".
Pero una noche de rutina se quiebra y ese hecho permite descubrir, en un país que se desmorona, el lado oscuro de una vida "perfecta".
"Una novela ágil, escrita en un lenguaje perfectamente adecuado al tema, un análisis implacable de un microcosmos social en acelerado proceso de decadencia." José Saramago
"Una novela coral, sólida y solvente, con un agudísimo retrato psicológico y social, no sólo de la Argentina de hoy sino del mundo acomodado occidental." Rosa Montero
"Una historia atrapante, de ritmo cinematográfico, sobre una clase social a la cual desnuda sin piedad, con la contundencia de un impacto en el estómago."

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Hace años, jugar al golf era algo muy exclusivo. En otros países lo sigue siendo. En la Argentina ya no. Es caro, pero el uno a uno acortó muchas distancias, y caro y exclusivo dejó de ser lo mismo. En el bar del golf hay plaquetas de madera con los nombres de quienes ganaron los torneos anuales del club. Y los apellidos tallados, a medida que corren los años, van perdiendo prosapia. En 1975 ganó un Menéndez Behety. En 1985 un Mc Allister. Y en 1995 un García. Y no García Moreno. Ni García Lynch. Ni García Nieto. García a secas. Los miércoles la cancha se llena de japoneses. Los jueves se alquila a empresas. Cuando llaman coreanos el starter tiene la instrucción de decir que no queda lugar o de mentir el valor del greenfee, el derecho que deben pagar quienes no son socios para poder jugar. Dicen que los coreanos no son bienvenidos en ninguna cancha, no sólo en la nuestra. Los golfistas se quejan de que gritan, se pelean, revolean palos y apuestan monstruosas sumas de dinero que generan violentos episodios. Pero más allá de los coreanos, ya para comienzos de los noventa se veía que el golf iba camino a dejar de ser un deporte de caballeros. Cada vez son menos los que se preocupan por llevar remera de cuello tipo chomba o pantalones pinzados. Hay socios que también gritan. Y socias que pretenden jugar en musculosa. Hay socios que revolean un palo porque hicieron un golpe de más en el hoyo que definía un torneo. Hay quien juega lento y no cede el paso, o quien se queja a los gritos porque el lento no lo deja pasa hasta le lanza una pelota intimidatoria. Hay quien presenta una tarjeta con más golpes que los esperados para mantener un handicap social deseado. A esa clase de golfista no le importa jugar bien o mal; si poder decir que tiene 10 ó menos de handicap. Hay por el contrario, quien no presenta tarjetas con pocos golpes porque intenta mantener un handicap alto para luego sacar ventaja en algún torneo. En definitiva, hay cada vez más socios que mienten en tarjeta donde se anotan los golpes. Hay de todo. Pero el colmo fue lo de Mariano Lepera. En la Copa del Club hizo un "hoyo en uno" y lo negó para no pagar la vuelta de champán a todos. Le pegó a la pelota la salida del hoyo 6 y la bola después de describir u órbita perfecta cayó en el green, rebotó tres veces, rodó y se metió en el hoyo marcado por la bandera. Un solo tiro, certero. No hicieron falta más golpes. Sólo uno. En cualquier cancha de cualquier lugar del mundo quien hace un hoyo en uno debe, por cortesía y ley que no está escrita pero nadie objeta, pagar una bebida a todos los que están en la cancha en ese momento. Generalmente champán. A veces whisky. Todos, en cada línea, del hoyo 1 al 18. Mariano Lepera le preguntó al starter cuánta gente había sacado esa mañana e hizo un cálculo rápido: 120 jugadores a un promedio de cinco pesos cada uno, seiscientos pesos. "Yo no pago eso ni muerto", y se fue antes que nadie pudiera cobrarle la deuda. Eso no se hace o no se hacía. No pasa nada, no hay sanción, pero no es de caballero. Para eso existe el seguro de hoyo en uno. Lo hace cualquier aseguradora. A la mayoría de nosotros nos lo ofrecen cuando aseguramos la casa. Incendio, robos y hoyo en uno, por unos pocos centavos más al mes. Se asegura un particular siniestro que no es ni un incendio, ni un robo, ni un daño a terceros. En realidad se asegura una alegría, porque quien mete una pelota en el hoyo a casi 150 yardas de un solo golpe es alguien verdaderamente afortunado. No en vano hay en el país un registro donde puede anotarse todo quien haya tenido la suerte de hacerlo. Aunque la mayoría elige anotarlo en el registro de los Estados Unidos, para darlo a conocer a nivel internacional. Un trámite sencillo, una carta, unos formularios. Es una picardía no asegurarlo y disfrutarlo como corresponde. En toda una vida es baja la probabilidad de hacer un hoyo en uno, pero la de dejar de ser un caballero, no.

13

La primera vez que me citaron del colegio de Juani fue un shock. El Lakelands. Abrí el cuaderno rojo y debajo de la nota invitando a un acto por el Día de la Bandera, y antes del recordatorio para el pago de la cuota, habían pegado una citación oficial, en hoja con membrete. El membrete del Lakelands es un escudo con cuatro palabras en inglés alrededor. Nunca me acuerdo qué palabras exactamente. " In God we Trust", dice Ronie que dice y no se ríe de su chiste. Señores padres, los esperamos el día lunes 15 de junio a las nueve horas en la Dirección del Colegio para hablar acerca de, puntos suspensivos completado a mano: Juan Ignacio Guevara. Juani. Nunca antes me habían citado tan formalmente para hablar de mi hijo. Me preocupé. Juani estaba en quinto grado. Firmaban el citatorio la directora y la psicopedagoga.

La citación la recibí un viernes. Estuve inquieta ese fin de semana. No se me ocurría por qué podían querer hablarme. Le pregunté a Juani. Él tampoco tenía idea. No se había perdido ningún recreo, no había ido a la dirección ni había firmado el libro de disciplina. Lo seguía por toda la casa. "¿No le pegaste a nadie?, ¿no dijiste una mala palabra?" Entré al baño mientras se duchaba y volví a preguntarle. "Basta, mamá." Terminó llorando. Llamé a una amiga a ver si ella también había sido citada. No, nadie la había llamado. Llamé a otra. Tampoco. Luego no llamé más, no quería que todo el mundo se enterara de no sabía bien qué. Igual se enteraron, en el torneo de tenis del fin de semana Mariana Andrade me dijo mientras cambiábamos de lado: "¿Así que te citaron del colegio para el lunes?". Y agregó: "En cualquier momento me citan a mí por la nena", refiriéndose a Romina, con quien Juani pasaba mucho rato. "¿Cómo supiste?" "Me contó Leticia Liporacce, me la encontré en el súper." Y mientras yo pensaba quién se lo habría dicho a Leticia Liporacce, Mariana me metía un ace en el ángulo de la línea de saque, una pelota floja, fofa, tonta, casi un globo, pero que yo ni siquiera vi pasar.

El lunes a las nueve en punto estaba ahí. El Lakelands está a dos puentes de Altos de la Cascada. En algún momento fantaseamos con trasladarlo adentro de nuestro barrio, como en otros countries donde los chicos pueden ir al colegio en bicicleta o patines. "Sería tan lindo poder recuperar esa cosa de barrio de cuando éramos chicos", dijo Teresa Scaglia en la reunión de padres donde se presentó el proyecto. Pero hubo mucha resistencia, el colegio tenía ya demasiadas familias de otros barrios cerrados, y si bien ninguno aportaba tanto alumnado al Lakelands como nosotros, la matrícula de todos ellos juntos era una cifra que el colegio no se podía dar el lujo de perder. El edificio principal es donde funcionan la primaria y la administración. A un costado está el edificio de secundaria, y atrás el kinder. El colegio es virtualmente mixto. Virtualmente, porque si bien van mujeres y varones, no comparten ni las aulas ni el patio. Hay divisiones para niñas y divisiones para varones. Sólo en el kinder están juntos. El patio tiene un sector delimitado por una doble línea amarilla, como las que en la ruta indican "prohibido adelantarse", más allá de la cual no pueden pasar los varones hacia un lado y las niñas hacia el otro. Juani solía sentarse de un lado de la raya y Romina del otro, y hablaban con las señas del idioma de manos que usan los sordomudos. Una maestra malinterpretó un gesto de Juani y le prohibieron el intercambio con su amiga a través de la raya bajo amenaza de suspensión. Pero ni siquiera entonces me citaron, fue una comunicación por cuaderno, escrita en inglés, que tuve que pedirle a Dorita Llambías que me la tradujera. Cuando fui a inscribir a Juani por primera vez, le pregunté a la directora si la división se debía a alguna teoría pedagógica acerca de la psicología evolutiva y el aprendizaje de un sexo y otro. "Algo así", me dijo, "en el 89 tuvimos que incorporar varones, porque si no a las familias con muchos hijos se les complicaba el tema del traslado, ir y venir, los actos patrios superpuestos, y se perdían el descuento por hermano; los juntamos y ya, pero enseguida nos dimos cuenta de que fue un error, nos faltaba experiencia, las nenas se empezaban a sentar con las piernas abiertas, mostraban lo que no tenían que mostrar, decían malas palabras, y todas esas cosas típicas de varones. A los dos meses del inicio de las clases los habíamos separado y pintado la doble raya. Nos gusta jactarnos de tener muy buena capacidad de reacción para esas cosas".

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