David Solar - El Último Día De Adolf Hitler

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30 de abril de 1945. Diez días después de cumplir 56 años, Adolf Hitler, doblegado por el desastre en el que sumió a la todopoderosa Alemania, asediado por las fuerzas soviéticas que se acercan a su última guarida, pone fin a su vida con un disparo de revólver, escondido en su búnker bajo las ruinas de la Cancillería, junto a Eva Braun. En este riguroso y documentado texto, David Solar desgrana minuto a minuto las últimas 36 horas de vida de Hitler. Ante el cataclismo final del que fuera su imperio, se apresta a vivir sus últimas horas: se casa con su amante Eva Braun después de quince años de relación; dicta sus testamentos, privado y político, se desespera de rabia e impotencia y, tras algún asomo de esperanza, se resigna a morir. El autor analiza en esta minuciosa reconstrucción los antecedentes biográficos y el contexto histórico, nacional e internacional, que permitió la llegada de Hitler al poder.

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Los acontecimientos no permitieron a Doenitz meditar mucho su crítica situación. El 2 de mayo los británicos salieron de sus cabezas de puente del Elba y penetraron hacia el este. Montgomery, en la zona norte, arrolló las débiles defensas alemanas y llegó hasta Lübeck. Los norteamericanos hicieron lo propio más al sur y alcanzaron Munich. Doenitz necesitaba llegar a un alto el fuego inmediato en el oeste y ganar tiempo para mantener su retirada del este. El día 3 un telegrama del mariscal Kesselring, jefe de las fuerzas del sur de Alemania, le anunciaba la rendición alemana en Italia y le pedía permiso para capitular en su zona. El presidente le autorizó de inmediato, pues suponía un quebradero menos de cabeza, ya que aquellas importantes fuerzas se entregaban a los aliados occidentales.

El mismo día 3 enviaba una misión, compuesta por el almirante Von Friedeburg y el general Censal, al cuartel general de Montgomery.

El mariscal británico comprendió la angustia de sus interlocutores, que le ofrecían la capitulación militar del sector norte, rogándole que permitiera el paso hacia el oeste de soldados y civiles, y accedió a la demanda. Aceptó, también, las capitulaciones militares de Holanda, Dinamarca y Noruega, con gran alivio de Doenitz, que de esta forma veía garantizada la seguridad de las fuerzas de ocupación alemanas en aquellos países; en total, más de medio millón de hombres. Puso, sin embargo, condiciones en la retirada hacia el oeste: acogería a los soldados dispersos y no a unidades articuladas. No se responsabilizaba respecto a los civiles, puesto que aquella era una rendición militar; la Kriegsmarine debería entregar sus buques.

Las condiciones del mariscal británico planteaban dos graves problemas a Doenitz. La suerte de la población civil y, sobre todo, la de la Marina; necesitaba aquellos barcos para repatriar a las guarniciones costeras del Este. En un momento de las negociaciones, Montgomery había dicho al almirante Von Friedeburg: «Yo no soy un monstruo inhumano.» La frase, que aludía al atroz crimen nazi que día a día se estaba desvelando (la víspera habían descubierto los norteamericanos el espanto de Dachau), constituía un terrible reproche para los alemanes pero también fue un clavo ardiendo al que se agarró el atribulado Doenitz.

El almirante empujó a la población civil hacia las fuerzas británicas que, en general, hicieron la vista gorda y permitieron su paso hacia el oeste. Respecto ala Kriegsmarine , logró que los jefes de buque se comprometieran a no destruirlos y a entregarlos a los británicos cuando llegaran a puertos alemanes pero, entre tanto, seguirían navegando por el Báltico, recogiendo soldados y civiles y conduciéndolos a Dinamarca, única forma de evitar la inmediata entrega de los barcos a los británicos. De esa manera logró rescatar a unos 300.000 alemanes del este, que luego pudieron alcanzar las zonas alemanas ocupadas por los aliados occidentales.

El 4 de mayo, Von Friedeburg firmaba la capitulación militar de la Alemania del noroeste ante Montgomery. El acto tuvo lugar a las 18.20 h y el alto el fuego entró en vigor el 4 de mayo a las 8 h. En esos momentos un avión conducía a Von Friedeburg y a Censal hasta Bruselas. En la capital belga varios coches del ejército norteamericano esperaban a los delegados alemanes para conducirles al cuartel general de Eisenhower en Reims.

La consigna del almirante Friedeburg era ganar tiempo, quizá una semana fuera suficiente, para retirar las fuerzas de Checoslovaquia y de los Balcanes y terminar el traslado en el Báltico. Pronto perdió la esperanza. Llegó a Reims agotado y somnoliento. Los norteamericano estaban instalados en un modesto edificio, una escuela de ladrillo rojo. Allí le recibió el general Bedel Smith, jefe del Estado Mayor de Eisenhower, que tras los fríos saludos protocolarios puso ante el alemán un documento que exigía la rendición inmediata e incondicional de todas las fuerzas alemanas allí donde se encontrasen y ante el ejército aliado que les estuviera presionando.

Replicó Von Friedeburg exponiéndole el grave peligro en que se hallarían sus fuerzas desarmadas y el desvalimiento de la población civil a la que protegían y se apoyó en el acuerdo firmado la víspera con Montgomery. Pero Bedel Smith se limitó a responder que lo negociado con los británicos era un acuerdo táctico, limitado al norte de Alemania, mientras que lo que tenía delante era la capitulación general, tal como la exigía Eisenhower. Luego preguntó a su interlocutor si tenía poderes para firmar aquello.

Von Friedeburg respondió negativamente, él no había ido a Reims a firmar la rendición del III Reich. En su fuero interno, el enviado de Doenitz sintió una pequeña satisfacción, advirtiendo que podía ganar algún tiempo a causa del propio planteamiento de los aliados. Von Friedeburg se excusó ante Bedel Smith y despachó al general Censal al cuartel general de Doenitz, que acababa de trasladarse a Flensburg, una pequeña ciudad pesquera pegada a la frontera de Dinamarca, con apenas 50.000 habitantes y un bello barrio gótico. Doenitz recoge en sus memorias la llegada del mensajero:

«El día 6, por la mañana, llegó el general Censal para ponerme al corriente del estado de las negociaciones con Eisenhower. Me dijo que la actitud de éste era totalmente negativa. No aceptaría en ningún caso una capitulación parcial. Teníamos que rendirnos inmediata e incondicionalmente en todos los frentes, incluido el ruso. Las tropas debían entregar las armas, sin destruirlas, allí donde se encontrasen y considerarse prisioneras. El alto mando de la Wehrmacht se responsabilizaría de la rendición, extensiva a la Marina de guerra y a la mercante.»

LA ÚLTIMA RENDICIÓN

Doenitz envió a Reims al general Jodl con poderes para firmar y con instrucciones de resistir cuanto pudiera, conteniendo la actuación militar de los norteamericanos. Jodl, un hombre inteligente pero frío, imbuido en la idea de que la ruptura entre los aliados occidentales y los soviéticos era inminente y con la lacra de haber sido durante años un íntimo y convencido colaborador de Hitler, era un mal interlocutor, pero Doenitz no tenía a otro general de talla que enviar al cuartel general norteamericano. Partió el 6 de mayo hacia Reims y halló la misma intransigencia por parte de Bedel Smith. En la madrugada del 7 de mayo remitía el siguiente telegrama a Doenitz:

«El general Eisenhower insiste en que firmemos hoy mismo. En el caso contrario, los frentes aliados se cerrarán incluso para aquellos soldados que traten de rendirse aisladamente y quedarán suspendidas todas las negociaciones. Sólo hay una alternativa: el caos o la firma. Exige la confirmación inmediata, por radio, de que dispongo de todos los poderes para firmar la capitulación, que sólo entonces podrá entrar en vigor. Las hostilidades cesarán el 9 de mayo a las 0.00 h, horario alemán de verano.»

Sin embargo, el aparentemente frío Bedel Smith hizo más por los alemanes de lo que el gélido Jodl hubiera podido suponer. La angustia de Von Friedeburg, unida a la comprensión de que era dificilísimo lograr la capitulación de tantas tropas, en un espacio tan grande y con unas comunicaciones tan deficientes, lograron que el jefe del Estado Mayor norteamericano propusiera a Eisenhower la concesión de dos días de margen. Éste terminó aceptando que las tropas alemanas continuaran replegándose hacia el oeste, sin que los aliados las hostigaran, hasta las 0.00 h del día 9 de mayo. La condición era que los delegados de Doenitz firmasen la capitulación de forma inmediata. Jodl pidió conformidad a Doenitz, que a la 1 h del 7 de mayo telegrafió a Reims su asentimiento.

A las 2.41 h penetró la delegación alemana en una habitación cubierta de mapas de los distintos frentes. Allí estaban los representantes de los aliados, presididos por Eisenhower. La ceremonia fue fría. Eisenhower se limitó a preguntar si disponían de poderes y si estaban de acuerdo en las condiciones de la capitulación. Como los alemanes asintieran, se les pusieron delante los documentos. Firmaron el general Jodl, el almirante Friedeburg y el mayor Oxenius, en representación, respectivamente, de la Wehrmacht , la Kriegsmarine y la Luftwaffe .

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