«Sí, bueno, me parece que está muy claro», había concluido secamente su madre, que quería pasar a otra cosa. «Anda, hija, ve a ponerte el hábito de monja.» Charles la había mirado, meneando la cabeza de lado a lado, y al final se había callado. Pero al día siguiente había ido a la tienda del Museo del Louvre y le había mandado esa postal en la que había escrito:
«Mira, si es tan bonito es precisamente porque no se ve.» El rostro y las prendas de vestir de la adolescente se alargaron, pero nunca mencionó esa postal. Charles estaba incluso convencido de que la había tirado a la basura. Pero no… Ahí estaba… Entre una cantante de rap en tanga y una Kate Moss medio desnuda.
Charles prosiguió con su exploración…
– Anda, ¿te gusta Chet Baker? -preguntó, extrañado.
– ¿Quién?
– Ese de ahí…
– Ni siquiera sé quién es… Es sólo que me parece guapo que te mueres.
Era una foto en blanco y negro. Cuando era joven y se parecía a James Dean, pero en más ansioso. En más inteligente y más demacrado. Estaba apoyado como sin fuerzas contra una pared y se agarraba al respaldo de una silla para no caerse del todo.
Con la trompeta en el regazo y la mirada perdida.
Mathilde tenía razón. Guapo que te mueres.
– Es curioso…
– ¿El qué?
Su aliento estaba muy cerca ahora de su nuca.
– Cuando yo tenía tu edad… no, éramos un poco mayores… Tenía un amigo que estaba loco por él. Pero loco, loco, loco, le gustaba a rabiar. Y me imagino que debía de llevar esa misma camiseta blanca y se conocía esa foto de memoria… Y precisamente por él me he pasado la noche muerto de frío en el sofá…
– ¿Por qué?
– ¿Por qué estaba muerto de frío?
– No… ¿Por qué le gustaba tanto?
– ¡Anda, pues porque era Chet Baker! ¡Un grandísimo músico! ¡Un tío que hablaba todas las lenguas y todos los sentimientos del mundo con su trompeta! Y su voz también… Te voy a prestar mis discos para que entiendas por qué te parece tan guapo…
– ¿Y quién era ese amigo tuyo?
Charles suspiró una sonrisa. Nunca conseguiría dejar atrás esa historia… Al menos no de momento, tenía que resignarse.
– Se llamaba Alexis. Y él también tocaba la trompeta… Bueno, no sólo… tocaba todos los instrumentos… El piano, la harmónica, el ukelele… Era…
– ¿Por qué hablas de él en pasado? ¿Se ha muerto?
Venga, y dale con la historia…
– No, pero no sé qué habrá sido de él. Ni si ha seguido con la música…
– ¿Estáis enfadados?
– Sí… y tanto, tanto, que creía haberlo borrado… Creía que ya no existía y…
– ¿Y qué?
– Y resulta que no. Aquí sigue… Y si he dormido en el salón es porque anoche recibí una carta suya…
– ¿Y qué te decía?
– ¿De verdad lo quieres saber?
– Sí.
– Me anunciaba la muerte de su madre.
– Pues sí que… Una carta muy alegre… -gruñó.
– Y que lo digas…
– Eh… Charles…
– ¿Hey, Mathilde?
– Para mañana tengo unos deberes horrorosos de física súper difíciles…
Charles se puso de pie con una mueca. Su espalda…
– ¡Fantástico! -exclamó-. ¡Qué buena noticia! Es exactamente lo que necesitaba. Deberes de física súper difíciles con Chet Baker y Gerry Mulligan. ¡Se anuncia un domingo maravilloso! Hala… Ahora vuelve a dormirte. Descansa todavía unas horas, tesoro…
Ya estaba tanteando en busca del picaporte cuando ella insistió:
– ¿Por qué os enfadasteis?
– Porque… Porque se creía Chet Baker, precisamente… Porque lo quería hacer todo como él… Y hacerlo todo como él significaba también hacer muchas tonterías…
– ¿Como qué?
– Como drogarse, por ejemplo…
– Y entonces ¿qué pasó?
– Buenooooo, buenooooo, niñaaaaa -masculló entre dientes, con las manos en jarras, imitando al oso de un programa infantil-, el vendedor de arena que hace dormir a los niñoooos ya ha pasado, y yo me vuelvo ya a mi nubeeee… Mañana te contaré otro cuentoooo… Pero sólo si eres buenaaaaa. Pom potn podom.
Vio su sonrisa en el reflejo azulado del despertador.
Después volvió a dejar correr el agua caliente hasta el borde y se metió entero en la bañera, la cabeza y las ideas incluidas, luego subió de nuevo a la superficie y cerró los ojos.
* * *
Y, contra todo pronóstico, fue un bonito día de final del invierno. Un día lleno de poleas y de principio de inercia. Un día de Funny Valentine y de How High Is The Moon.
Un día del todo indiferente a las leyes de la física.
Llevaba el compás con el pie debajo de ese pequeño escritorio demasiado lleno de cosas como para aclararse y, regla en mano, le daba golpecitos en la cabeza al ritmo de la canción cuando se equivocaba en el razonamiento.
Durante unas horas se olvidó de su cansancio y de su trabajo. De sus colaboradores, de sus grúas migratorias y del retraso en los plazos de entrega. Durante unas horas las fuerzas en movimiento se ejercieron y por fin se compensaron.
Una tregua. Un K.O. por abandono. Una cura de cobre. Una transfusión de nostalgia y de «poesía negra», como decían en la carátula de uno de los discos.
Los altavoces del ordenador de Mathilde no eran muy buenos, por desgracia, pero los títulos de las piezas aparecían en la pantalla, y Charles tenía la sensación de que todos le hablaban directamente a él.
A ellos.
In a Sentimental Mood. My Old Flame. These Foolish things. My Foolish Heart. The Lady Is A Tramp. Vve Never Been In Love Befare. There Wtll Never Be Another You. If You Could See Me Now. I Waited For You y… I May Be Wrong… [2]
Qué atajo más perturbador, pensaba. Y también… Y quizá… Algo así como una oración casi como Dios manda, ¿no?
Había que ser muy ingenuo para apropiarse así de palabras tan gastadas. Tan dichas, redichas y tan mal cortadas que podrían vestir a cualquier idiota. Pero qué se le iba a hacer, lo asumía. Le gustaba encontrarse a sí mismo en los títulos de las canciones o de las piezas musicales como en el pasado. Volver a ser ese chico alto y desgarbado que circunscribía su vida a las emociones de los demás.
Bastaba que un tío tocara la trompeta. Y hala, ya era como las trompetas de Jericó.
No le gustaba demasiado eso de «tramp», que era una palabra ambigua… Una vagabunda, más que una golfa… Sí, una desarrapada, pero lo demás le parecía bien, y a su foolish heart le traía sin cuidado Newton.
September Song.
Charles abrió la mano. Ésa la habían oído juntos…
Hacía tanto tiempo… En el New Morning, ¿no? Y qué guapo era todavía…
Espantosamente guapo.
Pero hecho polvo. Delgado, hueco, desdentado y carcomido por el alcohol. Hacía muecas y se desplazaba con cuidado, como si acabaran de pegarle una paliza.
Después del concierto, se cabrearon precisamente por eso… Alexis no podía estarse quieto, estaba otra vez como en trance, se agitaba de delante hacia atrás y tamborileaba sobre la barra con los ojos cerrados. Él que oía la música, que la veía todavía, que era capaz de leer una partitura como otros deslizan los ojos por una página de publicidad, pero no le gustaba mucho eso de leer partituras… Charles en cambio salió del concierto deprimido. La cara de ese tío mostraba tanto sufrimiento, tanto agotamiento, que no había podido escucharlo, de asustado como estaba, ahí mirándolo en silencio.
– Es horrible… Tener tanto talento y destrozarse de esa manera…
Su amigo le saltó a la yugular. Mal estribillo. Lluvia de insultos sobre el que le había pagado la entrada.
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