Deberían trasladarse a California donde al menos se ha promulgado una ley que ampara a los enanos. La nueva ley les protege y promociona. Pueden aspirar a cargos públicos. Pueden hacer una carrera política. Pueden presentarse como candidatos del estado a gobernadores del estado. Y siendo gobernadores pueden presentarse como candidatos a presidentes de la nación. Pueden llegar a ser presidentes de los Estados Unidos aun siendo enanos. Incluso siendo enano de raza negra. Algo de verdad rarísimo porque no abundan los enanos negros. Tampoco importa que el enano sea hombre o mujer. Ante la ley todos los enanos son igual de altos. En el siglo XXI la Casa Blanca podría alojar a un presidente enano y negro con su correspondiente cónyuge enana y negra también.
¿No era Stalin otro enano? Stalin medía poco más de un metro y medio. Esa estatura en el imperio soviético lo asimilaba a los enanos. Sin embargo en todos los cuadros y fotografías oficiales Stalin aparecía gigantesco. Era más alto que su ministro de Exteriores Mólotov cuando en realidad este ministro le pasaba más de medio metro. Stalin exigía que se le pintara y se le fotografiara de tal modo que su apariencia fuera la apariencia de un gigante. No de un enano. Le enfurecía saberse enano. Obligaba a agacharse a los demás para ser siempre el más alto.
Uno dos. Uno dos.
Grabando.
Grabando cuando ya no pasan coches de caballos por la calle. Sólo algún borracho a pie. Me tumbo en la cama de la derecha. Tengo la impresión de haber estado aquí encerrado semanas enteras. Una extraña sensación.
Sky News saca un incendio en el Soho. El cliente de un cineclub porno le ha pegado fuego al cineclub. Varios muertos. Han detenido a un sospechoso. El sospechoso está helping the police . O sea ayudando a la policía. En otras palabras está prestando declaración. Está siendo interrogado. Está confesando. Pero los ingleses utilizan siempre eufemismos de gran valor sarcástico. Es un pueblo de sarcásticos. Cínicos con humor. De cínicos. De humoristas.
Pido que me suban una botella de vino blanco para brindar a la salud de los ingleses. El vino austriaco es dulzón. Fruchtig . A los vieneses les gusta todo azucarado. Juan bebía este mismo vino en Grinzing. Exactamente en la taberna de Antón Karas donde él mismo tocaba con xilófono El tercer hombre . Iba con Inge. Bebían mucho vino. Demasiado. Y de pronto notaba que el pie de Inge le acariciaba. Era el mejor momento de la noche. Cuando Inge le miraba a los ojos con sus ojos de gata en celo y él empezaba a notar el pie descalzo de Inge por debajo de la mesa. Primero en su pierna. Después entre sus piernas. Años más tarde había leído que el patriarca Kennedy hacía algo parecido en un restaurante de lujo de Nueva York. El viejo Kennedy invitaba a cenar a jóvenes modelos. En mitad de la cena se quitaba disimuladamente un zapato y hurgaba con el pie desnudo entre las piernas de una de las modelos. No decía nada. Solamente observaba con mucha atención cómo se mordía los labios esa modelo. Algunas veces otros comensales de mesas vecinas habían protestado a la dirección del restaurante. Pero ¿qué podía hacer la dirección del restaurante? ¿Ponerles en una mesa más alejada de la mesa de Kennedy? El pie de Inge era pequeño. Era el pie de la típica jovencita vienesa que hacía lo humanamente posible por acertar a ciegas con sus caricias. Lo mejor de las noches con Inge era este ritual pedestre. Ligeramente perverso.
¿Dónde estará Inge? ¿Qué habrá sido de ella? ¿La reconocería Juan si se cruzaran en pleno día por Karnterstrasse?
Trato de recordar a Inge con todo detalle en la oscuridad de esta habitación de hotel. Trato de imaginar cómo será ahora. ¿Estará gorda como una vaca? ¿Casada? ¿Tendrá hijos? ¿Vivirá cerca de aquí? ¿Estará sana o enferma? ¿Será una mujer interesante? ¿Se acordará alguna vez de aquellas noches nuestras en Grinzing? ¿O habrá muerto?
No tenía los pechos demasiado grandes ni demasiado duros. Pero tenía un vientre muy suave. Unos labios muy finos. Orejas diminutas. ¿Tendrá muchas arrugas sobre esos labios? ¿Y la cara? ¿Cómo será hoy la cara de Inge? ¿Y la mirada de Inge?
Inge Schneider. Enciendo la luz y veo que hay muchos Schneider en la guía de teléfonos. Será imposible localizarla. Si se ha casado ya no se llamará Schneider. Se llamará como su marido. Pero ¿y si por cualquier razón sigue llamándose Schneider?
Inge Schneider.
Entonces marcaría el número. Esperaría a oír su voz. Estoy seguro de que su voz la reconocería inmediatamente. Incluso si se ha vuelto borracha y fumadora. Aun así la reconocería. La voz de Inge era inconfundible. Aquel timbre será idéntico. No puede haber cambiado. Aunque estuviera paseando por Karnterstrasse con abrigo hasta los pies y sombrerito con pluma si oigo su voz sabré que es ella.
Entonces me acercaré.
Inge. Inge Schneider.
Te quedarás un momento mirándome.
Soy yo. ¿Sabes quién soy?
Ella dirá ¿Tú? ¿En Viena tú?
Sí.
¿A qué has venido a Viena?
Uno dos. Uno dos.
Grabando.
Grabando y lloviendo a cántaros desde antes del amanecer. Mejor. Tormenta. Viena chorreando. Viena y sus truenos. Viena y su lluvia torrencial. Sus calles como ríos. El Danubio enfangado. Los vieneses acariciando la idea del suicidio sin dejar de acariciar al perro. Los turistas hechos una sopa. Los coches de caballos capotados. Las japonesas cubriendo sus bolsitos Vuitton para que lleguen secos a Tokio. Y Berta sin dar señales de vida.
Suena el teléfono.
Frau Schneider pregunta por usted.
¡Inge!
Llegó antes de lo que esperaba.
Me miro al espejo. ¿Cara de qué?
La veo de pie sacudiéndose el agua. Gordinflona. Estropeada. La envejecida vienesa goteando en el vestíbulo con su paraguas plegable y un plástico transparente sobre el loden de todos los días.
Sus ojos más grises.
Su pelo gris y sus labios finos chupados por las arrugas.
El gesto dulce de asombro.
La beso en la mejilla sabiendo que después de este beso no desearé darle ningún otro. Que no volveré a besar a Inge.
Que no habrá casi nada de lo que hablar.
Que era un error este encuentro.
Que fue una suerte este diluvio porque así no tendremos que ir a ningún café.
¿Con esta vieja gorda entrando en el café Braünerhof?
Le ayudo a quitarse los plásticos de encima. Miro instintivamente sus pies oprimidos en las botas de goma. Veo sus rodillas infladas embutidas en las botas.
Nos sentamos en las primeras butacas del vestíbulo. Ni siquiera la empujo hacia el centro del salón. Nos quedamos allí mismo. Cerca del conserje. Le doy una excusa. Espero una llamada. La llamada de Berta.
Ella recuerda a Berta. Estaba seguro de que recordaba a Berta. Juan le hablaba de Berta en Grinzing cuando empezaban la segunda botella y el pie de Inge se acercaba desnudo a su pierna.
Le pregunto si está casada.
Sí. Me casé.
¿Y eres feliz?
Sí. Soy feliz.
¿Muy feliz?
Suficiente.
¿Tienes hijos?
Una hija.
¿Sólo te casaste una vez?
No. Dos veces. La niña es de mi primer marido. ¿Y tú? ¿Te casaste? ¿A qué te dedicas?
Le cuento en dos palabras lo de Pansy. El divorcio. El reencuentro con Berta. Que Berta va a venir. Tal vez está llegando. Desde aquí la veremos entrar. Pero Inge quiere que vaya más despacio. Y empiezo.
Juan es periodista. Conoció a su mujer en el periódico. Su mujer es americana. Se presentó un día en el periódico. El periódico se llama Damas y Caballeros . Pansy quería hablar con el reportero que había escrito un reportaje de los Estados Unidos. No estaba de acuerdo con ese reportaje. Así fue el comienzo. Le dijo he venido para decirle que su reportaje sobre los negros en mi país tiene muchos errores y me gustaría que los corrigiera. Juan le dijo que era imposible corregir los errores. Le ofreció que escribiera una carta al director. Ella le dijo que lo pensaría porque el reportaje tenía cosas muy buenas. Se había hecho una lista con las cosas que estaban bien y con las que estaban mal. La lista la tenía en su casa. Su casa era un ático en un edificio antiguo en el Madrid de los Austrias. Ella era estudiante de español. Estaba sólo unos meses en España para perfeccionar el español. Ella era de Nueva York. Sus padres vivían en Nuevo México. Su padre era de origen alemán y ya se había jubilado después de un accidente. Su madre era de origen libanés. A Juan no le apetecía que Pansy escribiera esa carta al director detallando los errores de su reportaje. Pero seguía diciéndole que escribiera la carta si así se quedaba más tranquila. Pansy dijo que por qué no hablaban de eso en otra ocasión. Entonces quedaron en volver a verse una tarde. Pansy le enseñó la lista de errores de su reportaje. Juan la leyó muy deprisa. Eran datos estadísticos que contradecían los que él había dado en su reportaje. Pansy le dijo que no se preocupara. Le parecía que estaba muy preocupado. Para que no estuviera tan preocupado Pansy rompió allí mismo la lista y le dio un beso a Juan. Aquella noche cenaron juntos. Al despedirse Juan la besó en los labios. Y luego empezaron a salir. Salían juntos casi todos los días. Hablaban de los Estados Unidos. Pansy le decía que él debería vivir una temporada en los Estados Unidos. Aprender muy bien el idioma. Conocer muy bien aquel país. Ella conocía muy bien Nueva York. Nueva York le gustaría mucho. Una noche subieron al ático y ella se dejó toquetear. A partir de entonces siempre que salían juntos acababan en el ático. Una vez se acostaron y ella no opuso ninguna resistencia. No hablaban. Todo aquello era como un trámite mudo. Hablaban antes de ir al ático y luego de estar en el ático. Un día ella le dijo con mucha naturalidad que estaba embarazada. Y él se asustó. No tenía intención de casarse con Pansy. Pansy le dijo que tenían que hacer algo. Entonces no era legal el aborto en España. Pansy no le propuso ir a abortar a su país. Esperaba que él le dijera casémonos. Juan se lo dijo. Se casaron en Valencia durante las Fallas porque Pansy quería conocer cómo eran las Fallas. Dos pájaros de un tiro. Le gustaron mucho las Fallas. Tragaron mucha pólvora. A Pansy le chiflaron las Fallas. El ruido de las Fallas. Las llamas de las Fallas la noche de la Cremà . Juan odiaba las Fallas. Odiaba a las falleras. Odiaba a los falleros. Valencia era una ciudad sucia y detestable habitada por devoradores de paella valenciana que gritaban con la boca abierta. Siempre gritaban. Le daban asco las falleras gordas con peineta de latón y un murciélago en la peineta. Pansy alquiló un típico vestido de valenciana que olía a sudor de fallera perpetua. Estuvieron todos los días presenciando la mascletà en la horrenda plaza del Caudillo entre masas de valencianos fanfarrones y desfilaron toda una tarde detrás de una banda de música que tocaba pasodobles falleros sorteando pestilentes contenedores repletos de basuras. Todavía fueron a beber horchata de chufa y a comer fartons en la horchatería La Gran Chufa Valenciana. Todo esto le gustó mucho a Pansy que empezó a hacer tripita y conoció a la familia de Juan. Primero conoció a don Juan y al hermano gemelo de don Juan. Luego conoció a doña Dolores sentada en el sillón del Citroen ZX. A Pansy le hizo mucha gracia. Pansy dijo que cuando fuera a Nueva York la próxima vez le traería un espejo retrovisor panorámico. La madre de Juan le dijo que no se molestara. Más tarde se fueron de viaje de novios a Londres y de Londres a Nueva York donde al día siguiente Pansy habló largo rato por teléfono con su madre y al terminar de hablar con Mom le dijo Juan he decidido que mañana voy a abortar.
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