No hay que esterilizar a nadie repetía la Madre Teresa de Calcuta dando golpes en la mesa con sus nudillos de curtida campesina albanesa.
Se despidieron como viejos amigos. Hermanos en gracia de Dios. La Madre Teresa de Calcuta alzaba la cabeza y al sonreír a Juan dio movimiento a todas las profundas arrugas de su rostro en todas las direcciones posibles. Dijo que Dios le bendiga.
Llovieron las cartas de los lectores de Damas y Caballeros asegurando que la Madre Teresa de Calcuta era una santa. Santa Teresa de Calcuta.
¿Se da usted cuenta? El director hizo una pausa.
Todas las cartas dicen que es una santa.
Pulsó el pedal del semáforo. La secretaria se asomó y le preguntó qué deseaba.
Elija usted misma una carta de este montón de cartas.
La secretaria miraba al director con una carta al director en la mano. El director le ordenó que la leyera. La secretaria sacó la carta del sobre y empezó a leer señor director de Damas y Caballeros el motivo de esta carta es felicitarle por la publicación de la entrevista con la Madre Teresa de Calcuta aparecida en el periódico que usted tan dignamente dirige. Como lectora habitual de su diario quiero manifestarle mi agradecimiento por habernos mostrado en esa maravillosa entrevista el perfil de una santa que entrega su vida a los pobres moribundos de Calcuta.
Ya lo ve. Todas las cartas coinciden. La Madre Teresa de Calcuta es una santa. Una santa.
El director hizo otra pausa. Descansó su mano sobre las cartas de los lectores y miró a Juan con una mirada escrutadora.
Dígame una cosa. Pero sea sincero. ¿También le pareció a usted que estaba hablando con una santa?
La secretaria dejó caer la carta en la mesa. Preguntó si podía retirarse. El director la retuvo.
No se marche aún. Espere un momento. Espere y escuche lo que Juan va a decirnos
Juan seguía callado al lado de la secretaria del director. ¿Y si le digo a este imbécil que la madre Teresa de Calcuta es una santa chantajista? ¿Qué cara pondrá este cretino? ¿Me romperá su maldito semáforo en la cabeza? ¿Avisará a los ordenanzas que siempre están dormidos en el pasillo para que me saquen del despacho y me tiren escaleras abajo? Métase usted las cartas en el culo. Límpiese el culo con las cartas. Cómase las cartas con berzas y boniatos. Déjeme en paz. Envíeme a entrevistar a un preso político de Franco. A un militante de Comisiones Obreras. A un cura obrero. A un obrero de ETA. Aparte usted de una vez esa foto de Franco recibiendo el título de Primer Periodista de España en 1949. Mande usted a Franco a Calcuta. Las ratas le esperan.
Pero Juan no se extrañó demasiado de su propia respuesta. Era como si no hablara él. Como si hablara otra persona que no era él.
La madre Teresa de Calcuta es una santa.
Uno dos. Uno dos.
Grabando.
Grabando la voz de Berta. Su contestador dice en este momento no puedo atenderte deja tu mensaje después de oír la señal.
Le digo que me llame. No sé por qué no llama.
Vuelvo a marcar el número y grabo en su contestador Berta vida mía si cambiaste de idea debes decírmelo. No me hagas esperar en la habitación. No tengo nada que hacer en esta habitación. Nada que hacer en Viena.
¿Por qué he venido a Viena?
Ha sido una mala idea venir a Viena.
¿He venido a recordar?
No necesito recordar nada en Viena. Ningún recuerdo de Viena es un buen recuerdo. No tengo por qué seguir encerrado en la habitación 108 del hotel Domgasse con dos lavabos juntos y dos camas juntas y el retrete separado y los coches de caballos con los turistas borrachos que van a ver la casa donde Mozart compuso Las bodas de Fígaro . Estoy harto de estos absurdos encierros en habitaciones de hoteles absurdos en ciudades absurdas que todo el mundo se empeña en decir que son maravillosas.
¿Maravillosas?
Lo maravilloso no está en las ciudades sino en lo que uno inventa en las ciudades. De todas formas no veo nada romántico ni maravilloso aquí. Ni ahora ni hace treinta años. Tal vez entonces mis temblores eran maravillosos cuando esta ciudad era una ciudad temblorosa y gris. Pero ya no es igual. Viena ha perdido su enfermizo atractivo que la distinguía entre todas las ciudades enfermas de Europa. La zona peatonal del centro de Viena es tan horrible como cualquier zona peatonal de cualquier ciudad europea. Un anuncio ininterrumpido de cuchillos Solingen y de hamburguesas McDonald's y de pizza D-menico's y de chocolates Amadeus. Turistas. Perros. Viejos. Drogados. Policías. Borrachos.
Un bomboncito Amadeus encima de la almohada para que te endulces antes de dormir. Entonces acuden los sueños centroeuropeos. Sueños imperiales vieneses. Aparece Francisco José. Sissí. Kurt Waldheim. Robert Musil. Sigmund Freud. Heimo Frankle. Inge Schneider. Heinz Friedrich. Johann Strauss. Adolf Hitler. Stefan Zweig. Grabando sueños dulces en la habitación 108 del hotel Domgasse.
Pero en otros hoteles Juan había estado más tiempo sin salir de la habitación que en este hotel de Viena.
En Buenos Aires donde estaba horas y horas esperando una llamada telefónica con Madrid.
En Bombay aislado por los disturbios callejeros.
En Nueva York cuando anunciaron el huracán Gloria.
Sólo en Belfast apenas había pisado la habitación del hotel mientras agonizaba Boby Sands en una cárcel británica.
Vaya inmediatamente a Belfast. Tome el primer avión a Belfast.
Orden del director.
Un cabecilla del IRA lleva meses en huelga de hambre y se va a morir en cualquier momento. Se armará la de Dios es Cristo. Hay que estar allí.
Orden del director.
¿Se llamaba Boby Sands? ¿Sand o Sands?
¿Estaba en huelga de hambre en protesta por las condiciones de los presos del IRA en las cárceles británicas de Irlanda del Norte o estaba en huelga de hambre por otra razón?
¿Era Sands el único huelguista moribundo o eran varios? ¿No le forzaron a alimentarse?
¿Murió él solo o también murieron otros con él?
Al final la muerte es sólo rentable para los sepultureros. Para los embalsamadores. Para los curas. Para los forenses. Para la Madre Teresa de Calcuta. Para los periodistas. Para unos cuantos que se reparten el negocio de la muerte. Para el resto de los mortales la muerte es inútil y odiosa. Incluso la llamada muerte heroica.
El director dijo que los del IRA no son como los de ETA. Los del IRA no sólo matan sino que se suicidan. Los de ETA nunca se suicidan. Los del IRA son valientes. Los de ETA son cobardes. Ya verá usted cómo al final ese cabecilla del IRA se deja morir. Cuando muera se armará la de Dios es Cristo. Esté preparado. En cambio uno de ETA no se deja morir por nada del mundo. Es otro tipo de gente.
Juan voló a Belfast. Era la primera vez que ponía los pies en aquella ciudad destrozada. Llegó al hotel al anochecer. El hotel estaba cercado con alambradas. Estaba rodeado por las tropas. El botones pelirrojo que le acompañó en el ascensor le preguntó si era la primera vez que venía a Belfast.
Juan dijo que sí. Entonces el botones le dijo a Juan que en el hotel ya habían puesto 82 bombas. Le miró para ver qué cara ponía. Juan no puso ninguna cara. El botones pelirrojo siguió diciendo en el ascensor que en el hotel habían recibido más de trescientas amenazas de bomba. Y miró otra vez a Juan para ver la cara que ponía. Juan no ponía ninguna cara. Entonces Juan le dijo al botones pelirrojo que esperaba que esa misma noche pusieran tres o cuatro bombas en cada planta del hotel. Y miró al botones pelirrojo para ver la cara que ponía.
El botones se calló.
Entonces Juan siguió diciéndole al botones que él estaba precisamente en este hotel de Belfast para contar las bombas que explotarían esta noche en el hotel. Esperaba que pusieran tres o cuatro en cada planta del hotel.
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