David Solar
El Último Día De Adolf Hitler
A Soha, luna del día catorce.
El suicidio de Adolf Hitler es uno de los momentos más trágicos del siglo XX. El dictador alemán, que había irritado y atemorizado al mundo durante doce años llevándolo a un cataclismo sin parangón, se descerrajaba un tiro en la cabeza para evitar enfrentarse con su terrible responsabilidad. Eso ocurría hacia las 15.45 h del 30 de abril de 1945. En este libro se abordan las 36 horas anteriores a ese disparo, cuando Alemania se hallaba convertida en un montón de ruinas, cuando más de cincuenta millones de seres habían perecido en la inmensa hoguera de la Segunda Guerra Mundial y cuando los soldados soviéticos se acercaban a las ruinas de la Cancillería y el final de la tragedia era ya ineluctable.
Entonces, en la madrugada del 29 de abril, Hitler debía enfrentarse a la realidad y ésta carecía de la grandiosidad culminante de las óperas wagnerianas que él adoraba. Por el contrario, la realidad era cotidiana, vulgar: ante la muerte, decide legalizar su situación n Eva Braun, su amante durante quince años, y dicta sus testamentos, privado y político; come, duerme, se desespera de rabia e impotencia, se angustia ante la lejanía y debilidad de sus agotados ejércitos, dispone el futuro de sus restos, alberga un momento de tibia esperanza y, finalmente, decide morir con entereza.
Pero para comprender al personaje, la situación y la época ha habido que recrear su biografía y su momento histórico. En las siguientes páginas narraremos de forma minuciosa las últimas horas de Hitler, desde su boda hasta su muerte, vertebradas con los momentos culminantes de su vida:
– La niñez, formación y juventud de Adolf, hasta después de la Primera Guerra Mundial.
– El ingreso de Hitler en política, hasta su intento de asaltar el poder por la fuerza: el putsch de Munich de 1923.
– La fijación de la ideología nazi en Mein Kampf la lucha política dentro de la legalidad, las batallas electorales y su llegada a la Cancillería.
– El nazismo en el poder: el sojuzgamiento totalitario de Alemania y la concentración de todas las fuerzas del país en pos de una idea revanchista, racista e imperialista.
– La inevitable guerra, con los fulgurantes éxitos militares del comienzo, la reacción aliada y la aterradora derrota del final: fases en las que Hitler demostrará intuiciones geniales, cometerá errores fatales para sus ejércitos, desatará una vesania asesina de índole racista y, en todo momento, mostrará su desprecio por cuantos le rodeaban -«Alemania no es digna de mí»-, endiosamiento que conducirá a la aniquilación de su propio país.
El último día de Adolf Hitler trata de explicar las especiales circunstancias que lo llevaron al poder y reconstruye muy pormenorizadamente sus últimos momentos: declive físico, miedo, odio, esperanzas, decepciones y su absoluto alejamiento de la realidad internacional, que determinaría el juicio de los vencidos, la modificación de sus fronteras, la ocupación de su suelo y la división de Alemania. Se trata, pues, de un libro histórico, documentado en bibliografía solvente y contrastada, donde existen, sin embargo, algunas licencias, como permitirme breves incursiones en el búnker de Hitler para tratar de reconstruir sus pasos por aquellos lúgubres pasillos y aposentos. He de advertir que son licencias veniales: si se dice que Hitler se sentó es porque allí, efectivamente, había una silla y porque Hitler tenía necesidad de sentarse con frecuencia; si se escribe que miró un cuadro es porque el cuadro estaba allí colgado y porque Hitler solía contemplarlo con agrado; si se habla de una caja fuerte, de un catre o de un sofá es porque tales muebles fueron hallados donde se dice. Y cuando se afirma que tal cosa ocurrió es porque así lo relataron bajo juramento ante el Tribunal de Nuremberg los testigos que sobrevivieron a la guerra.
Otra licencia, en la búsqueda de la viveza del relato, ha sido crear algunos diálogos entre personajes. Cuando los he entrecomillado, son copia de documentos, telegramas, memorias o investigaciones; por tanto, fueron así o así los recordaron los testigos; cuando están en cursiva, los he recreado, ateniéndome al contenido histórico de lo que en determinado momento se dijo, pero no se ha conservado textualmente.
El amable lector me disculpará el hecho de que El último día de Adolf Hitler no trate sólo sobre las últimas veinticuatro horas del Führer ; que la biografía esté trazada en amplios rasgos, primando el contexto nacional e internacional; que esta historia tenga licencias literarias… Todo sea en favor del resultado final. Entender cómo un hombre de modesta familia, escasa cultura y ningún recurso económico logró dominar el corazón de Europa es tan complejo que, quizá, emprendí la redacción de este libro tratando, una vez más, de entenderlo yo mismo. No pretendo haber hallado una explicación sencilla, ni tengo la esperanza de haber desentrañado el misterio que mueve las voluntades de los pueblos y crea lideres y mitos, pero me daré por satisfecho si el lector sacia un poco su curiosidad sobre esta época y, a la vez, detecta la alarma que los nuevos nacionalismos siembran ahora mismo en Europa, donde están surgiendo hombres que pretenden ser carismáticos y manejan ideologías totalitarias.
BODA EN EL BUNKER DE LA CANCILLERÍA
La estructura del edificio vibraba intermitentemente y del exterior llegaban los ecos apagados de las explosiones, pero aquel inquietante ambiente no parecía agobiar a los reunidos en el pasillo del segundo sótano del búnker de la Cancillería del Reich. Allí estaba Hitler, vestido con pantalón negro y chaqueta azul marino cruzada, con botones metálicos y una sola condecoración de las conseguidas como combatiente en la Primera Guerra Mundial; junto a él, sus últimos incondicionales, Martin Bormann y Josef Goebbels, en animada conversación. Un poco más allá, rodeada de las secretarias del Führer - Frau Junge y Frau Christian-, de Magda Goebbels y de la cocinera, Fräulein Manzialy, se hallaba, nerviosa y excitada, la novia. Eva Braun vestía un traje de tarde, de seda negra, con escote de pico en el que lucía un solo adorno, una pequeña medalla de oro. Más lejos, en aquel corredor de unos tres metros de ancho y diecisiete de largo, forrado de madera y decorado con cuadros italianos, hacían un aparte los generales Krebs y Burgdorf, jefe del Estado Mayor de la Wehrmacht y ayudante de Hitler, respectivamente.
Hacia la 1 de la madrugada del 29 de abril de 1945, la impaciencia entre los congregados en el pasillo comenzó a ser visible. Hitler tenía prisa por seguir redactando sus testamentos; Eva Braun temía que, al final, su banquete de bodas terminara siendo un fiasco. Finalmente escoltado por soldados de las SS, llegó un funcionario del registro civil de Berlín, Walter Wagner, un hombre descolorido, de mediana estatura, cubierto con un sucio uniforme de combate y el brazalete de la Volkssturm (el último ejército lanzado a la batalla por Hitler, compuesto por viejos y niños).
La ceremonia civil careció de calor y de grandeza. El funcionario, ojeroso, con barba de tres días y visibles muestras de agotamiento, fue llevado a la sala de mapas, una habitación de apenas nueve metros cuadrados, ocupada en gran parte por la mesa sobre la que se amontonaban los mapas militares donde Hitler y sus colaboradores trataban de seguir el curso de la guerra. Apartaron algunos papeles para que Walter Wagner pudiera rellenar los documentos, buena muestra del momento que estaba viviendo Alemania: se trataba de unos folios mecanografiados con espacios en blanco para incluir los datos. El funcionario omitió los nombres de los padres de Hitler y la fecha de su matrimonio, probablemente para ahorrarse tiempo en una ceremonia que debía parecerle ridícula en aquel búnker que se estremecía bajo las granadas soviéticas y de cuyo techo se desprendían continuamente trocitos de yeso; por otro lado, seguramente dudaba de que el Führer pudiera tener allí los papeles probatorios, de modo que se evitaron situaciones embarazosas y, para cubrir el trámite, escribió «conocido personalmente». Luego preguntó: « Por favor, Mein Führer, la fecha de su nacimiento. »
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