La Madre Teresa le obsequiaba ahora con una expresión de profundo entendimiento. Parecía indicarle con esa expresión que a partir de este momento ya era posible dialogar. Le dijo que esperaba que hubiera apreciado el trabajo de las religiosas y de los voluntarios que colaboraban con ellas. Aunque su tono al hablar seguía siendo duro y cortante Juan notó que había cierta dulzura en los ojos de la Madre Teresa. Juan le repitió entonces a la Madre Teresa que había ido a la India con el único fin de entrevistarla. Le explicó que los lectores de Damas y Caballeros eran lectores en su inmensa mayoría católicos. Sin duda conocían la labor que hacían la Madre Teresa y las religiosas de la Madre Teresa en Calcuta. Pero esperaban oír las palabras de la Madre Teresa. Oír las necesidades que sigue teniendo la Madre Teresa en la Casa de los Moribundos. Los problemas de la Madre Teresa en la India. De este modo los lectores podrían enviar donativos a la Madre Teresa. Tal vez alguno tomaría incluso la decisión de venir a ayudarla como voluntario. Era indispensable que la Madre Teresa se dirigiera a esos lectores. Y al decir esto Juan creyó llegado el momento de sacar su bloc de notas y empezar la entrevista con la Madre Teresa. Sin embargo la Madre Teresa levantó la mano y dijo que no.
No hijo. No. Usted no ha venido a Calcuta para hacer un reportaje como tantos otros reportajes sobre los moribundos en Calcuta. Usted está aquí porque Dios lo ha traído aquí. Dios ya no necesita más historias de moribundos ni más fotos de monjas que cuidan a los moribundos.
Golpeaba la mesa enérgicamente con sus recios nudillos de campesina albanesa.
Si usted desea sinceramente que yo me dirija a esos lectores antes tiene usted que venir a oír la misa que se celebra aquí al amanecer para la comunidad. Usted tiene que venir a oír misa y recibir el sacramento de la comunión. Seguramente antes de recibir la sagrada comunión usted necesita ponerse en paz con Dios y si es así debe recibir el sacramento de la confesión aquí mismo también. El padre jesuita que nos visita habla inglés y veo que usted está familiarizado con este idioma. Después ya hablaremos de la entrevista.
La madre Teresa se levantó. Sonreía de medio lado. Parecía volver a tener muchas prisas.
¿No puedo entrevistarla si no comulgo?
La Madre Teresa inclinó su cabeza bajo el manto azul y blanco que cubría su encorvado y enjuto cuerpo de segadora y se alejó sin contestar.
Luego se detuvo cerca de la puerta y antes de desaparecer repitió que usted no ha venido aquí para escribir un reportaje de los muchos que se escriben sobre una monja que cuida a los pobres entre los más pobres en la India.
Usted ha venido hasta aquí porque Dios lo ha traído aquí.
Juan salió a la calle con una sensación de vértigo. Los pobres más pobres de Calcuta formaban una larga cola a la sombra de una tapia en espera de recibir un plato de comida. Recordó lo que le había dicho la monja. La monja le obligaba a confesarse y a comulgar y a oír misa para acceder a la entrevista. Igual que había ciertos entrevistados que tenían por costumbre cobrar dinero por la entrevista la Madre Teresa de Calcuta le hacía pagar un precio para ser entrevistada. Era otra variedad de periodismo de cheque. Sin confesión y sin comunión no habría entrevista con la Madre Teresa de Calcuta. Ésa era la condición.
Aquella noche Juan no lograba dormirse. Estaba excitado. Deprimido. Soliviantado. ¿Qué podía hacer además de masturbarse un par de veces para ver si eso le calmaba? Entonces pensó en la cara que pondría la Madre Teresa de Calcuta si le viera masturbándose. No una vez sino dos veces. Si la comunidad entera y los moribundos y los miserables que formaban cola junto a la tapia de la Casa de los Moribundos le vieran ahora masturbándose en la habitación asfixiante de aquel hotel de Calcuta. ¿Le flagelarían? ¿Le aplaudirían? ¿Le abuchearían? Miraba el reloj despertador y veía que sólo faltaban dos horas para el amanecer. Seguía dando vueltas a la propuesta de la Madre Teresa. Confesión. Comunión. Misa. Luego hablaremos. ¿No era esto un chantaje?
El timbre del despertador le sacó de la cama. Estaba hecho polvo. Maldecía este viaje a Calcuta. Pero no podía volver a Madrid con las manos vacías. Tampoco podía inventarse la entrevista con la Madre Teresa aunque eso era lo que más le tentaba. Descartaba consultar el asunto con el director de Damas y Caballeros . Lo hubiera hecho sólo si la Madre Teresa le hubiera pedido dinero. Pero no le pedía dinero. Le ofrecía sacramentos. Ni el director ni los lectores de Damas y Caballeros considerarían chantaje la piadosa proposición de la madre Teresa de Calcuta. Más bien era un favor digno de agradecimiento. Cualquier lector de Damas y Caballeros habría aceptado las condiciones sin rechistar. Se sentiría orgulloso de haber recibido esa providencial lección cristiana.
Juan se levantó antes del graznido de los cuervos y atravesó las calles sorteando a los miserables que dormían envueltos en harapos. Llegó al numero 54 de Lower Circular Road donde las monjas de la Madre Teresa ya estaban de rodillas cantando himnos.
Un jesuita con barba de perilla escuchó su confesión. El jesuita era duro de pelar. Estaba empeñado en saber exactamente cuándo se había confesado Juan la última vez. Cuántas veces exactamente había fornicado y se había masturbado a lo largo de los últimos años. Qué otros pecados había cometido. Y exactamente cuántos. ¿Solamente pecados de la carne? ¿Otros pecados? ¿Muchos pecados? ¿Sacrilegios también? Enumere los pecados. Uno a uno. Tenemos tiempo. Frente a la eternidad el tiempo no es nada.
Exigía una relación completa y detallada de todos los pecados cometidos en los años transcurridos desde la última confesión hasta este mismo instante. Incluida la doble masturbación de la pasada noche. Incluido el odio que había sentido hacia la Madre Teresa de Calcuta.
Juan deseaba agarrar del cuello al jesuita y llevárselo así hasta uno de los catres numerados en la Casa de los Moribundos y tumbarlo sobre un moribundo perfectamente confesado y comulgado dispuesto a morir.
Ni siquiera esta experiencia degradante podría relatarla a sus lectores. Tenía que ocultarla como sucedía siempre con tantos otros reportajes y entrevistas. Lo importante nunca se desvelaba. No valía para nada. La verdad nunca resplandecía. ¿Existía un fraude mayor?
Ego te absolvo dijo el jesuita todavía contrariado.
Pero la Madre Teresa de Calcuta ya esbozaba desde un lado del altar una beatífica sonrisa que él devolvió pensando que dentro de dos horas este infierno habría acabado.
Las monjas se acercaban a recibir la hostia en el altar y él también se levantó y fue a recibir la hostia en el altar. Al tragársela le pareció como si fuera una gasa de las que ponían a los moribundos mordidos por las ratas en las calles de Calcuta.
La Madre Teresa estaba satisfecha. Había devuelto purificada y limpia un alma a su Creador.
¿Le había relatado su vida la Madre Teresa de Calcuta? ¿Habían hablado de los problemas de la natalidad en la India? ¿De las esterilizaciones masivas que el gobierno indio practicaba entre la población? ¿De qué habían hablado en aquella entrevista?
La Madre Teresa de Calcuta lamentó que el gobierno regalara una radio de transistores a los hombres que se sometían a esa intervención. Tremendo error. Hablaba de ovulación y mucus y de los días secos luego de la menstruación en los que el mucus ya empieza a producirse y prolonga la vida del esperma así que les explicamos a las mujeres el riesgo que corren esos días si tienen contacto sexual.
El sistema era efectivo al cien por cien. Las autoridades no han tenido más remedio que reconocerlo.
Читать дальше