A la habitación de los mapas se retiraron, esperando acontecimientos, Goebbels, Bormann, Krebs y Burgdorf. No hablaron ni una sola palabra, prestando todos gran atención al estampido de un disparo de pistola. Fueron, sin embargo, sobresaltados por voces ahogadas en el pasillo. Magda Goebbels realizaba el último intento desesperado de salvar su mundo, de salvar, sobre todo, a sus hijos y forcejeaba con el gigantesco Günsche, que medía casi dos metros, por entrar en el despacho de Hitler. Como no lograra vencer la oposición del gigante, Magda consiguió, al menos, que él entrara en el despacho del Führer .
«Dígale que hay muchas esperanzas, que es una locura suicidarse y que me permita entrar para convencerle.»
Günsche penetró en la habitación, captando el último retazo directo de la vida de Hitler. Se hallaba de pie, frente al retrato de Federico II y junto a su mesa de despacho. Günsche no vio a Eva Braun, y supuso que se hallaría en el cuarto de baño, pues oyó funcionar la cisterna. Hitler miró sorprendido y en muda interrogación a Günsche. Cuando le expuso lo que ocurría, Hitler replicó fríamente: «No quiero recibirla.»
Diez, quizá quince minutos más tarde, entre las 15.30 y las 16 h, escucharon el estampido de un disparo. Transcurrieron unos instantes interminables y, sobreponiéndose a lo que sabían que les esperaba, Linge convenció a Günsche de que debían entrar. Abrieron la puerta y hallaron a Adolf Hitler y a Eva Braun muertos. Eva estaba descalza, sentada en el sofá, con los pies sobre él y la cara apoyada contra el hombro de Hitler. Había mordido la cápsula de vidrio que contenía cianuro potásico y tenía las piernas contraídas, quizá a causa del dolor ocasionado por el poderoso veneno. Sobre el velador había una pequeña pistola, al alcance de su mano, que no había empleado, y un jarrón de flores artificiales, volcado, probablemente, en los estertores de la agonía. Adolf estaba sentado en el sofá, frente al retrato de Federico el Grande. Tenía la cabeza apoyada contra el respaldo y la boca torcida, en la que podían verse restos de la cápsula de cristal que contenía el cianuro. En la sien derecha se apreciaba un negro boquete del que todavía manaba sangre, y los cabellos de alrededor estaban chamuscados por el fogonazo del disparo. En la mano izquierda, sobre el corazón, oprimía el retrato de su madre, que había conservado durante medio siglo; la mano derecha pendía inerte, después de haber dejado caer al suelo la pistola Walter 7,65, que seguramente empleó al mismo tiempo que el cianuro.
Después de Günsche y Linge penetraron en la habitación Goebbels y Bormann y se les unió Axmann, jefe de las Juventudes Hitlerianas que combatía en las ruinas de Berlín, y que se había acercado al búnker a despedirse de Hitler, al que sólo pudo ver muerto. Del momento existe un recuerdo, un primer plano de Hitler que alguno de los presentes fotografió. No hubo tiempo para mucho más. Envolvieron el cadáver del Führer en una alfombra, mientras el de Eva permaneció tal como había muerto, y los sacaron al jardín de la Cancillería por la escalera de emergencia. Sobre el traslado de los cadáveres existen tres versiones diferentes. Según la primera, los subieron varios SS, provistos de dos camillas. La segunda asegura que Linge y Bormann tomaron los cuerpos de Hitler y Eva y los subieron a hombros. La tercera es una variante de la anterior: los habrían transportado el chófer Kempka y el coronel Günsche. Sea como fuere, depositaron los cuerpos en el embudo de una bomba- cerca de la salida de emergencia-, los rociaron con gasolina y los prendieron fuego.
CAE EL TELÓN
Sobre lo que ocurrió después, los supervivientes dieron dos versiones. Según unos, apenas estuvieron algunos minutos junto a los cuerpos que ardían -el de Hitler, envuelto en la alfombra-, pues la artillería soviética comenzó a disparar y varios proyectiles cayeron sobre el jardín, obligando a los testigos del macabro espectáculo a refugiarse en el búnker. Según otros, el grupo permaneció mucho tiempo contemplando la cremación e, incluso, habrían añadido más gasolina a la pira, de modo que terminaron por ver los huesos calcinados de Hitler y de Eva. La tierra levantada por las bombas que comenzaron a caer al anochecer enterraría los restos, pero es más probable que fuesen cubiertos por soldados de las SS, obedeciendo órdenes de Rattenhuber. Testigos de la cremación fueron Goebbels, Bormann, Burgdorf, Günsche, Linge y Kempka, tres oficiales y tres soldados de las SS.
El destino de la mayoría de las personas que vivieron de cerca el último día de Adolf Hitler fue trágico. Joseph Goebbels y su esposa Magda se hicieron matar a tiros después de haber envenenado a sus hijos; Burgdorf y Krebs se suicidaron en el búnker al día siguiente; Bormann, Günsche y Mohnke murieron horas después, cuando trataban de abandonar la capital; Voss, Baur, Rattenhuber, Hewel y Linge fueron capturados por los rusos y nunca más se supo de ellos; los tres oficiales de las SS, testigos de la cremación, desaparecieron en los estertores de Berlín. Las diversas versiones de la muerte, traslado y cremación de Hitler se deben a Linge -que se lo contó a las secretarias, Frau Junge, Frau Christian y Frau Krueger, supervivientes a la guerra y testigos en Nuremberg -, a Kempka y a Axmann, que lograron escapar de Berlín y fueron capturados por los norteamericanos, y a los tres soldados de las SS, Mansfeld, Karnau y Hofbeck, que vieron arder los cadáveres de Hitler y de Eva Braun, y cuyos testimonios fueron recogidos por el gran especialista en las postrimerías de Hitler, H. R. Trevor-Roper.
El 10 de febrero de 2002 falleció la última testigo de aquellos acontecimientos, Traudl Junge. Contaba ochenta y dos años y fue secretaria de Hitler desde finales de 1942 hasta su muerte; ella, precisamente, copió los testamentos de Hitler y sus declaraciones a los servicios secreto norteamericanos y a los fiscales de Nuremberg han sido fundamentales para reconstruir la tragedia. Trauld Junge escribió en 1947 sus recuerdos de los treinta meses que trató a Hitler, pero no los publicó hasta enero de 2002, sabiéndose ya en el ocaso de su vida, bajo el título Bis zur letzten Stunde (Hasta la última hora) ; junto a esas memorias grabó una entrevista de más de diez horas con André Gellers, que presentó una versión resumida en el festival cinematográfico de la Berlinale, también de enero-febrero de 2002. En todo ese material no hay novedad alguna sobre lo que ya había dicho en 1945-1946; sólo es nuevo el arrepentimiento y el desprecio que llegó a sentir por aquel régimen y aquel monstruo a los que había servido, lo mismo que la mayoría de sus compatriotas:
«Ahora puedo decir que Hitler era un criminal, pero en aquel momento no lo vi y tampoco lo vieron millones de personas […]. Nunca le oí hablar del exterminio de los judíos con nadie. Nunca tuve la impresión de que se viera a sí mismo como un criminal. Él creía que obraba de acuerdo con unos ideales. Para conseguir sus metas caminó sobre cadáveres…»
Es decir, reflexiones posteriores a los hechos, fruto de una vida bajo el estigma de haber sido la secretaria del monstruo y de estar bajo la sospecha de que algo debería haber sabido sobre los horrores provocados por el nazismo. A los efectos de esta narración, una sola frase interesante: la sensación de los que quedaban en el búnker tras el suicidio de Hitler: «Le odié porque nos abandonó de esa manera. Nadie sabía qué hacer. No teníamos vida propia.»
El paradero de los restos de Hitler es, también, asunto controvertido. Según algunos, jamás aparecieron. Una versión soviética, difundida años más tarde, aseguró que los soldados que llegaron a la Cancillería día y medio después fueron informados de dónde se hallaban los restos, los recogieron y los trasladaron a Moscú. Médicos soviéticos habrían realizado la autopsia, identificándolos plenamente y tranquilizando a Stalin respecto al final de Hitler. En favor de esta historia hay que decir que el Gobierno soviético jamás mostró inquietud alguna respecto al paradero de Hitler y que en el juicio de Nuremberg no se puso en duda su muerte; sin embargo, los archivos históricos soviéticos aún no han confirmado esta versión.
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