Von Papen, el ex canciller, fue detenido a comienzos de mayo en un pabellón de caza de Westfalia, donde le tenía vigilado la Gestapo. Recibió a los norteamericanos como a sus libertadores. Hjalmar Schacht, que fuera presidente del Reichsbank , era un preso político desde el atentado de julio de 1944 y hubiese sido ejecutado por los nazis en el campo de concentración de Flossenbürg si no hubieran llegado las tropas norteamericanas antes de lo previsto. Los norteamericanos no le pusieron en libertad, pero dejó de temer por su vida.
Otros dirigentes nazis fueron más escurridizos y su localización resultó más costosa. El 6 de mayo, en los Alpes bávaros, sorprendieron a Hans Frank, «el verdugo de Polonia», que intentó suicidarse cortándose las venas de la muñeca izquierda con una cuchilla de afeitar; en uno de los diarios que se hallaron en su poder podía leerse: «… todos nosotros figuramos en la lista de criminales de guerra del señor Roosevelt; tengo el honor de ser el primero.» El mismo día 6 fue detenido por los franceses Konstantin von Neurath, protector del Reich para Bohemia y Moravia. Al día siguiente los canadienses apresaban a Arthur Seyss-Inquart, el nazi austriaco que había contribuido decisivamente al Anschluss y que aún era el procónsul del III Reich en los Países Bajos. El 11 de mayo los rusos capturaron en Berlín al ministro de Economía del Reich, Walter Funk. Cuatro días más tarde los norteamericanos hicieron lo propio con Ernst Kaltenbrunner, oculto en los Alpes austriacos. Por aquellos días también detuvieron al ministro de Trabajo, Fritz Sauckel, y al rey de la industria pesada y de guerra de Alemania, Gustav Krupp.
Robert Ley, jefe del Servicio de Trabajo, pretendía pasar por médico rural en los montes de Baviera; no llegó a ser condenado, pues se suicidó el 25 de octubre de 1945, cinco semanas antes de que comenzase el proceso de Nuremberg. Alfred Rosenberg, ideólogo nazi y ministro del Reich para los territorios ocupados, fue capturado en un hospital de Holstein, con un tobillo roto, cuando los ingleses buscaban a Himmler. Julius Streicher, el gran antisemita, se hacía pasar por pintor cerca de Munich: fue detenido por un sargento judeo-norteamericano.
Los aliados comenzaban a mostrarse nerviosos porque mayo se estaba terminando y les faltaban algunos personajes fundamentales, como Martin Bormann, el secretario de Hitler y su sombra durante los tres últimos años, y Himmler, el jefe de las SS y de todo el sistema concentracionario alemán. A aquél no le encontrarían nunca, existiendo pruebas y testimonios circunstanciales de que murió al intentar abandonar Berlín en la noche del primero de mayo. Al segundo lo capturaron los ingleses cerca de Luneburg, cuando trataba de franquear un control con documentación falsa y con un parche en un ojo. Se suicidó en la noche del 23 de mayo, con una ampolla de cianuro potásico que ocultaba en su boca.
El 5 de junio se entregó voluntariamente Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas, al que se había dado por muerto. Pocos días después, soldados belgas hallaban en Hamburgo a Joachin von Ribbentrop, ministro de Exteriores del III Reich y uno de los grandes responsables de aquella guerra. Trataba de reanudar su antigua actividad, comerciante en vinos, pero fue denunciado. Finalmente, el 23 de junio detuvieron los rusos al almirante Erich Raeder, destituido por Hitler como jefe de la Marina alemana en 1943, y que hasta su detención había vivido discretamente en Berlín sin ser molestado por nadie.
Los presos fueron concentrados en diversas localidades de Francia y Luxemburgo hasta que, a mediados de noviembre de 1945, terminadas las obras de acondicionamiento, fueron traslados a Nuremberg.
UNA CIUDAD CARGADA DE RECUERDOS
«¿Hay una ciudad alemana donde se mantenga en pie un Palacio de Justicia que tenga unos treinta despachos, una cárcel, buenas medidas de seguridad y suficientes hoteles como para albergar a un millar de personas entre jueces, abogados, testigos y periodistas?»- preguntaba en junio de 1945 el juez Robert H. Jackson, al general Lucius Clay, cuyo cuartel general se hallaba en Francfort. Dos horas después, el militar le telefoneaba a Washington con la respuesta: «Si, hay una ciudad que reúne esas condiciones, Nuremberg.»
Jackson suspiró satisfecho. Nuremberg, la ciudad de los fastos nazis y de las leyes antisemitas, podría contentar a todos, pues era una sede tan simbólica como la capital del III Reich, Berlín, propuesta por los rusos, o como Munich, cuna del nazismo, pretendida por los británicos.
Nuremberg era una gran ciudad de 400.000 habitantes, rica, hermosa, llena de monumentos históricos -la llamaban «la ciudad de las cien torres»-. El río Pugnaz la divide en dos partes casi iguales y forma cuatro islas, comunicándose todo el caso urbano por medio de 14 puentes -prodigioso uno de ellos, con 32 m de longitud y un solo arco-. Allí nació Alberto Durero, uno de los genios de la pintura universal, el famoso astrónomo Regiomontano y el humanista Pickleimer, uno de los más famosos de Alemania.
La ciudad fue «distinguida» por el aprecio de Hitler en cuanto inició su carrera política. Allí se celebraron los grandes fastos de nazismo, sus famosos desfiles con antorchas, allí pronunciaba sus interminables y violentos discursos en medio de la parafernalia de banderas y camisas pardas… Allí, finalmente, se promulgaron las leyes antisemitas que llevan el nombre de la ciudad, por la que los judíos fueron privados de sus derechos civiles, laborales, de la nacionalidad y, finalmente, del derecho a vivir.
Cuando comenzó el gran proceso contra las principales figuras del nazismo, en noviembre de 1945, de la histórica y rica ciudad sólo quedaban en pie 110 edificios. Los bombarderos aliados habían arrasado tanto las efímeras manifestaciones del nazismo como las venerables y artísticas construcciones acumuladas durante siglos de historia. Las iglesias, las fortalezas, los museos, los liceos, todo había sido reducido a escombros. El edificio más grande que continuaba en pie era su Palacio de Justicia, de tres plantas, más sótanos y buhardillas de gran amplitud; además, en su zona oeste, situadas en forma de radios, seguían en pie las celdas reservadas a los acusados.
El palacio había sufrido escasos daños y 600 prisioneros de guerra alemanes, elegidos entre los diversos oficios cuyo concurso se requería, trabajaron allí durante más de dos meses para acondicionarlo. El complejo fue rodeado de alambradas. Caballos de Frisia interrumpían el tráfico de las calles laterales; policías militares norteamericanos patrullaban el perímetro día y noche. Ante la entrada exterior montaban guardia un carro de combate ligero y un jeep , con una docena de soldados. En el portal del edificio siempre había un retén de cinco soldados de guardia, con una ametralladora, protegida por sacos terreros, apuntando hacia la calle. En el patio interior, que da acceso a las dependencias carcelarias, hacia guardia un blindado ligero y una docena de puestos de observación, armados con ametralladoras, custodiaban los cuatro costados del edificio, que por la noche estaban iluminado mediante reflectores.
El coronel de caballería Bardón C. Andrés, del ejército de Estados Unidos, fue nombrado director del complejo carcelario, que rápidamente quedó organizado según la mentalidad norteamericana. Las celdas de los prisioneros estaban en dos plantas superpuestas, quedando una libre entre cada una de las ocupadas, de modo que los dirigentes nazis no pudieran comunicarse entre sí. Cuando el detenido estaba dentro se encendía una luz roja, que se apagaba cuando el cubículo quedaba vacío.
En un extremo, abajo, se hallaba la celda número 24; bajo el número, un nombre, Franz von Papen, vicecanciller con Hitler cuando éste llegó al poder y, luego, embajador en Viena y Ankara; a su lado, una vacía; luego, la número 23, ocupada por Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler, que en 1941 voló sorprendentemente hasta Inglaterra pretendiendo lograr un armisticio entre Berlín y Londres; otra vacía y, tras ella, la 22, habitada por el coronel general Alfred Jodl, jefe del OKW -Estado Mayor de la Wehrmacht -, otra vacía y Doenitz…y así hasta veinticuatro, aunque sólo 22 estaban ocupadas porque Bormann nunca sería hallado y Krupp agonizaba no muy lejos de allí, custodiado, también por policía militar norteamericana.
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